NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

lunes, 12 de enero de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

"EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR"
Publicado por Agustinos España

Este domingo tiene cierto carácter de tránsito entre Epifanía y el tiempo ordinario: Jesús se manifiesta a aquellos que iban a ser sus primeros discípulos. Por otro lado, el episodio que hoy nos narra el evangelio de Juan representa el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, de Juan a Jesús.

-DE JUAN A JESÚS. "Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios". He aquí compendiada toda la misión de Juan y la de todo apóstol: ser simple indicador de Jesús. "No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1,8). Son sorprendentes el desprendimiento y la sencillez con que Juan, en medio de su fama, le da el relevo a Jesús. La pobreza deberá ser siempre la primera cualidad del testigo de Jesús, comenzando por la propia Iglesia. No se trata de ganar las personas para nosotros, sino de ganarlas para Jesús, que significa ayudarles a ser más ellas mismas.

-EL SECRETO, EL ENCUENTRO CON JESÚS. Lo que convierte a un hombre en testigo y discípulo de Jesús es el hecho de encontrarse, de quedarse con él.

Este sería el núcleo del mensaje de este domingo. Hoy, en la homilía, todo el mundo hablará seguramente del "encuentro con Jesús", de "escuchar la voz o la llamada del Señor". Pero, ¿qué puede significar, en la vida concreta o real del hombre de hoy, encontrarse con Jesús, escuchar su voz? Estas expresiones nos parecen muchas veces simples frases hechas, sin significado alguno en la vida. Ha pasado aquel tiempo, si es que existió alguna vez, en que un Samuel o un san Francisco de Asís podían escuchar con sus oídos la voz del Señor. ¿De qué modo, por tanto, podemos aún hoy día encontrarnos con Jesús y escuchar su voz?

Podríamos decir que, más que de encontrar a Jesús, se trata de dejarse encontrar por él. Y la mejor disposición es una actitud de búsqueda sincera del bien y la verdad. Si nosotros nos mantenemos abiertos al bien y a la verdad, podemos esperar que Jesús, a través de su Espíritu, no dejará de hacerse presente en nuestra vida en forma de paz, de gozo, de fortaleza, de capacidad para amar y perdonar... Y podemos esperar también que, en más de una ocasión, en la fe, nos hará experimentar la certeza de su presencia, la certeza de que aquellos dones nos vienen de él. Y escuchar su voz significará discernir en cada situación, bajo la acción del Espíritu, lo que es más conforme al evangelio, a las opciones mayores del Reino, como son la confianza en el Padre del cielo, el respeto y el amor incondicional a los demás, la opción por los pobres, la paz, la solidaridad, etc.

Y no podemos despreciar las diversas mediaciones de este encuentro. Porque, si bien es cierto que el Espíritu de Dios sopla cuando y donde quiere, también es cierto que hay unas mediaciones ordinarias que nos permiten experimentar más fácilmente la presencia del Señor y ver más claramente su voluntad. Por citar algunas, el silencio y la plegaria, la lectura del evangelio, los encuentros eclesiales, la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos.

Pero, a la luz del capítulo 25 de san Mateo, sabemos que, nos demos cuenta o no, Jesús se hace misteriosamente presente y pide acogida en el corazón mismo de la vida, incluso de aquellos que no lo conocen. Jesús se hace presente en la vida tomada con absoluta seriedad, en el tejido de las relaciones personales, en el servicio humilde al desvalido, en el compromiso por el bien y la justicia.

-LA IGLESIA, LUGAR DE ENCUENTRO CON JESÚS. Esto es lo que significa que la Iglesia sea sacramento. Ella es la encargada de hacer presente a Jesús entre los hombres. Es en ella, que ha conservado viva la memoria de Jesús, en la vida concreta de sus comunidades, que los hombres podrán reconocer a Jesús y cuanto él significa para nosotros hoy. Pero esto sólo será posible en la medida en que escuche su palabra, se deje penetrar por su Espíritu y viva de su presencia.

La Iglesia debería poder decir como Jesús: "Venid y lo veréis". Y su palabra debería poder limitarse a dar razón de lo que le hace vivir, del fundamento de su esperanza.

-LOS EFECTOS DEL ENCUENTRO CON JESÚS. El primero es un cambio profundo de la existencia, como el que tuvo lugar en los apóstoles a raíz de su encuentro con el Resucitado y que en el evangelio de hoy vemos reflejado en Simón incluso en el cambio de nombre. El que realmente se ha encontrado con Jesús deviene un hombre nuevo a imagen de Jesús.

Y, como podemos ver también en el evangelio de hoy y es una constante en la historia de la salvación, aquel que se ha encontrado con Jesús y ha comprendido lo que Jesús significaba en su vida, se siente irresistiblemente impelido a decirlo, a comunicarlo a los demás. La fe se propaga por irradiación.

Como decía Pablo VI, ¿acaso existe otro modo de comunicar la fe, que el de comunicar las propias experiencias? Sólo el que ha "visto" a Dios tiene derecho a hablar de él.

-SALMO RESPONSORIAL. Todas estas ideas están maravillosamente plasmadas en el salmo responsorial, al que debería darse especial relieve.

-PASO A LA CELEBRACIÓN. La Eucaristía es el gran encuentro con Jesús y con los hermanos, Jesús se hace "realmente" presente entre nosotros. Que cada vez que celebremos la Eucaristía este encuentro con Jesús nos ayude a descubrir y a vivir su presencia a lo largo de la vida.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

La llamada o vocación ocupa el centro de las lecturas de este domingo, con que inicia el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (primera lectura). Una llamada que implica una "expoliación", un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de la lujuria y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. La llamada. En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. Esta llamada implica ya en sí la conciencia de que el hombre no es absolutamente autónomo. Depende de Alguien que pronuncia su nombre, le llama. En el origen mismo de la existencia está el llamado de Dios, y el mismo desarrollo de la vida no será sino el desarrollo de las llamadas divinas. En este contexto general de la llamada, se sitúa la vocación sacerdotal, esa llamada que Dios dirige a unos pocos hombres para estar con Él y para establecer puentes entre Él y los hombres. Todo hombre, todo sacerdote, es un "llamado", y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna. Un lugar y un modo de llamar. Cada vocación a la vida sacerdotal, - vale igual para la vida consagrada - es irrepetible en el tiempo, en el espacio y en el modo. Y, además, no somos los hombres los que determinamos estas circunstancias, sino el mismo Dios que llama. Dios puede llamar a los 12, 15, 18, 23 ó 34 años, sin que tengamos los hombres derecho alguno para replicar: ¿Por qué me llamaste tan temprano? ¿Por qué me llamastre tan tarde? El lugar y el momento es también Dios quien lo elige. En la escuela, en casa, en una discoteca, en una iglesia. ¿Y qué decir sobre el modo tan variado como Dios va llamando a los hombres al ministerio sacerdotal? ¿Y sobre el proceso tan original mediante el cual Dios manifiesta su voluntad y lleva al hombre hacia una respuesta?

2. Algunos aspectos del llamado. El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesucristo les pregunta: ¿Qué buscáis? No buscarían si Dios no hubiese metido en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, intransferible; es ya una primera respuesta. A quien de alguna manera "busca", Dios no le llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas: Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Jesús lo fue entre Dios y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el "lugar" de la salvación, es también el lugar de la "mediación"; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres. Una llamada al sacerdocio al margen de la Iglesia es inconcebible. En todo caso, habrá que decir que no es una llamada divina.

La vocación sacerdotal es una llamada al despojamiento, a la expropiación de uno mismo para llegar a ser propiedad exclusiva de Dios. Aquí radica el motivo fundamental del celibato sacerdotal, y el derecho de la Iglesia a pedirlo. Pero, la vocación es despojamiento que entraña revestimiento, expropiación que implica apropiación, expoliación que conduce a la posesión. En este proceso el hombre no se "enajena", no sufre una alienación de su personalidad. Al contrario, alcanza el máximo grado de identidad y de autorrealización al responder en plena conciencia y libertad a la voz divina.

3. Respuesta al llamado. Cuando alguien llama a otra persona, ésta tiene que dar necesariamente una respuesta. Puede ser positiva, negativa, neutra e indiferente. Lo que el hombre no puede hacer es dejar la llamada sin respuesta. Cuando Jesús a los dos discípulos les dice: "Venid y veréis", éstos ¿qué hicieron? "Se fueron con él, vieron dónde vivía y pasaron con él aquel día". Y cuando Samuel se entera de que es Dios que le llama, no duda en responder: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". El hombre es libre para dar una u otra respuesta, pero está obligado a dar una respuesta, dada su intrínseca condición de llamado.


Sugerencias pastorales

1. Respuestas audaces. En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando al sacerdocio y a la vida consagrada, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación. Sin embargo, se constata un descenso muy notable en el número de respuestas afirmativas y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, aunque en el último decenio la flexión descendente se ha detenido y parece que comienza de nuevo un movimiento ascendente en el número de vocaciones. Si bien hay factores culturales e históricos que han podido influir, - y son de todos conocidos -, no pienso que los cristianos estemos exentos de cierta responsabilidad en todo este asunto. Quizá no hemos hecho lo suficiente - o incluso hemos hecho muy poco - para promover, renovar y reavivar nuestra fe, después del gran acontecimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II. Tal vez hemos pensado que las vocaciones es cuestión de la que se deben interesar los "curas" y, si somos curas, los encargados de la pastoral vocacional. El ambiente en que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente. La comunidad parroquial y diocesana debe sostenerles y apoyarles en tales respuestas. Está en juego el futuro de la comunidad creyente y de la misma Iglesia. Con la ayuda de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.

2. ¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. El llamado al sacerdocio tiene que estar convencido de que su vocación es una relación particular con Dios y con nuestro Señor Jesucristo. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. Por eso, Dios llama también al ministerio de la salvación. El sacerdote sirve al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Aquí está su propuesta específica. Todo lo demás está en función de ella. ¿No ha sucedido en estos últimos decenios, en no pocos casos, que el sacerdote se ha dedicado más al servicio social que al ministerio de la salvación? He aquí un tema de reflexión para todos los sacerdotes. Si la Iglesia es la comunidad de los que esperan la venida del Señor, ¿no es verdad que fácilmente se han olvidado en la predicación, en la instrucción catequética, en el consejo y en el acompañamiento espiritual la gran realidad de las verdades últimas de la existencia terrena del hombre? Hay aquí una importante tarea que realizar al inicio del tercer milenio de la era cristiana.

No hay comentarios: