1.- Ya lo hemos dicho en la monición de entrada. Vivimos un domingo muy importante es que inicia el mes de Mayo, el –por supuesto—mes de María. Pero, además, y por decisión del siempre recordado Juan Pablo II celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. Él mismo fallecía en la madrugada de ese II Domingo de Pascua de 2005, el 3 de abril de 2005. Y la Iglesia, llena de júbilo, celebra hoy en Roma la beatificación del Papa Wojtyla. Pero no podemos olvidar que es también Primero de Mayo, la fiesta del Trabajo, que nuestra Iglesia pone bajo el patrocinio de San José Obrero. Y todas estas circunstancias transforman este día en el domingo de más importante de la historia eclesial reciente. En fin, que cada uno, saque la mejor enseñanza posible de tantas conmemoraciones y que su corazón le lleve a adorar al Señor Resucitado por medio de cualquiera de los acontecimientos que estamos contemplado hoy. Personalmente, yo hoy, entre otras cosas me voy a quedar con Tomás el incrédulo, que luego fue el que mejor y más creyó de todos.
2.- Y es que la respuesta de Tomás a Jesús resucitado --tras verlo por fin—iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria "¡Señor Mío y Dios Mío!" la repetirían después miles y miles –millones—de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos "creyentes de toda la vida". Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás. Y es, asimismo, ese efecto importante de la "segunda conversión" lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca --sin duda-- de la segunda conversión.
2.- El relato de Juan --como todos los del Discípulo amado-- esta pleno de detalles y datos. Estaban las puertas cerradas, entro y su puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática. Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última pagina del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.
3.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos "y eran bien vistos por todo el pueblo". Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro "tempo" de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.
4.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu. Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza.
Y no debemos olvidar la gracia intercesora de quienes nos han precedido en el uso de la fe. Desde hoy tenemos, sin duda, un intercesor fuerte para nuestras necesidades de fe, esperanza y amor. Y no es otro que el beato Karol Wojtyla, el beato Papa Juan Pablo II de quien toda la cristiandad espera mucho.
2.- Y es que la respuesta de Tomás a Jesús resucitado --tras verlo por fin—iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria "¡Señor Mío y Dios Mío!" la repetirían después miles y miles –millones—de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos "creyentes de toda la vida". Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás. Y es, asimismo, ese efecto importante de la "segunda conversión" lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca --sin duda-- de la segunda conversión.
2.- El relato de Juan --como todos los del Discípulo amado-- esta pleno de detalles y datos. Estaban las puertas cerradas, entro y su puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática. Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última pagina del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.
3.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos "y eran bien vistos por todo el pueblo". Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro "tempo" de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.
4.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu. Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza.
Y no debemos olvidar la gracia intercesora de quienes nos han precedido en el uso de la fe. Desde hoy tenemos, sin duda, un intercesor fuerte para nuestras necesidades de fe, esperanza y amor. Y no es otro que el beato Karol Wojtyla, el beato Papa Juan Pablo II de quien toda la cristiandad espera mucho.
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