La Fiesta de la Epifanía del domingo pasado nos hacía celebrar tres acontecimientos; eso queda claramente afirmado en el oficio litúrgico de aquel día: Jesús se manifiesta a los paganos, Jesús es bautizado en el Jordán, y el milagro de Jesús en Cana. El bautismo de Jesús, que celebramos hoy, nos estaba ya anunciado.Juan bautizaba en el Jordán. Juan es un profeta fuera de serie, notable por su vestido, su alimentación, sus palabras, más bien fuertes, recordadas por el evangelista. En este texto San Marcos no lo muestra demasiado virulento: Juan anuncia sólo la venida de un personaje mucho más grande que él. Personaje que no “bautizará sólo con agua, sino con el Espíritu Santo”.
El bautismo de Jesús expresa claramente la presencia del Dios-Trinidad, el Espíritu Santo aparece en forma de una paloma, y la voz del Padre se hace oír: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. Se podría decir que Jesús llega al bautismo como uno cualquiera, un hombre corriente, como los demás judíos que se acercan a Juan el Bautista. Pero cuando sale del agua, es un hombre nuevo, es “el Hijo muy amado”, y eso será el comienzo de su misión, después de la victoriosa prueba de la tentación en el desierto.
Jesús no necesitaba recibir el bautismo de Juan, bautismo de penitencia que invitaba a la gente a cambiar su modo de vivir, a convertirse, a hacerse hombres nuevos. Juan nos avisa que Jesús bautizará con el Espíritu Santo. Hemos recibido este bautismo cuando nos hemos hecho cristianos. Si el bautismo de Jesús inaugura su misión de predicación y curación, nuestro bautismo es realmente el comienzo de nuestra vida cristiana.
Los varios bautismos que tenemos la ocasión de presenciar en nuestras parroquias, tanto para niños como adultos, son en cada ocasión, oportunidades para volver a situarnos ante nuestro propio bautismo. Hemos sido sumergidos (simbólicamente) en el agua que destruye nuestro pecado, nos hemos comprometido a luchar contra el mal y a vivir como creyentes, en la luz del Espíritu, como personas renovadas, miembros de la Iglesia de Cristo.
¿Sabremos a lo largo de este año nuevo, vivir y comportarnos como hijos e hijas de Dios, salidos del Bautismo para una vida nueva?
Reflexión
Jesús vivió treinta años en Nazaret. Si tenemos en cuenta la media de edad de aquella gente, cuando fue al jordán era un hombre ya mayor que no había formado una familia.
Pensar que Jesús tomó conciencia de su misión en el jordán y que hasta entonces se había limitado a ser un buen carpintero y un buen hijo, lo hace muy cercano a nosotros. La vida de cada día, con sus alegrías y sus preocupaciones es nuestra manera de ser santos.
El Bautismo es volver a empezar siempre que damos un paso más cuando ya no podemos aguantar más.
El Padre Dios, nos repite como lo hizo con Jesús: Tú eres mi hija amada. Tú eres mi hijo a quien amo.
Adelante
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