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viernes, 16 de enero de 2009

CON EL PUEBLO - II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B: (Jn 1,35-42)

Publicado por Fundación Epsilón

Siempre me ha sorprendido aquella escena del Evangelio de Juan en la que dos discípulos del Bautista abandonan a su maestro para seguir a Jesús. Y mucho más todavía el diálogo que entablaron con él: "Viendo Jesús que lo seguían se volvió para preguntarles:

¿Qué buscáis? Ellos contestaron: Rabí (que significa "Maestro") ¿dónde vives? Jesús les dijo: Venid y lo veréis. Lo acompañaron, vieron dónde vivía y se quedaron aquel mismo día a vivir con él; era alrededor de la hora décima" -las cuatro de la tarde-.

Este diálogo tuvo lugar dos horas antes de terminar el día, que se computaba de sol a sol. Con Jesús amanecería para ellos un nuevo día en que verían la gestación de un mundo nuevo.

Al leer este párrafo del Evangelio, uno se queda con la curiosidad de saber exactamente "dónde vivía Jesús", en qué ambiente se desenvolvía su cotidiano quehacer. Y no es difícil satisfacer la curiosidad si espigamos pacientemente las páginas del relato evangélico. Veámoslo.

Por supuesto que Jesús no vivía -tampoco Juan Bautista- en un palacio. Esta no es morada de profetas, ni desde tan alto se puede contemplar la vida (Le 7,24-26). Ni siquiera tenía casa en propiedad:

"Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Le 9,58).

No habitaba el Maestro nazareno junto al capital, pues no tenía dinero, que nos conste; en sus correrías apostólicas "lo acompañaban los doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades... que le ayudaban con sus bienes" (Le 8,2-3). Por lo demás no toleraba que en la casa de su Padre -el templo- sonara el ruido de la calderilla: en una ocasión "entró en el templo...desparramó las monedas y volcó las mesas de los cambistas (Jn 2,13); mal parados acabaron aquellos banqueros y sus oficinas de cambio. Con anterioridad había formulado un principio tajante e indiscutible: "No se puede servir a Dios y al dinero" -hoy diría "capital"(Mt 6,24).

No estuvo su vida del lado de los poderosos del mundo político romano, dictadores sin reserva; poco afecto mostraba hacia ellos: "Id y decidle a esa zorra...(Le 13,22)"; así trató a Herodes que, según los fariseos, andaba buscándolo para matarlo. La zorra era sinónimo de animal insignificante. "No les tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero después no pueden hacer más", decía (Le 12,4).

No tenía su casa entre los fariseos, escribas o sumos sacerdotes (seglares piadosos, teólogos o juristas y altas jerarquías del clero). Para ellos tuvo palabras de las más duras y condenas de las más crudas; baste un botón de muestra: :¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y de podredumbre" (Mt 24,27).

Jesús moraba con el pueblo sencillo y oprimido, aquella muchedumbre de enfermos, tullidos, endemoniados, locos, pecadores, prostitutas, ladrones, descreídos, galileos...

Ahí vivía Jesús y con él decidieron quedarse a vivir los dos primeros discípulos y otros que se sumaron después al grupo.

Y nosotros, los seguidores de Jesús, pueblo cristiano y jerarquía, ¿dónde vivimos?

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