Publicado por El Blog de X. Pikaza
Éstas son las dos últimas palabras del antiguo credo de la iglesia:
Creo en la comunión de los santos
y creo en la resurrección de la carne
Con ellas quiero terminar este serie dedicada a la recuperación cristiana, propia del “verano norte” del 2010. Buen día a todos y gracias a los que me habéis seguido, a pesar de las vacaciones (en este cálído agosto de Castilla).
El proceso de reforma y recreación eclesial sólo tiene sentido si va unido a un nuevo impulso misionero. El sistema domina nuestro mundo en un nivel económico-administrativo, pero en otro nos abandona a la improvisación familiar, a la soledad social, al puro mundo del espectáculo que distrae sin enriquecernos, que aturde sin llenar nuestros corazones. En ese contexto queremos reiniciar la misión cristiana, sin nostalgias ni retornos imposibles. No se puede reconstruir la vieja Europa cristiana, ni mantener el modelo de evangelización de América, ni defender la forma de unidad que ha impuesto el papado en los últimos siglos. Estamos llamados a crear iglesia, en dos movimientos simétricos:
Las comunidades deben constituirse a sí mismas, desde el encuentro de los creyentes, que se descubren llamados por la Palabra y Amor de Jesús, sin más finalidad que dialogar y ser comunión de personas, compartiendo la vida. Ellas mismas deben rehacer el camino de la fe, en formas de amor liberado, desarrollando sus ministerios y liturgias del pan y vino (o sus equivalente simbólicos en plano de comida). Ningún cristiano sustituir a otro en su camino, pero todos se acompañan y ayudan en el gesto redentor del amor mutuo y la entrega gozosa de la vida .
Las comunidades se vinculan formando federaciones que se abren y extienden hasta llenar el mundo. Un mismo amor las empuja, una experiencia de gratuidad las une, integrando así comuniones más amplias, conferencias de iglesias reunidas, sea en torno a un obispo central (obispados mayores), o en torno a un consejo de obispos (conferencia episcopal etc). Cada iglesia es por sí misma presencia de Reino (no recibe autoridad por delegación), pero todas pueden y deben unirse en comunión de espíritu y diálogo, como células de amor que se van expandiendo al mundo entero.
Es evidente que las comunidades tendrán estilos distintos para celebrar su fe y construir su unidad, sobre la base del único evangelio y la palabra clave de los primeros concilios. Pero más que la unidad en la expresión externa de la fe importará la comunión y comunicación, que supera las imposiciones de algunos o la dictadura del sistema. No será un camino fácil. Habrá que recorrer nuevamente grandes itinerarios de fe y amor, en un proceso enriquecido por el recuerdo de las viejas cristiandades. Se ayudarán unos a otros, pero cada comunidad deberá resolver sus problemas, recorriendo su propia itinerario creyente.
El camino será variado, habrá tentativas distintas, con el riesgo de perderse en las muchas experiencias, pero sólo así, dejando en libertad a los caminantes, podremos rehacer la gran marcha de la fe, como muestran los escritos del Nuevo Testamento. En ese contexto será fundamental la solidaridad misionera entre las diversas iglesias, con mayor movilidad y mayor presencia de las unas en las otras, en clima dialogal, en plano de pan, de casa y de palabra, como han mostrado laslos posts anteriores.
Para que el proceso sea novedoso y todos puedan recorrerlo en libertad, es conveniente que el poder de Roma quede por un tiempo silenciado, no por conflictos internos e impotencia (como en los siglos oscuros: IX-X EC), sino para riqueza y creatividad de las iglesias e instituciones eclesiales: que no imponga su control, que no trece directrices para todos, ni acuda al magisterio ordinario para resolver los problemas en forma de sistema; que las mismas iglesias (federaciones de iglesias) tracen planes misioneros, poniendo en marcha formas nuevas de dinámica cristiana.
Es necesario que las iglesias recuperen su identidad y responsabilidad: que se enfrenten a la tarea de actualizar su mensaje a la cultura del tiempo y de recrear su organización ministerial, compartiendo experiencias, pero sin querer hacerlo todas de la misma forma. Que no haya control teológico, ni miedo a pensar y decir lo que se piensa (como en la actualidad), ni una Congregación unitaria y secreta de Doctrina de la fe, que se atreve a decirnos lo que debemos decir... Ciertamente, tanto el Credo Romano como el Niceno-Constantinopolitano son básicos y los primeros concilios de la Iglesia universal siguen ofreciendo un canon de fe, pero después será preciso que aprendamos a dialogar sin presupuestos ni complejos de verdad con los demás cristianos (ortodoxos, protestantes) .
En este campo, me parece necesario que recuperemos, por amor al evangelio, la libertad para pensar en libertad y comunión, de manera que la misma dinámica de la verdad vaya abriendo nuevas comprensiones del misterio, sin ocultamiento o miedo, pues la "verdad del amor" (cf. Ef 4, 15) se irá sedimentando por su densidad, no por coacciones exteriores. Debemos confiar en el "sensus fidelium" o sensibilidad creyente de las comunidades, capaces de discernir y vivir la verdad, en diálogo comunitario, sin distinción de clérigos y laicos.
Sólo recorriendo su camino, en este nuevo mundo del sistema, las iglesias aprenderán a dialogar de forma evangélica, sin los miedos y reservas actuales, creando formas de vinculación, desde la fe común, en transparencia de amor. Sólo así podrá ser de nuevo importante la función petrina de la iglesia católica, pero no en clave de uniformidad, sino de diálogo entre las comunidades. Es posible que iglesia en cuanto tal tenga que dejar la inmensa mayoría de sus obras eclesiales propias (universidades y colegios, hospitales y posesiones), para mostrar mejor lo que es: comunión gratuita de personas, sin nada propio (sin bienes ni posesiones al modo del sistema).
De esa forma podrá inspirar organización de carácter mixto (de inspiración evangélica y concreción social), conforme al modelo de las ONG u OE, (=Organizaciones Eclesiales) que serán gestoras de bienes y acciones vinculadas a la iglesia: de sus edificios y organizaciones educativas (si fuere necesario), de sus obras sociales y asistenciales etc. De esa forma, la iglesia se ocupará de las cosas de Dios, pero podrá dialogar con el sistema (que se ocupa de las cosas del César), promoviendo instituciones en línea de gratuidad y ayuda social pero sin identificarse con ellas, sin identificarlas con su más honda verdad: ella es comunión gratuita, signo de perdón y amor liberador .
Creo en la resurrección de la carne.
Siguiendo la palabra del Credo evocamos al fin: Creo en la Vida eterna. Comenzamos planteando el tema a partir de la historia de Jesús, que había interpretado el Espíritu como poder de Dios que libera a los posesos y abre a todos un camino de Reino, siendo por ello por ello perseguido (cf. Mc 3, 21-30). Los discípulos pascuales deberán seguir su gesto, siendo también perseguidos:
Cuando os lleven a entregaros (a los tribunales)
no penséis de antemano lo que habéis de contestar;
decid más bien aquello que (Dios mismo) os inspire aquella hora.
Pues no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo
(Mc 13, 11 par).
Posiblemente, estas palabras provienen de la comunidad cristiana que habla en nombre de Jesús y sabe que el Espíritu de Dios se hará palabra de vida y asistencia en medio de las persecuciones del sistema. Pablo vincula esta certeza con la resurrección, al confesar que el mismo Espíritu de Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, resucitará a los fieles (Rom 8, 11-12). Como aquella situación es la nuestra. Los primeros cristianos se enfrentaron, impotentes pero llenos de perdón y gracia de Dios, al gran sistema del imperio, con la certeza de que encontrarían (les sería dada) la palabra y fuerza en el momento necesario.
También nosotros nos hallamos dominados por el miedo: nos ronda la angustia de la vida, nos posee la amenaza del sistema, que nos cierra en su cofre de hierro sin salida. La misma iglesia oficial nos parece dominada a veces por el miedo, buscando seguridades en su propio y pequeño sistema sacral. Pues bien, en esa situación nos llega y anima la palabra de Jesús: "no tengáis miedo, pues no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo".
Siguiendo en esa línea, ha elevado Pablo la certeza de que el Espíritu dirige nuestra vida hacia la plenitud de toda Vida, superando así el giro constante de las cosas, que vuelven siempre a lo mismo, en círculos de eterno retorno, oprimiendo a los humanos. La razón del sistema se pierde, la mente encerrada en el mundo no encuentra respuesta ni sabe cómo pedir y/o comportarse, pero el Espíritu de Dios viene y ayuda, con palabra de oración y esperanza salvadora:
– Toda la Creación gime y sufre hasta ahora,
como en dolores de parto. Pero no sólo ella,
– también Nosotros, que tenemos la primacía del Espíritu,
gemimos por dentro, esperando la filiación,
la redención de nuestro cuerpo
– El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad,
pues no sabemos pedir como se debe,
pero el mismo Espíritu intercede por nosotros
con gemidos inefables (Rom 8, 22-26).
El camino de misión e institución cristiana, participa de este gran dolor del mundo. Donde se dice que la Creación sufre en dolores de parto podríamos traducir y afirmar que el sistema (cofre de hierro cerrado en sí mismo), padece y sufre, buscando algo distinto, aunque ni él mismo lo sepa, ni lo sepan sus servidores. Pues bien, desde todo lo anterior nos atrevemos a decir que el mismo sistema quisiera convertirse en matriz de humanidad.
La creación gime en dolores de parto y también nosotros con ella gemimos: no podemos alcanzar la plenitud a solas, ni por medio del puro sistema, que es incapaz de resolver nuestras dudas y curar nuestras enfermedades. Pero el Espíritu penetra en nuestra vida, asumiendo nuestra debilidad, animando y dirigiendo nuestra marcha hacia su Vida y Comunión eterna, por encima de los riesgos (y valores) del sistema. Desde este fondo podemos recordar la promesa del Paráclito, que evocábamos ya al tratar de Jn:
Conviene que yo me vaya, pues si no me fuere no vendrá a vosotros el Paráclito...
Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la verdad completa (Jn 16, 7.13)
La mujer cuando está de parto se entristece, porque ha llegado su hora,
pero cuando da a luz al niño no se acuerda de la tristeza... (Jn 16, 21)
Conviene que se vaya y culmine su camino, para ofrecer a los humanos el Espíritu, que lleve a la verdad completa, no sólo al final, sino en medio de la historia. Del plano cósmico (Rom 8: el mundo gime, esperando libertad) pasamos al más antropológico y eclesial (Jn): el Espíritu es don y presencia de Dios en el amor de los humanos que nos abre (les abre) hacia el futuro de la plena Verdad, que es el perdón y comunión interhumana. En ese fondo sigue la imagen del "parto", que es dolor creador, principio de más alto nacimiento. Camino de parto de reino o resurrección es la iglesia . Los judíos más cercanos a Jesús (esenios, fariseos) esperaban la resurrección, destacando su carácter comunitario (del pueblo en su conjunto) y escatológico (será al fin de los tiempos, es decir, en la culminación de la historia).
Pues bien, avanzando en esa línea, los cristianos han vinculado la resurrección con el triunfo de Cristo (ha vencido a la muerte) y la presencia del Espíritu Santo, que es poder de resurrección y vida eterna, actuando ya en la iglesia. Ellos no creen sin más en la resurrección general (final) de los muertos, aunque esa fe pueda estar en el fondo de su confesión (cf. Rom 4, 17; Jn 11, 24), sino en el Dios que ha resucitado ya a Jesús de entre los muertos, por obra del Espíritu. No se limitan a esperar la resurrección y vida final, sino que la identifican con el triunfo de Jesús y su Espíritu en la pascua: creen que Jesús ha resucitado ya, de forma que pueden afirmar ¡Yo soy la resurrección y la Vida! (cf. Jn 11, 25).
Conclusiòn
La historia no es un eterno retorno angustioso, ni pura cárcel de sistema, sino camino abierto por el Espíritu de Dios hacia la Creación definitiva. La resurrección ha de entenderse, según eso, desde un trasfondo personal de entrega mutua y donación de vida, en amor compartido y presencia del Espíritu. La carne vieja de este mundo es lucha mutua, deseo codicioso, envidia violenta. Por el contrario, la carne abierta a la resurrección es vida compartida, es comunión personal gratuita de aquellos que tienen su vida dándola a los otros.
Resucitar en la carne significa culminar la vida en comunión, rompiendo el cofre del sistema. La resurrección pertenece al diálogo de los humanos con Dios, en gratuidad y donación: el resucitado no recupera la vida en mí mismo (en soledad), sino desde el amor de Dios, en el Espíritu. Por eso, estrictamente hablando, la resurrección consiste en dejar de vivir en mí mismo, para vivir desde Dios, en y con los otros, en gracia compartida; no es experiencia cósmica, ni triunfo del sistema, ni descubrimiento interior, sino comunicación de amor sobre la muerte .
El sistema está hecho de muerte: lucha y competencia, envidia y egoísmo; por eso nos encierra a todos en su cofre, que es destino de imposición y de violencia. Por el contrario, la libertad cristiana sólo existe y se despliega en un nivel de comunión o gracia compartida, que rompen las paredes del sistema y nos permiten descubrir y alcanzar (recibir) la Vida eterna.
En principio, enn contra de lo que creen y dicen en este blog algunos instrumentos ecleiásticos, los cristianos no creemos en la inmortalidad del alma o de la vida sino en el Dios que resucita a los muertos. El alma no es inmortal en sí, pero puede alcanzar una vida más alta y perdurable (eterna o sin fin) por gracia del Dios que la acoge y transforma en amor compartido, en comunión definitiva, tras la muerte. Desde ese fondo, la fe en la comunión de los santos y la fe en la vida eterna se identifican.
La resurrección empieza así dentro de la historia, como sabe Ap 20, 1-6 cuando habla de la primera resurrección, del Milenio que se identifica con el triunfo de los mártires, que han puesto su vida al servicio de la libertad y amor de Cristo.
Creo en la comunión de los santos
y creo en la resurrección de la carne
Con ellas quiero terminar este serie dedicada a la recuperación cristiana, propia del “verano norte” del 2010. Buen día a todos y gracias a los que me habéis seguido, a pesar de las vacaciones (en este cálído agosto de Castilla).
Creo en la comunión de los santos
El proceso de reforma y recreación eclesial sólo tiene sentido si va unido a un nuevo impulso misionero. El sistema domina nuestro mundo en un nivel económico-administrativo, pero en otro nos abandona a la improvisación familiar, a la soledad social, al puro mundo del espectáculo que distrae sin enriquecernos, que aturde sin llenar nuestros corazones. En ese contexto queremos reiniciar la misión cristiana, sin nostalgias ni retornos imposibles. No se puede reconstruir la vieja Europa cristiana, ni mantener el modelo de evangelización de América, ni defender la forma de unidad que ha impuesto el papado en los últimos siglos. Estamos llamados a crear iglesia, en dos movimientos simétricos:
Las comunidades deben constituirse a sí mismas, desde el encuentro de los creyentes, que se descubren llamados por la Palabra y Amor de Jesús, sin más finalidad que dialogar y ser comunión de personas, compartiendo la vida. Ellas mismas deben rehacer el camino de la fe, en formas de amor liberado, desarrollando sus ministerios y liturgias del pan y vino (o sus equivalente simbólicos en plano de comida). Ningún cristiano sustituir a otro en su camino, pero todos se acompañan y ayudan en el gesto redentor del amor mutuo y la entrega gozosa de la vida .
Las comunidades se vinculan formando federaciones que se abren y extienden hasta llenar el mundo. Un mismo amor las empuja, una experiencia de gratuidad las une, integrando así comuniones más amplias, conferencias de iglesias reunidas, sea en torno a un obispo central (obispados mayores), o en torno a un consejo de obispos (conferencia episcopal etc). Cada iglesia es por sí misma presencia de Reino (no recibe autoridad por delegación), pero todas pueden y deben unirse en comunión de espíritu y diálogo, como células de amor que se van expandiendo al mundo entero.
Es evidente que las comunidades tendrán estilos distintos para celebrar su fe y construir su unidad, sobre la base del único evangelio y la palabra clave de los primeros concilios. Pero más que la unidad en la expresión externa de la fe importará la comunión y comunicación, que supera las imposiciones de algunos o la dictadura del sistema. No será un camino fácil. Habrá que recorrer nuevamente grandes itinerarios de fe y amor, en un proceso enriquecido por el recuerdo de las viejas cristiandades. Se ayudarán unos a otros, pero cada comunidad deberá resolver sus problemas, recorriendo su propia itinerario creyente.
El camino será variado, habrá tentativas distintas, con el riesgo de perderse en las muchas experiencias, pero sólo así, dejando en libertad a los caminantes, podremos rehacer la gran marcha de la fe, como muestran los escritos del Nuevo Testamento. En ese contexto será fundamental la solidaridad misionera entre las diversas iglesias, con mayor movilidad y mayor presencia de las unas en las otras, en clima dialogal, en plano de pan, de casa y de palabra, como han mostrado laslos posts anteriores.
Para que el proceso sea novedoso y todos puedan recorrerlo en libertad, es conveniente que el poder de Roma quede por un tiempo silenciado, no por conflictos internos e impotencia (como en los siglos oscuros: IX-X EC), sino para riqueza y creatividad de las iglesias e instituciones eclesiales: que no imponga su control, que no trece directrices para todos, ni acuda al magisterio ordinario para resolver los problemas en forma de sistema; que las mismas iglesias (federaciones de iglesias) tracen planes misioneros, poniendo en marcha formas nuevas de dinámica cristiana.
Es necesario que las iglesias recuperen su identidad y responsabilidad: que se enfrenten a la tarea de actualizar su mensaje a la cultura del tiempo y de recrear su organización ministerial, compartiendo experiencias, pero sin querer hacerlo todas de la misma forma. Que no haya control teológico, ni miedo a pensar y decir lo que se piensa (como en la actualidad), ni una Congregación unitaria y secreta de Doctrina de la fe, que se atreve a decirnos lo que debemos decir... Ciertamente, tanto el Credo Romano como el Niceno-Constantinopolitano son básicos y los primeros concilios de la Iglesia universal siguen ofreciendo un canon de fe, pero después será preciso que aprendamos a dialogar sin presupuestos ni complejos de verdad con los demás cristianos (ortodoxos, protestantes) .
En este campo, me parece necesario que recuperemos, por amor al evangelio, la libertad para pensar en libertad y comunión, de manera que la misma dinámica de la verdad vaya abriendo nuevas comprensiones del misterio, sin ocultamiento o miedo, pues la "verdad del amor" (cf. Ef 4, 15) se irá sedimentando por su densidad, no por coacciones exteriores. Debemos confiar en el "sensus fidelium" o sensibilidad creyente de las comunidades, capaces de discernir y vivir la verdad, en diálogo comunitario, sin distinción de clérigos y laicos.
Sólo recorriendo su camino, en este nuevo mundo del sistema, las iglesias aprenderán a dialogar de forma evangélica, sin los miedos y reservas actuales, creando formas de vinculación, desde la fe común, en transparencia de amor. Sólo así podrá ser de nuevo importante la función petrina de la iglesia católica, pero no en clave de uniformidad, sino de diálogo entre las comunidades. Es posible que iglesia en cuanto tal tenga que dejar la inmensa mayoría de sus obras eclesiales propias (universidades y colegios, hospitales y posesiones), para mostrar mejor lo que es: comunión gratuita de personas, sin nada propio (sin bienes ni posesiones al modo del sistema).
De esa forma podrá inspirar organización de carácter mixto (de inspiración evangélica y concreción social), conforme al modelo de las ONG u OE, (=Organizaciones Eclesiales) que serán gestoras de bienes y acciones vinculadas a la iglesia: de sus edificios y organizaciones educativas (si fuere necesario), de sus obras sociales y asistenciales etc. De esa forma, la iglesia se ocupará de las cosas de Dios, pero podrá dialogar con el sistema (que se ocupa de las cosas del César), promoviendo instituciones en línea de gratuidad y ayuda social pero sin identificarse con ellas, sin identificarlas con su más honda verdad: ella es comunión gratuita, signo de perdón y amor liberador .
Creo en la resurrección de la carne.
Siguiendo la palabra del Credo evocamos al fin: Creo en la Vida eterna. Comenzamos planteando el tema a partir de la historia de Jesús, que había interpretado el Espíritu como poder de Dios que libera a los posesos y abre a todos un camino de Reino, siendo por ello por ello perseguido (cf. Mc 3, 21-30). Los discípulos pascuales deberán seguir su gesto, siendo también perseguidos:
Cuando os lleven a entregaros (a los tribunales)
no penséis de antemano lo que habéis de contestar;
decid más bien aquello que (Dios mismo) os inspire aquella hora.
Pues no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo
(Mc 13, 11 par).
Posiblemente, estas palabras provienen de la comunidad cristiana que habla en nombre de Jesús y sabe que el Espíritu de Dios se hará palabra de vida y asistencia en medio de las persecuciones del sistema. Pablo vincula esta certeza con la resurrección, al confesar que el mismo Espíritu de Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, resucitará a los fieles (Rom 8, 11-12). Como aquella situación es la nuestra. Los primeros cristianos se enfrentaron, impotentes pero llenos de perdón y gracia de Dios, al gran sistema del imperio, con la certeza de que encontrarían (les sería dada) la palabra y fuerza en el momento necesario.
También nosotros nos hallamos dominados por el miedo: nos ronda la angustia de la vida, nos posee la amenaza del sistema, que nos cierra en su cofre de hierro sin salida. La misma iglesia oficial nos parece dominada a veces por el miedo, buscando seguridades en su propio y pequeño sistema sacral. Pues bien, en esa situación nos llega y anima la palabra de Jesús: "no tengáis miedo, pues no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo".
Siguiendo en esa línea, ha elevado Pablo la certeza de que el Espíritu dirige nuestra vida hacia la plenitud de toda Vida, superando así el giro constante de las cosas, que vuelven siempre a lo mismo, en círculos de eterno retorno, oprimiendo a los humanos. La razón del sistema se pierde, la mente encerrada en el mundo no encuentra respuesta ni sabe cómo pedir y/o comportarse, pero el Espíritu de Dios viene y ayuda, con palabra de oración y esperanza salvadora:
– Toda la Creación gime y sufre hasta ahora,
como en dolores de parto. Pero no sólo ella,
– también Nosotros, que tenemos la primacía del Espíritu,
gemimos por dentro, esperando la filiación,
la redención de nuestro cuerpo
– El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad,
pues no sabemos pedir como se debe,
pero el mismo Espíritu intercede por nosotros
con gemidos inefables (Rom 8, 22-26).
El camino de misión e institución cristiana, participa de este gran dolor del mundo. Donde se dice que la Creación sufre en dolores de parto podríamos traducir y afirmar que el sistema (cofre de hierro cerrado en sí mismo), padece y sufre, buscando algo distinto, aunque ni él mismo lo sepa, ni lo sepan sus servidores. Pues bien, desde todo lo anterior nos atrevemos a decir que el mismo sistema quisiera convertirse en matriz de humanidad.
La creación gime en dolores de parto y también nosotros con ella gemimos: no podemos alcanzar la plenitud a solas, ni por medio del puro sistema, que es incapaz de resolver nuestras dudas y curar nuestras enfermedades. Pero el Espíritu penetra en nuestra vida, asumiendo nuestra debilidad, animando y dirigiendo nuestra marcha hacia su Vida y Comunión eterna, por encima de los riesgos (y valores) del sistema. Desde este fondo podemos recordar la promesa del Paráclito, que evocábamos ya al tratar de Jn:
Conviene que yo me vaya, pues si no me fuere no vendrá a vosotros el Paráclito...
Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la verdad completa (Jn 16, 7.13)
La mujer cuando está de parto se entristece, porque ha llegado su hora,
pero cuando da a luz al niño no se acuerda de la tristeza... (Jn 16, 21)
Conviene que se vaya y culmine su camino, para ofrecer a los humanos el Espíritu, que lleve a la verdad completa, no sólo al final, sino en medio de la historia. Del plano cósmico (Rom 8: el mundo gime, esperando libertad) pasamos al más antropológico y eclesial (Jn): el Espíritu es don y presencia de Dios en el amor de los humanos que nos abre (les abre) hacia el futuro de la plena Verdad, que es el perdón y comunión interhumana. En ese fondo sigue la imagen del "parto", que es dolor creador, principio de más alto nacimiento. Camino de parto de reino o resurrección es la iglesia . Los judíos más cercanos a Jesús (esenios, fariseos) esperaban la resurrección, destacando su carácter comunitario (del pueblo en su conjunto) y escatológico (será al fin de los tiempos, es decir, en la culminación de la historia).
Pues bien, avanzando en esa línea, los cristianos han vinculado la resurrección con el triunfo de Cristo (ha vencido a la muerte) y la presencia del Espíritu Santo, que es poder de resurrección y vida eterna, actuando ya en la iglesia. Ellos no creen sin más en la resurrección general (final) de los muertos, aunque esa fe pueda estar en el fondo de su confesión (cf. Rom 4, 17; Jn 11, 24), sino en el Dios que ha resucitado ya a Jesús de entre los muertos, por obra del Espíritu. No se limitan a esperar la resurrección y vida final, sino que la identifican con el triunfo de Jesús y su Espíritu en la pascua: creen que Jesús ha resucitado ya, de forma que pueden afirmar ¡Yo soy la resurrección y la Vida! (cf. Jn 11, 25).
Conclusiòn
La historia no es un eterno retorno angustioso, ni pura cárcel de sistema, sino camino abierto por el Espíritu de Dios hacia la Creación definitiva. La resurrección ha de entenderse, según eso, desde un trasfondo personal de entrega mutua y donación de vida, en amor compartido y presencia del Espíritu. La carne vieja de este mundo es lucha mutua, deseo codicioso, envidia violenta. Por el contrario, la carne abierta a la resurrección es vida compartida, es comunión personal gratuita de aquellos que tienen su vida dándola a los otros.
Resucitar en la carne significa culminar la vida en comunión, rompiendo el cofre del sistema. La resurrección pertenece al diálogo de los humanos con Dios, en gratuidad y donación: el resucitado no recupera la vida en mí mismo (en soledad), sino desde el amor de Dios, en el Espíritu. Por eso, estrictamente hablando, la resurrección consiste en dejar de vivir en mí mismo, para vivir desde Dios, en y con los otros, en gracia compartida; no es experiencia cósmica, ni triunfo del sistema, ni descubrimiento interior, sino comunicación de amor sobre la muerte .
El sistema está hecho de muerte: lucha y competencia, envidia y egoísmo; por eso nos encierra a todos en su cofre, que es destino de imposición y de violencia. Por el contrario, la libertad cristiana sólo existe y se despliega en un nivel de comunión o gracia compartida, que rompen las paredes del sistema y nos permiten descubrir y alcanzar (recibir) la Vida eterna.
En principio, enn contra de lo que creen y dicen en este blog algunos instrumentos ecleiásticos, los cristianos no creemos en la inmortalidad del alma o de la vida sino en el Dios que resucita a los muertos. El alma no es inmortal en sí, pero puede alcanzar una vida más alta y perdurable (eterna o sin fin) por gracia del Dios que la acoge y transforma en amor compartido, en comunión definitiva, tras la muerte. Desde ese fondo, la fe en la comunión de los santos y la fe en la vida eterna se identifican.
La resurrección empieza así dentro de la historia, como sabe Ap 20, 1-6 cuando habla de la primera resurrección, del Milenio que se identifica con el triunfo de los mártires, que han puesto su vida al servicio de la libertad y amor de Cristo.
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