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lunes, 26 de enero de 2009

Reflexión ante la crisis


En la pasada Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal los Obispos, seriamente afectados por la actual crisis económica, hemos dedicado una larga sesión a deliberar, después de escuchar a personas expertas sobre la materia, reflexionar hondamente y hacer algunas propuestas operativas. No bastaba con sentir la preocupación, era necesario tomar alguna determinación de ayuda directa a los más afectados por la crisis.

Estas determinaciones, a modo de signo, serían una implicación directa en el problema social y económico y, por otra parte, un estímulo para que la sociedad pueda sentirse animada a iniciar un camino de reflexión por el que es necesario avanzar si queremos que la crisis no acabe con nosotros y que las personas y las familias más necesitadas no lleguen a situaciones desesperadas.

Ya el Cardenal Presidente de la CEE mencionó la cuestión de la crisis en su discurso de apertura: “en las actuales circunstancias –dijo- conviene recordar especialmente la doctrina del destino universal de los bienes de la propiedad privada y pública, del derecho y del deber del trabajo y, sobre todo, las exigencias del bien común. Quienes se quedan sin trabajo: los emigrantes, con menos apoyo en el entorno familiar y social, y, en general, las personas que se hallan en situaciones más desfavorecidas, esperan con toda justicia el apoyo necesario de los poderes públicos y de la sociedad”.

En estas breves líneas aparecen destacados los hechos y las personas más afectadas por la crisis: los desempleados, que crecen sin cesar y en España superan ya los 3 millones, de quienes dependen en su mayor parte las familias, hijos, padres y cónyuges; los emigrantes, que en grandes cantidades han acudido a nuestro país con la esperanza de encontrar solución a sus necesidades existenciales y ahora se ven avocados a una gran carestía económica, con la tentación de acudir a la delincuencia como el camino más rápido para resolver sus problemas; y también las personas con menos recursos, que encuentran enormes dificultades para sobrevivir.

A la vez que se enumeran las personas, principales afectados por la crisis, se presentan también algunos principios basados en los derechos humanos, en la Doctrina social de la Iglesia y en criterios evangélicos como es el destino universal de los bienes, según el cual todo ser humano tiene derecho a lo necesario imprescindible para una subsistencia digna.

En este sentido, nuestra alarma ante la crisis que ahora padecemos en Occidente no deja de ser un tanto egoísta, ya que el tercer y cuarto mundo, es decir, países enteros de África, Asia y Sudamérica, viven permanentemente instalados en crisis de parecido género sin que nos conmovamos por la flagrante e injusta realidad en que viven de modo permanente y que está llamando a nuestras puertas.

La situación dramática en que nos coloca nuestra crisis nos exigirá en adelante vivir con mayor espíritu de solidaridad con los países más pobres. La propiedad pública y privada de nuestros bienes queda cuestionada en estos momentos, cuando una gran parte de las familias del mundo viven en permanente déficit económico y déficit de los recursos más elementales. El derecho al trabajo como medio de subsistencia no es sólo un derecho consolidado en los países del primer mundo, aunque en ocasiones falla estrepitosamente como sucede en el momento presente, sino que es un derecho de todo ser humano para acceder a las necesidades básicas de la familia, a la vivienda, a la educación, a la cultura y sanidad, etc.

Por otra parte, la crisis económica que estamos padeciendo, nos lleva a descubrir una situación de crisis mucho más amplia, que ha alcanzado a la economía mundial y nos hace pensar también en las causas que ha han generado, es decir, en una crisis profunda de carácter moral. Así, la Asamblea de los Obispos pensaba que “es el momento de reflexionar sobre los orígenes morales de la crisis, examinando si el relativismo moral no ha fomentado conductas no orientadas por criterios objetivos de servicio al bien común y al interés general; si la vida económica no se ha visto dominada por la avaricia de la ganancia rápida y desproporcionada a los bienes producidos; si el derroche y la ostentación, privada y pública, no han sido presentados con demasiada frecuencia como supuesta prueba de efectividad económica y social”.

Estoy seguro de que quienquiera que oiga o lea estas reflexiones con espíritu abierto se sentirá implicado en alguna de ellas: en la avaricia, en la ganancia rápida y desmedida, en el derroche o en la ostentación, cada uno en su medida. Todos estos caminos, alentados por cada uno de nosotros, nos han llevado irremediablemente a la situación actual generalizada. La crisis nos ha de llevar, en una reflexión honda y serena, a un doble propósito: a la austeridad de vida personal y a la solidaridad con los demás. En ambos campos, austeridad y solidaridad, cada uno de nosotros puede avanzar notablemente y proponerse medidas concretas para su vida diaria.

En este sentido práctico, y buscando un alivio a la dramática situación en que viven las personas de nuestro entorno que ya han sido tocadas por los efectos de la crisis, los Obispos españoles hemos entregado a Cáritas el 1% del total bruto que reciben las diócesis proveniente del Fondo Común interdiocesano, una cantidad que asciende a casi 2 millones de euros (1.9 equivalente a 316 millones de pts.), que llegarán a nuestras Cáritas diocesanas y concretamente a nuestra Cáritas de Ávila. Aunque la cantidad destinada no pueda resolver todos los problemas derivados de la crisis, aparece ante todos como un hecho concreto de ayuda y un gesto de solidaridad y amor fraterno. En unos momentos en los que se da un continuo incremento de petición de ayuda, comprobamos que toda nuestra colaboración con Cáritas queda corta.

Por ello, los Obispos hacemos un llamamiento a la colaboración de todos los fieles, instituciones y comunidades de la Iglesia con el fin de que cada uno, según sus posibilidades y competencias, se esfuerce con su compromiso generoso y contribuya a la edificación de una sociedad más justa y fraterna, que rechaza la fatalidad de la miseria.

Es así como esta crisis, que amenaza con instalarse entre nosotros por largo tiempo, puede ayudarnos a valorar al ser humano en su totalidad y a juzgar a la sociedad como una realidad interdependiente, en la cual la solución a los problemas sólo es posible si los afrontamos y superamos en común.

Con mi afecto solidario para todos.

+Jesús, Obispo de Ávila.

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