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jueves, 4 de diciembre de 2008

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: Testigos de la luz.

II DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B
Por P. José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.


TEMAS Y CONTEXTOS

EL TEXTO DE ISAÍAS
Los capítulos 40 - 56 de la "profecía de Isaías" se escriben hacia el año 550, durante el destierro en Babilonia. El ansiado regreso a La Tierra se concibe como un nuevo Éxodo, de la esclavitud a la Patria. Su lenguaje está lleno de símbolos, especialmente referentes al "encuentro con el Señor que viene". Es una de las partes del Antiguo Testamento más citadas en el Nuevo.
Su teología, en este texto, es clara: El Señor ha castigado a su pueblo por sus pecados, pero ahora viene como libertador. Frente a la caducidad de toda vida humana, la fidelidad del Señor es para siempre. El Señor se presenta ya como Pastor y Libertador del pueblo.
Sus imágenes y sus palabras son aplicadas en el NT. especialmente a Juan Bautista: "Preparad el camino al Señor". Se usa como imagen la preparación de un gran calzada regia, allanando montes y rellenando valles, para el acceso del Gran Rey. Esta imagen es tomada por Juan Bautista para darle el sentido espiritual: preparad el camino, es decid, convertíos, cambiad vuestros corazones, volveos a Dios.

LA CARTA DE PEDRO
Los estudiosos de estos temas fechan esta carta a finales del siglo I o principios del II.
Algunos piensan que es el último escrito del NT. Perteneciente sin duda al "círculo de Pedro", fue escrita por alguno de sus discípulos, con fuertes dependencias de escritos de Pablo y de la carta de Judas.
El capítulo tercero afronta el tema de "el retraso de la Parusía", es decir, de la venida de Cristo y el Juicio Final, en cuya inminencia creían fuertemente las primeras comunidades cristianas. Es un tema que nos hace reflexionar seriamente sobre el término "Palabra de Dios". Es evidente que esta creencia se daba en las primeras comunidades cristianas, y que aparece en los escritos del Nuevo Testamento, incluso puesta en boca de Jesús. Que Jesús lo dijera o que lo pusieran en sus labios los escritores es tema en que no podemos entrar ahora. Pero sí debemos reflexionar en el hecho de que en la Biblia entera, AT y NT, aparecen muchas creencias y expresiones propias de la cultura y de la interpretación que cada época y autor ha hecho de la Palabra. En este sentido, y para no alargarnos en este tema marginal, señalemos que a veces exageramos el sentido de "Palabra de Dios". Sería mejor decir que en la Biblia encontramos "mucha Palabra de Dios", para no dar carácter de Palabra de Dios a tantas expresiones, creencias, mandamientos, que no son más que muestras de la cultura o la manera de pensar de la época.
Sin embargo, no sería correcto detenernos en este aspecto, secundario, omitiendo el mensaje principal: llega el día del Señor, llega "el día", comparado con el cual esto es la noche. Nosotros esperamos unos cielos y una tierra nuevos, vamos camino de una realidad sin sombras, una creación libre del pecado y de la muerte, libre de lo transitorio. Es decir, el mismo mensaje del Éxodo y de Isaías: vamos caminando hacia la Patria. Son textos para hacer un acto de fe en Dios como final feliz, y a la vez, textos de urgencia de hacer posible ese final feliz, que no será obra solamente del Señor que viene, sino de nosotros que salgamos a su encuentro.

EL EVANGELIO DE MARCOS
Es el comienzo del segundo evangelio. Marcos, como el cuarto evangelio, omite todo lo referente a la infancia, y comienza el evangelio por la Predicación del Bautista en el Jordán. (Juan antepone su prólogo sobre la Palabra hecha Carne). Citando a los profetas, entre ellos el mismo texto de Isaías que vemos en la primera lectura, se presenta a Juan como heraldo de Jesús. Jesús se presenta por tanto como "El Señor que viene", y se subraya la necesidad de prepararle el camino. El cuarto evangelio prepara ese camino por medio de la conversión, el arrepentimiento y confesión pública de los pecados, y el rito del bautismo como expresión de esa preparación. Pero todo eso sirve de preparación para recibir a Jesús, que es mucho mayor que Juan, es la presencia en el mundo del Reino, de "El Espíritu".


R E F L E X I Ó N

Isaías y Juan bautista son los dos heraldos del Salvador. Isaías anuncia la restauración del pueblo. Juan Bautista anuncia la restauración definitiva, la presencia de Jesús, Dios-con-nosotros-Salvador.
Es el principio de todo el anuncio evangélico: el Reino de Dios está en medio de vosotros, volveos, cambiad. La religión es un encuentro: el hombre camina hacia Dios, Dios camina hacia el hombre. Dios es el Salvador, la voluntad de Dios es salvar, Él es fiel y cumple su parte. Se trata de que nosotros cumplamos la nuestra, nos volvamos a Él. Este es el contexto y el sentido de "abandonad los ídolos", "salid al encuentro de Dios que viene", "vigilad", "la Promesa", que Dios cumple siempre, "la Alianza" que Dios ofrece y nosotros podemos aceptar o no aceptar.
Esta es la función de "los profetas", las personas que "Dios suscita" entre su pueblo para que el pueblo se vuelva a Dios. Dios siempre está invitando a la salvación. Volverse a ese Dios que siempre está es convertirse, darse la vuelta hacia Él. Los profetas incitan constantemente al pueblo a volverse hacia Dios. Y ésta es una vocación propia de todo cristiano: profeta, sacerdote y rey. Profeta, que hace presente en el mundo la palabra; sacerdote, que ofrece su propia vida como ofrenda al Señor; rey, instalado en el reino, liberado de toda esclavitud.
Este aspecto de la predicación del Bautista es un modelo magnífico de la vida cristiana. Y es espléndidamente definido por Juan el Evangelista: “Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino un testigo de la luz"
…que puede ser un perfecto resumen de nuestra vida cristiana. Nuestro testimonio de Jesús consiste en que se vea en nosotros la luz de Jesús. Esta luz se ve incluso en nosotros pecadores, porque no anunciamos al mundo nuestra luz, sino la luz de Jesús que cambia nuestra vida y hace a la gente preguntarse por qué. Así, nuestro anuncio profético, nuestro testimonio de Jesús, no son preferentemente nuestras palabras, sino nuestro modo de vivir, nuestra jerarquía de valores, nuestro modo de estar en el mundo. Esta idea se expresa perfectamente en el Sermón del Monte (Mateo 5, 16):
"Que brille vuestra luz ante los hombres de modo que al ver vuestras buenas obras reconozcan a vuestro Padre de los cielos"
Así, cada uno de nosotros ha asumido la vocación de ser para los demás "el testigo de la luz": la dinámica interna de nuestra conversión, el motivo de nuestro esfuerzo por salir del pecado es, sobre todo, la necesidad de no entorpecer la visibilidad de Dios. Dios ha de ser visible en nuestra conversión, y es ése el motor más íntimo de nuestra liberación del pecado. Otros motivos para salir del pecado ( el miedo al castigo, el deseo de perfección propia...) son válidos (si es que son válidos) "después" de éste. El encuentro con Dios es aceptar al Señor que viene a salvar, a salvar a todos, a salvar todo.


PARA NUESTRA ORACIÓN

El Adviento remueve en nosotros algunos elementos básicos de nuestra postura religiosa, de nuestra condición de creyentes. Nuestro descubrimiento de Dios se ha dado por medio de otras personas que han sido para nosotros "testigos de la luz".
Nuestra conversión no ha sido simplemente un proceso de autoconvencimiento, sino responder a una llamada, descubrir que Él está ahí, invitando, dispuesto, ofrecido.
Nuestra vida cristiana es allanar el terreno, porque Él viene si yo le hago sitio. Y, a partir de eso, nuestra condición cristiana es ante todo de heraldo, de testigo del Señor, porque esa es la misión: aceptar la misión es vivir para que el mundo crea.
Y todo esto, en el contexto de absoluta alegría en que nos introduce la profecía de Isaías. Jesús es el reino, su mensaje es "La Gran Noticia"; descubrimos el Reino, una manera de vivir mucho más satisfactoria, un tesoro que vale más que cualquier otra cosa. Descubrimos sobre todo cómo es Dios para nosotros, y abandonando los ídolos del Juez Altísimo Justiciero y sus semejantes, aceptamos a Dios Luz y Pan para el camino, Agua de vida y fecundidad, médico, pastor y padre. Y con ese Dios se puede vivir mejor, encontrar sentido a todos los rincones de la vida, incluso los más oscuros. Entrar en el Reino, aceptar el Dios de Jesús y la vida como misión de hacerlo visible, es una inmensa alegría: y ése será el mensaje básico de la Navidad:
“Os anuncio una gran alegría para todo el pueblo: os ha nacido un Libertador.”
En este sentido se incluye un significado profundo de los Sacramentos: encuentros con Dios. Él ha querido hacerse presente en esos signos; nosotros vamos a encontrarle en esos signos. Estas dos vertientes del Sacramento lo hacen válido: si falta una de ellas, no hay encuentro. El signo por sí sólo no es válido: no se trata de magia, de poderes, sino de encuentro entre personas. Mi búsqueda se ve coronada por el encuentro cuando descubro por la fe, por la Palabra misma de Dios en la iglesia, que Dios me sale al encuentro ahí.
El Sacramento del Bautismo es el Primer Encuentro. La primera reconciliación: salimos de la vieja vida mediocre para ir a una vida nueva más satisfactoria. Y se simboliza en el agua, la limpieza, la fecundidad, la salida a una nueva manera de vivir: éste es el Primer encuentro con la Salvación, la celebración de la Alianza, del encuentro con Dios Libertador. Y, más visiblemente aún: en el Bautismo nos encontramos con la iglesia, con la comunidad de los que siguen a Jesús: en ella somos recibidos, en ella palpamos la presencia del Reino; la iglesia es nuestro primer encuentro, y ese encuentro con la iglesia nos hace visible a Dios.
El Sacramento de la Reconciliación es el encuentro desde la condición de pecador de todo caminante. Una vez más, podemos escuchar con gozo que el pecado tiene remedio, que Dios libera siempre. El primer paso hacia la libertad es darse cuenta de que somos prisioneros del pecado. Es el Sacramento de la Liberación, Dios se hace presente como fiel libertador: siempre que nos volvemos a El lo encontramos con los brazos abiertos, siempre que vamos a esta fuente está lista para que bebamos....
No pocas veces olvidamos un componente esencial en los sacramentos, muy especialmente en el Bautismo y la Eucaristía: nuestro compromiso con Dios. Por el Bautismo nos incorporamos al mismo compromiso de Jesús: “¿podéis ser bautizados con el mismo bautismo con que yo he de ser bautizado?” pregunta Jesús a los Zebedeos. Y está hablando de la cruz, la cumbre de su total entrega. En la Eucaristía nos alimentamos de Él, de su mismo Espíritu, comulgamos con Él, entregamos nuestra vida a su obra, el Reino.
Esta dimensión de los sacramentos es la que os hace “santos”, es decir, “consagrados”. Por eso es la Iglesia Santa, no porque no sea pecadora sino porque está consagrada al Reino. Hoy es un buen día para renovar nuestra entrega, hacernos conscientes de esa consagración que hicimos – aún no conscientemente – en nuestro Bautismo, y que renovamos cada domingo en la Eucaristía.


RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS DEL BAUTISMO

Por la encarnación, la vida, muerte y resurrección de Jesús, estamos unidos a Él, como las ramas al árbol, como los miembros a la cabeza. Por tanto, esperando la celebración de la Navidad, renovamos hoy las Promesas de nuestro Bautismo, para declarar ante Dios nuestra fe en El como nuestro libertador, nuestra esperanza en que se cumplirá su voluntad de salvar, nuestro deseo de caminar siempre a su encuentro y de vivir para construir el Reino. Así pues:
- ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?
- Sí, renunciamos
- ¿Renunciáis a las seducciones y engaños del mal, para buscar en vuestra vida la verdad de Dios?
- Sí renunciamos
- ¿Creéis en Dios Padre Todopoderoso, Creador de Cielo y Tierra, libertador del pecado y del mal?
- Sí, creemos
- ¿Creéis en Jesús, el hombre lleno del Espíritu, que se entregó hasta la muerte y está a la diestra del Padre?
- Sí, creemos
- ¿Creéis en el Espíritu Santo, en nosotros Iglesia, el perdón de los pecados y la vida eterna?
- Sí, creemos
Que Dios Todopoderoso, libertador del pecado, Padre que trabaja por la salvación de todos, os conceda el conocimiento, el perdón y la esperanza, y os conduzca en el camino de la vida hasta su presencia en la Vida Eterna. Por Jesucristo Nuestro Señor.
- Amén.

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