NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

lunes, 23 de febrero de 2009

Los símbolos en la Cuaresma

Publicado por Cipecar

La ceniza: “Convertíos a mí de todo corazón” (Jl 2,12).

Nos recuerda nuestra condición débil y caduca. Nos pone delante nuestra fragilidad.

Expresa la conversión, el deseo de liberarnos del mal que hay en nosotros: la desunión, la violencia, la insolidaridad, la indiferencia, que hay en nosotros y ponernos en el camino hacia la Pascua. Es un gesto de humildad y de súplica ante el Dios de la Vida. Es un signo de comienzo. Con la ceniza comenzamos el camino hacia la Pascua. Nos recuerda que la vida es cruz, muerte, renuncia; pero a la vez nos asegura que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida nueva y Gloriosa del Señor Jesús. De las cenizas Dios saca vida, como el grano de trigo que se hunde en la tierra. Es símbolo de que participamos de la cruz de Cristo, para con El pasar a la Vida. Un signo pedagógico que nos recuerda nuestra debilidad y nuestro pecado para que dejemos a Dios actuar en nosotros, incorporarnos a la resurrección de su Hijo y lavarnos con el agua bautismal de la Pascua. Nos recuerda que ser cristiano supone una lucha contra el mal que hay en nosotros y a nuestro alrededor.



La Cruz: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo” (Lc 9, 23).

Símbolo predilecto para representar a Cristo y su misterio de salvación. Símbolo de la nueva alianza realizada en la Pascua de Jesús.

Ilumina nuestra vida. Nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria de Cristo. Nos compromete a seguir el mismo estilo de vida de Jesús para llegar a la nueva existencia del resucitado. En la cruz está concentrada la Buena Noticia del Evangelio

La señal de la Cruz. Gesto sencillo lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia: al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana. El repetir el gesto nos recuerda que estamos salvados, que Cristo ha tomado posesión de nosotros, que estamos de una vez para siempre bendecidos por la Cruz que Dios ha trazado sobre nosotros. Desde el bautismo estamos signados con la Cruz de Cristo como señal de pertenencia, con el compromiso de conocerle y seguirle y como prueba de que Cristo nos fortalece con la señal de su victoria

Una vida según la Cruz. Cuando colocamos una Cruz en nuestras casas, o la vemos en la Iglesia, o nos hacemos la señal de la Cruz al empezar el día, al salir de casa, al empezar la Eucaristía o al recibir la bendición final, deberíamos dar a nuestro gesto su auténtico sentido. Debería ser un signo de nuestra alegría por sentirnos salvados por Cristo, por pertenecerle desde el Bautismo. Un signo de victoria y de gloria: como cristianos nos “gloriamos en la Cruz de Nuestro Señor Jesús” (Ga 6,14). Y nos dejamos abarcar, consagrar y bendecir por ella. La imagen o señal de la Cruz repetida quiere ser un compromiso: indicarnos el camino “pascual” de muerte y resurrección, que recorrió ya Cristo, y que nos invita ahora a nosotros a recorrer.

Nos invita a escuchar y asimilar un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y resurrección, de vida cristiana entendida como servicio.

Nos recuerda también a todos los que sufren en nuestro mundo. Cristo en la Cruz es como el portavoz de todos los que lloran y sufren, a la vez que es la garantía y la proclama de victoria para todos.

Tenemos que reconocer a la Cruz todo su contenido, para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que alimente nuestra fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó.



El Ayuno solidario: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán” (Mt 9, 15).

Es una voz profética para recordarnos que todo es bueno, pero relativo, que los valores materiales no son absolutos, que los valores sobrenaturales hay que cuidarlos. Nos hace libres. Optar en contra de la espiral consumística que la sociedad de hoy nos está imponiendo. Nos enseña a sentir en nosotros mismos la debilidad de los que se ven obligados a ayunar por necesidad todo el año. Nos enseña misericordia. Nos convierte en más transparentes y disponibles para los demás, menos llenos de nosotros. Nos educa el egoísmo y la autosuficiencia y a abrirnos más a Dios y a los hermanos. Signo sacramental de nuestra entrada en la Vida de Pascua. El misterio que celebramos es Muerte y Resurrección. Por eso nuestra sintonía con él es también muerte, renuncia, ayuno, sacrificio, y resurrección, aceptación de la nueva vida. Se convierte en signo exterior de nuestra conversión, símbolo de nuestra lucha contra el mal y el pecado, de nuestra aceptación a incorporarnos a la Cruz de Cristo y a su Vida Pascual.

Ayunar con alegría. Muchas personas ayunan por distintos motivos: para estar en forma, por prescripción médica, por sugerencias de espiritualidades orientales, para dar a conocer la decisión de conseguir un objetivo, porque no tienen qué comer.

Los cristianos realizamos este gesto del ayuno para expresar nuestra voluntad de conversión a la Pascua de Cristo. En medio de una sociedad que estimula al gasto y a la satisfacción de todo tipo, los cristianos hacemos un gesto profético de protesta: el ayuno. Que no consiste tanto en un ejercicio corporal de ascética, sino que quiere ser el lenguaje simbólico de una actitud interior. Lo realizamos con alegría, sin alardes de virtud, sin buscar el aplauso y la admiración de los hombres: “cuando ayunéis no os pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan” (Mt 6,16). Lo hacemos con una dimensión comunitaria: toda una comunidad parroquial, apostólica, religiosa, o familiar asume un compromiso colectivo de ayuno con consecuencias económicas de ayuda a los más necesitados. Es un gesto que siempre seguirá siendo educador y pedagógico: que a la vez nos ayuda a expresar nuestro control sobre nosotros mismos y a abrirnos a Dios y a nuestros hermanos.

Ayuno grato a los ojos de Dios. Tiende la mano a tu enemigo. Mantén una atmósfera de paz en tu trabajo y en tu familia. Ten valentía y confiesa tu fe en Cristo cuando sea necesario. Descubre las necesidades de los más próximos. Libérate de algún capricho: alcohol, tabaco, T.V. Busca el silencio

“El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia…

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332)...

La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la Constitución apostólica Pænitemini, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).

Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios…

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15)”. (Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2009)



El camino: “Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme” (Lc 5,27).

La vida cristiana es seguir a Jesús, es hacer camino. Los primeros cristianos identificaron con frecuencia la fe con el camino (Hch 9,2). Pablo habla de la carrera de un cristiano (Ga 2,2; 5,7; 1 Co 9,24-26).

La Iglesia peregrina en a tierra, la Iglesia en marcha (LG 9) es la expresión simbólica de un pueblo que persigue una meta y para ello se pone en camino. Como Israel en el A.T. caminó como pueblo hacia la libertad, la Iglesia está siempre en marcha. Las diversas clases de procesiones, peregrinaciones y desplazamientos dentro de las celebraciones en la Cuaresma, son como un símbolo de esta realidad.

La comunidad: “Sale” de un lugar, abandona una situación y un estilo de vida, se convierte, “camina en unión”, unos con otros en fraternidad, subrayando así la comunitariedad de su camino. Hacia una “meta”, que puede ser un santuario, una iglesia, o el altar para la comunión: siempre un lugar simbólico del misterio cristiano, en un proceso de identificación con lo que éste requiere significar.

El “marchar”, el caminar en la vida cristiana y más en la celebración, viene a ser una parábola de la Iglesia en camino. Una comunidad escatológica que en cierto modo se trasciende a sí misma y avanza hacia la meta propuesta. Que se siente peregrina, sin afincarse excesivamente ni en un lugar ni en una situación.

El “Caminar es una expresión de que viajamos con esperanza, con los pies en el “hoy y aquí” y convencidos de la presencia de Cristo en medio de nosotros, compañero de camino, como en Emaús: Cristo es el camino.

No hay comentarios: