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viernes, 24 de octubre de 2008

¡Corazón, Alma y Ser...! Tres notas del mismo acorde: "El Amor"

Por José A. Ciordia Castillo
Publicado por Entra y Verás

¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? Le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.


Primera Lectura

Ex 22, 20-26
Si explotáis a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros

Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá m¡ ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mi, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»



Epopeya de la liberación de Israel. Dios su autor principal. La liberación, con todo, no ha terminado en la salida de Egipto. El paso portentoso del Mar Rojo ha sido un momento importante. Le seguirán otros: el maná, el agua, el cruce del desierto... Destaca la imponente teofanía en el Sinaí: la majestuosa presencia de Dios en medio de su pueblo dentro del marco de una alianza.

La verdadera liberación de Israel se verifica y consuma en la convivencia, que Dios le ofrece gratuitamente, y en la responsable aceptación, que el pueblo hace de ella. El Decálogo señalará el cuadro elemental dentro del cual han de moverse los liberados para ser realmente libres. Libertad personal y comunitaria como participación de la libertad salvadora de Dios. Libertad responsable y creativa en la creatividad libre y responsable de Dios. El Decálogo viene ofrecido en función de la auténtica libertad del hombre. Resumido sería así: amor a Dios de todo corazón y amor al prójimo como a uno mismo. Libertad para amar y amar para crecer en divina libertad. Dialéctica vital.

Conviene leer los versillos de la lectura de este domingo en esa perspectiva. De hecho intentan ser, a su modo, explicitación concreta de las exigencias de una convivencia liberadora con Dios. Imita a Dios, de quien eres imagen y semejanza, y serás, como él, hacedor del bien. Y al hacer el bien, crecerás, te multiplicarás y verás surgir, a tu paso y sombra, un sinfín de bondades que manifestarán e irradiarán la presencia bondadosa de Dios, tu Señor.

La lectura de hoy subraya las exigencias del segundo mandamiento: amor al prójimo. El color de las expresiones es más bien básico, fundamental, sin demasiados matices; el sabor, arcaico y la visión ceñida a los tiempos antiguos: el huérfano, la viuda, el forastero, el pobre... Puede que entre nosotros hayan cambiado los nombres, pero no así las realidades: las mil necesidades y opresiones que padece el hombre de hoy en nuestra cercanía.

La presencia de Dios entre nosotros y en nosotros, con su carga de amor liberador, exige de nosotros una liberación de nosotros mismos en beneficio de una salvadora liberación a los demás. En Cristo se afirman y radicalizan las posiciones y se extiende hasta el infinito la visión. Tu Dios y tu prójimo son tú. No lo olvidemos; sería fatal.


Salmo Responsorial
Salmo 17

R/ Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. R.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido. R.


Segunda Lectura

1Ts 1, 5c-10
Abandonasteis los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo

Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.



La primera carta a los Tesalonicenses es el primer escrito de Pablo y el primero también del Nuevo Testamento. Posturas fundamentales, líneas maestras, primeras experiencias en el apostolado. Entusiasmo en la predicación, alabanza a Dios por el éxito, gozo del Espíritu en medio de las tribulaciones. Cierta frescura y sabor de inmediatez.

Sobresalen los últimos versillos; señalan el kerigma primitivo en su estructura más elemental. Se hace irrenunciable: conversión del culto a los ídolos en obediencia a Dios; servicio leal al Dios de la vida -los otros dioses son dioses muertos-; tensión vital hacia el futuro -ojos abiertos, brazos extendidos, boca exultante hacia el Hijo de Dios que viene desde los cielos-; resurrección de los muertos y acción salvífica que nos libra de la intervención punitiva de Dios, supremo Juez.

No podemos dejar en el olvido ninguno de esos elementos: somos convertidos, en estado de vital y constante conversión; en progresivo -y a veces sangrante- alejamiento de todo aquello que, de alguna manera, intente apartarnos del Dios revelado en Jesús; siempre en actitud servicial y en ejecución responsable de su santa voluntad, convencidos de que así nos configuramos con él. Después, la Resurrección gloriosa de su Hijo de entre los muertos, acontecimiento definitivo de salvación que nos introduce en la esperanza viva de una participación inefable en su exaltación, cuando venga desde los cielos, como Señor y Rey, a librarnos de la ira futura.

La comunidad cristiana, y el individuo en ella, debe edificarse sobre estas realidades so pena de caer desplomado en cualquier momento sobre su propia inconsistencia. Nos apoyamos en Cristo Jesús, Hijo de Dios, resucitado de entre los muertos, a la espera de un encuentro transformante con él al final de los tiempos. La celebración eucarística lo recuerda.


Evangelio

Mt 22, 34,40
Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."

Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»



Según todos los indicios, parece que hay que remontarse hasta Jesús para dar sentido y explicación de la formulación del mandamiento grande, tal como se encuentra en Mateo. El judaísmo, a pesar de ciertos balbuceos, no había llegado hasta ahí: ni a unir tan inseparablemente el amor de Dios con aquél referido al prójimo, por una parte, ni, por otra, a extender tan ampliamente el concepto de prójimo a todo hombre, por el mero hecho de ser hombre. Así lo recibió la Iglesia de Jesús y así ha de presentarlo en todo momento. También la Iglesia actual. Señalemos algunos detalles.

a) Comencemos, primeramente, por el último versillo: de estos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas. El amor a Dios y el amor al prójimo son el compendio de toda la Ley y los Profetas. Dando un paso adelante, la Ley y los Profetas son explicitación de estos mandamientos. Por último, estos mandamientos son el criterio auténtico de toda acción humana, que merezca el nombre de tal; criterio, pues, para entender la Ley y los Profetas.

b) El segundo mandamiento -el amor al prójimo- es semejante al primero. Hay que admitir, por una parte, cierta distinción y evitar, por otra, toda separación. Son en verdad uno y un solo mandamiento que, por nuestras naturales relaciones -vertical y horizontal-, mira simultáneamente a dos objetos: a Dios y al hombre. No puede darse el uno sin el otro. Ni amaremos a Dios debidamente, si no amamos debidamente al objeto de sus amores, el hombre; ni amaremos con dignidad al hombre, si no es como objeto de los extremados amores de Dios. El amor al prójimo se encuentra involucrado en el amor a Dios y el amor a Dios involucra a los hombres. San Juan lo declara excelentemente: ¿Cómo dices que amas a Dios, a quien no ves, si no amas al hermano a quien ves? También Isaías lo manifestó suficientemente en el precioso Cántico de la viña: Esperaba justicia y he ahí crímenes (Is 5, 1-7). La falta de respuesta en la esposa a los amores del esposo es la negación de respeto al prójimo: crímenes. Jesús, por último, indicó a Pedro cuál había de ser la auténtica expresión de amor a su persona: Apacienta mis ovejas.

c) El amor a Dios compromete a toda la persona; también, por concomitancia, el debido al prójimo: mente, alma y corazón; pensamiento, sentimiento, voluntad y acción. De esta manera, el hombre se encuentra orientado existencialmente hacia aquél de quien es, por definición, imagen y semejanza. En el ejercicio del amor encontrará su madurez y perfección. En el amor al prójimo entra, sin duda alguna, el recto amor a sí mismo. La propia y personal experiencia de tu limitación y necesidad te ha de abrir a la personal necesidad del prójimo como propia y personal.

d) La raíz se encuentra en la manifestación amorosa que Dios hace de sí mismo en Cristo: Dios es insondable y desbordante misterio de amor; Dios es amor. Un Dios que ama tan entrañablemente al hombre no puede ser dignamente correspondido por él si éste, a su vez, no incluye en su amor a todo hombre. Así son las cosas. Ignorarlas y desatenderlas es ignorarse y destrozarse sin remedio. Por eso es el gran mandamiento. La Iglesia recibe como misión manifestar vitalmente con todo esplendor el amor a Dios y al prójimo. Fracasar aquí es negarse existencialmente a sí misma. Son, pues, de capital importancia para definir nuestra propia identidad.


Consideraciones

Dios es libertad absoluta y absoluto amor. Jesús, el Verbo encarnado, se mueve en las coordenadas de extrema libertad y amor extremo. Tengo poder para poner mi vida y tengo poder para tomarla de nuevo, dice Jesús en Juan; y el evangelista: los amó hasta el extremo. Y en este mismo contexto incide el concepto de obediencia–mandato: Este mandato he recibido de mi Padre. Nosotros, inicial imagen y semejanza de Dios, llamados a crecer indefinidamente en la condición de hijos, disponemos, por creación y gracia, de libertad en el amor y de amor en libertad. En Cristo Jesús somos introducidos de forma inefable en ese misterio de libertad amorosa. La Verdad -comunicación del Dios salvador en Cristo- nos hará libres. !Vivamos nuestro amor–libertad.!

Conviene, pues, tocar en las consideraciones, ya la raíz y naturaleza de nuestro amor–libertad como participación del libérrimo amor trinitario, ya las relaciones recíprocas que los definen como integración existencial personal de nuestro amor y libertad. El hombre de hoy, sensibilizado especialmente a estas realidades, no se siente con el poder suficiente para unirlas eficazmente: no vive en libertad de amor ni en amor que genere auténtica libertad. Ahí entra nuestra misión. El momento eucarístico -libre amor del Padre en la libre entrega amorosa del Hijo- es el más apropiado para recordarlo, celebrarlo, beberlo y asimilarlo.

A partir del evangelio se impone la aplicación a casos concretos; ya en la liturgia: perdón mutuo de los pecados, oración de unos por otros, el apretón de manos, etc; ya en la vida diaria: en la familia, esposo–esposa (don de sí mismo en Cristo al otro; consideración del otro como don de Dios en Cristo), padres–hijos; en el trabajo, en la vecindad, en la política, en las relaciones humanas, tanto nacionales como internacionales...

Respecto a la segunda lectura, cabe señalar la importancia, siempre vigente, de las realidades fundamentales de nuestra condición de hijos de Dios: el credo cristiano. Cualquiera de esas verdades puede ser objeto de consideración, vinculado al tema del amor.

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