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viernes, 9 de enero de 2009

Fiesta del Bautismo del Señor: EL CIELO ABIERTO (Mc 1,7-11)


El Bautista representa como pocos el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar la existencia y comenzar una vida más digna.

Éste es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».

Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».

Este deseo de purificación y ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte os bautizará con Espíritu y fuego».

El bautismo de Jesús encierra un mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista.

Los evangelistas han cuidado con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable, se abre para mostrar su secreto. Al abrirse, no descarga la ira divina que anunciaba el Bautista, sino que regala el amor de Dios, el Espíritu que se posa pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Tú eres mi Hijo amado».

El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza.

A pesar de nuestros errores y mediocridad insoportable, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una hija amada».

En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia» que hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.

Para quien vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia: el nacimiento de un hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en nuestra vida una luz y un calor nuevos.

De pronto nos parece ver «el cielo abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón.

Lo que tal vez habíamos soñado secretamente se nos regala ahora de forma inesperada: un inicio nuevo, una purificación diferente, un «bautismo de Espíritu y de fuego». Detrás de esas experiencias está Dios amándonos como a hijos.

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