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domingo, 18 de enero de 2009

Un Papa en tiempos de Guerra

Por Gerald P. Fogarty
Publicado por Mirada Global

Nueva York / Religión – En los últimos meses, la cuestión sobre la conducta del Papa Pío XII nuevamente ha hecho noticia. En el reciente Sínodo sobre la Palabra de Dios, que tuvo lugar en Roma, el Rabino Jefe Cohen de Haifa dijo que muchos judíos todavía creen que algunos líderes católicos no hicieron lo suficiente para impedir el Holocausto. El 9 de octubre, en el 50º aniversario de la muerte de Pío XII, Benedicto XVI apoyó la beatificación del pontífice en cuestión. Mientras, Abraham Foxman, el Director de Estados Unidos para la Liga Anti Difamación de B’nai B’rith, ha hecho un llamado para que el Vaticano abra los archivos del Vaticano de los años de la guerra para averiguar si, como dijo Benedicto en octubre, Pío realmente trabajó secretamente para salvar a muchos judíos.

Por de pronto, existe evidencia histórica para hacer ciertos juicios acerca de Pío XII. Los investigadores pueden recoger mucho desde los archivos del Papa Pío XI abiertos en 2003 y 2006, especialmente en relación a Eugenio Pacelli, el futuro Papa, como Secretario de Estado. Doce volúmenes de documentos de la época de la guerra publicados entre 1967 y 1981, junto con otros archivos y periódicos nacionales proporcionan una base adicional para evaluar la conducta de Pacelli durante la guerra.

Pío XI ha sido a menudo alabado por su coraje en vísperas de la guerra, principalmente por su encíclica de 1937 condenando las políticas raciales del estado nazi (Mit Brennender Sorge). Pío XII, por otro lado, ha sido condenado por su ‘silencio’ relativo al enfrentar la agresión Nazi. Pacelli, argumentan los críticos, temía tanto al comunismo que se alió con Hitler. Sin embargo, un análisis cuidadoso de las actividades de Pacelli como Secretario de Estado y luego como Pontífice, revelan un cuadro diferente.

EL DILEMA DE UN DIPLOMÁTICO

Eugenio Pacelli fue nombrado Secretario de Estado en 1929. Fue el primero en ocupar ese puesto después de la firma de los Tratados de Letrán, que establecieron el Estado de la Ciudad del Vaticano para garantizar la soberanía espiritual del Papa. Los tratados efectivamente terminaron con el estado de sitio que existía entre la Santa Sede y el Reino de Italia desde 1870. Pacelli asumió la tarea de darle nuevos rumbos a la diplomacia vaticana, aunque a veces recurrió a soluciones del pasado para solucionar los problemas que debió enfrentar. Por ejemplo, confiaba en los concordatos, como el que negoció con la Alemania Nazi en 1933, para garantizar los derechos legales de la Iglesia. Ya en el otoño de 1933 los nazis violaron el acuerdo y las sucesivas violaciones llevaron a Pío XI a publicar la encíclica Mit Brennender Sorge. Unos pocos episodios en torno a la elaboración y promulgación de esta encíclica ilustran los sentimientos anti-nazis de Pacelli.

En noviembre de 1936 Pacelli regresó de una gira de un mes por los Estados Unidos, que incluyó una entrevista con el Presidente Franklin D. Roosevelt. Al regresar a Roma se encontró con que el conflicto entre la Iglesia de Alemania y el gobierno nazi había empeorado. A comienzos de enero de 1937 Pacelli convocó a cinco líderes de la jerarquía alemana a una reunión en Roma. Los seis prelados elaboraron una declaración donde hacían una lista de quejas contra los nazis y la presentaron al Papa Pío XI, quien la firmó. Debido a las restricciones gubernamentales, el nuncio en Berlín, Arzobispo Cesare Orsenigo hizo distribuir la encíclica por medio de un correo y que fuera leída desde los púlpitos de las parroquias católicas alemanas el Domingo de Ramos de 1937. La policía alemana confiscó todas las copias que pudo y calificaron el hecho como "alta traición". A la larga, la encíclica tuvo escaso efecto positivo, y si tuvo alguna consecuencia fue sólo la de exacerbar la crisis. El embajador estadounidense informó que "había contribuido escasamente a ayudar a la Iglesia Católica en Alemania, y en vez de ello, ha provocado al estado Nazi… a continuar sus ataques indirectos contra instituciones católicas".

La encíclica también provocó la reanudación de los ostentosos juicios contra profesores católicos por supuestas violaciones a la moral. El Concordato de 1933 garantizaba el derecho de la iglesia a educar, pero al hacer estas acusaciones contra educadores católicos, los nazis querían probar que la Iglesia misma estaba violando los términos del acuerdo.

El Cardenal George Mundelein de Chicago usó el ataque de los Nazis contra la Iglesia alemana el tema de su alocución a su clero en mayo de 1937. Él se preguntaba cómo "una nación de 60 millones de personas, personas inteligentes… se someterán por miedo y serán serviles a un extranjero, a un empapelador austríaco, y pobre más encima, por lo que me han dicho". La oficina del Cardenal entregó el texto completo a la prensa, que la transmitió por todo el mundo. Al tomar conocimiento de la existencia del discurso, Pacelli pidió al delegado apostólico a los Estados Unidos una copia de la "valiente declaración". El embajador alemán ante la Santa Sede exigió que Mundelein fuese castigado por su ataque al Jefe de Estado alemán. En vez de ello, Pacelli, junto con los cardenales que formaban el grupo asesor en materia de relaciones exteriores del Vaticano, apoyaron el derecho de Mundelein a la libre expresión en su diócesis e informó a la embajada de Alemania que el problema se suscitó a causa de la persecución de los nazis contra la Iglesia. El episodio Mundelein, sin embargo, le dio al gobierno alemán otra excusa para nuevos ataques contra la Iglesia.

PACELLI Y EL ANSCHLUSS

La forma como Pacelli manejó el caso del Cardenal Theodor Innitzer de Viena es otra demostración de sus sentimientos anti-nazi. En marzo de 1938 Innitzer apoyó la entrada de los nazis a Austria y condujo a la jerarquía a exhortar a los católicos austríacos a que votaran a favor del Anchluss (anexión de Austria a Alemania). El nuncio en Viena, Arzobispo Gaetano Cicognani, hermano del delegado apostólico ante la jerarquía estadounidense, informó a la embajada de este último país que el Vaticano no apoyaba la posición de Innitzer. De acuerdo con el nuncio, Innitzer había debilitado la posición de los obispos alemanes que se oponían al nazismo. Pacelli citó a Innitzer a Roma, a nombre del Papa. Innitzer llegó en la tarde del 5 de abril y tuvo una larga reunión con Pacelli, que los periodistas describieron como "tormentosa". Al día siguiente el austríaco se reunió con el Papa, que lo trató con más cariño, como a un hijo caprichoso. Después de esto Innitzer emitió una nueva declaración básicamente retractándose de su declaración original, defendiendo los derechos de la Iglesia. Su arrepentimiento no duró mucho: al regresar a Viena enarboló la esvástica en su catedral. Sin embargo, en el siguiente otoño, Innitzer había roto relaciones con los nazis y se convirtió en objeto de sus ataques.

En el intertanto, Pacelli envió un memorándum a Joseph P. Kennedy, a la sazón embajador ante el Reino Unido, a quien el Cardenal había conocido durante su visita a los Estados Unidos, para comentarle que Innitzer había hablado la primera vez sin conocimiento o aprobación del Vaticano, y que ahora había emitido otra declaración, la cual adjuntaba. Pacelli le solicitaba a Kennedy entregar esta información a Roosevelt, según escribió Charles Gallagher, S.J. en America (1 de sept., 2003). Kennedy también envió el documento al Departamento de Estado, que lo publicó en Foreign Relations of the United States en 1955.

Aparte de documentos de archivo, también hay otros indicadores de la aversión de Pacelli por los ideales de los nazis. En mayo de 1937, cuando recién comenzaba el asunto Mundelein, William Phillips, embajador de los Estados Unidos, se juntó con Pacelli en una comida organizada por el embajador de Irlanda ante la Santa Sede. En su diario, Phillips describió el entusiasmo del Cardenal sobre su viaje a los Estados Unidos y su encuentro con Roosevelt, pero "habló más que nada sobre sus dificultades con Alemania. Dijo que estas empeoraban a diario y predijo que antes de que pasara mucho tiempo, los alemanes serían todos ‘paganos’". Phillips describió a Pacelli como un hombre de "gran encanto personal y un hombre de fuerza y carácter con altas cualidades espirituales, un hombre ideal para ser Papa si puede ser elegido". Cuando Pacelli fue elegido, Phillips opinó que el nombre que había elegido (el Papa) "es una indicación para el mundo que tiene intenciones de continuar con la fuerte política de Pío XI". La mujer de Phillips, Caroline, escribió que la elección de Pacelli era "motivo de felicidad para todos, salvo quizás para Hitler y el Duce". Phillips agregó otra nota en la que expresaba que esperaba que Roosevelt nombrara a un representante a la coronación para "mostrar el respeto y admiración que todos los estadounidenses deben sentir por el nuevo Papa". En una acción sin precedentes, Roosevelt nombró a Kennedy como el primer representante estadounidense a la coronación papal. Posteriormente, el 24 de diciembre de 1940, nombró a Myron C. Taylor como su representante personal ante el Papa, un sustituto para relaciones diplomáticas formales.

LAS RAZONES DEL SILENCIO

Los años de Pacelli como Papa han sido objeto de intenso escrutinio. ¿Acaso guardó silencio por que era insensible a las dificultades de los judíos y otras víctimas de la agresión nazi, como por ejemplo los católicos polacos? Una revisión de la información histórica disponible apunta a una conclusión distinta.

En junio de 1941 Alemania invadió la Unión Soviética, y Roosevelt inmediatamente anunció la extensión de la Ley de Préstamo y Arriendo a esta nueva víctima de agresión. Si los católicos apoyaban esta política, ¿significaba acaso que estaban cooperando con el comunismo, el que había sido condenado en 1937, en Divini Redemptoris? En un discurso radial desde Washington, patrocinado por el Departamento de Estado, el Obispo de San Agustín y ex funcionario vaticano, Joseph Hurley, delineó la diferencia entre cooperar con el comunismo y ayudar al pueblo "ruso". Esto provocó algún grado de controversia pública entre los obispos estadounidenses, pero el Vaticano finalmente adoptó la posición de Hurley como propia.

El 17 de diciembre de 1942, once naciones aliadas, incluida la Unión Soviética condenaron la exterminación nazi de los judíos. Los críticos han dicho que Pío XII se negó a firmar la declaración, pero no dicen el por qué de su rechazo. El Secretario de Estado vaticano, Luigi Maglione explicó que si la Santa Sede quería mantener su política de "imparcialidad", también debería condenar explícitamente a la Unión Soviética, que también había cometido atrocidades. No obstante, en su alocución navideña una semana después, el Papa llamó a la reconstrucción de la sociedad de la post-guerra sobre una base cristiana. Para prevenir guerras futuras, exhortaba a la humanidad a hacer una promesa a todas las víctimas de la guerra, incluyendo "los cientos de miles de personas que, sin mediar culpa alguna de su parte, a veces sólo por mérito de su nacionalidad o raza, han sido condenadas a muerte o a un lento deterioro". Muchos críticos han sostenido que el Papa era tan vago que no quedaba claro que se refiriera a los judíos. Incluso fervientes partidarios del Papa, como Vincent McCormick, S.J., un estadounidense en Roma y ex rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, encontró que la declaración era "demasiado densa… y expresada solapadamente". McCormick sugirió que el Papa debía eliminar a sus tutores alemanes y hacer que "un italiano o un francés preparen sus textos". Harold Tittman, el asistente de Myron Taylor que residía en el Vaticano, también hizo ver que la declaración contenía generalidades vagas, pero agregó que la alusión a los judíos era tan clara que los diplomáticos alemanes boicotearon la Misa Papal de medianoche.

Es efectivo que Pío tenía una manera abstracta de hablar. En esto es probable que sea culpable de usar jerga papal o vaticanesa, lo que no era exclusividad suya. Por ejemplo, el 25 de octubre de 1962, en medio de la crisis de los misiles con Cuba, el Papa Juan XXIII hizo un discurso radial en el que llamó a los líderes mundiales a negociar en vez de recurrir a la guerra, pero nunca mencionó a Cuba, o Kennedy, o Khruschev. Y todos entendieron el contexto.

Otros documentos entregan un contexto más amplio para comprender las acciones de Pío XII. El 18 de febrero de 1942, William Donovan, a la sazón director de la Oficina del Coordinador de Información, precursora de la Oficina de Servicios Estratégicos, informó a Roosevelt que había establecido un enlace del Departamento de Estado con el Vaticano y que Amleto Cicognani, el delegado apostólico, le había hecho una larga visita y se había comprometido a entregarle toda la información obtenida a través de los canales diplomáticos. Lamentablemente, no hay más documentación sobre este punto, pero es poco probable que se haya transmitido información por escrito. Otro documento revelador es el informe de Harold Tittman de junio de 1945 de lo que Josef Mueller, un dirigente de la resistencia alemana, le dijo sobre que durante el transcurso de la guerra, Pío XII había seguido el consejo de la resistencia de no atacar a Hitler personalmente porque la maquinaria de propaganda alemana lo presentaría como un ataque contra el pueblo alemán.

Con este estudio, he intentado no argumentar que Pío no mantuvo silencio en relación con la apremiante situación de los judíos y de otras víctimas como los polacos, sino que desmentir que su silencio se haya debido a la indiferencia. Mientras fue Secretario de Estado, Pío se dio cuenta que las protestas públicas tenían poco efecto sobre Hitler. Como hemos visto, la acusación que se alió con Hitler por miedo al comunismo carece de fundamento. Muchos historiadores, entre los que me incluyo, han solicitado al Vaticano abrir los archivos de Pío XII, pero sospecho que el material de archivo sólo aumentará las áreas grises acerca de un hombre que estaba tratando de gobernar la Iglesia durante un período de falta de humanidad sin precedentes.
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Gerald P. Fogarty, S.J., es titular de la Cátedra Loyola de Historia en Fordham University, en la ciudad de Nueva York, EE.UU.

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