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lunes, 23 de febrero de 2009

Evangelio Misionero del Día: Martes 24 de Febrero de 2009

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 30-37

Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en ni Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe no es a mí al que recibe sino a Aquél que me ha enviado».


Compartiendo la Palabra
Lectura Orante por Pias Discípulas

Invocación al Espíritu


Ven, dulce huésped del alma,
compañero de las horas sin fin,
y del tiempo efímero,
compañero en el silencio y en los ruidos,
compañero de tristezas y alegrías.

Ven, compañero de soledades
y de bullicios,
habitante eterno de mi casa.

Ven, en medio de mis trabajos
y de mis pasividades,
enciende ese rincón profundo y secreto de la fe
desde el que toda mi existencia queda transfigurada.

Transfigura mi vida, Espíritu de Dios,
transfigúrame,
con la luz de la Palabra que nos salva.

1. Leemos la Palabra: Marcos 9,30-37


Orientaciones para la lectura

Para profundizar la lectura del evangelio de este domingo, vamos a considerar algunos puntos que nos pueden ayudar a entenderlo mejor.

“...iba enseñando a sus discípulos.” (v.31) Este versículo forma parte de una serie de relatos en los que Jesús se dirige a sus discípulos para introducirles más profundamente en su misterio (la sección abarca Mc 8,31-10,45). En el evangelio de hoy, Jesús les anuncia, una vez más, su pasión. Recordemos que Jesús les anunció su pasión tres veces (8,31-33; 9,30-32; 10,32-34). El número tres, según la tradición hebrea, significa algo definitivo, muy importante o significativo. A cada anuncio de Jesús, le corresponde una reacción negativa (de incomprensión) de los discípulos y una enseñanza de Jesús sobre las actitudes más importantes con que el creyente ha de vivir su seguimiento.

“Pero ellos no le entendían... y temían preguntarle.” (v.32) ¿Por qué los discípulos no entendían a Jesús? Antes del primer anuncio de la pasión, Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Rey mesiánico. Pero hay que tener en cuenta que los discípulos tenían la misma idea de Mesías que tenía la sociedad de su tiempo: un mesianismo humano, político, hecho de poder y privilegios. Por ello no podían comprender que Jesús, en el que creían como el Mesías, debiera sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas (8,31), ser entregado en manos de los hombres y ser matado (9,31). Ellos ignoraban lo que decía Jesús que “a los tres días de haber muerto resucitará” (9,31). Así pues, con esta mentalidad sobre el Mesías que tenían los discípulos, no eran capaces de comprender lo que estaba diciendo Jesús.

¿Y por qué temían preguntar a Jesús? Seguramente por lo que hizo Jesús con Pedro. Recordemos que después de que Jesús anunciase su pasión (el primer anuncio, 8,31-33) Pedro se puso a reprenderle. Por eso, Jesús reprendió a Pedro diciéndole: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” (8,33)


“...quien era el mejor.” (v.33) Los discípulos, en vez de intentar comprender las indicaciones de Jesús sobre su muerte inminente, se preocupan por decidir quien de entre ellos es el más importante. Por consiguiente, no hay manera alguna de hacerles comprender el anuncio de la pasión de Jesús.

“Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.” (v.35) Viene ahora la gran enseñanza de Jesús para todo aquél que quiera ser un "líder" en la comunidad cristiana: el que quiera ser el primero deberá ser el último y el servidor de todos. Lo repitió en 10,45, “...tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” Con esto, Jesús señaló el propósito de su pasión. Para servir a los demás, Jesús tenía que aceptar la pasión, consecuencia de todo lo que había hecho y dicho durante su vida. Jesús tenía que recibir la condena reservada a los últimos, a los criminales de su tiempo: el ser ejecutado en la cruz.

“El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe...” (v.37) ¿A quién, de manera particular, hay que servir? Jesús llama a un niño, lo coloca en medio de ellos y lo toma en brazos. Los niños (como las mujeres) eran muy poco valorados en la sociedad del momento. Jesús se ha hecho tan solidario con los hombres, que se identifica con ellos, y especialmente con los más pobres, pequeños y necesitados, representados aquí, emblemáticamente, por los niños.


En resumen, ¿qué mensaje nos quiere transmitir el evangelio de hoy? El evangelio de este domingo fue dirigido a los discípulos de Jesús. A nosotros, como discípulos/as de Jesús hoy, nos quiere comunicar que, en la vida de seguimiento de Jesús, la pasión forma parte de la respuesta, del “sí” al discipulado. En la Palabra de hoy, recibimos una llamada a ser el/la “mayor”, pero no en el sentido de tener poder sobre los demás, sino en el sentido de tener la disposición de servirles, sobre todo a "los niños": los pequeños, débiles y oprimidos de la comunidad y de la sociedad. En esta tarea de “servicio”, podemos encontrar en el camino "pasión", sufrimiento o sacrificio. Pero Jesús nos asegura que de la misma manera que él resucitó, triunfó al tercer día, nosotros también lo experimentaremos si perseveramos hasta al final, incluso en medio de la experiencia de la “pasión”.


2. Meditamos

Un día de los de clase de lengua italiana que recibí en Bilbao (España), en agosto de este verano, pregunté a una compañera española: “¿Por qué no has preferido estudiar italiano en Roma? Hubiera sido más fácil aprenderlo allí, porque habrías tenido más personas con quienes hablar.” Ella me respondió: “Cecilia, ¡no sabes cómo me duele dejar a mi familia! Quiero estar con mis padres y mis hermanos al menos un mes más antes de irme allí a estudiar.” Le dije: “Sí, te comprendo. Lo he experimentado también. Y, de vez en cuando, aún me viene este mismo sentimiento de dolor, a pesar de que ya llevo tres años en España.” (soy filipina y llevo tres años estudiando en Barcelona).


Mientras meditaba el evangelio de este domingo, recordé esta conversación con mi compañera. Como a mi compañera, a Jesús le dolía también dejar a su familia (supongo que sí). Además, le dolía seguramente el saber que “sería entregado en manos de los hombres y le matarían” (v.31). Junto a eso, creo que su dolor fue aún mayor por no haber sido comprendido por sus discípulos, que estuvieron muy cerca de él y a los que enseñó muy íntimamente.

Pero Jesús no fue como mi compañera, que quería reducir su dolor estando más tiempo con su familia. Jesús se fue cuando le pareció oportuno. Dejó a su familia y cumplió la misión que el Padre le entregó.

Por otra parte, comprendo muy bien a mi compañera. Estar lejos de los seres queridos es, de verdad, una experiencia de “pasión”, y no es nada fácil. Al estar en España tres años, he aprendido a ser una discípula de Jesús que siempre le escucha para saber lo que me quiere enseñar en cada momento, en cada situación, sobre todo de dolor, sacrificio y sufrimientos. En silencio, me enseña, de la misma manera que enseñaba a sus discípulos. Sus palabras me consuelan, sus ejemplos me inspiran, sobre todo en momentos en que me siento muy “débil” y “pequeña”.


Jesús añadió: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.” (v.35) ¡Qué enseñanza tan difícil de entender! Hoy día, casi todos quieren ser los primeros. ¿Cómo se puede aceptar que hay que ser el último? Jesús lo hizo estando con los/las que la sociedad de su tiempo consideraba los/las últimos/as: los “niños”, las mujeres, los enfermos, los extranjeros, los pequeños, los débiles. En algunas partes del evangelio, podemos encontrar cómo Jesús mostró su amor a las mujeres y a los niños, a los pobres y enfermos. Éstas son las personas a las cuales consideraban "últimos", pequeños y débiles. No confían en ellos, y hubo ocasiones en que les rechazaban (a los leprosos, por ejemplo), por creer que habían sido condenados por Dios.

Incluso al final de su vida, Jesús estuvo con los pequeños, fue considerado último por haber sido crucificado en la cruz con dos criminales a su lado. Todo fue una consecuencia de su deseo de servir a los demás, de las palabras de “salvación” que les anunció, de las obras de “liberación” que hizo con ellos.


Ser último, servir a todos...¡qué difícil de hacer! Pero fue posible para Jesús, el Maestro que sigue enseñando a sus discípulos.

En tu vida aquí y ahora, ¿cómo ves que Jesús te quiere enseñar? ¿Cuáles son las prioridades de tu vida? ¿Quiénes son los pequeños y débiles a quienes estás llamad@ a servir? ¿Has experimentado alguna vez cómo ser el/la último/a, cómo ser débil y pequeño/a? ¿Por qué? ¿Fue por darte a los demás?

Date más tiempo de silencio. Saborea más la Palabra y sigue preguntándote: ¿Qué o quién dio a Jesús la inspiración y perseverancia de servir a todos hasta la última hora de su vida? ¿De dónde vino su fuerza para poder superar todo, incluso el ser crucificado?

Según las respuestas que te lleguen, ¿puedes decir que de algún modo has tenido también la inspiración y fuerza que tuvo Jesús? ¿Cómo y cuándo? Si no te viene ninguna respuesta, mantente en silencio, imagina que estás en la escena del relato del evangelio de este domingo. Espera..., escucha como una discípul@ atent@ a la enseñanza del Maestro.


3. Oramos

Oración personal (Cecilia Payawal, pddm)


¿Ser la última?
Algunas veces no lo comprendía, Señor.
¿Cómo puedo seguir tu enseñanza de ser la última?
Creo que nadie quiere ser el último.
Todos quieren ser los primeros, los mejores,
los más perfectos de todos.

Pero cuando recorrí el relato de tu vida,
descubrí que nos diste el ejemplo
de ser el “primero” siendo el “último”.
Por tus palabras de “salvación”,
por tus obras de “liberación”,
te entregaron y te mataron.
Así fuiste el “último”,
por estar con los “últimos.”

Todo fue por tu amor a los “niños”,
por tu cuidado a los débiles, pobres y pequeños.
Fuiste el “último”,
pero al final fuiste el “primero”
porque resucitaste al tercer día,
el primero de todos.
Fuiste el “primero” entre los “últimos”, resucitado, liberado,
a pesar de ser entregado y matado.

Gracias, Señor, por haberte dado a los “niños” y pequeños;
por haber servido a todos sin reserva y con perseverancia.
Gracias también por el don de ser tu discípula.
Ayúdame a seguir tu ejemplo,
a escucharte más y a contemplarte más profundamente.
Para que pueda encontrarte
en la persona de los pequeños;
para que pueda experimentar
la felicidad abundante de darse a los demás;
para que cada día de mi vida no sea sólo una lucha continua,
sino más bien una “resurrección” compartida con los otros,
una bendición derramada con paz y alegría. Amén.

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