P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
Despedida sí pero no abandono: ¡No estamos huérfanos!
Lectio Juan 14, 23-29
Centro Bíblico del CELAM
Despedida sí pero no abandono: ¡No estamos huérfanos!
Lectio Juan 14, 23-29
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra,
y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él”
y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él”
Oremos…
“Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras.
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
¡Oh nudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el ser que no se acaba:
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada”.
a todas las hermosuras.
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
¡Oh nudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el ser que no se acaba:
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada”.
(Santa Teresa de Jesús)
Introducción
Cuando Jesús dice que se va de nuevo al Padre, los discípulos entran en pánico, sienten que se les mueve el piso. La despedida sabe a lágrimas. Por eso, les dice repetidamente: “No se turbe vuestro corazón” (14,1), “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (14,27). Aquel día, en el cenáculo, el nudo en la garganta de los discípulos era grande.
Y no es para menos el que los discípulos se sientan inseguros a propósito de la partida de Jesús. El Maestro constituye el punto de referencia de sus vidas, sin su presencia no hay seguimiento ni tampoco futuro. De ahí que teman el verse desprotegidos y sin orientación, en otras palabras, huérfanos del amor que los sostuvo.
Pero la actitud de Jesús ante la inminente partida es diferente: “Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre” (14,28).
Hagamos la lectura del pasaje de Juan 14,23-29:
“23Si alguno me ama, guardará mi Palabra,
y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él.
24El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escucháis no es mía,
sino del Padre que me ha enviado.
25Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.
26Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
27Os dejo la paz, mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.
28Habéis oído que os he dicho:
‘Me voy y volveré a vosotros’.
Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre,
porque el Padre es más grande que yo.
29Y os lo digo ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda creáis”.
Ahora profundicemos…
1. El discurso de despedida de Jesús: dos puntos de vista que se confrontan
En el evangelio que leemos hoy, vemos cómo Jesús quiere ayudar a sus discípulos a ver su partida desde el ángulo preciso. Así queda claro que:
(1) Jesús tiene un punto de vista propio sobre su partida.
(2) Los discípulos deben comprender, a partir de claves muy precisas, cuál es su nueva situación y cuáles son las razones para no sentirse abandonados.
Con las promesas que va desgranando, el Maestro Jesús lleva gradualmente a su comunidad del ambiente de tristeza al de una gran alegría: la alegría que proviene del comprender que el camino de la Pascua conduce a una nueva, más profunda y más intensa forma de presencia suya en el hoy de la historia de todo discípulo.
De esto se deduce que la vivencia actual de Resucitado está estrechamente unida a la captación de cuáles son las formas concretas como el Maestro sigue conduciendo el discipulado en el tiempo pascual.
El evangelio de este domingo responde entonces a la pregunta sobre cómo continúa Jesús guiando a sus discípulos -animando el seguimiento- en los nuevos tiempos.
2. La base del seguimiento de Jesús: el Amor a Jesús y la obediencia a su Palabra (14,23.24.28)
El discípulo ama a Jesús. Pero la forma concreta de su amor es: (1) acoger con fe la persona de Jesús, con todo lo que Él ha revelado acerca de sí mismo y (2) tomar en serio sus enseñanzas, poniéndolas en práctica. Esta es la ruta firme del discipulado.
El amor, entonces, se vuelve compromiso. Notemos la insistencia en el capítulo 14 de Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (14,15); “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (14,21); “Si alguno me ama guardará mis palabras” (14,23) o al revés “El que no me ama no guarda mis palabras” (14,24). Es así como un discípulo sigue a Jesús a lo largo de toda su vida: mediante la escucha y el arraigo del Evangelio. Su amor, en esta sintonía con el camino del Evangelio, redundará en una desbordante alegría (14,28).
El discipulado es esta dinámica de amor. Si observan los mandatos de Jesús, demostrándoles así su amor, ellos siguen su ejemplo. Sólo así son verdaderos imitadores de Jesús porque así es que Él se comporta con el Padre (“Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”, 15,10).
Esta dinámica del amor despeja el panorama de la nueva realidad que acontece al interior de la vida del discípulo de Jesús: su amor se encuentra con otro amor que lo supera, ¡y con creces! El discípulo no sólo entra en la circularidad de amor con Jesús sino también con Dios Padre: “Y el que me ame será amado de mi Padre” (14,21); “Si alguno me ama… mi Padre le amará” (14,23).
A partir de aquí comienzan a caer en cascada, de los labios de Jesús, una serie de revelaciones. La primera viene conectada enseguida con el tema del amor obediente del discípulo, completando así el círculo: Jesús anuncia un amor permanente e inclusivo del Padre y del Hijo en el corazón del seguidor de Jesús: “Y vendremos a él, y haremos morada en él” (14,23).
3. Cinco revelaciones de Jesús a sus discípulos
El amor de los discípulos por su Maestro es la premisa de cinco revelaciones que Jesús anuncia ahora en forma de promesa:
(1) El Padre y el Hijo vendrán a los discípulos y harán morada en ellos (14,23-24).
(2) El Espíritu Santo estará con ellos y los instruirá (14,25-26).
(3) En esta comunión con Dios les ofrecerá su paz (14,27).
(4) También les compartirá su alegría (14,28).
(5) …Para que crezcan su fe (14,29).
Profundicemos estas afirmaciones siguiendo el hilo del texto.
3.1. La inhabitación del Padre y del Hijo en el discípulo de Jesús
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (14,23).
Detengámonos en esta frase de Jesús:
(1) La inhabitación de la comunión del Padre y del Hijo: una soledad “llena”
La presencia de Jesús en el caminar del discípulo, en el tiempo pascual, atrae también la de Dios Padre. Jesús no viene solo.
De hecho, si miramos otros pasajes del evangelio constatamos que Jesús le hace caer en cuenta a sus discípulo que Él no hay soledad: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (16,32); “El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo” (8,29).
A todo discípulo le sucede lo mismo que a Jesús: su soledad es en la compañía de Dios. Quien ama a Jesús no está solo, no está perdido ni abandonado a su propia suerte. Aún cuando no sean visibles para sus ojos físicos, todo seguidor debe saber que Jesús y el Padre están a su lado.
Por eso hay tomar conciencia en todo instante e incluso a la hora de la muerte -tiempo de profunda soledad y radical separación-, que Jesús y el Padre están a nuestro lado, que no nos dejan abandonados ni desprotegidos. El discipulado es un gustar cotidianamente esta amorosa compañía.
(2) El futuro se anticipa: podemos vivir desde ya el cielo en la tierra
Nuestra vocación como criaturas de Dios es alcanzar la comunión plena con Dios en la eternidad.
Ahora Jesús hace caer en cuenta que esta comunión con Él y con el Padre no será solamente una realidad futura, cuando entremos a vivir en la morada que el Resucitado nos ha preparado en el cielo (“volveré y os tomaré conmigo”, 14,3), sino que es una realidad presente, aquí y ahora, que crece todos los días hasta visión definitiva de la gloria.
Esto vale no solamente los primeros discípulos, sino para todo el que cree en Jesús: quien ama a Jesús, se dispone a la venida del Padre y del Hijo, quienes harán morada en él y permanecerán en su vida por tiempo duradero.
3.2. Educados por el Espíritu Santo: “viene”, “enseña” y “recuerda” (14,25-26)
“Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (14,25-26)
Jesús recuerda una vez más que vendrá el Espíritu Santo. Ya lo había dicho poco antes: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora con vosotros” (14,17).
Notemos tres puntualizaciones en el v.26:
(1) El Espíritu Santo es un “Paráclito”, un asistente
Con el don del Espíritu comprendemos que no estamos solos, que contamos con una ayuda eficaz. No nos esforzamos por comprender la Palabra de Jesús solamente con nuestras fuerzas, sino que el Espíritu nos asiste, nos ayuda.
(2) “El Padre (lo) enviará en mi nombre”
El Padre enviará el Espíritu como respuesta a su petición: “Yo le pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (14,16).
(3) “Os lo enseñará todo y os recordará todo”
El Espíritu les entrega a los discípulos la totalidad del Evangelio, la Palabra de Jesús en la cual hay una profunda unidad. Así les inculca sus enseñanzas y les revela su rostro. Estos dos elementos continuarán siendo el camino de acceso a la persona de Jesús.
Su tarea es enseñarnos a “aprehender” a Cristo, es decir, a hacer el camino pedagógico de la comprensión, apropiación vital y vivencia de la Palabra de Jesús.
Él no trae nuevas enseñanzas, porque toda la revelación ya se manifestó en la persona de Jesús. Su acción es referida a lo que Jesús ya dijo, recordándolo, profundizándolo e insertándolo en la propia vida, es decir, ayudando a encarnar el Verbo Jesús en nuestra historia.
Sin la guía del Espíritu Santo, verdadero Maestro del Evangelio, el discipulado es inviable. Cuando un discípulo es educado interiormente por el Espíritu Santo puede seguir con mayor fidelidad a Jesús, conduce mejor su proyecto de vida –sobre las rutas del Evangelio- y adquiere todo lo que se necesita para entrar en la comunión total con el Padre y con el Hijo. De esta forma el Espíritu nos introduce en la Trinidad plena, meta del camino de Jesús y de toda nuestra vida.
3.3. Primera consecuencia de la comunión con Dios: Jesús comunica su paz (14,27)
“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (14,27)
Veamos tres características de la paz de Jesús:
(1) Su origen
Jesús les deja a sus discípulos “su” paz, esto es, la seguridad y la protección que solamente pueden provenir de Él.
(2) Su fundamento
Esta paz no es solamente una palabra sino que se basa en los dos anuncios que acaba de hacer Jesús: la comunión con el Padre y con el Hijo, que nos habita, y la presencia del Espíritu Santo, quien nos guía. La paz brota en la vida de quien se sumerge en Dios y endereza su existencia por el camino del Evangelio.
Esta comunión es espacio vital de seguridad y protección. Si Dios está con nosotros, ¿qué podrá constituir verdaderamente un peligro para nuestras vidas? La comunión con Dios arranca de raíz las preocupaciones, los miedos, las inseguridades, tanto cuanto sea vivida y experimentada en la fe. Cuando Dios está en la vida de uno, todo es distinto.
(3) Su consecuencia
Quien acoge la presencia de Dios Padre e Hijo en su vida, caminando todos los días bajo la guía del Espíritu Santo, enfrenta la vida de una manera distinta: con paz. Las vicisitudes propias de la vida cotidiana, que muchas veces causan desasosiego y perturbación, no nos encuentran desvalidos, como si no tuviéramos ayuda y sólido piso que nos sostiene. En otras palabras, las realidades de la vida nos sumen en angustia y temor, con razón dice: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (14,27).
Recordemos el punto inicial: puesto que Jesús es el único que puede darnos la entrada en esta comunión con el Padre, Él y sólo Él es quien puede darnos esta paz.
3.4. Segunda consecuencia de esta gran comunión: Jesús comparte su alegría
“Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (14,28)
Con la “alegría” sucede como con la paz: la mayor alegría que hay es la del amor, cuyo fundamento último es la unión perfecta del Padre y el Hijo.
Como se vio antes, el amor por Jesús impulsa a los discípulos a observar su Palabra (14,23). Pues bien, este hecho debería impulsarlos también a alegrarse porque el Maestro se va.
(1) La alegría de Jesús
Con su muerte Jesús vuelve a la casa del Padre (“habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, 13,1). Así Jesús llega a la plenitud del gozo: para Él no hay mayor alegría que la perfecta comunión con el Padre.
(2) La alegría de los discípulos
Los discípulos deberían estar contentos porque Jesús llega a la plenitud de su bienaventuranza. Pero Jesús invita a sus discípulos a todavía más, a que se alegren incluso por sí mismos: el hecho que haya alcanzado su meta es para todos los seguidores una garantía de que también la alcanzarán. Los logros de Jesús son los logros de sus discípulos, ellos son los primeros beneficiados. Jesús los acogerá en su misma plenitud: “Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (14,3).
3.5. Estas promesas deben ayudarles en su fe
“Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis” (14,29)
Jesús le acaba de hablara a sus discípulos abiertamente, con toda transparencia, con un gran amor. Ahora se toma una pausa para que los discípulos reflexionen.
¿Qué hay que captar en lo que Jesús acaba de decir? El hecho de que el Maestro le exponga a sus discípulos tantos detalles no debe ser motivo de inquietud, sino más bien una fuente de fortalecimiento de la fe en Él.
En fin…
Los discípulos están tristes en el cenáculo porque es la hora de la despedida. Jesús les muestra que no hay motivos para estar tristes porque su partida no es abandono sino plenitud de su hora y punto de partida de una nueva forma de presencia.
La partida es dolorosa, sí. Pero todo depende del punto de vista desde donde se miren las cosas. Si la miramos desde fuera, la muerte de Jesús parece una catástrofe. Pero si la miramos desde donde la ve el mismo Jesús, es distinto: quien pone en práctica las enseñanzas del Maestro, no pierde la seguridad cuando llega la hora de la muerte de Jesús, sino que es confirmado en la fe en Él, en la paz y en la alegría por su victoria.
Jesús invita a acoger esta visión de las cosas y a apropiársela. Hay que creerle a Jesús.
4. Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
4.1. ¿Qué hacemos nosotros los hombres para manejar la soledad y el abandono? ¿Qué camino nos muestra Jesús?
4.2. ¿Qué características tiene el discipulado –seguimiento de Jesús- en los nuevos tiempos del Resucitado?
4.3. ¿Qué promesas le hace Jesús a sus discípulos a la hora de su partida? ¿Por qué ellas causan bienaventuranza?
4.4. ¿Qué valor tiene para mí la Palabra de Jesús? ¿Qué hace el Espíritu Santo en la vida del discípulo de Jesús?
4.5. ¿Qué entiendo por “paz”? ¿Qué dice Jesús sobre la “paz”?
4.6. ¿Qué ambiente tiene una despedida? ¿Qué hay de común entre la despedida de Jesús y las que nosotros hacemos? ¿En qué Jesús establece una radical diferencia?
4.7. ¿En qué debe consistir la alegría pascual? ¿Cómo he estado viviendo el tiempo pascual este año?
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