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jueves, 15 de enero de 2009

Podríamos estar viviendo ofreciendo pura ideología - II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B: (Jn 1,35-42)

Publicado por Fundación Epsilón

EL CORDERO DE DIOS

Al día siguiente, de nuevo estaba presente Juan con dos de sus discípulos, y fijando la vista en Jesús, que caminaba, dijo:
-Mirad el cordero de Dios.
Al escuchar sus palabras, los discípulos siguieron a Jesús.

Juan Bautista, la presentar a Jersús a sus discípulos, lo llama "El Cordero de Dios". Para los israelitas, la imagen del cordero recordaba siempre la experiencia fundamental de su pueblo: la liberación de sus antepasados que vivieron esclavos en Egipto.

Según cuenta el libro del Exodo (12, 1-14), una noche de primavera, en todas las casas de los esclavos israelitas de Egipto se sacrificó y se comió un cordero. Con la sangre de aquel cordero pintaron los dinteles de las puertas, y aquella señal libró de la muerte al primogénito de cada familia. Depués, una vez asado, comieron aquel cordero de pie, prepara­dos para emprender un largo viaje: el camino de la liberación. Aquélla fue la última noche de esclavitud o, mejor, la primera de libertad, pues aunque todavía estaban en la tierra de opre­sión, Dios ya había decidido que, a la mañana siguiente, los esclavos saldrían de Egipto para formar un pueblo de hombres libres. Desde entonces, todos los años, al comenzar la prima­vera, los israelitas celebraban una fiesta en la que toda la familia se reunía para conmemorar la liberación que habían alcanzado por la fuerza del amor de Dios. En aquella fiesta volvían a sacrificar y a comer un cordero: el cordero pascual, que recordaba el paso y la presencia del Dios liberador entre su pueblo.

Al señalar a Jesús como «El Cordero de Dios», Juan Bau­tista está anunciando que Dios ha decidido intervenir otra vez en la historia de los hombres para poner en marcha un nuevo proceso de liberación, a punto ya de comenzar. Y en ese nuevo camino hacia la libertad, en este nuevo éxodo, Jesús, «El Cordero de Dios», jugará un papel decisivo: como en el caso del cordero pascual, su vida y su sangre derramada serán fuente de vida y liberación.


«¿QUE BUSCÁIS?»

Jesús se volvió, y al ver que le seguían, les preguntó:

-¿Qué buscáis?

Alrededor de Juan Bautista se habían reunido muchos que se consideraban sus discípulos. Pero él no era maestro y nunca se tuvo por tal; había venido sólo a preparar el camino y a dar testimonio. Así lo había descrito Juan, el evangelista, en el prólogo de su evangelio: «No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz» (Jn 1,8). Por eso, cuando apa­reció el que tenía más derecho, según palabras del mismo Bautista, lo señala ante sus discípulos, invitándoles así a mar­charse con él: en seguida, en cuanto reconoce a Jesús como el enviado del Dios liberador, sin intentar mantener consigo ni un solo momento a aquellos que se le habían acercado. Y los que mejor lo habían entendido se marchan siguiendo al que acababa de llegar.

Y empiezan a caminar tras él, en silencio, como si no se atrevieran a decirle nada. Hasta que Jesús toma la iniciativa, se dirige a ellos y les pregunta qué es lo que buscan.



«VENID Y VERÉIS»

Le contestaron:

-Rabbí (que equivale a «Maestro»), ¿dónde vives? Les dijo:

-Venid y lo veréis.

Su respuesta es otra pregunta: «Rabbí (que equivale a «Maestro»), ¿dónde vives?» No le preguntan por su doctrina, aunque lo aceptan como maestro, sino por su vida. El evan­gelista, al narrar la escena de esta manera, nos está indicando algo muy importante en la fe cristiana: no se trata de aprender una doctrina, sino de compartir la vida, de conocer directa­mente el modo de vivir que Jesús va a proponer a todos los que decidan unirse a su camino. Por eso la respuesta de Jesús no es un discurso, sino una invitación a la experiencia: «Venid y lo veréis.»

Y lo que vieron, lo que experimentaron, tuvo que llenarlos de satisfacción, puesto que «aquel mismo día se quedaron a vivir con él». Y en seguida uno de ellos, Andrés, siente la necesidad de compartir aquella experiencia y va a buscar a su hermano para llevarlo a Jesús: «Uno de los dos que escu­chaban a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro; fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías"...»

Nosotros tenemos fe. Pero ¿a qué experiencia responde esa fe? ¿En qué consiste la experiencia que nos mantiene en ella? ¿Nos mueve a buscar a aquellos que más queremos para invitarlos a compartir nuestra alegría?.

El primer paso para llegar a la fe en Jesús Mesías, el Cordero de Dios, es ver en algún grupo, en alguna comunidad, el modo de vida que resulta después de alcanzar la liberación que él ofrece. Si alguien se acercara a nosotros preguntando cómo es la vida de los cristianos, intentando averiguar en qué se nota que un grupo de personas son cristianos, ¿cuál sería nuestra respuesta? ¿Podríamos quizá decirles "esta es nuestra experiencia, venid y veréis"?.

Tenemos que tener mucho cuidado, porque en lugar de fe podríamos estar viviendo ofreciendo pura ideología

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