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miércoles, 7 de enero de 2009

Nacer de nuevo, un camino de paz

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Vengo hablando de la Navidad como segundo nacimiento, un camino que nosotros, los cristianos, fundamos en Jesús, pero ofrecemos a todos los pueblos de la tierra. Aquí está es la identidad del evangelio, que no se demuestra con teorías, sino a través de la nueva humanidad que surge con la entrega y el gozo de la compartida. Desde ese fondo quiero evocar los elementos básicos de la humanización cristiana, a la luz del evangelio, no como un elemento que se añade al proceso de la vida humana desde fuera, sino como experiencia y realidad de Dios que se encarna en la misma historia.
Ciertamente, son valiosas otras mediaciones de tipo estructural: contactos entre responsables de las religiones, discusiones de teólogos, pactos de políticos... Pero el camino de la paz es para los cristianos, ante todo, un camino de amor que se centra en tres momentos.

1. Muerte pascual, entrega de la vida por los demás.

La muerte es un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la evolución. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones antiguas: el grupo religioso sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o de unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar de esa manera el bien del conjunto (un tipo de paz dentro del grupo). En esa perspectiva, pero en un nivel más alto, podemos entender la muerte de Jesús, que ha entregado su existencia al servicio del Reino, es decir, en favor de los más pobres, en un gesto en cuyo fondo han descubierto los cristianos el misterio de la Pascua, esto es la Vida en comunión, el triunfo del perdón, la resurrección.
Este es, a mi juicio, el lugar donde se expresa en plenitud el diálogo religioso, como experiencia de perdón, gratuidad y regalo de vida, como trasparencia y superación de todo juicio, conforme al Sermón de la Montaña. Ciertamente, hay otros aspectos dogmáticos o institucionales del cristianismo y del Islam, pero ellos han de quedar en un segundo plano. En el principio del diálogo ha de estar el mismo diálogo, es decir, la experiencia del amor gratuito que ofrecemos y compartimos con los otros, antes de preguntar si son judíos, cristianos o musulmanes. Las iglesias y confesiones vienen sólo después, en sí son secundarias, igual que las estructuras sagradas. Cuando dialogamos de verdad no somos musulmanes ni cristianos, sino personas, hombres y mujeres en los que Dios mismo ha querido ser Presente. .
El tema fundamental del diálogo cristiano-musulmán (y judío) se sitúa, según eso, sobre el fundamento del Sermón de la Montaña. Si empezamos por los grandes dogmas o las estructuras eclesiales posteriores no podremos jamás entendernos. De esta forma volvemos al lugar central de las tres religiones: el Éxodo judío, la Hégira musulmana y la Pascua cristiana, como expresión del Sermón de la Montaña. Alguien podrá decirme que utilizo el Sermón de la Montaña (un elemento de la tradición cristiana) como clave para interpretar y valorar las otras religiones, situándome por tanto en una posición privilegiada. Puede ser. Pero debo añadir que el Sermón de la Montaña me exige que supere toda situación de privilegio, buscando el bien de los demás más que el mío propio. Eso significa que el cristiano debe buscar antes que el propio el bien de los musulmanes, y el católico el bien de los ortodoxos o protestantes más que el triunfo de la propia iglesia. Ciertamente, podemos hablar de una “ventaja” cristiana; pero, si es que existe, esa ventaja significa renunciar a la ventaja, sin pensar ni siquiera en ella, buscando el bien de los demás antes que el propio.


2. Encarnación, nacimiento humano.

Sólo allí donde la vida se regala a los demás, de un modo gratuito y total (incluso muriendo por ellos), puede surgir una experiencia superior de resurrección, esto es, de nuevo y más alto nacimiento. Dentro del proceso biológico, las plantes y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más: sólo perduran en la vida de sus descendientes, dentro del gran proceso de generación. Pues bien, tal como ha sido iluminado por Jesús, el camino de los hombres es distinto: los que entregan o regalan la vida por los otros no se acaban sin fin, sino que viven precisamente en aquellos a quienes han dado la vida, viviendo en el Dios que les acoge, pues es plena Presencia. Entendida así, la resurrección no es algo que se aguarda para el fin de los tiempos, cuando se ratifique la justicia escatológica (como pretendían muchos apocalípticos antiguos), sino que empieza en el mismo tiempo de la historia de los hombres, como podemos ver en Cristo.
Desde este contexto se ilumina un elemento clave del Sermón de la Montaña: ofrecer la vida a los demás (morir por ellos) significa por tanto renacer en un nivel más alto, es resucitar en Dios para una forma de vida compartida. En este contexto podemos hablar y hemos hablado de una nueva humanización, en la que culmina la primera. De esa forma, invirtiendo el modelo de imposición del sistema (que destruye y mata a los excluidos), el evangelio de Jesús ofrece un modelo de nacimiento pascual que se expresa como don de Vida en la misma vida compartida. Teniendo esto en cuenta, los cristianos han podido celebrar el Nacimiento de Jesús (Navidad) como fiesta de la Encarnación de Dios, que se introduce en la misma trama generosa de la historia humana. Dios no reside fuera, simplemente por arriba, como han supuesto a veces las religiones orientales, sino que forma parte del mismo despliegue humano, de manera que todo nacimiento personal es Nacimiento-Presencia de Dios (Navidad, encarnación) y toda muerte en unión con los demás es Pascua de Dios (Resurrección).

3. Comunión, vida compartida.

Muerte y encarnación o nuevo nacimiento se vinculan, de tal forma que el proceso violento de evolución de las especies (que podía interpretarse como voluntad de poder) se traduce para los hombres en forma de despliegue gratuito y creador, regalo compartido de la vida. Frente al sistema que se impone por presión, marginando de manera intolerante a los menos afortunados, el camino de encuentro o comunión en gratuidad se abre a todos los hombres y, de un modo especial, a los pequeños y expulsados.
La correlación entre vivientes, dentro de la evolución de las especies, está marcada por la ley de la selección y la victoria de los más fuertes o adaptados. La correlación dentro de sistema es de manejo e imposición. Por el contrario, en el contexto de la religión cristiana, la relación entre los hombres y mujeres se define en términos de comunicación gratuita y creadora. Cada uno sólo existe en la medida en que recibe la vida y la entrega a los demás, siendo en ellos (para ellos y con ellos). El cristianismo celebra ciertamente esta vida común y lo hace en sus sacramentos (bautismo, eucaristía). Pero no está la vida al servicio de los sacramentos, en cuanto separados, sino al contrario: están los sacramentos al servicio de la vida, que aparece ya desde ahora como experiencia de comunicación que supera las fronteras de la muerte, de manera tolerante y creadora, como seguiremos viendo en lo que sigue.

Conclusión

Estos tres momentos (muerte a favor de los demás, encarnación y comunión) definen nuestra forma de entender el proyecto cristiano, en clave de amor personal y no de expansión dominadora, en línea de sistema. El evangelio no es una verdad superior que podamos poner sobre otras que serían al fin subordinadas, sino un camino de humanización en gratuidad y así puede aportar un tipo de «mutación» no impositiva, que resulta esencial dentro de la vida humana. Esta no es una mutación genética, ni es tampoco una elevación en línea de poder (como el super-hombre de Nietzsche), ni es producto de una manipulación genética, sino expresión de amor en gratuidad, de comunicación no impositiva y de confianza por encima de la muerte. En este sentido destacamos la experiencia de nuevo nacimiento.

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