Por Pablo Largo Dominguez, cmf
Este enunciado, seguido de dos consejos, figurará en los autobuses de Londres a mediados de enero de 2009. Quizá merezca, con la coda parenética que lo acompaña, un análisis y un comentario.
Probablemente no hay Dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida” (There’s probably no god. Now stop worrying and enjoy your life). La noticia aparece en EL PAÍS (lunes 24 de noviembre de 2008), amplificada con otras informaciones sobre la difusión de libros en que se defiende el ateísmo y declaraciones de varios científicos sobre la relación entre creencia religiosa y ciencia, sobre el espacio que deja la ciencia para Dios o sobre el porvenir de la religión. (Pido excusas por haber puesto, al citar el anuncio, la palabra “Dios” con inicial mayúscula; como está escrito todo él en capitales, no sé si he atinado. Se pueden poner en minúsculas: ¡lo hace habitualmente nada menos que un gran exégeta inglés, N.T. Wright!)
El anuncio tiene algo de singular, pues introduce el adverbio “probablemente”, quizá por el deseo de mantenerse dentro de los parámetros de la ciencia, cuyas teorías no superan el grado de la probabilidad; o también como signo de modestia, que cuadra muy bien en un verdadero científico, con la ventaja de que con ese guiño de modestia y casi de complicidad se pueden ganar más fácilmente la benevolencia de los lectores; o porque se quiere copiar cierto uso de ese adverbio en la valoración de tantas cosas (”google, probablemente el mejor buscador del mundo”, “avast 4.8. probablemente el mejor antivirus del mundo”, “probablemente el mejor festival de guitarra del mundo”, etc.)
Aludíamos a la parte parenética del anuncio. Quizá el lector no perciba con claridad la conexión entre el enunciado en indicativo y los dos consejos en imperativo que lo escoltan. Si tu vecino te avisa que viene una ola intensa de frío y acto seguido te propone: “guiña el ojo derecho y dobla la servilleta”, probablemente -lo diremos nosotros también con cautela- te dejará pensativo; parece que se salta unas cuantas premisas que habrían facilitado el paso a la exhortación, que de entrada resulta algo peregrina. La impresión que produce el eslogan de marras es que la creencia en Dios le amarga a uno la vida y le impide disfrutar de los árboles del jardín. ¡Hombre!, el autor del Eclesiastés no era, que digamos, un ateo convicto y confeso; pero su invitación a gozar de la vida no le va a la zaga a la del anuncio y probablemente le gana en calidad literaria. Y al galileo (más concretamente, nazareno) que se llamaba Jesús lo motejaron de comedor y borracho. Justamente él aconsejaba a sus discípulos: “no os preocupéis… por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación”. Su consigna era dar de lado al agobio. (¡Quizá se explique todo diciendo que Jesús ha sido el único cristiano que ha habido en la historia y que aquel árbol bueno solo ha producido frutos malos! … Digamos de nuevo: ¡Hombre!, no será para tanto.)
No sé qué habría dicho Heinrich Böll ante esta propaganda. En cierta ocasión confesó su hastío: “los ateos me aburren. Siempre están hablando de Dios”. Pero hay algo extraño: los ateos se quejan de que la religión tiene excesivo peso en la sociedad; en cambio, en nuestro país, no faltan creyentes y obispos que piensan que los católicos están poco presentes en la vida pública, que muchos mecanismos del poder están en manos de un laicismo minoritario pero beligerante, que no faltan ateos notablemente ruidosos ni anticlericales de tomo y lomo, que el llamado matrix progre (designación creada por J.M. de Prada) es propenso a condenarte al ostracismo y que un clima cultural hostil al cristianismo nos ha vuelto a muchos cristianos vergonzantes. De cierta hostilidad no cabe duda: el lejano episodio de cómo cocinar un Cristo para dos personas ha tenido sus antecesores y sus seguidores en algún canal de televisión (bien es verdad que en la TV pública aún no se les ha asignado un espacio, dominical o ferial, a los ateos); y la reciente proclama de que las únicas iglesias que iluminan son las que arden no es candidata a entrar en los manuales de tolerancia.
En un juego de la imaginación en que se funden tiempos y se cambia de lugar, fantaseo que a mediados de enero de 1943, por ejemplo, nuestros autobuses exhiben su flamante anuncio en Auschwitz y Birkenau, o en Treblinka, o en Dachau, o en cualquiera de los gulags posteriores. Me pregunto quién experimentaría una particular sensación de alivio ante ese guiño publicitario: ¿los guardianes, o los prisioneros? No pretendo en modo alguno sugerir que estos publicitarios tengan la intención de imponer un ateísmo sistemático de Estado (escribámoslo con mayúsculas); simplemente digo que un anuncio tan risueño no parece apto para asomarse a ciertas calles. Ese decorado resultaría… demasiado indecoroso. Me pregunto si el radio de aparente validez de la consigna londinense no resulta demasiado estrecho. Ni Horkheimer ni los judíos que entraban en las cámaras de gas cantando salmos habrían saltado de alegría ante esta probable revelación.
¿Figura entre los promotores de esta publicidad Richard Dawkins, científico darwinista y autor de un libro titulado El espejismo de Dios? Acaso esté detrás de una campaña semejante organizada para una flota de autobuses de Washington. En todo caso, él se alude en la información de EL PAÍS. El exégeta alemán Gerhard Lohfink ha publicado un libro en que se confronta con él (Welche Argumente hat der neue Atheismus? Eine kritische Einandersetzung. Verlag Urfeld, 2008). Sin bajar aquí a detalles, una apreciación global de Lohfink es que Dawkins se facilita demasiado alguna tarea: este biólogo asesta sus golpes contra el fundamentalismo americano y sus telepredicadores, que hacen una lectura aberrante de la Biblia. Se pregunta Lohfink si esa es la única forma de cristianismo que conoce Dawkins, y más adelante presenta ejemplos en que las dotes hermenéuticas de este “rottweiler del darwinismo” no brillan como astros de primera magnitud; y no deja de ser un pelín picante que algunas máximas morales que aparecen en su libro pertenecen al patrimonio de las tradiciones teístas. En Francia, creo recordar que ha sido René Rémond el que ha respondido a la retórica de Michel Onfray, autor de un Tratado de Ateología.
La prensa nos informará sobre los resultados de la campaña. Como creyente, no le deseo larga vida, pero habrá que examinar el malestar de un sector de ciudadanos ante el hecho religioso (variado) y habrá que recordar las palabras del Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes sobre el origen de cierto ateísmo.
Probablemente no hay Dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida” (There’s probably no god. Now stop worrying and enjoy your life). La noticia aparece en EL PAÍS (lunes 24 de noviembre de 2008), amplificada con otras informaciones sobre la difusión de libros en que se defiende el ateísmo y declaraciones de varios científicos sobre la relación entre creencia religiosa y ciencia, sobre el espacio que deja la ciencia para Dios o sobre el porvenir de la religión. (Pido excusas por haber puesto, al citar el anuncio, la palabra “Dios” con inicial mayúscula; como está escrito todo él en capitales, no sé si he atinado. Se pueden poner en minúsculas: ¡lo hace habitualmente nada menos que un gran exégeta inglés, N.T. Wright!)
El anuncio tiene algo de singular, pues introduce el adverbio “probablemente”, quizá por el deseo de mantenerse dentro de los parámetros de la ciencia, cuyas teorías no superan el grado de la probabilidad; o también como signo de modestia, que cuadra muy bien en un verdadero científico, con la ventaja de que con ese guiño de modestia y casi de complicidad se pueden ganar más fácilmente la benevolencia de los lectores; o porque se quiere copiar cierto uso de ese adverbio en la valoración de tantas cosas (”google, probablemente el mejor buscador del mundo”, “avast 4.8. probablemente el mejor antivirus del mundo”, “probablemente el mejor festival de guitarra del mundo”, etc.)
Aludíamos a la parte parenética del anuncio. Quizá el lector no perciba con claridad la conexión entre el enunciado en indicativo y los dos consejos en imperativo que lo escoltan. Si tu vecino te avisa que viene una ola intensa de frío y acto seguido te propone: “guiña el ojo derecho y dobla la servilleta”, probablemente -lo diremos nosotros también con cautela- te dejará pensativo; parece que se salta unas cuantas premisas que habrían facilitado el paso a la exhortación, que de entrada resulta algo peregrina. La impresión que produce el eslogan de marras es que la creencia en Dios le amarga a uno la vida y le impide disfrutar de los árboles del jardín. ¡Hombre!, el autor del Eclesiastés no era, que digamos, un ateo convicto y confeso; pero su invitación a gozar de la vida no le va a la zaga a la del anuncio y probablemente le gana en calidad literaria. Y al galileo (más concretamente, nazareno) que se llamaba Jesús lo motejaron de comedor y borracho. Justamente él aconsejaba a sus discípulos: “no os preocupéis… por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación”. Su consigna era dar de lado al agobio. (¡Quizá se explique todo diciendo que Jesús ha sido el único cristiano que ha habido en la historia y que aquel árbol bueno solo ha producido frutos malos! … Digamos de nuevo: ¡Hombre!, no será para tanto.)
No sé qué habría dicho Heinrich Böll ante esta propaganda. En cierta ocasión confesó su hastío: “los ateos me aburren. Siempre están hablando de Dios”. Pero hay algo extraño: los ateos se quejan de que la religión tiene excesivo peso en la sociedad; en cambio, en nuestro país, no faltan creyentes y obispos que piensan que los católicos están poco presentes en la vida pública, que muchos mecanismos del poder están en manos de un laicismo minoritario pero beligerante, que no faltan ateos notablemente ruidosos ni anticlericales de tomo y lomo, que el llamado matrix progre (designación creada por J.M. de Prada) es propenso a condenarte al ostracismo y que un clima cultural hostil al cristianismo nos ha vuelto a muchos cristianos vergonzantes. De cierta hostilidad no cabe duda: el lejano episodio de cómo cocinar un Cristo para dos personas ha tenido sus antecesores y sus seguidores en algún canal de televisión (bien es verdad que en la TV pública aún no se les ha asignado un espacio, dominical o ferial, a los ateos); y la reciente proclama de que las únicas iglesias que iluminan son las que arden no es candidata a entrar en los manuales de tolerancia.
En un juego de la imaginación en que se funden tiempos y se cambia de lugar, fantaseo que a mediados de enero de 1943, por ejemplo, nuestros autobuses exhiben su flamante anuncio en Auschwitz y Birkenau, o en Treblinka, o en Dachau, o en cualquiera de los gulags posteriores. Me pregunto quién experimentaría una particular sensación de alivio ante ese guiño publicitario: ¿los guardianes, o los prisioneros? No pretendo en modo alguno sugerir que estos publicitarios tengan la intención de imponer un ateísmo sistemático de Estado (escribámoslo con mayúsculas); simplemente digo que un anuncio tan risueño no parece apto para asomarse a ciertas calles. Ese decorado resultaría… demasiado indecoroso. Me pregunto si el radio de aparente validez de la consigna londinense no resulta demasiado estrecho. Ni Horkheimer ni los judíos que entraban en las cámaras de gas cantando salmos habrían saltado de alegría ante esta probable revelación.
¿Figura entre los promotores de esta publicidad Richard Dawkins, científico darwinista y autor de un libro titulado El espejismo de Dios? Acaso esté detrás de una campaña semejante organizada para una flota de autobuses de Washington. En todo caso, él se alude en la información de EL PAÍS. El exégeta alemán Gerhard Lohfink ha publicado un libro en que se confronta con él (Welche Argumente hat der neue Atheismus? Eine kritische Einandersetzung. Verlag Urfeld, 2008). Sin bajar aquí a detalles, una apreciación global de Lohfink es que Dawkins se facilita demasiado alguna tarea: este biólogo asesta sus golpes contra el fundamentalismo americano y sus telepredicadores, que hacen una lectura aberrante de la Biblia. Se pregunta Lohfink si esa es la única forma de cristianismo que conoce Dawkins, y más adelante presenta ejemplos en que las dotes hermenéuticas de este “rottweiler del darwinismo” no brillan como astros de primera magnitud; y no deja de ser un pelín picante que algunas máximas morales que aparecen en su libro pertenecen al patrimonio de las tradiciones teístas. En Francia, creo recordar que ha sido René Rémond el que ha respondido a la retórica de Michel Onfray, autor de un Tratado de Ateología.
La prensa nos informará sobre los resultados de la campaña. Como creyente, no le deseo larga vida, pero habrá que examinar el malestar de un sector de ciudadanos ante el hecho religioso (variado) y habrá que recordar las palabras del Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes sobre el origen de cierto ateísmo.
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