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jueves, 27 de noviembre de 2008

Alegres en la Esperanza: I Domingo de Adviento - Ciclo B

Por Fernando Torres Pérez
Publicado por Ciudad Redonda

¡Ya estamos en Adviento! Comienza un nuevo ciclo litúrgico que nos permitirá contemplar maravillados los grandes y pequeños hechos de la vida de Jesús y de los primeros años de la Iglesia. Lo primero de todo es prepararnos para la celebración del nacimiento de Jesús. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Este domingo es como el gran portal que nos abre a un nuevo camino de fe. Las lecturas nos dan las claves para lanzarnos al camino.
En el Evangelio resuena por tres veces una llamada de atención del Señor: “vigilad”, “velad”, “velad”. No sabemos cuando será el momento pero el Señor está a punto de llegar. Jesús pone el ejemplo del amo de la casa que se va y los criados no saben cuando va a volver. Por eso conviene estar preparados, atentos, vigilantes. Para que no nos pille dormidos.

El que acoge, reconcilia y salva

Pero hay una cuestión importante a tener en cuenta. Por mucho que se empeñen algunos en hablar del juicio final y de identificar esa venida con el juicio y, por tanto, con la condenación, el Señor no viene como juez que condena y dicta sentencia de muerte. El Señor viene como señor de la vida, como el que acoge, reconcilia y salva. El Señor no viene a destruir sino a construir y recrear lo que nosotros mismos, a veces, hemos contribuido a destruir y condenar.
No puede ser de otra manera porque así es como nos habla Jesús de su Padre, de su Abbá. Los que esperan, esperamos, la llegada del Señor lo hacemos no con temor sino con la esperanza gozosa del que atisba ya el nacimiento del día definitivo, del que no tendrá más noche, ni más dolor ni más muerte.
Creer lo contrario es pensar muy mal de nuestro Dios. El Abbá no es el policía que vigila para ver si pilla al delincuente sino el padre amoroso que sale a la calle a buscar al hijo que no ha regresado a casa. Como dice la primera lectura, “tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano”. Y Dios no es el chiquillo que se empeña en destruir los juguetes con que juega. Dios no puede desear la destrucción de su propia obra, no quiere la muerte de sus hijos sino su vida.

Dios quiere nuestra vida

Dios es fiel, afirma san Pablo al final de la segunda lectura. Dios es fiel a sí mismo, ama la vida y su creación. Y este mundo, nuestro mundo, con todas sus luces y sombras, es su creación, la obra de sus manos. Dios está por completar su obra, por llevarla a plenitud, por regalarnos la vida total. Su venida no debe ser causa de temor sino de alegría y gozo. Su venida nos hace ya vivir con una actitud positiva.
Si, como dice el refrán, “Dios escribe recto con líneas torcidas” o, dicho en otras palabras, Dios lleva a este mundo y a cada persona hacia su salvación aunque a veces no entendamos cómo, ¿por qué nos empeñamos nosotros en ver su presencia como una amenaza? Decía san Antonio Mª Claret, gran misionero popular, que una gota de miel atrae más moscas que un barril de vinagre. Lo decía referido a cómo tenían que ser los predicadores para atraer a los alejados al Evangelio.

Esperamos la venida de nuestro salvador
No sólo se trata de una estrategia –hay que hablar mucho del amor de Dios para atraer a los malos, ya luego les hablaremos del juicio–. Es una manera de ser de Dios. Forma parte de nuestra fe estar convencidos de que nuestro Dios es amable, es padre, es salvador y no condenador. Vigilamos con la sonrisa en los labios porque esperamos la venida de nuestro salvador.
No sabemos cómo ni cuándo pero sabemos que viene. No conocemos su aspecto. Estamos seguros de que nos va a sorprender. Pero estamos convencidos de que va a ser una sorpresa agradable. Así comenzamos el Adviento. Así abrimos este tiempo de espera gozoso. Así empezamos un nuevo ciclo litúrgico. Con la fe y la confianza puesta en Dios, nuestro Salvador.

Fernando Torres Pérez

fernandotorresperez@earthlink.ne

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