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miércoles, 22 de abril de 2009

Tiempo pascual: tiempo del anuncio

III Domingo de Pascua - Ciclo B
Publicado por Misioneros Monfortanos

Normalmente cuando tenemos una buena noticia, tenemos las ganas de comunicarla lo antes posible. San Lucas hace notar que los discípulos de Emaús se apresuran para anunciar a los apóstoles lo que les ha pasado en el camino y cómo sus ojos se han abierto cuando su compañero de viaje ha partido el pan… ¡Era el Señor!

Y justo después, Jesús resucitado aparece a sus amigos incrédulos para convencerles que de verdad ha resucitado, y que no se trata de una alucinación. Los invita a tocarlo y a comer con él. Les hace entender que la Resurrección es el final de un recorrido señalado por el Padre: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón e los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.”

San Lucas nos cuenta en la primera lectura de este día, cómo los apóstoles han anunciado la Buena Noticia de la Resurrección tan pronto como recibieron al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Después de curar a un disminuido en el nombre de Jesús de Nazaret (Act 3) Pedro proclama el mensaje esencial del cristianismo a sus conciudadanos en la plaza pública en unas breves palabras: “Él, el autor de la vida, vosotros lo matasteis: pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos… por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” Lo fundamental está dicho. No podemos ir más adelante en la catequesis si no hemos entendido que el mensaje cristiano se cimienta sobre esa afirmación que es el testimonio de los apóstoles. Los adultos que se preparan al bautismo, o los padres que piden el bautismo para sus hijos lo saben o tendrían que saberlo.

San Juan nos llama a la realidad, en su primera carta, que el anuncio de la Buena Noticia se hace en primer lugar por el testimonio de nuestra vida: “En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.” El mismo apóstol transmite en su Evangelio esta orden del Señor: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros.” (Jn 13,34) El mensaje de la Buena Noticia se hace totalmente inaudible cuando los que lo anuncian dan, por su comportamiento, un testimonio contrario.

San Juan dice bien claro: “Quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.” Estamos avisados… El obstáculo mayor que retrasa el anuncio del Evangelio es el pecado. El Señor resucitado está siempre a nuestro lado para ayudarnos y levantarnos: “Si alguno de vosotros peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.”

Por consiguiente estamos invitados a participar la alegría de creer con todos los hermanos nuestros. Y eso es urgente. San Pablo proclamaba en su tiempo: “Anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria, es una obligación que tengo, y ¡pobre de mí si no anunciara el Evangelio.” (1Cor 9,16)

Oración

Señor, te haces presente en nuestro caminar
sin efectos especiales.
Te haces presente disfrazado de esposa o esposo,
de compañero de trabajo
o de mendigo en la puerta de la iglesia.
y nos recuerdas que si esperamos
verte de otra manera nos equivocamos.
Señor, nos recuerdas que Dios
tiene un respeto absoluto por las personas.
Al asumir nuestra humanidad
hasta las últimas consecuencias
nos recuerdas que únicamente te encontraremos,
en las personas y en la mesa de la Eucaristía.
Hoy, una vez más,
te haces presente a un grupo de discípulos.
La comunidad es el espacio
de encuentro contigo, Señor.
La intimidad contigo se alimenta
con la fuerza del grupo de creyentes.
Que a lo largo de esta semana sintamos tu paz, Señor;
disipa nuestros miedos
y haznos portadores de paz para los demás.

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