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jueves, 19 de marzo de 2009

Evangelio Misionero del Día: Viernes 20 de Marzo de 2009

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 28b-34

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único. Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro mandamiento más grande que éstos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


Compartiendo la Palabra

¿Serán cosas de Dios o caprichos de los hombres?

Ya está Jesús en Jerusalén. Tras la entrada mesiánica, crecen el asedio y las maquinaciones de las clases dirigentes: fariseos, herodianos, saduceos, sacerdotes, escribas y ancianos. Todos desfilan por el Evangelio de Marcos. Todos con insidias, menos un escriba, maestro de la ley. Por una vez, aparece un interlocutor sincero, llevando una pregunta sentida. Frente al montón exagerado de preceptos y minucias de la ley, quiere saber qué es lo realmente importante. Y Jesús responde directamente, sin vueltas o nuevas preguntas: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón; amarás al prójimo como a ti mismo”.

Eran muchos los preceptos que sofocaban la vida del pueblo. Dicen que eran 613. Necesitaban saber qué es lo que de veras interesa, lo que da unidad y razón de ser a todo, lo que resulta verdaderamente esencial.
Jesús lo proclama con claridad meridiana: sólo el amor. El amor es la regla suprema y el paradigma. El amor evangélico es uno, pero realizado en tres tiempos: El amor de Dios al hombre, el amor del hombre a Dios y el amor entre los hermanos. Quien se siente querido por Dios se vuelve amorosamente hacia Él y proyecta ese amor a los demás. Tan grande es este mandamiento que se constituye en garantía del culto a Dios; vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Por eso, en Jesús el prójimo ya no es del su pueblo; lo es también el extranjero, el enemigo, el increyente. El amor es la ley de la nueva familia de Jesús.

¿Por qué nos empeñamos, tantas veces, en separar el amor Dios y al prójimo? Nada de secuestrar una parte. Ni Dios sólo ni el hombre sólo. Dios revive en el hombre, a través del hermano encontramos a Dios. “En esto conocerán que sois mis discípulos”. Como el samaritano de la cuesta de Jericó a Jerusalén. Ni huimos de las tristezas y esperanzas de los hombres ni los afanes de este mundo nos empujan al olvido de Dios. “Cada vez que lo hicisteis con alguno de estos mis pequeños hermanos conmigo lo hicisteis”. ¿Hará falta insistir?
Otra cosilla. Corremos el riesgo –y mil veces caemos de bruces- de quedarnos en bellas abstracciones, en efluvios sentimentales, en palabras grandilocuentes. Pues sólo amaremos de veras a Dios si producimos frutos del Espíritu: paz, alegría, mansedumbre; amaremos en verdad al prójimo cuando este “se sienta” querido, ayudado, consolado por nosotros.
Cuaresma es un tiempo para cumplir el mandamiento. El ayuno y la limosna llevan esta dirección. Ojalá escuchemos siempre que –por ello- el Señor nos dice: “Ven, bendito de mi Padre”.

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