Orcos, goblins, dragones, trolls, trasgos, brujas… los seres siniestros han encontrado en nuestra cultura un campo abonado para expandirse y captar el interés de jóvenes y no tan jóvenes. Hasta a los ogros se les ha encontrado su lado más encantador llegando a ganar en atractivo al incombustible príncipe azul.
Que se lo digan a Shrek, que se ha asegurado una trilogía “de cine” (¡y lo que venga!), por envolver con buen humor el color verde de su piel, las trompetillas de sus orejas y su mal olor. Lástima que la fealdad real no encuentre en su camino tantos recursos para hacerse querer.
Es curioso. Las garras de un monstruo nos resultan divertidas, mientras apenas reparamos en las manos de un hombre encallecidas por el trabajo de la tierra; llenamos la pared de posters con imágenes de princesas y piratas, pero prestamos escasa atención a quienes han ido a los confines del mundo para dar la vida por otros (una aventura de las de verdad); hacemos planes de “amigos y palomitas” para ver películas escalofriantes de terror con escenas de “vísceras”, aunque nuestros ojos prefieran no detenerse demasiado en los cuerpos deformados por la enfermedad…
Eso de que “la belleza está en el interior” queda bien como titular para un artículo, como lema para un cuento con final feliz, o para hacernos sentir que tenemos buenos deseos, pero la verdad es que los “cuerpos de escándalo” y las proporciones supuestamente perfectas copan nuestras miradas llenándolas de admiración y de –por qué no reconocerlo– algo parecido a la envidia.
Resulta asombroso que prefiramos “gigantes de papel” a “vidas gigantes”, o que disfrutemos representándonos seres imaginarios mientras nos resistimos tanto a descifrar los apasionantes enigmas y secretos de la realidad. Es cierto que hay cosas difíciles de percibir. Que no todo lo bueno –y, por tanto, lo bello-- “salta a la vista”, pero merece la pena recorrer el camino que conduce a descubrir la riqueza que hay detrás de cada existencia. ¡Se necesitan exploradores de la realidad, trovadores de los tesoros escondidos, aventureros de lo oculto!:
Gente que se atreva a agradecer arrugas nacientes de fieles “cuidados intensivos”,
gente que se emocione ante la contemplación del amor contenido y sin aspavientos, gente que sepa ver la originalidad y el encanto de cada rostro,
gente que aprecie las canas porque recuerdan que el tiempo pasa… y no pasa nada,
gente que descubra que los “feos” no sólo sufren y lloran
gente que disfrute del encuentro con aquellos que no buscan ser atractivos
gente, en fin, que tiemble ante el amor escondido.
Que se lo digan a Shrek, que se ha asegurado una trilogía “de cine” (¡y lo que venga!), por envolver con buen humor el color verde de su piel, las trompetillas de sus orejas y su mal olor. Lástima que la fealdad real no encuentre en su camino tantos recursos para hacerse querer.
Es curioso. Las garras de un monstruo nos resultan divertidas, mientras apenas reparamos en las manos de un hombre encallecidas por el trabajo de la tierra; llenamos la pared de posters con imágenes de princesas y piratas, pero prestamos escasa atención a quienes han ido a los confines del mundo para dar la vida por otros (una aventura de las de verdad); hacemos planes de “amigos y palomitas” para ver películas escalofriantes de terror con escenas de “vísceras”, aunque nuestros ojos prefieran no detenerse demasiado en los cuerpos deformados por la enfermedad…
Eso de que “la belleza está en el interior” queda bien como titular para un artículo, como lema para un cuento con final feliz, o para hacernos sentir que tenemos buenos deseos, pero la verdad es que los “cuerpos de escándalo” y las proporciones supuestamente perfectas copan nuestras miradas llenándolas de admiración y de –por qué no reconocerlo– algo parecido a la envidia.
Resulta asombroso que prefiramos “gigantes de papel” a “vidas gigantes”, o que disfrutemos representándonos seres imaginarios mientras nos resistimos tanto a descifrar los apasionantes enigmas y secretos de la realidad. Es cierto que hay cosas difíciles de percibir. Que no todo lo bueno –y, por tanto, lo bello-- “salta a la vista”, pero merece la pena recorrer el camino que conduce a descubrir la riqueza que hay detrás de cada existencia. ¡Se necesitan exploradores de la realidad, trovadores de los tesoros escondidos, aventureros de lo oculto!:
Gente que se atreva a agradecer arrugas nacientes de fieles “cuidados intensivos”,
gente que se emocione ante la contemplación del amor contenido y sin aspavientos, gente que sepa ver la originalidad y el encanto de cada rostro,
gente que aprecie las canas porque recuerdan que el tiempo pasa… y no pasa nada,
gente que descubra que los “feos” no sólo sufren y lloran
gente que disfrute del encuentro con aquellos que no buscan ser atractivos
gente, en fin, que tiemble ante el amor escondido.
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