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viernes, 14 de noviembre de 2008

Evangelio Misionero del Día: Domingo 16 de Noviembre de 2008

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 14-30

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos; pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presento otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel; y que respondiste fielmente en lo poco, te encargare de mucho mas: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes».

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia, misionero claretiano

El domingo pasado, si lo recordamos bien, Jesús nos advertía que debemos estar preparados para cuando Él viniera, y nos lo avisaba con la parábola encantadora de las diez muchachas. ¡Al tanto!..., nos venía a decir.
Hoy da un paso más, y con otra parábola más seria nos dice cómo debe ser nuestra preparación. ¿Debemos esperarlo pasivamente? ¿O nos quiere metidos en una actividad incansable?... Como eso de talentos no lo entendemos hoy como unidad monetaria, hablemos de dólares...
Pues, bien. Aquel señor rico iba a emprender un viaje muy largo, tardaría mucho en regresar, y no quiso que su dinero estuviera inactivo. Llama por lo mismo a sus criados y, mirando la capacidad de cada uno, les encomienda a cada uno una cantidad determinada. A uno le confía cien mil dólares, a otro cincuenta mil, y a un tercero le entrega solamente mil.
- Tomadlos, y hacedlos producir.
El dueño se marcha lejos. Y los empleados empezaron a negociar con la cantidad que habían recibido. El de los cien mil dólares era un tipo muy espabilado, trabajó duro, y ganó otros cien mil. El de los cincuenta hizo lo mismo y dobló la cantidad. Pero el tercero, el de los mil, prefirió no complicarse la vida, cerró el dinero en una caja segura, la escondió en tierra, y se quedó tan tranquilo...
Al cabo de mucho tiempo regresa el dueño y llama a los empleados. El primero, con legítimo orgullo, le dice al patrón:
- Cien mil dólares me confiaste. He trabajado fuerte, y aquí tienes otros cien mil más que he ganado.
El dueño sonríe, y le premia:
- ¡Bien, empleado bueno y fiel! Ya que has sido fiel y diligente en lo poco, te daré autoridad sobre mucho. ¡Entra en la fiesta de tu señor!
Se presenta el de los cincuenta mil, y lo mismo que el primero:
- Señor, cincuenta mil dólares me confiaste. He negociado con ellos, y aquí tienes otros cincuenta mil.
- ¡Muy bien, por ti también! Fiel en lo poco, te voy a confiar mucho. ¡Entra también en mi fiesta!
Se acerca el tercero, y le habla con prudente descaro:
- Señor, yo sé que eres riguroso y que quieres cosechar donde no has sembrado. Tuve miedo de perder tus mil dólares, los escondí en tierra, y aquí tienes lo tuyo.
El dueño monta en cólera:
- ¡Criado perezoso, por tu propia boca te condeno! Si sabías que era riguroso, ¿por qué no metiste los mil dólares en el banco, y al regresar los hubiera recobrado al menos con los intereses?
Entonces encarga a los criados asistentes:
- Quitadle los mil y dádselos al que tiene cien mil, porque a aquel que tiene se le dará y abundará, y al que tiene poco se le quitará hasta lo poco que tiene.
Y vino la sentencia peor:
- Y a este siervo inútil atadlo de pies y manos y metedlo en la cárcel oscura.
Allí será el llorar y el rechinar de dientes...
La parábola narrada por Jesús es dura, ciertamente. Y la lección es tremenda. ¿Somos diligentes todos los hijos de la Iglesia con la gracia que hemos recibido de Dios en nuestro Bautismo?
No se trata de esperar la vuelta de Jesucristo al final de los tiempos (y cada uno en el día de su muerte) de una manera pasiva, atontada, sin hacer nada, sino de poner toda la diligencia en hacer rendir el capital que el Señor nos ha confiado.
Hoy el mundo espera mucho del cristiano. Porque nos presentamos como los portadores de la salvación de Jesucristo y que nosotros hemos de llevar a todos los hombres.
No podemos tener escondido el don de Dios. Hay que hacerlo producir.
Católico que no trabaja por mejorar el mundo traiciona a Jesucristo. No todos tenemos ni la misma capacidad ni las mismas oportunidades. Pero todos podemos hacer algo y mucho, cada uno en su ambiente, en su entorno y con los medios a su disposición.
Lo mismo cabe decir en el plan de la santificación propia y personal de cada uno.
La gracia de Bautismo se metió en nuestro ser como una semilla. ¿Trabajamos fuerte de tal manera fuerte que llegue a convertirse en árbol frondoso?...
En el Bautismo nacimos como hijos de Dios, como miembros de Cristo y como templos en construcción del Espíritu Santo. Nos preguntamos ahora sobre estas realidades expresadas por San Pablo:
¿Desarrollamos en nosotros la vida del infante, o se queda éste en un eterno bebé?
¿Llega Cristo en nosotros a su perfección plena, o se queda enano?
¿Se termina la construcción del templo, o no pasa de los cimientos?...
El trabajo de cada día, la oración, los Sacramentos, la fidelidad a los deberes propios, la ilusión por la virtud, son el riego fecundo y el alimento fuerte con los que se desarrolla hasta consumarse la vida divina que Dios metió en nuestro ser. Es cuestión de no tener inactivos los dones de Dios. Es cuestión de poner esfuerzo cada día. si se trata de la vida divina, el cristiano está en actividad constante.
Señor Jesucristo, ¿cómo me encontrarás cuando Tú vuelvas? ¿Con las manos llenas o con las manos vacías?... Espero darte la sorpresa de haber multiplicado por muchos miles todos tus tesoros...

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