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lunes, 26 de enero de 2009

Pablo 2.¿Qué es el hombre? La Carta a los Romanos

Publicado por El blog X. Pikaza

Javier Gelpi, amigo y colaborador del blog, me he enviado unas páginas sobre la Antropología teológica en la carta a los Romanos. Javier recrea cosas que yo he escrito y las formula y elabora de un modo catequético, cordial. Él vive y trabaja en la tierra de Rosalía de Castro, junto a Compostela. Tiene la memoria de otro apóstol a la vera de su casa. Pero es también devoto de Pablo. Éstas son las preguntas que él ha destacado, ésta la respuesta de Pablo. Gracias Javier, por haber recogido algunas aportaciones mías y, sobre todo, por haberlas elaborado con tu propio toque, con tu cercanía a los problemas de la vida. Todo lo que sigue es tuyo.

Introducción

El domingo día 11, con la conmemoración del bautismo de Jesucristo, nuestro Señor, cerrábamos el ciclo de la Navidad del presente año litúrgico. Y, hoy, sábado día 17, junto con mi esposa, desmontamos el Belén, metáfora incruenta del Apocalipsis que nuestros hermanos judíos están descargando sobre los también hermanos nuestros, los palestinos de Gaza. Con dulzura ayudé a retirar las figuritas y, una vez empaquetadas, las bajé a la oscuridad del trastero, donde con rabia me gustaría encerrar a los pasivos organismos internacionales y a todos los políticos fantoches que no han movido ni un solo dedo ante este nuevo genocidio ¿cuántos van ya ahí y en otros cientos de lugares de la tierra?. En mi triste impotencia he seguido con mi rutina diaria, he rogado al Dios del Amor y de la Paz, he vuelto a la catequesis paulina y he continuado reflexionando sobre esa serie de artículos que tú, amigo Xabier, has tenido a bien regalarnos:

08/12/31 Hijo de Dios, nacido de mujer (Gal 4,4). Una teología de la Navidad.
09/01/02 Hijo de Dios, nacido de mujer (II). Nueva lectura de Gal 4,4
que me hicieron retomar el 08/07/30 ¿Cuándo será? Hoy es el tiempo del Reino
09/01/03 Nacer de Dios ¿sin deseo de carne/varón?
09/01/04 Hanna Aredt: La paz es nacimiento
09/01/06 Navidad, ser hombre es nacer dos veces
09/01/07 Nacer de nuevo, un camino de paz
09/01/08 Segundo nacimiento. Los tres niveles de la vida humana
09/01/09 Dios/hombre en Navidad. Creados para el gozo. Gocémonos amado

Estos artículos, en conjunto, me han dado una nueva perspectiva para leer y entender la Carta de Pablo a los Romanos que me permito resumir:

1. Hay un único Evangelio:

El Evangelio o Buena Nueva de Salvación de Dios, anunciado por sus profetas (Rom 1,2), se refiere a su Hijo, el Mesías Jesús, que nació de la descendencia de David según la carne, [que nació de mujer (Gal 4,4), se entregó por nuestros pecados, muriendo en una muerte de cruz (Gal 3,1.13)], y ha sido constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, al resucitarlo de entre los muertos (Rom 1, 3-4). Este Evangelio es una fuerza de Dios y salvación para todos los que creen, en primer lugar para los judíos, y también para los griegos (Rom 1,6).
Este Evangelio [el único que hay (Gal 1,7)] manifiesta cómo Dios nos hace justos por medio de la fe y para la vida de fe, [pues] como dice la Escritura: El que es justo por la fe vivirá (Ha 2,4) (Rom 1,17) y no por las obras de la Ley (Rom 3,20). [En realidad, el Evangelio] revela cómo Dios nos hace justos a todos, sin distinción de personas, pues [aunque] todos pecamos y estamos faltos de la gloria de Dios, todos hemos sido hechos justos gratuitamente y por pura bondad, mediante la redención realizada en Cristo Jesús. [Y es que] Dios lo puso como la víctima cuya sangre nos consigue el perdón, y esto es obra de fe. Así demuestra Dios cómo nos hace justos, perdonando los pecados del pasado y demuestra también cómo nos reforma en el tiempo presente: él, que es justo, nos hace justos por la fe cristiana (Rom 3,21-26).

Esto es lo que viene a expresar la parábola del padre que tenía dos hijos (Lc 15, 11-32): El hijo pródigo, aunque no tiene el “arrepentimiento” adecuado, sabe y tiene fe en su Padre, que lo salvará de su miseria. Y vemos cómo sale el Padre a su encuentro, cómo lo abraza, cómo ordena vestirlo con las mejores ropas y cómo ordena restituirle la dignidad de hijo dándole el anillo.

Así lo entendió Pablo: El amor de Dios se manifestó en el Mesías Jesús, su Hijo, nacido de la simiente de David, nacido de mujer, “varón de dolores” que se ofreció como víctima propiciatoria para conseguirnos con su sangre el perdón, y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Entendió también Pablo que Dios, sin distinción de razas, ni de pueblos, ni de sexos, ni del grado de conocimientos, nos ha elegido a todos en su Hijo y por él se nos ha revelado y nos ha dado la gracia de su amor, de su perdón y de su salvación; pues Dios nos ama a todos y a todos ha llamado y consagrado. Y entendió también Pablo que no son los méritos de nuestras obras lo que nos salva, sino el amor y la gracia de Dios, revelados en su Hijo.

Pero, como estas realidades espirituales sólo se pueden entender, vivir y experimentar mediante la fe, Pablo creyó y respondió consagrándose en cuerpo y alma a Dios y a su Hijo, el Mesías Jesús, desde su encuentro con el Señor, en el camino de Damasco. Pablo creyó, amó y entendió como un culto espiritual a Dios y a su Hijo, el Mesías Jesús, dedicar su vida a llevar el Evangelio a todos los pueblos gentiles para gloria del Señor (Rom 1,9; 12,1), para hacer de esas naciones una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo (Rom 15,16). Pablo construía el Reino de Dios.

2. Cuál era la situación espiritual de la humanidad “antes” y [ahora] “fuera” de Jesucristo

Los gentiles rechazaron a Dios: Pese a haberlo conocido en sus obras, creyéndose sabios, se volvieron necios y reemplazaron al Dios de la Gloria, al Dios incorruptible, con imágenes de todo lo pasajero (Rom 1,19-23). Por eso Dios los abandonó a sus pasiones secretas y vergonzosas, y a los errores de su propio juicio, de tal modo que hacen absolutamente todo lo que es malo: injusticia, perversidad, codicia, maldad, envidia, crímenes, peleas, engaños, mala fe, chismes, calumnias. Desafían a Dios, son altaneros, orgullosos, farsantes, hábiles para lo malo y no obedecen a sus padres. Son insensatos, desleales, sin amor, despiadados (Rom 1,26-32).

Los judíos han incumplido la Ley y condenan en los demás lo que ellos hacen (Rom 2,1; 2,17-24). Pablo les recuerda que la circuncisión sirve si se cumple la Ley y les advierte que la circuncisión real no es la que está hecha en el cuerpo sino en el corazón, pues debe ser una obra espiritual y no una cuestión de leyes escritas (Rom 2, 25. 28-29).

Por las maldades e injusticias de unos y otros, todos estamos en pecado (Rom 3,9) y por ello nos amenaza a todos la “ira / juicio de Dios” (Rom 1,18; 2,3; 2, 5-8).

3. Cuál es la situación espiritual de la humanidad en Cristo

Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Por su sangre, hemos sido hechos justos y santos (Rom 5,8-9). Por Jesucristo, nuestro Señor, tenemos acceso a este estado de gracia e incluso hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios (Rom 5,2) y participar en su Resurrección. Entretanto, y como anticipo, ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones (Rom 5,15) y todos aquellos a los que guía el Espíritu de Dios son hijos e hijas de Dios (Rom 8,14).

[Y, en ese estado eufórico de Hijos de Dios, Pablo nos grita: ¡Recordad hermanos!] No hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor al castigo, antes bien, hemos recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba!, ¡Papaiño!. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados (Rom 8, 14-17).

4. Cómo se obra todo esto en nosotros: morir crucificados con Cristo y renacer con Él

Racionalizar el misterio de la salvación de Dios es el camino para no entenderlo: “Se perdieron en sus razonamientos y su conciencia cegada se convirtió en tinieblas. Creyéndose sabios, se volvieron necios” (Rom 1, 21-22). La salvación es un acto de amor de Dios y una confiada entrega nuestra al Amado: “A ti, Yahvé, dirijo mi anhelo. A ti, Dios mío. Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas. Guíame fielmente, enséñame, pues tú eres el Dios que me salva. En ti espero todo el día, por tu bondad, Yahvé. Acuérdate, Yahvé, de tu ternura y de tu amor, que son eternos. De mis faltas juveniles no te acuerdes, acuérdate de mí según tu amor” (Sal 25, 1-2.4-7 Oración en el peligro).
La salvación nos llega por la gracia de Dios y nuestra fe en Dios, en su Hijo, el Mesías Jesús, y en el Espíritu de ambos que derrama el amor de hijos en nuestros corazones. Pero la salvación no es un acto reflejo de Dios ni un acto pasivo nuestro. Es un acto consciente de mutua entrega y reciprocidad: Por la fe y el bautismo en Jesús, podemos y debemos morir de amor [crucificados (Gal 5,24)] espiritualmente con Jesús al pecado, [a los impulsos y deseos de la carne (Gal 5,24)] y hacernos partícipes de su Pascua, de su Resurrección, y “renacer” ya ahora como criaturas nuevas, como hijos de Dios llenos de gracia (Rom 6, 2-11). Esta es la esencia del misterio de salvación: morir con Jesús al pecado, ya en nuestra vida presente, para que Dios nos resucite, también en esta vida, como criaturas suyas nuevas. Es éste otro de los cambios esenciales operados en Pablo: la “escatología de futuro o del fin de los tiempos” se ha transformado ya en “escatología de presente sapiencial”, el futuro de Dios se ha hecho presente en nuestra historia personal y social, ha penetrado en nuestro tiempo y lo enriquece”, como ha dicho Xavier Pikaza (Artículo: “¿Cuándo será? Hoy es el tiempo del Reino”, de 30/07/08).

La salvación no es un simple acto de contrición: “¡Escuchad hermanos!, nos grita Pablo, ¡Hemos sido liberados del pecado para que todo nuestro ser, alma y cuerpo, sea una ofrenda viva a Dios y nuestros miembros sean como armas santas al servicio de Dios!” (Rom 6,13), del Dios Amor, no del Dios de la Guerra.

La salvación requiere nuestra fe y nuestra fortaleza: “¡El pecado ya no nos volverá a dominar [si nosotros así lo queremos], pues ya no estamos bajo la [obligación] de la Ley, sino bajo la gracia [de hijos amados] (Rom 6,14), para servir a Dios! (Rom 6,22). Recordemos que Dios le dijo a Pablo: “¡Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza!” (2Cor 12, 7-8).

La salvación implica una transformación de todo nuestro ser ya ahora con la fuerza del Espíritu: “¡Sois hijos de Dios y el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo habitan en vosotros! (Rom 8,9). ¡Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita ya en nosotros!” (Rom 8,11). Lo importante de la salvación es saber que esta resurrección espiritual no tendrá lugar después del Juicio Final, sino ya ahora, aunque nuestro cuerpo se deteriore y tenga que reposar un tiempo en el polvo y esperar el renacer de toda la creación] (Cfr. Rom 8, 18-22). Por ello y en consecuencia, Pablo nos pide que “no vivamos según la carne, pues no le debemos nada. Si vivimos según la carne, necesariamente moriremos [con la carne]; mas si damos muerte a las obras de la carne mediante el espíritu, viviremos [ya con el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de ambos que habitan en nosotros]” (Rom 8, 11-13). Y, en su delirio de amor, exclama: “He sido crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Lo que vivo en mi carne, lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. Esta es para mí la manera de no despreciar el don de Dios” (Gal 2,19).

5. Sí, somos débiles, pero no estamos solos y tenemos toda la fuerza de Dios.

“Somos débiles, mas el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, con gemidos inefables” y Aquel que penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones, pues el Espíritu quiere conseguir para los santos lo que es de Dios” (Rom 8, 26-27). Y, además, debemos confiar en que Cristo, el que murió por nosotros, y resucitó y está a la derecha de Dios, también intercede por nosotros (Rom 8,34). Y aún tenemos mucho más a nuestro favor: Ya Dios de antemano nos conoció y nos predestinó a ser imagen y semejanza de su Hijo, a fin de que sea el primogénito en medio de numerosos hermanos. Y a los que él eligió los llamó, a los que llamó los hizo justos y santos; a los que hizo justos y santos les da la Gloria (Rom 8, 29-30). Podemos pensar que ya antes de que nuestros padres nos pusieran un nombre, ya Dios Padre pronunció nuestro nombre y llamándonos por nuestro nombre nos dio la vida. Y Dios sigue llamándonos por el nombre para redimirnos.

6. ¡Somos hijos de la Luz, de la Vida y del Amor: hagamos su Reino!

Todos nosotros somos hijos de hombre, nacidos de mujer, pero todos somos Hijos de Dios, llevamos su semilla de Vida, de Luz, de Amor, y hemos sido llamados en Cristo, y formamos un solo cuerpo en Cristo. En consecuencia, debemos obrar sabiendo que dependemos unos de otros y que se nos han dado carismas diferentes para servir a los demás (Rom 12, 5-8). Revistámonos de una coraza de luz y comportémonos con decencia, como a plena luz: nada de banquetes y borracheras, nada de lujuria y vicios, nada de pleitos y envidias. Revistámonos del Señor Jesucristo y no nos dejemos arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos (Rom 13,12-14), pues, somos criaturas de Dios para el amor, para ayudar a los débiles (Rom 14, 1-6), para evitar el escándalo en los hermanos (Rom 14,12-23), para hacer el bien a los demás (Rom 15, 1-7), pues, ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y vive, para ser señor de los muertos y de los que viven (Rom 14,7-9) construyendo con amor y con el espíritu de las Bienaventuranzas el Reino de Dios:

“Que el amor sea sincero. Detestad el mal, procurad el bien. Que el amor fraterno sea verdadero cariño, adelantándose al otro en el respeto mutuo. Sed diligentes y no flojos. Sed fervorosos en el Espíritu y sirviendo al Señor. Tened esperanza y sed alegres. Sed pacientes en las pruebas y orad sin cesar. Compartid con los hermanos necesitados y practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persigan, bendecid y no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros. No busquéis grandezas, id a lo humilde. No os complazcáis en vuestra propia sabiduría. No devolváis a nadie mal por mal. Procurad el bien ante todos los hombres. Haced lo posible para vivir en paz con todos los hombres. No os toméis la justicia por vuestra cuenta, queridos míos, dejad a Dios la justicia. No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 9-21).

¡Que de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor, nos lleguen a todos la gracia y la paz!

Este domingo segundo del tiempo ordinario, en el que conmemoramos litúrgicamente la llamada de los primeros discípulos, es un buen momento para “renacer” y “caminar”, junto con los hermanos, como hijos de la Luz y del Amor. ¡Que así sea!

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