La cuaresma viene asociada tradicionalmente a la “mortificación”. Pero esta realidad ha sufrido un estrechamiento y reducción de perspectivas. Es preciso ubicarla en su verdadero contexto espiritual para tener una visión más amplia, positiva y liberadora.
Vida espiritual es la vida personal animada y guiada por el Espíritu Santo. Él es quien nos hace hijos en el Hijo. Él es quien une a los creyentes con Cristo. Él es quien impulsa a la evangelización, y en lo hondo de la conciencia hace comprender y aceptar la Palabra de salvación. Es el Espíritu quien santifica desde dentro al creyente y quien se convierte en principio de vida moral, de tal manera que estamos llamados a vivir según el Espíritu.
Pero el creyente no sólo experimenta la fuerza del Espíritu, dador de vida y comunión, sino que también comprueba en sí mismo fuerzas de muerte, de disgregación y de pecado.
Tendencias de la “carne” y del “Espíritu”
Con San Pablo, podemos decir que el hombre experimenta las tendencias de la “carne” y del “Espíritu”, tendencias antagónicas e irreconciliables (Gal. 5, 17). Cuando el apóstol establece tal contraposición, el termino “carne” designa todo lo que hay en la persona de pecaminoso, opuesto a Dios. Por eso “carne” podría traducirse, para una mejor comprensión actual, por “apetitos desordenados” o “bajos instintos”. Con el término “Espíritu” San Pablo designa lo que hay en el hombre de divino, principio interior dinámico de inspiración, de vida moral, de vida nueva, de filiación divina.
Seguir las tendencias del Espíritu lleva como fruto: “caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Gal. 5, 22) y produce vida y paz (Rom. 8, 6-13). En cambio secundar las tendencias de la “carne” engendra “fornicación, impureza, idolatría, odios, discordias, celos, iras, rencillas,…” (Gal. 5, 20) y lleva a la muerte (Rom. 8, 6-13).
Puesto que son tendencias irreconciliables, no se puede andar según el Espíritu y dar satisfacción a la concupiscencia de la carne (Gal. 5,16). La vida según el Espíritu implica “mortificar las obras de la carne” (Rom. 8,13), crucificar la carne con sus pasiones y concupiscencias (Gal. 5, 24).
En consecuencia, la vida espiritual no se define primeramente por unas leyes, por unas renuncias, por unos métodos ascéticos sino por una docilidad a la acción interior y recreadora del Espíritu. Pero esta vida lleva, de forma correlativa, una muerte a todo lo que es contrario al Espíritu. Es el mismo Espíritu, y no una visión negativa del hombre, quien nos introduce en el camino de la mortificación. El dinamismo recreador del Espíritu es el que da muerte y libera del pecado en sus obras y en sus raíces.
Ascesis para la libertad
En la sociedad actual parece haber sufrido un trastorno la propuesta básica de la ascesis tradicional, ¿cómo entender la renuncia, la negación de sí mismo, la mortificación en una cultura en la que se reivindican los derechos de la persona, se habla de realización personal, de satisfacción de las necesidades básicas de la persona, de liberar al yo de toda ansiedad sea de índole psíquica o moral?
Si entendemos bien la ascesis cristiana y la promoción humana, nos daremos cuenta que su contradicción es sólo aparente. La ascesis también es para promocionar la realización de la persona. No es una ascesis contra la persona. Su finalidad es precisamente la contraria: negar lo negativo, librarse del yo falso y favorecer los dinamismos que llevan a lo que el hombre está llamado ser.
No podemos olvidar que podemos construir un yo falso, inauténtico, perdido en la superficialidad, en la huida de sí, en el miedo a la libertad, en la esclavitud de las pasiones. Podemos quedar encerrados en el yo “carnal” y “psíquico” y no acceder al yo “espiritual”, a imagen y semejanza de Cristo.
Este lenguaje complementario aparece también en el evangelio que habla de vida, salvación, hombre-nuevo, amor, gozo, libertad, verdad. Pero, dada nuestra condición pecadora estas realidades pasan por la redención de Cristo, por la liberación de la muerte del hombre viejo, del egoísmo, de la esclavitud, de la injusticia, etc.
Podemos decir que no hay libertad del Espíritu donde no hay liberación del mal.
Vida espiritual es la vida personal animada y guiada por el Espíritu Santo. Él es quien nos hace hijos en el Hijo. Él es quien une a los creyentes con Cristo. Él es quien impulsa a la evangelización, y en lo hondo de la conciencia hace comprender y aceptar la Palabra de salvación. Es el Espíritu quien santifica desde dentro al creyente y quien se convierte en principio de vida moral, de tal manera que estamos llamados a vivir según el Espíritu.
Pero el creyente no sólo experimenta la fuerza del Espíritu, dador de vida y comunión, sino que también comprueba en sí mismo fuerzas de muerte, de disgregación y de pecado.
Tendencias de la “carne” y del “Espíritu”
Con San Pablo, podemos decir que el hombre experimenta las tendencias de la “carne” y del “Espíritu”, tendencias antagónicas e irreconciliables (Gal. 5, 17). Cuando el apóstol establece tal contraposición, el termino “carne” designa todo lo que hay en la persona de pecaminoso, opuesto a Dios. Por eso “carne” podría traducirse, para una mejor comprensión actual, por “apetitos desordenados” o “bajos instintos”. Con el término “Espíritu” San Pablo designa lo que hay en el hombre de divino, principio interior dinámico de inspiración, de vida moral, de vida nueva, de filiación divina.
Seguir las tendencias del Espíritu lleva como fruto: “caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Gal. 5, 22) y produce vida y paz (Rom. 8, 6-13). En cambio secundar las tendencias de la “carne” engendra “fornicación, impureza, idolatría, odios, discordias, celos, iras, rencillas,…” (Gal. 5, 20) y lleva a la muerte (Rom. 8, 6-13).
Puesto que son tendencias irreconciliables, no se puede andar según el Espíritu y dar satisfacción a la concupiscencia de la carne (Gal. 5,16). La vida según el Espíritu implica “mortificar las obras de la carne” (Rom. 8,13), crucificar la carne con sus pasiones y concupiscencias (Gal. 5, 24).
En consecuencia, la vida espiritual no se define primeramente por unas leyes, por unas renuncias, por unos métodos ascéticos sino por una docilidad a la acción interior y recreadora del Espíritu. Pero esta vida lleva, de forma correlativa, una muerte a todo lo que es contrario al Espíritu. Es el mismo Espíritu, y no una visión negativa del hombre, quien nos introduce en el camino de la mortificación. El dinamismo recreador del Espíritu es el que da muerte y libera del pecado en sus obras y en sus raíces.
Ascesis para la libertad
En la sociedad actual parece haber sufrido un trastorno la propuesta básica de la ascesis tradicional, ¿cómo entender la renuncia, la negación de sí mismo, la mortificación en una cultura en la que se reivindican los derechos de la persona, se habla de realización personal, de satisfacción de las necesidades básicas de la persona, de liberar al yo de toda ansiedad sea de índole psíquica o moral?
Si entendemos bien la ascesis cristiana y la promoción humana, nos daremos cuenta que su contradicción es sólo aparente. La ascesis también es para promocionar la realización de la persona. No es una ascesis contra la persona. Su finalidad es precisamente la contraria: negar lo negativo, librarse del yo falso y favorecer los dinamismos que llevan a lo que el hombre está llamado ser.
No podemos olvidar que podemos construir un yo falso, inauténtico, perdido en la superficialidad, en la huida de sí, en el miedo a la libertad, en la esclavitud de las pasiones. Podemos quedar encerrados en el yo “carnal” y “psíquico” y no acceder al yo “espiritual”, a imagen y semejanza de Cristo.
Este lenguaje complementario aparece también en el evangelio que habla de vida, salvación, hombre-nuevo, amor, gozo, libertad, verdad. Pero, dada nuestra condición pecadora estas realidades pasan por la redención de Cristo, por la liberación de la muerte del hombre viejo, del egoísmo, de la esclavitud, de la injusticia, etc.
Podemos decir que no hay libertad del Espíritu donde no hay liberación del mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario