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jueves, 7 de mayo de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: V Domingo de Pascua - Ciclo B

Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos.
Publicado por Dominicos.org

Introducción

En el evangelio de este domingo del tiempo pascual destaca la reiteración constante del verbo “permanecer”, que aparece ocho veces, conjugado en distintos tiempos y personas.

Quizás, esta palabra tiene para nosotros una connotación de estabilidad e inmutabilidad que dista mucho de ser la tónica general de la vida que vivimos. Podemos amanecer en un continente y encontrarnos por la noche en el extremo contrario del mundo. Pero hay cambios mucho más profundos que los producidos por variar de lugar físico. Son las transformaciones que nos afectan a niveles más hondos: el encuentro con universos culturales y religiosos muy distintos, desarraigos que conllevan una sacudida y, a veces, pérdida de referencias estables, evoluciones personales que modifican la orientación vital….

Sabemos que el permanecer del que habla Jesús en el discurso de despedida, no significa en modo alguno perdurar como lo hace una estatua o un monolito. Por el contrario, la palabra, repetida como una cantinela a lo largo del texto, tiene un carácter dinámico y activo que exige a las personas o comunidades creyentes, en muchas ocasiones, grandes dosis de perseverancia, continuidad, constancia y resistencia.

Así lo reflejan también las otras lecturas de este día. San Pablo hizo muy pronto la experiencia del costo que supuso para él ser fiel a la llamada de Jesús en el camino de Damasco. La llegada a esa ciudad, igual que la de Jerusalén, no tiene nada de entrada triunfal, sino de camino de cruz como el del Señor al que perseguía. Los “suyos” de antes, los judíos, desean su muerte y los discípulos del Resucitado sospechan de él y le temen. Las primeras comunidades cristianas, según el mismo relato de los Hechos de los Apóstoles, se edificaban y progresaban en el temor del Señor.

La segunda lectura insiste en el significado dinámico del permanecer en los escritos de san Juan. El mandamiento de Dios es creer en su Hijo y amarnos unos a otros. Ambas cosas, creer y amar, implican cambios y, a veces, muy profundos. Y añade que “conoceremos que Dios permanece en nosotros por el Espíritu que nos dio”. Y si hay alguna actuación propia del Espíritu es la de transformarnos y convertirnos para arraigarnos de verdad en Dios.



Comentario bíblico

* Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (9,26-31): El perseguidor es perseguido

I.1. La primera lectura nos presenta a Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el mismo Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los "tres años", tras una estancia en Arabia (donde se retira a repensar su vida) y su ministerio en Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho interés en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como anfitrión a su compañero Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas para dejar poco a poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -que vino a Jerusalén para "ver" a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de Gálatas-, tiene ocasión de experimentar que los judeo-cristianos no se fían de él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban, provocaron un altercado que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo dice que estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas insiste mucho, quizás demasiado, en la comunión de Pablo con los de Jerusalén.

I.2. En el texto de hoy es importante poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el "camino" una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los apóstoles y otros y está en disposición de anunciar la Resurrección, incluso en la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo que a Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por los intereses "religiosos" de los responsables, Dios llama a otro (nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los discípulos -todavía no han recibido el nombre de cristianos, como sucederá en Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el mensaje de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el mundo.

* IIª Lectura: 10 de Juan (3,18-24): El amor a los hermanos criterio de conciencia

II.1. La segunda lectura nos habla de la praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en la ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón. Para la Biblia, el corazón es la sede de todas las cosas, del pensar y del obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro cristianismo es verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos engañarnos. La religión verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se ha de llevar a efecto; de lo contrario no habría fiabilidad.

II.2. Lo principal de esta praxis es que la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como El nos ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el mandamiento nuevo. Así es como podremos saber que estamos con Dios y que tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la teología joánica es como el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los hermanos es el criterio de conciencia verdadera.

* Evangelio: Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida

III.1. El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste evangelista nos muestra quién es El Señor. Se enumera entre los famosos "yo soy" del evangelio de Juan (el Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51; la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen pastor 10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro 13,13; el camino 14,6; la verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos 19,21. Esto ha planteado, de alguna manera, una “cristología” y un discipulado de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. )Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.

III.2. Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Se respira, pues, una gran seguridad frente al acecho de cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía para dar frutos. El *permanecer+ con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos permanecer en Dios. El camino para ello es permanecer en Jesús y en su evangelio.

III.3. La fórmula "permaneced en mí y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto. La transformación teológica que se opera desde la imagen de la viña de Israel a esta propuesta simbólica del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.

III.4. Se trata de un discipulado o de una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar que el evangelio de Juan es de este tenor. El "seguimiento" de Jesús no se expresa de la misma manera, v.g. que en Lucas, que es seguirle “por el camino”. Los discursos y las fórmulas de revelación del "yo soy" de esta teología joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la "exclusividad" de Jesús, el Hijo de Dios, no permita que esa luz de Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* Yo soy la vid verdadera

El simbolismo de la vid y de la viña, utilizado tantas veces por los profetas y los salmistas, se utilizaba en el Antiguo Testamento para expresar la relación de Dios con el pueblo de Israel. La metáfora de la viña en el evangelio de Juan cambia completamente el significado anterior. Jesús revela que la verdadera y única vid es él. Y los que caminamos tras él queriendo ser sus discípulos y discípulas somos los sarmientos que tenemos y recibimos la vida de la unión con él.

Quizás, el mejor modo de profundizar en este texto, para descubrir todo el sentido que encierra, sea dar un paseo meditativo por el campo y observar que sólo las ramas bien unidas al tronco de una vid o frutal, (aquí en Benin: la palmera, el cocotero, el platanero, el árbol de mangos) tienen vida. Las ramas desgajadas de los árboles a causa del huracán o la tormenta están secas, muertas, porque no circula por ellas la savia del tronco. De esta mirada contemplativa a la naturaleza pueden brotarnos muchas preguntas: ¿Cómo es actualmente mi unión con tronco? ¿Cuál es mi adhesión o la de la comunidad a Jesús? ¿De dónde nos viene la savia que nos da vida y dónde la buscamos?

* Mi Padre es el viñador

Estamos muy acostumbrados a escuchar el texto de la vid y los sarmientos y podemos pasar por alto la afirmación de Jesús: “Mi Padre es el viñador”. Y lo que es aun más serio, llegar a considerarnos personalmente, como grupo religioso o comunidad cristiana o como Iglesia, tan unidos a la vid que, sin quererlo, nos convirtamos en los dueños de la viña y en los viñadores, usurpando el puesto a Dios. ¡Cuantos juicios inmisericordes que separan, que alejan, que pretenden podar los sarmientos y lo hacen sin respetar el momento preciso y oportuno para esa tarea!

¡Cuánto podemos aprender de Bernabé, en los Hechos de los Apóstoles! Una persona buena y generosa, que posee el arte de discernir y reconocer la acción de Dios en Saulo y creer en él. Ejerce con tino y delicadeza una labor de mediación y presenta a Saulo a los apóstoles, contándoles cómo ha sido su conversión y la valentía con la que ha predicado en Damasco a Jesús.

* Dar mucho fruto.

La condición para que un sarmiento dé fruto es que permanezca unido a la vid. El texto evangélico comienza hablando de los sarmientos que dan o no dan fruto y lo que el Padre hace con ellos. Jesús dice que los sarmientos que permanecen en él y en los que él permanece dan “mucho fruto”. El discípulo ha de permanecer adherido al Señor para fructificar abundantemente. Sin esa vinculación y adhesión, no puede hacer nada. Esta afirmación tan contundente nos sitúa ante la verdad de nuestra vida como creyentes y de las opciones en las que se juega y se decide nuestro amor, “no de palabra y de boca sino con obras y en verdad”, como dirá el apóstol san Juan en la segunda lectura y como expresa muy bien el refrán: “obras son amores y no buenas razones”.

Los frutos abundantes del discipulado y la comunidad creyente no pueden ser otros que los de la vid en la que permanecen. Serán los frutos del Espíritu que contribuirán a mostrar que el Reino de Dios esta ya entre nosotros, impulsando el crecimiento de la fraternidad, del amor, de la paz, de la justicia, de la bondad, de la verdad, del reconocimiento de la imagen de Dios en toda persona, de la compasión, de la alegría…

* La gloria del Padre

La gloria de nuestro Padre Dios no consiste en que nosotros le demos algo. Es él quien ha querido compartir su gloria con nosotros, haciéndonos hijos suyos en el Hijo Amado. Dios Padre, el hábil y experto viñador vela con amor por la viña para hacernos portadores de buenos y abundantes frutos, y discípulos fieles de su Hijo.

San Ireneo escribió con acierto:”la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. En Chile cantábamos “el hombre de pie es su alabanza”. Todo lo que humilla, disminuye, atenta y mata la vida de un ser humano, niega la gloria a Dios. Todo lo que promueve, ensalza, rehace y defiende la vida de cualquier persona pero, especialmente, de los hombres y mujeres, ancianos y niños que la sienten más amenazada, da gloria a Dios.

Unidos a Jesús, los creyentes que queremos anunciar su evangelio de vida en plenitud y ser de verdad sus discípulos y discípulas, somos llamados a dejarnos conducir por el Espíritu y a manifestar con signos convincentes de amor a nuestros próximos o lejanos qué calidad de vida es la que el Padre quiere para todos sus hijos e hijas.

Hna. Carmina Pardo

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