LOS HECHOS DE APÓSTOLES
Este texto refleja un tiempo muy posterior respecto a los textos de anteriores domingos. Se ha presentado ya a Pablo, que era un fariseo radical, muy conocido como perseguidor de los seguidores de Jesús. Camino de Damasco se ha convertido de una forma milagrosa. Ahora, tras un largo retiro, viene a Jerusalén a ver a los Apóstoles. En Jerusalén no se fían de él, y Bernabé tiene que salir como fiador. Luego, "los helenistas" le quieren matar. Estos helenistas son judíos de cultura griega: muchos de ellos, precisamente por contraste, son más ortodoxos que nadie y se oponen firmemente a todas las innovaciones, entre ellas evidentemente, a la nueva "secta" de los seguidores de Jesús. Y los hermanos le llevan a Cesarea y luego a su tierra, Tarso, donde estará por un tiempo, antes de empezar sus trabajos apostólicos.
Vemos que el primer nombre de los cristianos es "los hermanos". Todavía no ha aparecido el nombre de "cristianos", que se inaugurará en Antioquía después de la predicación del mismo Pablo y otros "apóstoles", es decir, enviados.
LA CARTA DE JUAN
Se insiste en un tema básico de Juan, importante en sus comunidades. Estas comunidades tienden a lo carismático, a dejarse llevar del espíritu. Juan insiste en que si esto no se traduce en obras, es mentira, y la piedra de toque es el cumplimiento del mandamiento del amor. Ése es el Espíritu de Jesús, y en eso conocemos que permanecemos en él. Estas comunidades están fuertemente tentadas por desviaciones de todo tipo: como toda comunidad más carismática que jerárquica, tienen un serio peligro de dispersión, de que cada uno dé por bueno lo que personalmente siente. Juan pone una piedra de toque válida y sólida para todos: las obras, el cumplimiento de amarse como Él amó, para verificar el espíritu de Jesús.
EL EVANGELIO
Nos encontramos con una característica forma de expresión del cuarto evangelio. A partir de algunas palabras muy probablemente pronunciadas por Jesús, se hace un desarrollo teológico, que se coloca en el contexto del "Sermón de la Cena", y en un contexto eucarístico, para insistir en la necesidad de la unidad de la comunidad y de su permanencia en la fe en Jesús.
Es una imagen de Jesús y los discípulos, es decir, de la Iglesia, bastante parecida a la del cuerpo, que utiliza Pablo. Se insiste en Jesús como tronco, como savia, como cabeza, como fuente de la vida de la comunidad: estar insertados en la vid hace de los sarmientos partes vivas, como los miembros del cuerpo, que reciben su vitalidad del cuerpo entero. Estar separado del tronco es como si los miembros estuviesen amputados del resto del cuerpo. Y la consecuencia de las dos imágenes es la misma: es la vida interna lo que construye desde dentro la comunidad, el hecho de que en toda la comunidad circule la misma "savia", la misma "sangre", esté animada por la misma "alma", es decir, el Espíritu de Jesús.
El texto tiene evidentes resonancias eucarísticas. Es en la eucaristía donde se muestra y se produce esa comunión de los sarmientos con la cepa-Jesús, por la cual se hacen todos miembros del mismo ser vivo que es la comunidad. Participar del pan y del vino manifiesta la comunión de la comunidad y la produce; no solamente como un acto de relación de los sarmientos - los fieles - entre sí, sino por su común-unión con la fuente de su vida, de su Espíritu, que es Jesús.
La imagen se completa con la acción del Labrador. Todo es obra del Padre, que planta la viña y la cuida para que dé frutos. Resuenan aquí las imágenes del Antiguo Testamento, en que Israel se presenta como viña plantada por el Señor, cuidada por él en espera de buenos frutos. Y resuena también, quizá más lejanamente, la parábola de los viñadores homicidas, rechazados precisamente porque no entregan los frutos que de ellos se esperaba. La imagen de la poda de los sarmientos no pertenece tanto a las consecuencias morales de la parábola, sino más bien a la riqueza de la misma imagen agrícola, mostrando los cuidados del labrador dirigidos siempre a conseguir los mejores frutos.
Aunque la referencia a la vid no es propiamente una parábola, sentimos resonar aquí las parábolas "vegetales" de Jesús, uno de sus puntos fuertes, tan repetidos en su predicación: la mostaza, la cizaña, el sembrador, el grano enterrado.... Los ojos de Jesús contemplan el mundo viendo siempre en él un imagen de la acción de Dios y del desarrollo de la vida humana. Ésta es una alegoría especialmente rica e intencionada por parte de Juan. Su esencia está sin duda en la procedencia de los buenos frutos: son buenos frutos los que proceden del espíritu de Jesús. Esto era particularmente urgente en aquel momento histórico, en que docenas de corrientes de pensamiento e interpretaciones particulares hacían a veces difícil diferenciar a los seguidores de Jesús de los que se inventaban interpretaciones a su gusto. En este problema, había dos maneras de asegurarse de estar en el buen camino: la sucesión apostólica y las obras.
La sucesión apostólica es el recurso habitual de las comunidades para asegurarse de la pertenencia a la línea de Jesús: los Testigos son los que garantizan el "contacto" con Jesús. A esta línea corresponde la primera lectura de hoy. Pablo tiene un contacto personal, una experiencia singular de Jesús; pero es la comunidad de Jerusalén, en la que están Los Testigos, la que da validez y confirma su experiencia: será ella la que le reconozca y admita como Apóstol. Hay que insistir en que esta unión con los Apóstoles garantiza ante todo la unidad de la Iglesia con el espíritu de Jesús, el Espíritu que se manifiesta en Pentecostés. A veces tendemos a entenderlo meramente como una sucesión jerárquica, de transmisión de poderes. Se trata ante todo de una transmisión del mismo espíritu de Jesús, que es el que va a garantizar la autenticidad y la unidad
de la Iglesia.
Además de esta unión con Los Testigos, hay otro test fundamental para garantizar la permanencia del Espíritu de Jesús: las obras. Juan, en unas comunidades tan carismáticas que apenas mantienen una relación "jerárquica" con otras, insiste una y otra vez en que el signo de la presencia del Espíritu de Jesús es "si amamos como Él nos amó". Y este es el mensaje contenido en la alegoría de los frutos, de los sarmientos vivos y los secos. Estáis insertos en él si guardáis sus mandamientos; y su mandamiento es que améis como Él amó.
Esto nos lleva a una reflexión sobre nosotros la Iglesia de hoy y nuestra cualidad de sarmientos secos o vivos. Creo que no pocas veces nuestra pertenencia física a la Iglesia puede parecer el criterio definitivo. Estamos bautizados, estamos en comunión ortodoxa con la Jerarquía, cumplimos los preceptos, asistimos a la Misa dominical....
somos de la iglesia, estamos insertos en la Vid, pertenecemos al Cuerpo de Cristo. Puede ser verdad, y puede ser solamente una apariencia. El test definitivo no es la incorporación exterior al cuerpo y a la vid visibles, sino la presencia en nosotros del espíritu de Jesús que se traduce en nuestra actitud ante los demás. El espíritu de Jesús consiste en ser grano de trigo enterrado para que muera y dé docenas de espigas llenas de grano... para que los demás coman. El espíritu de Jesús es no buscar ser servido sino servir, estar a los pies de los demás - él, el Maestro y el Señor - para lavar los pies a cualquiera. El Espíritu de Jesús es compadecerse siempre, sentirse afectado por las necesidades de otros y ponerse a disposición para curar, aliviar, lo que haga falta. Si ése es nuestro espíritu, estamos insertados en él, somos sarmientos vivos. Si no somos así, nuestra incorporación a la Iglesia es puramente nominal, somos como esos sarmientos de las vides, espectaculares y grandísimos pero sin uvas. Sirven sólo para hacer un buen fuego.
Para nosotros, el espíritu de Jesús y el contacto con los testigos se hace, por encima de cualquier otro medio, por el retorno a los evangelios, escritos para transmitir fielmente la fe de los testigos, para ponernos en contacto con el Espíritu de Jesús.
Toda ciencia, toda reflexión, toda corriente teológica. toda organización pueden ser muy respetables, útiles, necesarios … pero hay una sola cosa imprescindible: el contacto con Jesús mismo. La Iglesia hoy disfrutamos del estupendo regalo de habernos acercado mucho más a la comprensión de los evangelios. Todos podemos acceder a la Palabra y entenderla bien. No solamente de forma carismática individual, sino a partir de saber bien qué dijo Jesús y poder entender, a partir de ahí, qué me dice a mí ahora. Nunca podremos exagerar la importancia de esta gracia.
Finalmente, recordemos que el espíritu de Jesús se da, y frecuentemente, fuera del cuerpo oficial externo de la iglesia. Los que dan frutos son los que están insertos en Jesús, reconocidos oficialmente o no. Todo el espíritu de servicio, de compasión con la gente, de entrega personal por hacer humanidad, es el Espíritu de Jesús. Son los sarmientos desconocidos, no reconocidos; son los que preguntarán "Señor ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o enfermo o en la cárcel... ?" Y los que escucharán el "Venid, benditos de mi Padre... porque a mí me lo hicisteis".
Los problemas de las comunidades “del discípulo amado” nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre nuestros problemas. Ellos tendían a fiarse mucho del Espíritu, del carisma, y poco de la autoridad, de lo jerárquico. En otras comunidades, se tendió a acentuar cada vez más el sentido jerárquico, hasta entender la autoridad como poder por delegación divina. Son los dos extremos que siempre están tentando a la iglesia.
Muchas veces se añora una jerarquía con menos poder y más Espíritu, y muchas también la vivencia personal del Espíritu de Jesús no lleva a la comunión con toda la Iglesia.
Ambos son problemas muy presentes entre nosotros. Pero en el contexto occidental en que nos movemos nosotros, posiblemente se echa de menos sobre todo la confianza en el Espíritu. Posiblemente la tentación de nuestra Iglesia Occidental es confiar más en la autoridad, en la estructura, en el derecho, e incluso en el dinero. Por reacción, nosotros a veces tendemos a desentendernos de la comunidad de la iglesia y vivir el espíritu de Jesús por libre, como algo meramente personal.
Pero en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, el test definitivo de la presencia del Espíritu no es nada de lo anterior, sino el amor, el amor que significa obras; con él, todo lo demás pude admitirse; sin él, todo lo demás es inútil.
Este domingo nos ofrece la oportunidad de orar juntos, adelantándonos a la fiesta de Pentecostés, pidiendo intensamente a Dios: “Oh Señor, envía tu Espíritu”.
O R A C I Ó N
CONTEMPLAR a Jesús lavando los pies de los discípulos. Contemplarle curando a la gente que acudía a él. Y Mirar su corazón. Mirar qué espíritu le anima, mirar su compasión, su fortaleza, su voluntad de servir. Sentir envidia de ser como Él, compasivo, servicial, positivo, valiente en compartir todo problema. Pedir que nos cambie por dentro, pedirle " Haz nuestro corazón semejante al tuyo".
ORACIÓN DE PETICIÓN por nosotros, las comunidades cristianas. Pedir intensamente el Espíritu de Jesús. Especialmente por nuestras comunidades más próximas, tan tentadas de considerarse de Jesús por pertenecer a este cuerpo jurídico de la Iglesia.
Pedir para todos nosotros el Espíritu del Maestro.
¡Oh Señor, envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra!
¡Que no nos falte, Señor tu Santo Espíritu,
no retires de mí tu Santo Espíritu!
ORACIÓN ESPECIALMENTE INTENSA por la jerarquía de la iglesia, por los que están en lugar de los apóstoles. Para que el Espíritu de Jesús sea su fuente de prestigio ante todos, para que se dediquen al oficio para el que están designados, para que procuren al pueblo el alimento de la Palabra.
Vemos que el primer nombre de los cristianos es "los hermanos". Todavía no ha aparecido el nombre de "cristianos", que se inaugurará en Antioquía después de la predicación del mismo Pablo y otros "apóstoles", es decir, enviados.
LA CARTA DE JUAN
Se insiste en un tema básico de Juan, importante en sus comunidades. Estas comunidades tienden a lo carismático, a dejarse llevar del espíritu. Juan insiste en que si esto no se traduce en obras, es mentira, y la piedra de toque es el cumplimiento del mandamiento del amor. Ése es el Espíritu de Jesús, y en eso conocemos que permanecemos en él. Estas comunidades están fuertemente tentadas por desviaciones de todo tipo: como toda comunidad más carismática que jerárquica, tienen un serio peligro de dispersión, de que cada uno dé por bueno lo que personalmente siente. Juan pone una piedra de toque válida y sólida para todos: las obras, el cumplimiento de amarse como Él amó, para verificar el espíritu de Jesús.
EL EVANGELIO
Nos encontramos con una característica forma de expresión del cuarto evangelio. A partir de algunas palabras muy probablemente pronunciadas por Jesús, se hace un desarrollo teológico, que se coloca en el contexto del "Sermón de la Cena", y en un contexto eucarístico, para insistir en la necesidad de la unidad de la comunidad y de su permanencia en la fe en Jesús.
Es una imagen de Jesús y los discípulos, es decir, de la Iglesia, bastante parecida a la del cuerpo, que utiliza Pablo. Se insiste en Jesús como tronco, como savia, como cabeza, como fuente de la vida de la comunidad: estar insertados en la vid hace de los sarmientos partes vivas, como los miembros del cuerpo, que reciben su vitalidad del cuerpo entero. Estar separado del tronco es como si los miembros estuviesen amputados del resto del cuerpo. Y la consecuencia de las dos imágenes es la misma: es la vida interna lo que construye desde dentro la comunidad, el hecho de que en toda la comunidad circule la misma "savia", la misma "sangre", esté animada por la misma "alma", es decir, el Espíritu de Jesús.
El texto tiene evidentes resonancias eucarísticas. Es en la eucaristía donde se muestra y se produce esa comunión de los sarmientos con la cepa-Jesús, por la cual se hacen todos miembros del mismo ser vivo que es la comunidad. Participar del pan y del vino manifiesta la comunión de la comunidad y la produce; no solamente como un acto de relación de los sarmientos - los fieles - entre sí, sino por su común-unión con la fuente de su vida, de su Espíritu, que es Jesús.
La imagen se completa con la acción del Labrador. Todo es obra del Padre, que planta la viña y la cuida para que dé frutos. Resuenan aquí las imágenes del Antiguo Testamento, en que Israel se presenta como viña plantada por el Señor, cuidada por él en espera de buenos frutos. Y resuena también, quizá más lejanamente, la parábola de los viñadores homicidas, rechazados precisamente porque no entregan los frutos que de ellos se esperaba. La imagen de la poda de los sarmientos no pertenece tanto a las consecuencias morales de la parábola, sino más bien a la riqueza de la misma imagen agrícola, mostrando los cuidados del labrador dirigidos siempre a conseguir los mejores frutos.
R E F L E X I Ó N
Aunque la referencia a la vid no es propiamente una parábola, sentimos resonar aquí las parábolas "vegetales" de Jesús, uno de sus puntos fuertes, tan repetidos en su predicación: la mostaza, la cizaña, el sembrador, el grano enterrado.... Los ojos de Jesús contemplan el mundo viendo siempre en él un imagen de la acción de Dios y del desarrollo de la vida humana. Ésta es una alegoría especialmente rica e intencionada por parte de Juan. Su esencia está sin duda en la procedencia de los buenos frutos: son buenos frutos los que proceden del espíritu de Jesús. Esto era particularmente urgente en aquel momento histórico, en que docenas de corrientes de pensamiento e interpretaciones particulares hacían a veces difícil diferenciar a los seguidores de Jesús de los que se inventaban interpretaciones a su gusto. En este problema, había dos maneras de asegurarse de estar en el buen camino: la sucesión apostólica y las obras.
La sucesión apostólica es el recurso habitual de las comunidades para asegurarse de la pertenencia a la línea de Jesús: los Testigos son los que garantizan el "contacto" con Jesús. A esta línea corresponde la primera lectura de hoy. Pablo tiene un contacto personal, una experiencia singular de Jesús; pero es la comunidad de Jerusalén, en la que están Los Testigos, la que da validez y confirma su experiencia: será ella la que le reconozca y admita como Apóstol. Hay que insistir en que esta unión con los Apóstoles garantiza ante todo la unidad de la Iglesia con el espíritu de Jesús, el Espíritu que se manifiesta en Pentecostés. A veces tendemos a entenderlo meramente como una sucesión jerárquica, de transmisión de poderes. Se trata ante todo de una transmisión del mismo espíritu de Jesús, que es el que va a garantizar la autenticidad y la unidad
de la Iglesia.
Además de esta unión con Los Testigos, hay otro test fundamental para garantizar la permanencia del Espíritu de Jesús: las obras. Juan, en unas comunidades tan carismáticas que apenas mantienen una relación "jerárquica" con otras, insiste una y otra vez en que el signo de la presencia del Espíritu de Jesús es "si amamos como Él nos amó". Y este es el mensaje contenido en la alegoría de los frutos, de los sarmientos vivos y los secos. Estáis insertos en él si guardáis sus mandamientos; y su mandamiento es que améis como Él amó.
Esto nos lleva a una reflexión sobre nosotros la Iglesia de hoy y nuestra cualidad de sarmientos secos o vivos. Creo que no pocas veces nuestra pertenencia física a la Iglesia puede parecer el criterio definitivo. Estamos bautizados, estamos en comunión ortodoxa con la Jerarquía, cumplimos los preceptos, asistimos a la Misa dominical....
somos de la iglesia, estamos insertos en la Vid, pertenecemos al Cuerpo de Cristo. Puede ser verdad, y puede ser solamente una apariencia. El test definitivo no es la incorporación exterior al cuerpo y a la vid visibles, sino la presencia en nosotros del espíritu de Jesús que se traduce en nuestra actitud ante los demás. El espíritu de Jesús consiste en ser grano de trigo enterrado para que muera y dé docenas de espigas llenas de grano... para que los demás coman. El espíritu de Jesús es no buscar ser servido sino servir, estar a los pies de los demás - él, el Maestro y el Señor - para lavar los pies a cualquiera. El Espíritu de Jesús es compadecerse siempre, sentirse afectado por las necesidades de otros y ponerse a disposición para curar, aliviar, lo que haga falta. Si ése es nuestro espíritu, estamos insertados en él, somos sarmientos vivos. Si no somos así, nuestra incorporación a la Iglesia es puramente nominal, somos como esos sarmientos de las vides, espectaculares y grandísimos pero sin uvas. Sirven sólo para hacer un buen fuego.
Para nosotros, el espíritu de Jesús y el contacto con los testigos se hace, por encima de cualquier otro medio, por el retorno a los evangelios, escritos para transmitir fielmente la fe de los testigos, para ponernos en contacto con el Espíritu de Jesús.
Toda ciencia, toda reflexión, toda corriente teológica. toda organización pueden ser muy respetables, útiles, necesarios … pero hay una sola cosa imprescindible: el contacto con Jesús mismo. La Iglesia hoy disfrutamos del estupendo regalo de habernos acercado mucho más a la comprensión de los evangelios. Todos podemos acceder a la Palabra y entenderla bien. No solamente de forma carismática individual, sino a partir de saber bien qué dijo Jesús y poder entender, a partir de ahí, qué me dice a mí ahora. Nunca podremos exagerar la importancia de esta gracia.
Finalmente, recordemos que el espíritu de Jesús se da, y frecuentemente, fuera del cuerpo oficial externo de la iglesia. Los que dan frutos son los que están insertos en Jesús, reconocidos oficialmente o no. Todo el espíritu de servicio, de compasión con la gente, de entrega personal por hacer humanidad, es el Espíritu de Jesús. Son los sarmientos desconocidos, no reconocidos; son los que preguntarán "Señor ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o enfermo o en la cárcel... ?" Y los que escucharán el "Venid, benditos de mi Padre... porque a mí me lo hicisteis".
PARA NUESTRA ORACIÓN
Los problemas de las comunidades “del discípulo amado” nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre nuestros problemas. Ellos tendían a fiarse mucho del Espíritu, del carisma, y poco de la autoridad, de lo jerárquico. En otras comunidades, se tendió a acentuar cada vez más el sentido jerárquico, hasta entender la autoridad como poder por delegación divina. Son los dos extremos que siempre están tentando a la iglesia.
Muchas veces se añora una jerarquía con menos poder y más Espíritu, y muchas también la vivencia personal del Espíritu de Jesús no lleva a la comunión con toda la Iglesia.
Ambos son problemas muy presentes entre nosotros. Pero en el contexto occidental en que nos movemos nosotros, posiblemente se echa de menos sobre todo la confianza en el Espíritu. Posiblemente la tentación de nuestra Iglesia Occidental es confiar más en la autoridad, en la estructura, en el derecho, e incluso en el dinero. Por reacción, nosotros a veces tendemos a desentendernos de la comunidad de la iglesia y vivir el espíritu de Jesús por libre, como algo meramente personal.
Pero en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, el test definitivo de la presencia del Espíritu no es nada de lo anterior, sino el amor, el amor que significa obras; con él, todo lo demás pude admitirse; sin él, todo lo demás es inútil.
Este domingo nos ofrece la oportunidad de orar juntos, adelantándonos a la fiesta de Pentecostés, pidiendo intensamente a Dios: “Oh Señor, envía tu Espíritu”.
O R A C I Ó N
CONTEMPLAR a Jesús lavando los pies de los discípulos. Contemplarle curando a la gente que acudía a él. Y Mirar su corazón. Mirar qué espíritu le anima, mirar su compasión, su fortaleza, su voluntad de servir. Sentir envidia de ser como Él, compasivo, servicial, positivo, valiente en compartir todo problema. Pedir que nos cambie por dentro, pedirle " Haz nuestro corazón semejante al tuyo".
ORACIÓN DE PETICIÓN por nosotros, las comunidades cristianas. Pedir intensamente el Espíritu de Jesús. Especialmente por nuestras comunidades más próximas, tan tentadas de considerarse de Jesús por pertenecer a este cuerpo jurídico de la Iglesia.
Pedir para todos nosotros el Espíritu del Maestro.
¡Oh Señor, envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra!
¡Que no nos falte, Señor tu Santo Espíritu,
no retires de mí tu Santo Espíritu!
ORACIÓN ESPECIALMENTE INTENSA por la jerarquía de la iglesia, por los que están en lugar de los apóstoles. Para que el Espíritu de Jesús sea su fuente de prestigio ante todos, para que se dediquen al oficio para el que están designados, para que procuren al pueblo el alimento de la Palabra.
DE LA 1ª CARTA DE JUAN
Amémonos unos a otros,
pues el amor es de Dios.
Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama, no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
En esto consiste el amor:
no en que nosotros le hayamos amado primero,
sino en que Él nos amó
y nos envió a su Hijo como salvación de nuestros pecados.
Nosotros hemos conocido, y hemos creído
en el amor que Dios nos tiene.
Dios es amor:
quien conserva el amor permanece con Dios
y Dios con él.
El amor llegará en nosotros a su perfección
si somos en el mundo lo que Él fue.
Si uno dice que ama a Dios pero odia a su hermano, miente.
Pues si no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a quien no ve.
Y éste es el mandato que nos dio:
que quien ama a Dios
ame también a su hermano.
Amémonos unos a otros,
pues el amor es de Dios.
Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama, no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
En esto consiste el amor:
no en que nosotros le hayamos amado primero,
sino en que Él nos amó
y nos envió a su Hijo como salvación de nuestros pecados.
Nosotros hemos conocido, y hemos creído
en el amor que Dios nos tiene.
Dios es amor:
quien conserva el amor permanece con Dios
y Dios con él.
El amor llegará en nosotros a su perfección
si somos en el mundo lo que Él fue.
Si uno dice que ama a Dios pero odia a su hermano, miente.
Pues si no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a quien no ve.
Y éste es el mandato que nos dio:
que quien ama a Dios
ame también a su hermano.





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