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martes, 11 de noviembre de 2008

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: TALENTOS PARA LA PAZ (Mt 25,14-30)

Publicado por Fundación Epsilón

Pandora fue la primera mujer. Cuenta la mitología griega que Zeus, tras haber sido engañado por Prometeo, decidió vengarse de la raza humana. Para ello trazó un maquiavélico plan: "Encargó a su hijo Hefesto que modelara con barro una bella figura de mujer. Atenea la vistió, las tres Gracias la engalanaron de joyas, las Horas la cubrieron de flores, Afrodita le dio su belleza. Por último, Hermes le confirió la maldad y la falta de inteligencia. Realizada la obra, Zeus animó la figura y la envió como regalo a Prometeo". Negativa imagen de la mujer transmitida por la mitología griega.

Se asemeja nuestro mundo -es mi impresión- a esta mujer. Los humanos lo tenemos todo, pero parece que, al igual que Pandora, andamos sobrados de maldad y faltos de talento y sensatez.

El mundo que, por etimología, significa limpio, se ha vuelto turbio. La fraterna humanidad, salida de manos de Dios, está dividida en bloques antagónicos; pacificadora de vocación, se ha armado hasta los dientes: su arsenal de guerra es ya suficiente para autodestruirse por dos o tres veces; los presupuestos militares, con planes de defensa y ataque a posibles enemigos reales, desbordan con creces las inversiones en paz y desarrollo; los magnates del poder político hablan de guerra nuclear limitada; la refinada y sádica bomba de neutrones amenaza con acabar con la vida, respetando -¡qué horror!- lo inanimado e inerme. En un instante, la historia de siglos, la virtud de la humanidad nacida de sudores, sus esfuerzos y conquistas pueden llegar a su término. Parece como si, de pronto, todos nos hubiéramos vuelto locos, llegando al extremo de elogiar la locura como ideal humano de vida.

Al escribir esto, me acuerdo de la parábola de los talentos. "Un hombre, que se iba de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, según sus capacidades; luego se marchó". En cualquier caso, una inmensa fortuna. (El talento era la más alta moneda griega de cuenta, correspondiente a un peso de plata que variaba, según las apreciaciones, de 26 a 41 Kgs. y valía 6.000 denarios, el sueldo de dieciséis años de trabajo de un jornalero agrícola). "Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a saldar cuentas con ellos". Los dos primeros, negociando, habían duplicado el capital: el tercero, receloso de su señor, enterró el talento y se lo devolvió íntegro. El señor, indignado por su actitud negligente y cobarde, ordenó: "Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez".

Entre nosotros -me atrevo a diagnosticar no sólo sucede esto último, sino algo más y peor de lo que cuenta la parábola. Hay, sin duda, quien ante la situación belicista de las grandes potencias se cruza de brazos, enterrando el talento que Dios le da: ¿Qué puede hacer un ciudadano de a pie para detener la horrible carrera de armamentos? -dicen. Pero hay -y esto es mucho más grave- quienes negocian con sus talentos de mala manera: invirtiéndolos para la guerra y la destrucción y no para la paz y la distensión; esto es aún más terrible que enterrarlos. Si es deplorable la inactividad de quien, ante este estado de cosas, se cruza de brazos, mucho peor es la mala inversión de quienes fomentan, alientan, admiran o aplauden la beligerancia; con su actitud pueden hacernos perder incluso todo lo que la humanidad -a base de sudor de siglos- ha conseguido.

Para quienes actúan así vale también la sentencia evangélica: "Y a ese empleado, inútil, echadlo fuera a las tinieblas, allí será el llanto y el apretar de dientes".

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