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sábado, 28 de febrero de 2009

I Domingo de Cuaresma - Ciclo B: EL DILUVIO UNIVERSAL (Marcos 1, 12-15)

Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Publicado por Misioneros Redentoristas

La primera lectura surgió cuando el pueblo vivía exiliado forzosamente en Babilonia entre los años 587 y 538 a.C. El desarraigo de su tierra y la fuerza arrolladora que ejercía la cultura dominante, complementados con la explotación a la que era sometido, amenazaban el idioma, la cultura y la religión o sea la identidad del pueblo como tal.

Como es sabido, el hombre primitivo contemplaba admirado los astros y la madre naturaleza que, con sus bondades, le proporcionaba alegría o, con sus desastres, lo llenaba de temor. Con esta inspiración elaboró mitos cosmogónicos y ético religiosos, y fue estableciendo cánones de conducta que más tarde los estados confesionales les darían carácter de ley político religiosa.

La experiencia religiosa de toda la zona mesopotámica (donde estaban exiliados los judíos, en Babilonia, actual Irak), se basaba en el miedo a los desastres naturales. Los ríos Tigris y Éufrates les proporcionaban grandes bondades para el regadío de sus cultivos, para sus ganados y para el consumo humano; pero, aunque no era una zona muy lluviosa, en ocasiones se daban crecidas y desbordamientos de los ríos que destruían e infundían terror. La bondad y peligrosidad de la naturaleza eran vistas como acciones de los dioses que se podían modificar si la conducta humana se acoplaba o no a su voluntad. ¿Quién determinaba cuál debía ser la conducta humana para agradar a los dioses? He ahí el dilema.

Aquí entramos directamente en el tema del diluvio. El diluvio o cataclismo universal, es mencionado en muchas tradiciones mitológicas y religiosas (india, griega, china, judía, babilónica, etc.). Según estas tradiciones, en otras épocas el mundo había sido destruido por obra de Dios o de los dioses, para purificarlo. La religión oficial del imperio Babilonio con el rey Nabucodonosor II a la cabeza, amenazaba a sus súbditos con un nuevo diluvio universal si no obedecían sus designios, incluidos los sacrificios humanos en honor a los dioses, llevados a cabo en la torre de Babel, lugar donde pretendían estar más cerca del cielo (Gen 11,1-9). Por su parte, los Maestros judíos en la cautividad lucharon contra esa aculturación[1] y, con los mismos medios (mitos, leyendas, etc.), contradijeron la versión oficial para defender su identidad y sus derechos como pueblo.

Según el relato del Génesis (Cap. 6 al 10 ‘1ra lect.’) Dios, por la maldad del hombre y para purificar la humanidad, envió el diluvio durante cuarenta días y todo ser vivo que existía sobre la tierra murió, exceptuando los que estaban en el arca de Noé. La novedad del relato bíblico consistía en la promesa de Dios de no volver emplear este mecanismo para purificar: “les prometo que las aguas del diluvio no volverán a exterminar la vida; no habrá otro diluvio que arrase la tierra”. Con este contra-cuento se pretendía superar el miedo al diluvio y, por tanto, el miedo a los designios del rey que manipulaba las conciencias y amenazaba las masas con sus engaños y mentiras.



Superada la religión de miedo, hay cabida para un nuevo pacto de Dios con la vida. Superada la religión del miedo, hay cabida para construir pueblo a partir de convicciones profundas, con proyectos concretos que nos animen y nos hagan arriesgar la vida por ideales realizables. Las nubes y su amenaza de lluvia, la magia y el color del arco iris que generaban miedo, fueron convertidos en signos del compromiso de Dios: “Pongo mi arco en las nubes, como señal de mi compromiso con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá el arco iris, y me acordaré del compromiso que tengo con ustedes y con todos los seres vivientes, las aguas no causarán otro diluvio que acabe la vida”.



Y toda esta historia ¿para qué? Para ayudarnos a comprender que hoy estamos invitados a cuestionar los mitos imponentes que embotan nuestra mente; a releer y reinterpretar estos textos sagrados, y a abandonar la religión del miedo. Necesitamos purificar nuestra vida, pero no por miedo al castigo, sino como parte de un proyecto personal y comunitario. Necesitamos purificar el amor, de todo miedo, de toda dependencia esclavizante y de todos los intereses mezquinos, para que desde la libertad y con la gracia de Dios podamos construirlo a plenitud. Necesitamos purificar nuestras costumbres sociales y políticas; dejar el clientelismo, combatir la corrupción y sobre todo la indiferencia y el miedo a quedarnos sin el mísero apoyo de los políticos infectos que manejan la historia a su antojo. Nos queda la tarea de mirar con criticidad las ideologías que dominan nuestro mundo y descubrir caminos para que, desde la fe y en la diversidad, trabajemos por una casa común donde haya vida abundante.



CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO

En algunas partes del mundo (Venecia, Colonia, Río de Janeiro, Barranquilla, etc.) se vivieron unos días intensos de carnaval. Tiempo para resucitar lo bueno de las deidades “paganas”, que en nuestra Patria Grande (Latinoamérica y el Caribe) heredamos de amerindios y africanos. Tiempo para las diferentes manifestaciones culturales, el esparcimiento, la alegría y la bulla, la danza y el baile. Ambiente para liberarnos de “los malos espíritus” y una oportunidad para satisfacer nuestra necesidad humana de reír.

Algunos lo rechazan tajantemente, otros lo disfrutan sanamente, y otros lo toman como una válvula de escape; una oportunidad para sentirse libres y manifestar lo que se es, así sea ocultándose bajo el anonimato de la máscara y el disfraz, oposición entre lo que se es y la apariencia. Tiempo para olvidar la bochornosa vida cotidiana, y medio para evadir responsabilidades. El carnaval quien lo vive es quien lo goza. Quien lo ignora desconoce la magia, el colorido y la riqueza humana de nuestro mundo mestizo que lucha contra la esclavitud y busca la libertad… Quien lo critica mordazmente deja ver su amargura y quien lo vive irresponsablemente, sufre sus peligrosas consecuencias. Cada uno puede hacer su balance.

Para los cristianos viene ahora un nuevo tiempo: la cuaresma. Como todo en esta vida, sobre la cuaresma también hay diferentes posturas: algunos la rechazan, otros se burlan, a otros le es indiferente y algunos la viven de manera fanática. Aunque puede ser desviada, no es precisamente el tiempo para la flagelación, para llorar sobre la leche derramada, ni para sentirse iguales a los gusanos más asquerosos sobre la tierra, lleno de pecados, miseria y dolor.

Así como podemos disfrutar sanamente del carnaval o de cualquier otro medio lúdico, podemos también aprovechar al máximo esta cuaresma. No serán cuarenta días de tenebroso diluvio, serán cuarenta días de desierto, como lo sugiere el evangelio. Es decir, días para tomar conciencia de nuestra débil naturaleza humana sometida al hambre, la sed y a la constante tentación de volver a la esclavitud, como la vivieron los israelitas en los cuarenta años de desierto, camino a la tierra prometida.

Cuaresma es una oportunidad para la reflexión, es decir, para hacer una flexión hacia dentro, para dirigir una mirada hacia nosotros mismos. Para descubrir nuestra desnudez en lo profundo de nuestras conciencias, núcleo central del ser humano. Para vernos tal como somos, sin máscaras, sin disfraces y sin risas falsas. Para descubrir las alimañas y los ángeles en nuestras vidas. Para encontrarnos con Dios, evaluarnos, conocernos y reconocernos, y escuchar al Señor que nos tiene una Buena Noticia: “el Reino entre nosotros”; y una invitación: “convertirnos y creer”.

Durante este retiro cada uno puede preguntarse: ¿Estoy caminando con Jesús hacia la construcción del Reino? ¿El Reino de Dios hace parte de mi opción fundamental? O, ¿es una palabra más en la múltiple gama de palabras con un significado misterioso, un cuento por el que un loco llamado Jesús dio su vida, pero aún no he entendido por qué?

Conversión implica cambio: cambio de mentalidad, cambio de valores, cambio de paradigmas, cambio de vida. ¿Necesito convertirme? ¿De qué necesito convertirme?

¿Creo en la Buena Noticia del Reino? Es decir, ¿aún por encima de tanta agresión y sufrimiento, de injusticias que causan miseria y muerte, creo que es posible un mundo justo, fraterno e igualitario? Aunque por mi naturaleza limitada caigo muchas veces en egoísmos, envidias y rencores, en fin, en pecado; ¿creo que Dios, por su infinita misericordia, me perdona y conduce mi vida hacia la plenitud? Aunque a veces pareciera que el mal rigiera los caminos de nuestro mundo ¿le creo a Jesús, camino con él y trabajo ayudado de su gracia para que en este mundo reinen la verdad, la alegría y el amor misericordioso, es decir, para que reine Dios?

La Cuaresma no es escape del mundo para rezar porque “el que peca y reza empata”; no es tristeza, llanto y luto. Es reflexión, interiorización, evaluación y encuentro con nosotros mismos y con Dios. Vive la cuaresma y ella te ayudará a vivir mejor.

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