Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Algunos, basándose en el relato evangélico de la curación de los diez leprosos, de los que solamente uno vuelve a dar gracias a Jesús, podrían deducir en un análisis del juicio global de la sociedad en que vivimos, que tan sólo el diez por ciento de las personas son agradecidas. No basta con tener talante interior de gratitud, sino que es preciso demostrarlo. ¡Qué importante es reconocer los beneficios que otro nos ha hecho, saber agradecer sus palabras y obras buenas!
En términos fríos de justicia, de servicios obligados, de mero cumplimiento del trabajo profesional, se corre el peligro de ver todo normal, como debido, como pago como obligación, como reivindicación. Muchas personas son autómatas y actúan por una insensibilidad despersonalizada. No hacen el más mínimo esfuerzo por ayudar al que lo precisa, si el asunto no está contemplado en el reglamento laboral o en el contrato firmado.
Saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro. Como 10 hizo la Virgen, cuya vida fue un prolongado "Magníficat". Sabido es que Dios no obra por obligación, sino por amor.
En este domingo (XXVIII del tiempo ordinario) conviene recordar que agradecer es sinónimo de alabar y bendecir. Tener capacidad de alabar es tener capacidad de admirar, de contemplar, de adorar, de olvidarse de si mismo. Es lo que hizo el leproso dando gloria a Dios. La alabanza engloba la acción de gracias. Lo repetimos sin damos cuenta, en el Gloria de la Misa: "Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor".
Una cosa importante para vivir en acción de gracias es tener memoria. Cuando se recuerda el estado anterior se analiza la situación actual mejorada, surge casi espontáneamente el agradecimiento. Memoria tuvo el leproso samaritano que volvió, porque no sólo miró su cuerpo limpio, sino sobre todo su corazón; los otros nueve solo miraron su cuerpo y no se acordaron de más.
Comprender la Palabra
"Yendo Jesús camino de Jerusalén" –Así comienza el Relato del Episodio Evangélico, que hoy escuchamos en la lectura del Evangelio. De vez en cuando el Evangelista San Lucas nos recuerda que estamos dentro de la gran sección del Relato Evangélico, en la que sitúa gran parte del Ministerio Mesiánico de Jesús. todo lo que Jesús hace, dice, le pasa, tiene sentido a la luz retrospectiva del Acontecimiento de la Pascua, que tendrá lugar en Jerusalén.
Así la Curación de los diez leprosos hemos de entenderla como signo-
anticipación de la Pascua, es decir, del Paso en Cristo de la enfermedad y de la marginación a la sanación radical y a la reunión de los hijos de Dios dispersos.
Hay un paralelismo entre el Milagro de la Curación de los diez leprosos y e1 de la Curación del general sirio Naamán; más aún, entre este, de quien escuchamos en la lª Lectura, y el Samaritano (extranjero), uno de los diez.
Naamán, después de oponer resistencia, obedece, hace lo que le manda el Profeta Eliseo: bañarse siete veces en el Jordán. Los Diez Leprosos también obedecen la orden del Señor: "Id a presentaros a los sacerdotes", para que comprueben la curación de la lepra.
Naamán, el Sirio, curado vuelve al Profeta Eliseo, proclamando: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel"; y "el samaritano, curado, se volvió, alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Esto mismo "echarse por tierra" ante el Dios de Israel, pretende Naamán, llevándose las tres cargas de tierra para esparcirla en su casa y sobre la tierra esparcida adorar al Dios (territorial) de Israel. Entiende Naamán que sólo así es posible adorar al Dios (propio, exclusivo) del territorio de Israel.
El momento culminante del Relato es -San Lucas lo pone de relieve-: la alabanza, la acción de gracias, del Samaritano curado, a quien Jesús otorga, con el don de la fe, la curación radical: "Vete, tu fe te ha salvado ".
Avelino Cayón
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Algunos, basándose en el relato evangélico de la curación de los diez leprosos, de los que solamente uno vuelve a dar gracias a Jesús, podrían deducir en un análisis del juicio global de la sociedad en que vivimos, que tan sólo el diez por ciento de las personas son agradecidas. No basta con tener talante interior de gratitud, sino que es preciso demostrarlo. ¡Qué importante es reconocer los beneficios que otro nos ha hecho, saber agradecer sus palabras y obras buenas!
En términos fríos de justicia, de servicios obligados, de mero cumplimiento del trabajo profesional, se corre el peligro de ver todo normal, como debido, como pago como obligación, como reivindicación. Muchas personas son autómatas y actúan por una insensibilidad despersonalizada. No hacen el más mínimo esfuerzo por ayudar al que lo precisa, si el asunto no está contemplado en el reglamento laboral o en el contrato firmado.
Saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro. Como 10 hizo la Virgen, cuya vida fue un prolongado "Magníficat". Sabido es que Dios no obra por obligación, sino por amor.
En este domingo (XXVIII del tiempo ordinario) conviene recordar que agradecer es sinónimo de alabar y bendecir. Tener capacidad de alabar es tener capacidad de admirar, de contemplar, de adorar, de olvidarse de si mismo. Es lo que hizo el leproso dando gloria a Dios. La alabanza engloba la acción de gracias. Lo repetimos sin damos cuenta, en el Gloria de la Misa: "Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor".
Una cosa importante para vivir en acción de gracias es tener memoria. Cuando se recuerda el estado anterior se analiza la situación actual mejorada, surge casi espontáneamente el agradecimiento. Memoria tuvo el leproso samaritano que volvió, porque no sólo miró su cuerpo limpio, sino sobre todo su corazón; los otros nueve solo miraron su cuerpo y no se acordaron de más.
Andrés Pardo
Comprender la Palabra
"Yendo Jesús camino de Jerusalén" –Así comienza el Relato del Episodio Evangélico, que hoy escuchamos en la lectura del Evangelio. De vez en cuando el Evangelista San Lucas nos recuerda que estamos dentro de la gran sección del Relato Evangélico, en la que sitúa gran parte del Ministerio Mesiánico de Jesús. todo lo que Jesús hace, dice, le pasa, tiene sentido a la luz retrospectiva del Acontecimiento de la Pascua, que tendrá lugar en Jerusalén.
Así la Curación de los diez leprosos hemos de entenderla como signo-
anticipación de la Pascua, es decir, del Paso en Cristo de la enfermedad y de la marginación a la sanación radical y a la reunión de los hijos de Dios dispersos.
Hay un paralelismo entre el Milagro de la Curación de los diez leprosos y e1 de la Curación del general sirio Naamán; más aún, entre este, de quien escuchamos en la lª Lectura, y el Samaritano (extranjero), uno de los diez.
Naamán, después de oponer resistencia, obedece, hace lo que le manda el Profeta Eliseo: bañarse siete veces en el Jordán. Los Diez Leprosos también obedecen la orden del Señor: "Id a presentaros a los sacerdotes", para que comprueben la curación de la lepra.
Naamán, el Sirio, curado vuelve al Profeta Eliseo, proclamando: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel"; y "el samaritano, curado, se volvió, alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Esto mismo "echarse por tierra" ante el Dios de Israel, pretende Naamán, llevándose las tres cargas de tierra para esparcirla en su casa y sobre la tierra esparcida adorar al Dios (territorial) de Israel. Entiende Naamán que sólo así es posible adorar al Dios (propio, exclusivo) del territorio de Israel.
El momento culminante del Relato es -San Lucas lo pone de relieve-: la alabanza, la acción de gracias, del Samaritano curado, a quien Jesús otorga, con el don de la fe, la curación radical: "Vete, tu fe te ha salvado ".
Avelino Cayón
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