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lunes, 19 de enero de 2009

Inquietudes de una madrina de bautismo


Hoy es el cumpleaños de mi ahijado. Tiene 18 años y quiero hacerle un regalo especial. Pienso en lo que quiero decirle con mi obsequio y eso me hace pensar en nuestra relación. Soy su madrina de bautismo, es decir, soy la persona responsable de mantener viva su fe, en caso de que sus padres faltaran… Y se plantea un dilema. Sus padres viven, con lo que yo apenas he tenido algo que ver en la educación de su hijo, ya que mi responsabilidad pedagógica entra en escena solamente si sus padres no existieran. Y me doy cuenta de que lo que me une a mi ahijado de fe es que soy una persona que le hace regalos en fechas significativas. Es una relación ambigua. Apadriné su bautismo pero este chico ya no cree en aquel Dios que le presentamos sus padres y padrinos. Considera que aquello es una fantasía infantil, parecida a la de los reyes magos. Él ya se ha hecho adulto y se ocupa de otras cosas realmente importantes.

¡Estoy descolocada! No encuentro mi lugar en esta historia. ¿Ha caducado nuestra relación? ¿Me tengo que conformar con ser esa amiga detallista que sigue trayendo su regalito por hábito o nostalgia? Pues me niego a que un hecho tan importante como apadrinar el bautismo de un cristiano, se convierta en un intercambio mercantil de regalos y que el nivel de relación esté en función del acierto del obsequio.

Yo me considero responsable de que este chico viva en compañía de Dios. Yo tengo que ver en su historia de fe, porque mis padres así me lo pidieron hace 18 años y no quiero renunciar a saberle bien acompañado y bien “vacunado para la vida” con la presencia de Dios en su historia personal. No puedo rendirme, no quiero retirarme y dejar que el “sindios” en el que vivimos contamine la vida de mi ahijado, con todo lo que le quiero.

Han pasado un montón de años desde que mis amigos y vecinos me pidieron que avalara en la fe a su hijo, porque sabían que yo tenía experiencia de Dios y vivía mi vida entretejida con la suya. Confieso que quizá podría haber estado más cercana en su educación religiosa. He intentado tener pequeños detalles catequético-pastorales: una cartita en la que le explicaba lo buen amigo que era Dios, un cuento religioso, el evangelio diario para que anduviera por su cuarto siempre, algún cómic espiritual, un juego complicado de montar para decirle que Dios nos da sabiduría y fortaleza, etc… Siempre he ido buscando cosillas que le recordaran al chico el motivo de nuestra relación. El año pasado le regalé un nacimiento pequeño, deseándole que Dios le renaciera en el corazón. En otra ocasión, fue a través de un móvil de juguete, con el que le expresaba mi sueño de que Dios le mantuviera siempre en equilibrio, entre movimiento y serenidad… Otra vez fue un cuadro muy vivo y que le encantó en la que le decía que Dios fuera el que pusiera color y belleza en su vida… El caso es que a pesar de no haber calado hasta el hondón de su alma con mis mensajes pastorales, hoy me estoy planteando que debería tener con él una sentada de adulto a adulto. Le voy a proponer que nos demos un paseo o que nos tomemos un café juntos para compartir las razones de mi fe y él me dé las de su ateísmo. Es posible que yo aprenda muchas cosas y también me parece importante que yo comparta con él las verdades más importantes de mi vida. A veces hablo con él de trabajo, de estudios o de novia, pero no de cosas espirituales por temor a parecer un poco plasta. Le regalo mis libros, a modo de herencia, por lo importante que él es para mí, pero supongo que no los leerá.

¡Ah! si después de utilizar todas mis estrategias y habilidades de seducción, no llego al corazón de mi ahijado, aún me queda una carta importante por jugar: la de ponerlo en manos de Dios, que es el más interesado en que el muchacho crea, que mira como se empeñó en conseguirlo conmigo y me tiene seducida hasta la médula, así que se lo dejaré a Él que sabe bien el modo y la manera.

Por último, lo que tengo que hacer es vivir yo esa historia de amor con Dios que le quiero transmitir a mi ahijado, pues estamos en tiempos en que sobran maestros y lo que hacen falta son testigos, modelos de identidad en los que fijarse. El ser madrina de bautismo es una gran responsabilidad, pues me exige vivir de acuerdo con lo que celebré con él y con sus padres el día que le apuntamos a la panda de los cristianos.

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