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lunes, 6 de abril de 2009

Evangelios Comentados de los dias de la semana santa



6 de Abril - LUNES Santo

Jn 12, 1-11

“Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?” (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando). Entonces Jesús dijo: “Dejadla: lo tenía preparado para el día de mi sepultura, porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús”.

1. Esta cena es el símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte. En Lázaro, la vida fue más fuerte que la muerte. Como iba a ser más fuerte en el propio Jesús. Y esa fuerza de la vida se expresa en el Evangelio mediante símbolos de vida: la mesa compartida, la amistad servicial de Marta, el perfume costoso de María, la unción de los pies, la fragancia que llena la casa. Jesús quiso celebrar el don de la vida en plenitud. También es vida la amistad, la gratitud, la estética, el perfume que invade con su fragancia. Jesús entendía la vida y la espiritualidad de forma que incluía hasta el encanto del cabello femenino que acaricia los pies.

2. La vida, así entendida, no se reduce a la solución de la “cuestión social”. Eso pensaba Judas. Pero Jesús no estuvo de acuerdo. En cualquier caso, lo que este relato no justifica es el boato de la religión que antepone el lujo de los templos y sus ceremonias a las necesidades básicas de los pobres.

3. El contraste con Jesús no es Judas, sino los sumos sacerdotes. Jesús es vida. Los sumos sacerdotes son muerte. El relato destaca este contraste al indicar que aquellos notables clérigos no tuvieron bastante con la condena a muerte de Jesús, sino que además decidieron también matar a Lázaro. La religión, mal entendida y mal vivida, es un peligro. El mayor peligro. Es peligro de muerte.



7 de Abril - MARTES Santo

Jn 13, 21-33. 36-38

“En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba a la mesa, a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado”. Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: “Lo que tienes que hacer hazlo enseguida”. Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él (si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismos: pronto lo glorificará)”. Simón Pedro le dijo: “Seor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿porqué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”.

1. Una cena y otra cena. Dos cenas de despedida. La cena de Betania fue un lujo de símbolos de amor, de amistad, un derroche de humanidad. La cena de Jerusalén fue la conmoción profunda del que se ve traicionado, vendido, engañado y abandonado por quien niega y reniega de una amistad que no se cansaba de prometer con una fidelidad que no existe. Aquella noche, Jesús empezó a palpar que estaba solo. Es lo más duro que a uno le puede pasar.

2. ¿Qué ocurrió allí? No es fácil saber con seguridad los motivos que tuvieron Judas y Pedro para hacer lo que hicieron aquella noche. Interesa más saber lo que hicieron que por qué lo hicieron. Y lo que hicieron fue negar su fe en Jesús y renegar de su amistad con Jesús. Por un motivo o por otro, no aceptaron el fracaso de Jesús, su entrega voluntaria y sin resistencia a las autoridades. No entendían el proyecto de Jesús si no era sobre la base de un triunfo popular, de un éxito político. Nunca les entró en la cabeza el final que tuvo la vida de Jesús.

3. Para aquellos dos hombres, en aquel momento, la tarea del Mesías, la presencia del Hijo de Dios en la historia estaba asociada al éxito popular, la aceptación de las masas, el triunfo político, la conquista del poder. Hasta que se dieron cuenta de que Jesús no iba por ahí. Lo de Jesús no fue sólo hacer el bien. Fue hacerlo de tal forma que entró en conflicto con quienes, por motivos de poder (religioso o político) hacen imposible que este mundo resulte más humano y la vida más soportable.





8 de Abril - MIÉRCOLES Santo

Mt 26, 14-25

“En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote. Fue a los sumos sacerdotes y les propuso: “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” El contestó: “Id a casa de fulano y decidle: “El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa y con mis discípulos”. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: “¿Soy yo acaso, Señor?” El respondió: “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Soy yo acaso, Maestro?” El respondió: “Tú lo has dicho”.

1. La liturgia de la Iglesia, en los días que preceden inmediatamente al jueves y viernes santo, insiste en recordar a Judas. Sin duda, este hombre evoca cosas muy importantes que los lectores de los evangelios deben tener siempre en cuenta. Si es que “Iscariote” significa “sicario” (de “iskarios”), revolucionario violento, por más que esto no sea seguro, Judas nos recordaría que el proyecto de imponer un “bien”, mediante la violencia, puede ser tan fuerte, que llegue a anular todo lo humano, bueno y entrañable que Judas había vivido junto a Jesús.

2. El “caso Judas” pone en evidencia que la deshumanización puede estar presente en los momentos y en los actos que más nos humanizan. En el “caso Judas”, la traición a la amistad y a la vida puede estar en el centro mismo de la comensalía, en el momento en que compartimos la mesa y el pan, es decir, en el símbolo central de la “vida compartida”.

3. Mateo (con Mc y Lc) le da más importancia a este hecho al situarlo en la cena de la Pascua judía. Pero se sabe que esta cena no fue la “cena pascual”, ya que se celebró un día antes (Jn 13, 1; 18, 25), en el día de la Preparación, cuando se sacrificaban los corderos pascuales (Jn 19, 14; cf. 19, 31. 42). La última cena no fue un acto “religioso”, sino una cena de despedida, un acto profundamente humano, cargado de intimidad, de miedos, de oscuridades. Y también de cinismos y traiciones. Todo como la vida misma. La vida de un hombre entre otros hombres.



9 de Abril - Jueves Santo

Jn 13, 1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó:”Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos” (porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”). Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “El Maestro” y “El Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies unos a otros, os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

1. Hay en este relato algo tan sencillo y ejemplar como incomprensible y escandaloso. Lo sencillo es el ejemplo de humildad, servicio y amor que Jesús dio a sus discípulos al lavarles los pies. Lo incomprensible y escandaloso es lo que se oculta detrás de ese servicio de amor. Y es capital entender esto último. Si esto no se entiende, todo el relato se queda en un gesto piadoso, un buen ejemplo, como tantos otros de tantas otras gentes. ¿De qué se trata?

2. Jesús le dice a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora”. Y luego les dijo a todos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. Está claro que, a juicio de Jesús, lo que allí pasó resultaba difícil de entender. A Pedro no le cabía en su cabeza. Y era algo tan importante que Jesús le dijo: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. La cosa era tan seria, que allí se jugaba el ser o no ser de lo que Jesús quería.

3. Jesús afirma que él es “el Maestro y el Señor”, el que (según aquella cultura) tiene el control, el dominio sobre los demás, y la autoridad para decidir. El Señor designaba al dueño y señor de sirvientes y esclavos, al emperador y, en definitiva, a Dios. Pues bien, lo incomprensible y escandaloso es que Jesús, al hacer lo que hizo aquella noche, en realidad lo que dijo fue esto: “si el Señor se pone a vuestros pies, con esto quiero decir que por encima del hombre, ¡Ni Dios!. Porque Dios, en Jesús, se ha fundido con el ser humano. Cambia Dios, cambia la religión. El Dios de Jesús y la religión de Jesús es el servicio al ser humano, a todo lo humano.




10 de Abril - Viernes Santo

Jn 18, 1 - 19, 42

“En aquel tiempo salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelante y les dijo: “¿A quién buscáis?” Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?” Ellos dijeron: “A Jesús el Nazareno”. “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. ¿El cáliz que me ha dado mi Padre, no lo voy a beber?”

La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” El dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pide, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús les contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?” Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” Entonces Anás le envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?” El lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?” Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato, afuera, adonde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilatos en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío?” Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?” Jesús le contestó: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Conque, “¿tu eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?” Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” Volvieron a gritar: “A ése no, a Barrabás” (el tal Barrabás era un bandido).

Entonces Pilatos tomó a Jesús y lo mando azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto de color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!” Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: “¡Crucifícale, crucifícale!” Pilato les dijo: “Lleváosle vosotros y crucificadle, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.

Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír esta palabra, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “El Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro Rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícale!” Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificarle?” Contestaron los Sumos Scaerdotes: “No tenemos más Rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús y él, cargado con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y enmedio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en el que estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas “El rey de judíos”, sino “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está.

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era un túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quien le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí una jarra llena de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caa de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”.

1. Una cosa es la historia de la muerte de Jesús y otra cosa es la interpretación teológica que se le ha dado a esta muerte. La historia de la muerte nos dice que los Sumos Sacerdotes se dieron cuenta de que Jesús y la Religión (tal como ellos la entendían) son incompatibles: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir”. Jesús es irreconciliable con la Religión cuando en ella unos hombres (los dirigentes) se sirven de Dios para dominar, someter y ejercer violencia sobre los demás seres humanos.

2. La interpretación teológica de la muerte de Jesús no puede hacerse de forma que, en definitiva, se termine diciendo que “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Heb 9, 22). Porque ese criterio está rechazado en la carta a los hebreos. Y porque semejante principio lleva derechamente a la idea del “dios vampiro”, que necesita sangre y muerte para perdonar. Una blasfemia.

3. De lo dicho se sigue que la muerte de Jesús no se puede entender desde la religión; porque no fue un acto religioso, sino la ejecución de un condenado por la autoridad civil. Ni se entiende desde la devoción, porque un crucificado no es una imagen de piedad, sino el símbolo más fuerte de la exclusión social. Tampoco se entiende desde la política, porque Jesús no fue un subversivo nacionalista, sino que acabó así su vida por fidelidad al designio del Padre del cielo. La muerte de Jesús sólo se puede comprender como exponente cumbre de la lucha por la libertad, es decir, la lucha por la humanización que supera la deshumanización.




11 de Abril - SÁBADO Vigilia Pascual

Mc 15, 1-7

“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?” Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. El les dijo: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.

1. No es lo mismo revivir que resucitar. Revivir es volver a esta vida. Resucitar es trascender este vida. El que revive (Lázaro) vuelve al espacio y al tiempo, las dimensiones de la historia. El que resucita (Jesús) supera el espacio y el tiempo, trasciende las dimensiones de la historia. Por eso se puede (y se debe) decir que la resurrección trasciende la historia, es meta-histórica. Por esto se comprende la enorme dificultad que tenemos los mortales para comprender y aceptar la resurrección de Jesús. Y también nuestra resurrección.

2. La resurrección es esperanza. Es el mensaje y la promesa de esperanza que aporta el cristianismo a la condición de quienes nos vemos abocados inevitablemente a la muerte. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el Evangelio es un argumento privilegiado para dar sentido a la vida, en unas condiciones en las que el “sin-sentido” de la vida nos abruma.

3. Si la resurrección no acontece dentro de la historia, sino más allá de ella, resulta lógico decir que la resurrección se acepta, no por la evidencia que se impone, sino por la fe que se acepta. Pero sabemos que la fe es siempre un acto libre, que se basa en una decisión en libertad. Y la libertad nunca da seguridad total. Por eso es correcto decir que el Resucitado es una fuente de esperanza.





12 de Abril - Domingo de Resurrección

Jn 20, 1-9

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro, y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos”.

1. La resurrección significa que Jesús es el gran argumento, que el cristianismo ofrece a la humanidad, para mostrar que la vida es más fuerte que la muerte. El Resucitado nos dice, según la fe de los cristianos, que, más allá de todas las evidencias que se nos imponen, la muerte no tiene la última palabra en el destino de los humanos. No estamos destinados al fracaso y a la corrupción, sino a la vida y a la felicidad.

2. Pero nunca se debería olvidar que la esperanza en “otra vida” más allá de la muerte, puede convertirse en una amenaza para “esta vida”. Todos los que, a lo largo de la historia de las religiones, han muerto matando, han llegado a ser asesinos porque la esperanza en la otra vida les ha dado argumentos para matar y para matarse. Los terroristas suicidas se han inmolado en tantas masacres porque estaban persuadidos de que, haciendo eso, entraban en el paraíso de los resucitados.

3. Sin llegar hasta esos excesos de deshumanización, la esperanza hace daño a la “vida humana” cuando esa esperanza en la “vida divina” justifica cualquier forma de agresión a lo humano. Sabemos que hay personas que, por ser fieles a sus creencias de eternidad, menosprecian o incluso desprecian a quienes no piensan como ellos, tienen otras creencias religiosas o no se ajustan a las exigencias de un determinado “credo”. A los seres humanos hay que respetarlos y quererlos, no porque así se consiguen premios eternos, sino porque los seres humanos se merecen nuestro respeto y nuestro amor, etsi Deus non daretur, “aunque Dios no existiera”.

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