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sábado, 14 de febrero de 2009

Comentario al 6º domingo del Tiempo Ordinario, B


En los tiempos bíblicos, los enfermos de lepra debían vivir solos, fuera del campamento (Lev 1, 46). En el Evangelio, Jesús aparece tocando a un leproso, y desde ese momento forma parte de los que no pueden entrar abiertamente en ningún pueblo; por eso se quedaba fuera, en descampado (Mc 1, 44-45).

Ante las figuras que nos sugieren las lecturas de este domingo, podríamos imaginar la situación social de aquellos a los que se consideraba personas al margen de la sociedad, despreciadas por su enfermedad y dolencia. He conocido muy de cerca a enfermos de lepra, por haber nacido en Trillo, donde se instaló el sanatorio nacional para esta dolencia y el recelo que imponían en un primer momento.

Cabe ampliar el mundo de los excluidos. Será bueno preguntarnos hasta qué extremos nosotros también tenemos nuestros prejuicios morales o ideológicos que nos llevan a despreciar e ignorar a los que nos parecen o juzgamos diferentes e incluso a prescindir de ellos. Jesús ha atravesado la frontera de lo que se tenía por conveniente y ha llegado a ponerse del lado de los despreciados. Él mismo ha sufrido el rechazo y marginación, hasta el extremo de morir como un proscrito.

No te quedes sólo en la consideración histórica o social de la marginalidad. Jesús desea llegar hasta tus zonas más íntimas, a las que es posible que también desprecies. Él alarga su mano compasiva, desea curar y sanar todas tus dolencias y sacarte de todos tus complejos y resentimientos.

Haz un momento de introspección. Quédate contemplando el gesto de Jesús con el leproso. Y, en vez de dar rienda a la imaginación recorriendo las marginalidades de los demás, personaliza los pasajes que hoy se nos proponen. El salmista manifiesta: “Confesaré al señor mi culpa y tú perdonaste mi culpa y mi pecado” (Sal 31).

* Jesús es capaz de iluminar tu oscuridad. Él es la luz.
* Jesús tiene poder para perdonar tu pecado. Él es el hijo de Dios.
* Jesús te ofrece curar tus heridas. Él ha venido a curar, a perdonar, a salvar.
* Jesús puede reconciliar tu historia. El Crucificado es el Amado de Dios.
* Jesús reconvierte todo en motivo de salvación. Escucha las Bienaventuranzas.
* Jesús alarga su mano y purifica todas tus debilidades. El es Buen Pastor.
* Jesús se solidariza con todas tus pobrezas. “Venid, benditos de mi Padre”.
* Jesús te devuelve la alegría a pesar de aquello que te avergüenza. Un día dijo a la mujer pecadora: “Yo tampoco te condeno”.
* Jesús se compadece de tu postración. Contempla su relación con el publicano.
* Jesús siente ternura ante tu menesterosidad. Recuerda las parábolas llamadas autorretratos de Jesús: la del hijo pródigo, la del buen samaritano, la del buen pastor.
* Jesús te llama a ser del grupo de sus amigos. No importa tu fragilidad, Él puede más.
* Jesús apuesta por ti. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos: Vosotros sois mis amigos”.

Si aceptas el ofrecimiento de Jesús, te puedes convertir en prolongador de su bondad. San Pablo afirma: “Yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo” (1 Cor 11, 1).

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