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sábado, 4 de octubre de 2008

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Escalada de violencia

por Jesús Burgaleta
Publicado por El Libro de Arena

Dios no quiere la explotación del pueblo. Esto lo sabemos todos bien; aunque nos desentendemos.
La «viña» es el pueblo. Dios la estima sobremanera. En su heredad ha plantado con mimo cada cepa, la ha injertado, la ha cavado, la ha cercado, ha construido un lagar. Su ilusión es que todas las cepas formen un gran viñedo, que sea el orgullo y que dé mucho fruto.
Y la viña la ha arrendado Dios a los «labradores», a los encargados de administrarla, de cuidarla, de potenciarla, para que dé fruto. En ningún momento Dios ha vendido a nadie la propiedad del pueblo; la viña es suya. La viña es lo más querido de Dios. Es la novia de sus pensamientos. Si ha puesto Dios en ella labradores, es para que pueda producir más fruto y llegue a ser cada vez más viña, más hermosa, más libre, más digna.
Dios quiere que los administradores tengan siempre presente que lo que administran no es suyo y que la viña tiene una dignidad tan grande que los que la tienen arrendada son servidores de Dios y de su pueblo.
Pero los administradores se niegan, nos negamos, a dar cuenta. Queremos seguir a nuestro aire. Hemos pensado que lo que nos han arrendado es de nuestra propiedad.
De aquí surge la violencia.
En la viña se registra una explotación continuada en beneficio de unos pocos, que se han apoderado de ella, se han creído sus amos y han arrebatado a Dios lo que es de su propiedad. En los labradores de la viña no hay más que egoísmo, rapiña, apropiación, explotación, depredación de la heredad, de las cepas y del fruto. «Al ver al hijo se dijeron: Este es el heredero. ¡Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia!». Aquí, hoy, los labradores somos muchos, de diverso rango y con distintos oficios: padres, maestros, gente de la cultura, educadores, empresarios, jefes, políticos, capitalistas, gobernantes, curas, obispos…
El administrador bueno deja que la viña fructifique para su dueño. El fruto de la viña es un jugo que no tiene nada que ver con la violencia de los administradores: es amor, justicia, respeto mutuo, libertad, entrega, derecho. Todo lo contrario de lo que unos y otros estamos haciendo del viñedo del pueblo. «Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis, asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis, lamentos» (Is 5,7).
Los malos administradores somos violentos. La falta de amor genera la injusticia y ésta el sometimiento, por la fuerza, de la vida y del pueblo. Cuando alguien cae en la cuenta de la situación y surge en medio de la heredad de Dios para exigir los frutos, para pedir dignidad, para echar a los malos administradores, para convocar a la libertad, para devolver al pueblo el ser heredad de Dios, se arma un revuelo inmenso. Porque los administradores piensan que todo es suyo, que eso es una finca heredada de su abuelo, que los que levantan la voz son subversivos, que las cepas que hablan están pagadas por los enemigos del pueblo, que hay planes ocultos en contra de ellos.
Ante los criados que Dios envía para exigir el fruto, hacer el juicio, pedir cuentas y quitar la heredad, si han malversado los fondos, la reacción de los poderes, de los administradores, es violenta, cada vez más violenta, irracionalmente violenta.
La violencia no nace de Dios, ni de la viña que pide a gritos el poder dar frutos, ni de los que alzan la voz para exigir por lo menos justicia. La violencia, como siempre, surge del poder, de la dominación, de quienes quieren tenerlo todo atado para que todo continúe igual, al servicio de sus intereses mezquinos. No les importa nada, ni nadie. No hay más «dios» que el suyo. Son capaces de sacrificar aún a Dios, en el nombre de Dios, por el mantenimiento de sus ídolos. Son y somos repugnantemente cínicos.
La violencia de los poderosos no se para ni con los primeros criados, ni con los segundos, ni con el envío del hijo. Da igual un muerto que mil, que el genocidio del pueblo.
Los criados fueron y son apaleados, apedreados, torturados, vejados, violados en todos sus derechos, asesinados. «Al hijo lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron».
Pero al hijo y los criados torturados y muertos no se extinguen. Ellos fueron voz, conciencia, acción a favor de Dios y en favor de la vida del pueblo. Su entrega ha dado un gran fruto; está dando la regeneración de los viñedos. Su racimo aplastado ha dado un zumo generoso, pertenece al mejor año, es el más estimado vino. Aquí, en este cáliz, está su mosto: es el memorial del Hijo asesinado y de los criados muertos y abandonados. Por ellos hay un clamor imparable en los viñedos.
La viña tenemos que aprender a liberarnos de los administradores que impiden que demos fruto.

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