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martes, 20 de enero de 2009

25 de Enero: Conversión de San Pablo: DEJAR A DIOS SER DIOS, ESO ES CONVERTIRSE


1.- La palabra “conversión”, en su sentido original, significar girar, cambiar de actitud, volverse hacia otro lado. Casi siempre estamos pendientes de nosotros mismos, lo primero es nuestra salud, nuestro dinero, nuestra familia; lo demás, y los demás, Dios mismo, nos interesan en tanto en cuanto pueden contribuir a nuestro bienestar, físico o espiritual. Queremos que todo ocurra de acuerdo con nuestras razones, con nuestros sentimientos, con nuestras creencias. Pues bien, convertirse es cambiar de actitud, volvernos hacia Dios, permitir a Dios ser el señor de nuestras vidas, es decir, de nuestras razones, de nuestros sentimientos, de nuestras apetencias; dejar que Dios ejerza de Dios, subordinar nuestra voluntad a la suya. Somos siervos del Señor, el Señor es el que manda en nuestra vida, nuestra tarea es escuchar y obedecer a la palabra, a la voluntad de nuestro Dios y Señor. La conversión nunca es un acontecimiento puntual e improvisado, aunque a veces así nos lo parezca. La conversión es un proceso, primero es rumor lejano, manantial que va formándose casi imperceptiblemente en nuestro interior. Al final estalla, ya no nos cabe dentro y grita y se proyecta al exterior. Entonces decimos que nos hemos convertido. Pero Dios nos ha estado llamando todos los días, aunque nosotros creamos haber oído únicamente el último grito y la llamada final. Toda la vida es un proceso de conversión.

2.- Hoy celebramos la conversión de San Pablo. San Pablo fue siempre una buena persona, porque siempre actuó, con radicalidad, de acuerdo a sus creencias y a sus razones. A él le habían enseñado que la Ley de Moisés salvaba, que el cumplimiento de la Ley era el único camino para encontrarse con Dios. San Pablo creía que todo el que dijera y enseñara otra cosa era un blasfemo, un enemigo de Dios, alguien que merecía ser destruido. Por eso, él pensaba que san Esteban había sido apedreado justamente, porque se había atrevido a decir que la fe en Jesús, el Salvador, era superior a la Ley de Moisés. Pablo no había tenido inconveniente en ser colaborador en el asesinato de Esteban. Pero la sangre del protomártir Esteban había regado el alma de Pablo y le había predispuesto a escuchar la voz del elegido de Dios, del Jesús de Nazaret al que él perseguía. Y se cayó del caballo y se convirtió y, arrodillado ante el Nazareno, se atrevió a preguntarle: ¿Qué quieres que haga? A partir de ese momento Pablo dejó a Dios ser Dios y él se convirtió en su siervo, en su seguidor, en el fundador de muchas comunidades cristianas, en el apóstol de las gentes.

3.- A Jonás también le costó mucho dejar a Dios actuar como Dios. Jonás no estaba de acuerdo con Yahvé, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, por eso, quería huir a Tarsis, se negaba a predicar a los habitantes de Nínive, porque sabía que, si se arrepentían, Yahvé los iba a perdonar. Nínive, pensaba Jonás, es una ciudad rebelde y pecadora que merece ser destruida. Pero Dios le metió dentro del vientre de la ballena y Jonás vio allí la luz y comprendió que Yahvé era el verdadero Señor y que él, Jonás, sólo era su siervo. Y, a partir de ese momento Jonás dejó que Dios fuera Dios y él se limitó a cumplir la voluntad de su Señor. Jonás se convirtió a Dios y los ninivitas se convirtieron por las palabras de Jonás y Yahvé se arrepintió y los personó.

4.- También los primeros discípulos, Andrés y Pedro, Juan y Santiago, se convirtieron al Señor. Estos parece que lo hicieron sin especiales traumas, les fascinó desde el primer momento la voz y la presencia de Jesús de Nazaret. Eran judíos observantes de la Ley de Moisés, pescadores que se ganaban la vida echando el copo en el lago. Jesús les dijo que quería hacerles pescadores de hombres y ellos obedecieron de inmediato y, dejando las redes, le siguieron. No se convirtieron de una vida pecadora a una vida santa, se convirtieron del cumplimiento de la Ley de Moisés al seguimiento de Jesús de Nazaret, del Mesías prometido en las Escrituras. Yo creo que la mayor parte de nosotros, los que nos movemos por esta casa de Betania, ya estamos mentalmente convertidos a Jesús de Nazaret. Lo importante es que nos convenzamos que la conversión debe ser siempre un proceso ascendente, que sólo termina en el último momento de nuestra vida, cuando nos encontremos definitivamente con el Señor que nos llama.

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