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martes, 18 de noviembre de 2008

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: "El Rey dirá: a mí me lo hicisteis" (Mt 25,31-46)

Por Felipe Bacarreza Rodríguez
Jesucristo, Rey del Universo - 23 de noviembre de 2008

La primera venida del Hijo de Dios a este mundo fue en la humildad de nuestra condición humana. Pero no sólo eso, sino que vino como el más humilde de los hombres: "No tenía apariencia ni presencia, no tenía aspecto que pudieramos estimar, despreciable y deshecho de hombres" (Is 53,2-3). El se despojó de su condición divina y asumió la condición de esclavo. La expresión "Hijo del hombre" la usó Jesucristo para hablar de sí mismo, pero destacando su condición humana. El se rebajó hasta el aspecto más vil y degradado de esta condición, hasta la muerte en cruz. La fe consiste en reconocer en El a nuestro Dios y Señor, no obstante su estado de despojamiento.

La segunda venida de Jesús será también en su condición humana (la naturaleza humana la asumió y ya no la abandona más), pero entonces se revelará su gloria. Entonces los que lo despreciaron enmudecerán sobrecogidos. Al mismo que fue juzgado por ellos y que siendo acusado injustamente no abría la boca, lo verán sentado en el trono como juez universal: "delante de él serán congregadas todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos". Así comienza la parábola del juicio final que leemos en este domingo de Cristo Rey: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria". Es la representación gráfica del acto final de la historia. El domingo de Cristo Rey es también el último del año litúrgico.

Esta presentación del juicio final es brillante. Jesús nos quiere enseñar dos cosas: que el punto discriminante será el amor a él; pero también que el único modo de expresar este amor, su único signo de autenticidad, es la práctica de las obras de misericordia hacia el prójimo, en particular hacia los más pequeños. A los de su derecha dirá: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme". Es la lista de las obras de misericordia corporales. En cambio, a los de la izquierda dirá: "Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber...".

La diferencia entre una situación y la otra es total: unos son llamados "benditos de mi Padre" y los otros, "malditos"; unos poseen el Reino y los otros van al fuego eterno. Esta es precisamente la conclusión de toda la parábola: "Irán éstos a un castigo eterno y los justos a una vida eterna". Pero a unos y otros les asalta la duda: "Señor ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel?" La respuesta del Rey expresa el núcleo de la parábola: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos mios más pequeños, a mí me lo hicisteis... cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo".

En muchas ocasiones enseñó Jesús su identificación con los más pequeños. Aquí los llama "sus hermanos más pequeños" y asegura que el bien o el mal hecho a cualquiera de ellos es hecho a Cristo mismo. Cuando nos veamos en el juicio final y recibamos la sentencia, no podremos sacar la excusa: "¿Cuándo te vi en necesidad? Si te hubiera visto necesitado, te habría asistido". Sabemos que no es verdad. Si no servimos a sus hermanos más pequeños ahora, estaremos en la misma situación que los contemporáneos de Jesús, que lo rechazaron a él. Hoy día también resuenan las palabras irónicas con que Pilato define a Jesús. Ante un hombre condenado injustamente, azotado, sangrando y coronado de espinas, Pilato dice a los judíos: "He ahí vuestro Rey". Lo dice en burla, pero ¡era verdad! Ellos gritaron: "No tenemos más rey que el César" (Jn 19,14-15). Es el acto más servil de la historia. Los mismos que en el culto oraban: "Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo. Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre toda la tierra... Reina Dios sobre las naciones, Dios sentado en su trono sagrado" (Sal 47,2.9); esos mismos, dicen ahora: "No tenemos más rey que el César". Equivale a decir: "El es nuestro único dios".

Si queremos servir hoy a Cristo como Rey, él mismo nos indica a los hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos y encarcelados y nos dice: "He ahí vuestro Rey". Lo dice en serio y no irónicamente, y agrega: "El bien que hacéis a ellos a mí me lo hacéis". Muchos viven indiferentes ante las necesidades del prójimo, como si gritaran: "No tenemos más rey que el poder, el dinero, el placer, el propio capricho". San Pablo es todavía más severo en decir: "Muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo dios es el vientre,... que no piensan más que en las cosas de la tierra" (Fil 3,18-19).

Las palabras de Cristo: "A mí me lo hicisteis", hay que tomarlas literalmente, porque esa es su intención. Así las han tomado muchos santos que se han distinguido por sus obras de caridad con los pobres, los ancianos y necesitados. El Padre Hurtado fundó su obra dandole el significativo nombre de "Hogar de Cristo". En realidad, ese Hogar acoge a los pobres, los niños abandonados, los ancianos, los que carecen de hogar. Pero tenía razón en llamarlo Hogar de Cristo. El mismo Cristo dice: "A mí me acoge, yo vivo en ese hogar, lo que hace con uno de estos pequeños hermanos mios conmigo lo hace". El Padre Hurtado reconocía en cada uno de ellos "su Señor y Patrón". Por eso, él ha sido llamado por Cristo "bendito de mi Padre" y ha sido invitado a poseer el Reino.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

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