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lunes, 6 de abril de 2009

Las manos en Semana Santa



Publicado por Pastoral SJ

Hay tantas formas de mirar lo que celebramos estos días… Hay palabras que siguen llegándonos hoy con intensidad. Hay gestos que impresionan por su significado. Hay silencios clamorosos. Hay lugares que sobrecogen. Hay personajes. Hay miradas que aprenden de lo que ven.

Miremos, esta vez, a las manos, que tanto expresan estos días. Manos que reparten el pan. Manos que detienen y golpean. Manos que acogen. Manos que se lavan para negar la infamia. Manos que no pueden resistirse. Manos que empuñan el látigo. Manos que trenzan coronas de espinas. Manos clavadas a un madero. ¿Y mis manos?


1. Manos Fecundas

“Mientra cenaban, Jesús tomó pan , pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a los discípulos…” (Mt 26,26)

Son las manos que toman el pan, para bendecidlo, partirlo y compartirlo. Toman lo que es importante para hacerlo llegar a quien lo necesita. Las manos que trabajan y que cuidan, que protegen y acarician, que abrazan y sanan. Las manos que escriben y producen.

Las que se alzan para protestar contra lo injusto. Manos de artista, de artesano, de campesino, de médico, de obrero, de madre, de trabajador, de amigo. Manos de quien echa una mano, para ayudar a cargar con las cruces, para aliviar las cargas, para acunar los rostros golpeados.

¿Cuándo, o en qué, son “mis manos” fecundas?


MANOS ÁSPERAS


Tengo las manos ásperas,
pero hay pan en mi mesa
Tengo las manos ásperas
pero hay luz en la casa
Tengo las manos ásperas;
me honra su aspereza
porque así fueron todas
las gentes de mi raza.

No me avergonzó nunca
mi heredada pobreza
ni me achicó tampoco
la humildad de mi traza:
tengo las manos ásperas
pero hay vino en la mesa,
tengo las manos ásperas
pero hay paz en la casa.

Mientras los ricos guantes
tú las tuyas enfundas
yo, por llenarme todo
de asperezas fecundas,
quisiera veinte manos
en lugar de estas dos...

pues si pulir un rumbo
me dejó tales huellas,
después de haber pulido
la luz de las estrellas
qué ásperas las manos
le habrán quedado a Dios.

Emilio C. Tacconi




2. Manos Indiferentes


“Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: ‹‹No me hago responsable de esta muerte. ¡Allá vosotros!››” (Mt 27,24)

Las de quien se desentiende. Se lavan. Se cierran. Se protegen para no gastarse, para no implicarse, para no saber. Manos de cristal, de porcelana, de arena, eternamente inmaculadas por no haber vivido nada, o incapaces de aferrar algo.

Manos que nunca han tocado la tierra, el barro, la carne ajena. Manos incapaces de sentir, de romperse, de gastarse un poco. Manos lavadas en agua pero regadas en sangre invisible. Manos que abofetean al inocente, o que rasgan hipócritamente las propias vestiduras, escandalizadas por una verdad que asusta. Las manos frías. Las manos verdaderamente muertas.

¿Cuándo, o en qué, son “mis manos” indiferentes?


SALTA ANTES DE MIRAR

La sensación de peligro
no debe desaparecer;
el camino es sin duda tan breve
como escarpado,
por muy paulatino que parezca desde aquí;
mira si quieres,
pero tendrás que saltar.

Los hombres duros se ponen sensibleros
en sueños
y quebrantan las ordenanzas
que cualquier necio puede respetar;
no es la convención sino el miedo
lo que tiene tendencia a desaparecer.
Los esfuerzos cavilosos
de la masa atareada,
la suciedad, la imprecisión y la cerveza
rinden unas cuantas agudezas
todos los años;
ríete si puedes,
pero tendrás que saltar.

Las prendas que se considera adecuado
vestir
no serán baratas ni prácticas,
mientras consintamos en vivir cual ovejas
y nunca mencionar a quienes desaparecen.
Mucho cabe decir
a favor del desparpajo social,
pero alegrarse cuando no hay nadie
es más difícil incluso que el llanto;
nadie mira,
pero tienes que saltar.

Una soledad de diez mil brazas de hondura
sustenta el lecho en el que yacemos,
cariño:
aunque te quiero,
tendrás que saltar;
nuestro ensueño de seguridad
debe desaparecer.

Wystan Hugh Auden




3. Manos Traspasadas


“Después lo crucificaron, y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes a ver qué se llevaba cada uno” (Mc 15,24)

Por clavos, por cansancios. Las manos que se alzan al cielo en súplica muda. Las que buscan algo con lo que saciar el hambre de los hijos. Las que ya no tienen fuerzas para sostener nada. Las que se aprietan, desesperadas, en gesto de impotencia.

Manos que tratan de ocultar los sollozos cuando no se puede más. Manos heridas, llagadas, atravesadas por clavos invisibles. Manos esposadas con cadenas de odio, de exclusión, de rechazo. Manos que golpean, con desesperación, puertas cerradas. Manos muy abiertas, esperando ser acogidas. Manos ya inertes de pura derrota.

¿Cuándo, o en qué, están “mis manos” traspasadas?


COLOR PLOMO


Va un hombre solo por el campo;
las nubes son de color plomo
y son de plomo los olivos...
Todo es de plomo ante sus ojos:
el verde-negro de las aguas,
el blanco-verde de los chopos;
gigante muerto, la sierra,
tiene las jaras de plomo.

(Dejó la ciudad dormida
bajo la noche del lobo
y partió sin saber donde...)

Va por el campo un hombre solo,
peregrino del tiempo de su tiempo,
a cuestas la pereza de los otros.
Se le durmió la brisa entre las manos
y el sol le puso un beso entre los hombros.

(Sonríe el hombre.)

Pero los hombres le cargaron todo
su dolor a la espalda y, con la pena,
se le ha teñido el beso color plomo...

Arrastra el Hombre su tristeza,
se le ciegan los ojos con el polvo,
y oyendo siempre la canción del tiempo,
recuerda, caminando en campo solo,
que, allá lejos, al que dormita,
le irán tiñendo el pecho color plomo.

Nicolás del Hierro

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