Publicado por Fundación Epsilón
La gente pide signos aparatosos, hoy como ayer. Los fariseos pedían a Jesús señales evidentes que confirmaran su pretendida autoridad: «Muéstranos una señal que venga del cielo» (Mt 16,1) para que creamos en ti. Jesús no cayó en la trampa. De habérsela dado hubieran hecho lo imposible por no verla ni reconocerla...
La gente quiere todas las cosas aprisa. Se impacienta cuando no ve, tiene miedo a la espera, a que le pidan la colaboración en el entretanto, a pagar su tributo por el cambio de la vida y de la historia. Y cuando no ve aprisa, ni se le convence con hechos incontestables y fulminantes, comienza a desconfiar, a desanimarse, a desesperar. Son muy numerosos los que confían en prestidigitadores que hacen milagros de mentira y convencen con un 'ahí lo tenéis' y una sonrisa...
Pero la tarea del Mesías no iría por estos caminos, según estaba anunciado; sería menos espectacular y brillante. Isaías la resumió con estas palabras: «Promoverá el derecho y no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas» (Is 42,lss). Ardua meta para un programa de gobierno.
«Promover fielmente el derecho.» 'Derecho' se deriva del latín dirigere, y éste, a su vez, de regere: conducir, guiar. Difícil empresa la de conducir y guiar al pueblo. 'Derecho' se opone a 'torcido'. Enderezar los caminos torcidos del comportamiento humano sería el objetivo del programa mesiánico, o lo que es igual promover fielmente el derecho en la tierra de Israel, en el país, en la propia patria y, al mismo tiempo, dictar leyes que sentaran, a su vez, la base de un nuevo orden internacional menos torcido del entonces vigente: «Implantar el derecho... y sus leyes que esperan las islas.» 'Las islas', en el lenguaje poético de Isaías, son las naciones de la tierra...
Objetivo extremadamente difícil que el Mesías, según el profeta, habría de realizar sin vacilación ni quebranto: «No vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho... » Nadie ni nada podría hacer desistir de semejante empresa al futuro Siervo de Dios.
Derecho que no se habría de implantar a golpes de fuerza y violencia. Pues fuerza y violencia engendran sinrazón e injusticia. El Mesías, el liberador «no gritará, ni clamará ni voceará por las calles... » 'Gritar' es propio de quien no dialoga ni escucha, y trata de imponer, por el tono de la voz, la debilidad de sus argumentos.
En esta tarea, el Mesías -y todo el que se proponga un objetivo semejante en la sociedad- habrá de armarse de paciencia como Job o como Dios mismo para no apagar con la prisa los restos de vida que encuentre a su alrededor: «La caña cascada -esa que no tiene consistencia ni sirve para nada- no la quebrará, el pabilo vacilante -que amenaza en convertirse en hilo de humo sin luz ni calor-, no lo apagará.» Su tarea será la de alentar cualquier soplo de vida, reforzar toda rodilla vacilante, levantar a los que ya se doblan y crear espacios de libertad, rompiendo cerrojos y barreras, acabando con la oscuridad y la tiniebla: «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas... » Sólo en la libertad es posible la vida y el amor, el valor supremo que vuelve razonable y placentera la vida misma.
Cuando el Mesías, Jesús, apareció entre nosotros, el Espíritu de Dios, como paloma que vuelve a su nido, bajó hasta él para acompañarlo en la tarea. Una voz del cielo explicó el porqué de tal desplazamiento divino: «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Lc 3,15ss). Fue el espaldarazo de Dios a su Hijo, que asumió de por vida la tarea de «implantar el derecho en la tierra» haciendo brotar en el corazón humano el amor sin barreras.
La gente quiere todas las cosas aprisa. Se impacienta cuando no ve, tiene miedo a la espera, a que le pidan la colaboración en el entretanto, a pagar su tributo por el cambio de la vida y de la historia. Y cuando no ve aprisa, ni se le convence con hechos incontestables y fulminantes, comienza a desconfiar, a desanimarse, a desesperar. Son muy numerosos los que confían en prestidigitadores que hacen milagros de mentira y convencen con un 'ahí lo tenéis' y una sonrisa...
Pero la tarea del Mesías no iría por estos caminos, según estaba anunciado; sería menos espectacular y brillante. Isaías la resumió con estas palabras: «Promoverá el derecho y no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas» (Is 42,lss). Ardua meta para un programa de gobierno.
«Promover fielmente el derecho.» 'Derecho' se deriva del latín dirigere, y éste, a su vez, de regere: conducir, guiar. Difícil empresa la de conducir y guiar al pueblo. 'Derecho' se opone a 'torcido'. Enderezar los caminos torcidos del comportamiento humano sería el objetivo del programa mesiánico, o lo que es igual promover fielmente el derecho en la tierra de Israel, en el país, en la propia patria y, al mismo tiempo, dictar leyes que sentaran, a su vez, la base de un nuevo orden internacional menos torcido del entonces vigente: «Implantar el derecho... y sus leyes que esperan las islas.» 'Las islas', en el lenguaje poético de Isaías, son las naciones de la tierra...
Objetivo extremadamente difícil que el Mesías, según el profeta, habría de realizar sin vacilación ni quebranto: «No vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho... » Nadie ni nada podría hacer desistir de semejante empresa al futuro Siervo de Dios.
Derecho que no se habría de implantar a golpes de fuerza y violencia. Pues fuerza y violencia engendran sinrazón e injusticia. El Mesías, el liberador «no gritará, ni clamará ni voceará por las calles... » 'Gritar' es propio de quien no dialoga ni escucha, y trata de imponer, por el tono de la voz, la debilidad de sus argumentos.
En esta tarea, el Mesías -y todo el que se proponga un objetivo semejante en la sociedad- habrá de armarse de paciencia como Job o como Dios mismo para no apagar con la prisa los restos de vida que encuentre a su alrededor: «La caña cascada -esa que no tiene consistencia ni sirve para nada- no la quebrará, el pabilo vacilante -que amenaza en convertirse en hilo de humo sin luz ni calor-, no lo apagará.» Su tarea será la de alentar cualquier soplo de vida, reforzar toda rodilla vacilante, levantar a los que ya se doblan y crear espacios de libertad, rompiendo cerrojos y barreras, acabando con la oscuridad y la tiniebla: «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas... » Sólo en la libertad es posible la vida y el amor, el valor supremo que vuelve razonable y placentera la vida misma.
Cuando el Mesías, Jesús, apareció entre nosotros, el Espíritu de Dios, como paloma que vuelve a su nido, bajó hasta él para acompañarlo en la tarea. Una voz del cielo explicó el porqué de tal desplazamiento divino: «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Lc 3,15ss). Fue el espaldarazo de Dios a su Hijo, que asumió de por vida la tarea de «implantar el derecho en la tierra» haciendo brotar en el corazón humano el amor sin barreras.
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