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En las lecturas de este domingo se habla de una enfermedad, la lepra, que en el tiempo de Jesús era considerada algo más que una enfermedad. La lepra –en la práctica, cualquier enfermedad grave de la piel en la época– suponía ser socialmente impuro y tenía como consecuencia la marginación, la exclusión social. La persona leprosa era maldita y perdía sus derechos sociales. Como dice el libro del Levítico, “mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.
Sigue habiendo marginados
Hemos mejorado mucho en estos años. Ha cambiado la consideración que nos merece la enfermedad. ¿Ha cambiado de verdad? Habría que pasar de la teoría a la práctica social. ¿No sigue suponiendo una cierta marginación social la enfermedad mental? ¿Y qué podríamos decir del sida? ¿No sigue existiendo el racismo?
No se trata sólo de la enfermedad. Hay otras “condiciones” sociales de la persona que la condenan a una situación de marginación, que le impiden desarrollarse como hijo o hija de Dios, que le condenan a la exclusión, a “tener su morada fuera del campamento”. Este mundo sigue, desgraciadamente, sin ser la casa de todos. Se sigue discriminando a las personas por razón de su sexo o tendencia sexual, de su nacionalidad, de su raza, de su cultura, de su edad, de su origen social...
Y podríamos seguir porque una de las cosas que nos gusta más a las personas es poner barreras, marcar límites, señalar fronteras y decir “aquí estamos los buenos, los de más allá son los malos, los que no tienen derechos, los que no son como nosotros”. Y marginamos y dejamos fuera. Llevados de los prejuicios contra lo que es diferente.
En el Evangelio de hoy se nos relata la curación milagrosa de un leproso. Podemos leerlo como un milagro más de Jesús. Jesús era Hijo de Dios y tenía el poder de hacer milagros. El milagro del Evangelio de hoy nos demostraría una vez más sus poderes divinos. Pero el relato de este domingo nos dice algo más. Porque el leproso no es un enfermo más. El leproso que se acerca a Jesús es un marginado, es un expulsado de la sociedad. Tanto como lo puede ser hoy un drogadicto, por ejemplo.
Tocar: una manera de salvar
Si Jesús representa la voluntad de Dios para nosotros, su encuentro con el leproso nos habla de cómo debe ser nuestra forma de relacionarnos con los demás. Jesús no se deja llevar por los prejuicios. Hace el milagro y le salva de su lepra. Le cura y, al hacerlo, le integra de nuevo en la sociedad. Pero hace algo más. Porque Jesús no cura a distancia. Jesús no se sitúa del lado de los buenos e invita al leproso, al curarle, a pasar la barrera que le separaba. Jesús hace exactamente lo contrario. Jesús se acerca al leproso. Jesús hace lo que no debería haber hecho nunca un rabí. Ese es el punto central del relato: “extendió la mano y lo tocó”.
En ese momento Jesús deja la sociedad “buena” y se sitúa al otro lado de la frontera. Se hace él mismo impuro. Eso era lo que significaba en aquel mundo judío “tocar” a un leproso. Jesús, el Hijo de Dios, se hace marginal a sí mismo para salvar a los marginados. No es de extrañar que el pueblo se sorprendiese ante la forma de comportarse de Jesús, que acudiese a él de todas partes. El Dios de Jesús era diferente, era nuevo, era distinto. Tocaba y salvaba. No se encontraba en el Templo sino en los caminos, cerca de los que sufrían, cerca de los oficialmente malos. Haciendo siempre presente el amor y la misericordia del Padre.
A Dios se le sigue encontrando en nuestro mundo. Está más allá de las fronteras, en los márgenes. Del lado de los que sufren, de los que son excluidos y de los que se excluyen a sí mismos porque han perdido la esperanza en la vida. Basta con que agucemos la vista y el oído para descubrir esa presencia en los muchos hombres y mujeres que, a veces sin confesarse siquiera como cristianos, manifiestan en esos lugares el amor de Dios Padre para todos.
Una recomendación final: no tengamos miedo a tocar lo diferente. No nos dejemos llevar por los prejuicios. Extendamos la mano y toquemos, como Jesús, y seremos testigos del amor de Dios que salva, reconcilia, cura y acoge.
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