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lunes, 2 de febrero de 2009

V Domingo del T.O. - Ciclo B: Recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas (Mc 1,29-39)


El Evangelio de este domingo comienza informandonos que Jesús había estado en una sinagoga: "Cuando Jesús salió de la sinagoga se fue a casa de Simón y Andrés acompañado por Santiago y Juan". Y concluye con una noticia general donde se destaca la importancia de la sinagoga en el ministerio público de Jesús: "Recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios". Tendremos una idea más clara sobre la actividad de Jesús, si comprendemos qué era una sinagoga en ese tiempo.

“Synagogué” es un término griego que significa: congregación, asamblea. En la traducción griega del Antiguo Testamento (la versión de los LXX) se usa unas 200 veces para traducir generalmente el término hebreo “’edáh” que designa la asamblea del pueblo. En el tiempo de Jesús, por metonimia, la palabra “synagogué” había pasado a designar un lugar físico, un edificio donde el pueblo se reunía para escuchar la lectura y comentario de la Escritura y para orar. En este sentido se usa el término en el Nuevo Testamento. Pero Jesús hablaba el arameo y cuando se refería a la sinagoga decía “beth hakkenéset”: casa de reunión (de aquí viene el nombre del parlamento de Israel: Kenéset).

El origen de la sinagoga es oscuro. Es claro que no existía en tiempos de los reyes y del primer templo de Jerusalén (el de Salomón). Según la mayoría de los estudiosos la sinagoga comenzó en el exilio de Babilonia, después de la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el año 587 a.C. Los judíos deportados a Babilonia no tenían posibilidad de reanudar el culto por encontrarse lejos del lugar dispuesto por Dios para ofrecer sacrificios -el templo de Jerusalén- y, por estar en medio de un pueblo con usos y creencias tan distintos, estaban en peligro de perder su identidad. En estas circunstancias los judíos comenzaron a dar importancia al sábado y a reunirse en ese día para orar y leer el libro de la Ley. Esta reunión sabática se conservó incluso después que el pueblo judío comenzó su regreso del exilio a partir del edicto del rey persa Ciro en el año 538 a.C. La sinagoga se consolidó en tierra judía, sobre todo, en la época persa, por influjo del escriba Esdras. El segundo templo, el que se construyó en esta época y se dedicó el año 515 a.C., además del altar y todo lo necesario para ofrecer sacrificios, tenía incorporada una sinagoga, es decir, un lugar para la lectura y estudio de la Ley. Aquí se desarrolló la actividad de los escribas y doctores de la Ley. Pronto la sinagoga se difundió a las demás ciudades y pueblos de Israel y también fuera de los límites de Israel entre los judíos de la dispersión.

La sinagoga es una gran aula. El objeto más destacado que se encuentra en ella es un arca sagrada que contiene el rollo de la Ley (la Toráh) y también rollos con los escritos de los profetas. Cerca de esta arca se encuentra un es-trado desde donde se lee el libro santo. La sinagoga es esencialmente un santuario de la Palabra. Ejerciendo su actividad en la sinagoga, Jesús se revela como un profeta y un hombre de la Palabra. Él no se limita a comentar la Palabra de Dios, como hacían los escribas; él es nueva instancia de Palabra de Dios. Esto es lo que dejaba asombrados a los presentes que se preguntaban: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva expuesta con autoridad!” (Mc 1,27). Conocemos la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se reveló como el Mesías esperado (Lc 4,16ss), y su predicación en la sinagoga de Cafarnaúm, donde se reveló como el pan que baja del cielo y da vida al mundo (Jn 6,26ss).

La sinagoga no era el lugar propio del sacerdocio. El sacerdocio judío tenía su centro en el templo y en el culto sacrificial. Jesús no pertenecía a este círculo. Él no pertenecía a la tribu de Leví y no era descendiente de Aarón. Jesús era de la estirpe real de David y de la tribu de Judá. El Evangelio nunca da a Jesús el título de sacerdote, y tampoco a sus apóstoles, para que nadie vaya a pensar que él pertenecía a ese sacerdocio judío. Y, sin embargo, Jesús es el único verdadero sacerdote, en cuanto que él ofreció el único sacrificio que fue grato a Dios y obtuvo de Dios el perdón para toda la humanidad. Es lo que afirma la Epístola a los Hebreos: “Este es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios, como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo; esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciendose a sí mismo” (Heb 7,26-27). El sacerdocio de Cristo se ejerce entonces en el culto y en la palabra, y también en el gobierno de los fieles. Estas son las tres funciones que ejercen los sacerdotes católicos que comparten el mismo sacerdocio de Cristo. Por medio del sacramento del Orden reciben el poder sacerdotal de santificar, instruir y gobernar al pueblo de Dios.

Por eso los templos católicos tienen dos mesas: la mesa eucarística, donde el sacerdote ofrece el mismo sacrificio que ofreció Cristo y que es Cristo mismo, y luego lo distribuye a los fieles como alimento de comunión; y la mesa de la Palabra, donde el sacerdote distribuye a los fieles el alimento de la Palabra de Dios. El sacerdote católico es hombre del sacrificio y de la Palabra; ambas cosas las realiza en virtud del sacerdocio de Cristo que él posee. Los fieles deben recibir del sacerdote el alimento de ambas mesas.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

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