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jueves, 9 de abril de 2009

Evangelio Misionero del Día: Viernes 10 de Abril de 2009 - VIERNES SANTO

Por CAMINO MISIONERO


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1--19,42

¿A quién buscan?

C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:

a «¿A quién buscan?»

C. Le respondieron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Él les dijo:

a «Soy Yo».

C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:

a «¿A quién buscan?»

C. Le dijeron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús repitió:

a «Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan».

C. Así debía cumplirse la palabra que Él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:

a «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»



Se apoderaron de Jesús y lo ataron

C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo».


¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?


C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:

S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»

C. Él le respondió:

S. «No lo soy».

C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:

a «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho».

C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:

S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»

C. Jesús le respondió:

a «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»

C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:

S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?»

C. Él lo negó y dijo:

S. «No lo soy».

C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél al que Pedro había cortado la oreja, insistió:

S. «¿Acaso no te vi con Él en la huerta?»

C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.



Mi realeza no es de este mundo.



C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:

S. «¿ Qué acusación traen contra este hombre?»

C. Ellos respondieron:

S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado».

C. Pilato les dijo:

S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen».

C. Los judíos le dijeron:

S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie».

C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:

S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?»

C. Jesús le respondió:

a «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»

C. Pilato replicó:

S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»

C. Jesús respondió:

a «Mi realeza no es de este mundo.

Si mi realeza fuera de este mundo,

los que están a mi servicio habrían combatido

para que Yo no fuera entregado a los judíos.

Pero mi realeza no es de aquí».

C. Pilato le dijo:

S. «¿Entonces Tú eres rey?»

C. Jesús respondió:

a «Tú lo dices:

Yo soy rey.

Para esto he nacido

y he venido al mundo:

para dar testimonio de la verdad.

El que es de la verdad, escucha mi voz».

C. Pilato le preguntó:

S. «¿ Qué es la verdad?»

C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:

S. «Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»

C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:

S. «¡A Él no, a Barrabás!»

C. Barrabás era un bandido.



¡Salud, rey de los judíos!



C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían:

S. «¡Salud, rey de los judíos!»

C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:

S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en El ningún motivo de condena».

C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo:

S. «¡Aquí tienen al hombre!»

C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:

S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo».

C. Los judíos respondieron:

S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque Él pretende ser Hijo de Dios».

C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:

S. «¿De dónde eres Tú?»

C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:

S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?»

C. Jesús le respondió:

a «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave».



¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!



C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:

S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César».

C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata».

Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:

S. «Aquí tienen a su rey».

C. Ellos vociferaban:

S. «¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «¿Voy a crucificar a su rey?»

C. Los sumos sacerdotes respondieron:

S. «No tenemos otro rey que el César».

C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.



Lo crucificaron, y con Él a otros dos



C. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la colocó sobre la cruz.

Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».

C. Pilato respondió:

S. «Lo escrito, escrito está».



Se repartieron mis vestiduras



C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:

S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura que dice:

«Se repartieron mis vestiduras

y sortearon mi túnica».

Esto fue loque hicieron los soldados.



¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre!



C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo:

a «Mujer, aquí tienes a tu hijo».

C. Luego dijo al discípulo:

a «Aquí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.



Todo se ha cumplido



C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:

a «Tengo sed».

C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:

a «Todo se ha cumplido».

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.



Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.



En seguida brotó sangre y agua



C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:



«No le quebrarán ninguno de sus huesos».

Y otro pasaje de la Escritura, dice:

«Verán al que ellos mismos traspasaron».



Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús, agregándole la mezcla de perfumes



C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos-- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.

Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.

En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra del Señor.





Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

Hoy, Viernes Santo, vamos a ver cómo el sacerdote en la función litúrgica alza la Cruz, y repite por tres veces alzando cada vez más la voz:
- ¡He aquí el madero de la Cruz, en el cual estuvo colgada la salvación del mundo!
¿Es esto un lamento, o es un grito de triunfo? Al oírlo, ¿hay que llorar o hemos de dar saltos de júbilo?... Nosotros, afortunadamente y por la gracia de Dios, sabemos combinar muy bien las dos cosas.
Por una parte, lloramos la muerte de Jesús.
¿Cómo no vamos a llorar la pasión atroz a que es sometido un inocente, que muere al fin de la manera más trágica? ¿Cómo nos van a dejar insensibles esos azotes bárbaros, esas espinas agudas, esas burlas por las calles con el patíbulo atado a los hombros, esa desnudez a la vista de todos, esos espasmos, esa asfixia y esa inmovilidad espantosa creada por tres clavos crueles?...
La pasión de Jesús ha arrancado muchas lágrimas, y las nuestras no nos avergüenzan...
Como aquellos tres niños que se escapan de sus casas y se esconden en una gruta, donde han escrito sus nombres. Inocentes, quieren hacer grande penitencia, castigan sus cuerpos y se dan de lleno a la oración. Encontrados por sus familiares, se ven obligados a volver a la ciudad. Uno de ellos, el que será San Miguel de los Santos, se encierra en un cuartucho de su casa y no hace más que derramar lágrimas abundantes.
- ¿Por qué lloras, Miguel? ¿Qué te pasa?
Y el niño inocente:
- ¡ Nada, a mí no me pasa nada! Lloro únicamente por la pasión de mi Señor Jesucristo. ¡Miren cómo lo han puesto!...
Así es. Todos lloramos ante el Crucificado, pero también sabemos lanzar gritos triunfales ante la Cruz redentora. Nos pasa como al pueblo que celebra el desfile después de la guerra. Duelen los muertos que han quedado tendidos en el campo de batalla. Pero se saluda con orgullo a la bandera que se alza victoriosa, gracias al sacrificio de los héroes de la Patria...
La Cruz es la bandera que la Iglesia alza hoy orgullosa, premio del sacrificio de Jesús, el cual, al inmolarse generosamente, ha arrancado de las garras de Satanás el enorme botín de todos los salvados.
Por la Cruz, el Padre nos devuelve su amistad y su gracia.
Por la Cruz, Jesús se ha hecho merecedor de la gloria que le espera con su inminente Resurrección
Esa Cruz, antes mirada con horror, se va a llevar en adelante millones y millones de besos, besos incontables, cada uno de los cuales es un himno de acción de gracias a Dios por el beneficio inmenso de la Redención obrada por Jesucristo.
La Cruz es un signo de la victoria sobre las huestes del infierno. Mirando la Cruz, animó aquel rey medieval a sus soldados con aquella arenga que se ha hecho inmortal:
- ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!
En la vida cristiana se desarrollan estos sentimientos casi de una manera natural, si sabemos mirar la Cruz tal como la miramos hoy.
Por una parte, no cesa nunca nuestra acción de gracias. ¿Cuál hubiera sido nuestra suerte si Jesucristo, llevado de su amor inmenso, no hubiera muerto por nosotros? El hecho de nuestra culpa no lo puede negar nadie, y a la culpa hubiera seguido una perdición sin remedio. Y las Tres Divinas Personas se empeñaron en el negocio de nuestra salvación. El Padre nos da su Hijo. El Espíritu Santo empuja a Jesús a entregarse con valentía. Y Jesús, humilde y obediente, sube al patíbulo para pagar la deuda enorme que teníamos contraída con Dios. Por eso, ante la Cruz nos sale espontánea mil veces la exclamación: ¡Gracias, Dios mío, por el beneficio inmenso de la Redención!
Así mismo, ante la Cruz de Cristo aprende el cristiano a sopesar la malicia del pecado y lo que significa haber ofendido a un Dios que es todo amor. El arrepentimiento entonces brota del corazón como la cosa más natural. Es imposible permanecer insensibles ante ese Cristo del que dirá Pablo:
- ¡Que amó y se entregó a la muerte por mí!
Pero estos sentimientos tan nobles, como son la gratitud y el arrepentimiento, dan un paso adelante y se transforman en estímulo, en energía, en generosidad, en entrega.
Mirando la Cruz, el cristiano se siente fuerte ante cualquier adversidad. Más aún, se gloría, como Pablo, de estar crucificado con Cristo.
Porque es crucifixión la lucha en la tentación, para vencer el pecado causante de la muerte del Señor.
Es crucifixión el trabajo pesado de cada día.
Es crucifixión el vivir la pobreza, sufrir la enfermedad, cumplir cualquier deber que nos cuesta.
Pero sabemos llevar la cruz con valentía cuando miramos a Jesús que la lleva delante de nosotros, y que nos dice: ¡Toma tu cruz de cada día, y sígueme!
¡Señor Jesucristo, mi Señor Crucificado!
Al verte colgado en el madero, donde mueres por mí, sólo puedo decirte: ¡Gracias!
Al sentir en mi conciencia el peso de la culpa, causa de tanto horror en tu Persona, te pido: ¡Perdón!
Al contemplar tu victoria sobre el infierno con tu pasión y muerte, te suplico humilde: ¡Señor, que no se pierda tanto dolor, tanta sangre, tanta angustia, tanta lágrima tuya, y sálvame!
Al contemplar tu amor que así se me da, te digo con toda el alma: ¿Amor con amor se paga? Entonces, toma entero mi corazón...

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