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viernes, 15 de mayo de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: VI Domingo de Pascua - Ciclo B

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Al leer por primera vez las lecturas de este sexto domingo de Pascua, me pregunté qué más se puede añadir al magnifico himno al amor que nos ofrece el apóstol Juan en el texto de su primera carta y en el evangelio.

Si miramos a nuestro alrededor, vemos que el amor del que Jesús nos habla no coincide siempre con el del lenguaje cotidiano. En algunos momentos, dada la gran inflación de la palabra, podemos hasta sentir un cierto cansancio, desear hacer silencio, dejar de lado los discursos y permitir que sea nuestra vida la que hable del amor. Las victimas del desamor son muchas y se introducen en nuestra vida a través de las desgracias que nos ofrecen los medios de comunicación. Somos conscientes de que no podemos dar la espalda al sufrimiento que nos rodea.

Quizá hay dos aspectos que la Palabra de Dios nos ofrece hoy, para seguir creyendo en el amor, en su significado evangélico: el amor primero de Dios y de Jesús: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amo primero” y “os he llamado amigos”. El segundo aspecto es una pequeña partícula gramatical, un “como” del amor del Padre al Hijo y que Jesús nos entrega: “como el Padre me amo, yo os he amado” .

Si observamos con atención e intentamos ver con los ojos de Dios la realidad que nos rodea, descubriremos que hay mucho amor “como”, mucho amor que se hace cargo del otro, que está atento a la necesidad ajena como si fuera propia, que sabe cuidar hasta con los más pequeños gestos la vida de las personas queridas y que, si fuera preciso, estaría dispuesto a dar la vida.

Dos ejemplos del amor sorprendente de dos personas que viven en este país de Benin (o en cualquier otro pequeño rincón del mundo): una mujer ciega, que camina apoyada en su hijo o hija como lazarillo y que, para sacarlos adelante, es decir para que puedan comer algo, recorre a pie kilómetros y kilómetros transportando sobre su cabeza arena para venderla en lugares donde están haciendo alguna construcción.

Un refugiado de otro país, que vive en un campamento y logra a duras penas sobrevivir con su familia. Su preocupación actual es ayudar a una compatriota que ha llegado con dos hermanitos pequeños. El desplazado, que sabe de sufrimientos y penurias, siente la necesidad ajena como propia y tiene la firme decisión de hacer algo para que esa joven no “se pierda”.

En ambos casos, el Amor que es Dios está actuando en estas personas. Unas vidas que, a los ojos de muchos, pueden parecer miserables se transformen en vidas llenas de sentido para esta mujer y este hombre e irradian luz para quienes entramos en contacto con ellos. Nos hacen un poco mejores.



Comentario bíblico

* Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48): El Espíritu abre caminos nuevos

I.1. La primera lectura de hoy es un resumen de un gran relato que Lucas, el autor de los Hechos, ha colocado en su narrativa en un momento álgido de la vida de la primera comunidad. Los discípulos, en Jerusalén, habían sido perseguidos por el nombre de Jesús; la comunidad había quedado limitada por la tensión que suponía el tener que doblegarse a las exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo movimiento, del «camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más necesario que los discípulos rompieran ese círculo de la ciudad santa y se lanzaran por caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en Pentecostés, quien va a tomar la iniciativa para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros pueblos.

I.2. Estando Pedro en Joppe (Jaffa), tras una visión que le descoloca ideológica y prácticamente, es invitado a ir a la ciudad romana de Cesarea, donde residía habitualmente el prefecto romano, para entrevistarse con Cornelio (un jefe de la milicia) y su familia. Habían oído hablar de ese nuevo movimiento entre los judíos y querían saber lo que proponían. Pedro se llegó hasta aquella ciudad y les anunció el mensaje cristiano. Y antes de que los hombres pudieran tomar decisiones se adelantó el Espíritu de Dios para hacerse presente en medio de ellos. Se conoce este relato como el “Pentecostés pagano”, ya que Lucas ha querido centrar la escena de Hch 2, en los judíos y su mundo.

I.3. El relato muestra la experiencia intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la salvación que Dios quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado, pues quien lleva la iniciativa en la misión. Y es que la Iglesia, si no se deja conducir por el Espíritu, no podrá tener futuro. Los que acompañan a Pedro, judeo-cristianos, se asombran de que Dios, el Espíritu, pueda ofrecerse a los paganos. Pedro, es decir, Lucas, tienen que justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto universal de salvación; de ahí que pida el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el Espíritu se ha adelantado es para abrir caminos nuevos.



* IIª Lectura: Iª Carta de Juan (4,7-10): La experiencia del amor, como experiencia divina

La segunda lectura, esta vez, es la que mejor va a interpretar el sentido del evangelio de este domingo. La carta nos ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios cristiano: es el Dios del amor. El amor viene de Dios, nace en él y se comunica a todos sus hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si verdaderamente queremos saber quién es Dios, la carta de Juan nos ofrece un camino concreto: aprendiendo a ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.

La experiencia del amor es la experiencia divina por excelencia, y si los hombres quieren ser «divinos», en la medida en que nos es permitido ser dioses (si entendemos esta expresión correctamente); si queremos ser eternamente felices, no hay más que un camino: amando. Y sepamos, pues, que en ello, la iniciativa la ha tenido Dios mismo: entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que más ama. El autor nos habla del “nacer” de Dios y “conocer” a Dios. Ya sabemos que el “conocer” es un verbo bíblico de tonos especiales que no contempla primeramente lo intelectual, sino lo que hoy llamamos lo “experiencial”. Tener experiencia de Dios es sentir su amor.



* Evangelio. Juan (15,9-17): La experiencia del amor del Padre en Jesús

III.1. El evangelio de Juan, en esta parte del discurso de despedida de la última cena de Jesús con sus discípulos, insiste en el gran mandamiento, en el único mandamiento que Jesús ha querido dejar a los suyos. No hacía falta otro, porque en este mandamiento se cumplen todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera que podíamos escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las razones profundas de por qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que Dios es, se ha dedicado a amar. Si Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.

III.2. Por ello, los sarmientos solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús, porque Jesús no falla en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos, con su comunidad, lo que Dios ha hecho con él. Jesús siente que Dios le ama siempre (porque Dios es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se fundamenta en el amor sin medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta en su amor. La comunidad tendrá futuro si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de los unos con los otros. Ese es el signo de los hijos de Dios.

III.3. Con una densidad, quizás no ajustada al lenguaje del Jesús histórico, el autor del cuarto evangelio nos adentra en el mundo del amor y de la amistad con Dios, con Jesús y entre los suyos. Es un discurso que establece unas relaciones muy particulares. Dios ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, éstos se llenan de alegría, ¿por qué? Porque estas son relaciones de amor de entrega, de amistad. Son términos que la psicología recoge como los más curativos para el corazón y la mente humana. Todos sabemos lo necesario que es ser amado y amar: es como la fuente de la felicidad. El Jesús de San Juan, pues, se despide de los suyos hablándoles de cosas trascendentales y definitivas. No hay otro mensaje, ni otro mandamiento, ni otra consigna más definitiva para los suyos. No está la cuestión en preguntarse solamente ¿qué tenemos que hacer?, aunque se formule en mandamiento, sino ¿cómo tenemos que vivir? : amando.

III.4. ¿Es amor de amistad (filía) - como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)? Sabemos que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en otros momentos. Pero en este texto de despedida está usando el verbo agapaô y el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata de una simple “amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de nada. El amor de amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El amor de “entrega” no es romántico, sino que implica el amor de Dios que ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben tener el amor de Dios que es el que les ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara) verdadera. El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de la que tanto se habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del permanecer no se puede fundamentar solamente en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que dar frutos. Por eso han sido elegidos: están llamados a ser amigos de Jesús los que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper porque está hecho de un amor sin medida, el de Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía


* Amar como Dios nos ha amado

Jesús nos ha mostrado el amor de Dios; un amor intenso y universal, que se manifiesta en la acogida incondicional y compasiva, sin favoritismos ni exclusiones, a todas las personas que se acercan a él: mujeres, niños, fariseos, publicanos, pecadores, enfermos. El único signo de preferencia en la demostración de su amor es el de la misericordia, el del corazón inclinado a la miseria, al ser humano que sufre por cualquier causa.

No es el Dios Amor el que diferencia, separa; somos nosotros, los seres humanos, cuando perdemos algo de nuestra humanidad, los que distinguimos, encasillamos y discriminamos a las personas, por el color, la raza, el dinero, la clase social, las creencias religiosas…

¡Cuánto bien nos puede hacer leer y releer en la Biblia el episodio completo de Cornelio y Pedro (Hch 10,1-48)! Y dejarnos impregnar de la universalidad del amor que brota del Espíritu: encuentro de hermandad entre paganos y cristianos, igualdad fundamental que proviene de la común dignidad del ser humano, reconocimiento de la acción de Dios sin acepción de personas, superación del particularismo judío y proclamación de la Buena Noticia al mundo.


* La alegría: característica vital del cristiano.

El amor humano es para muchas personas causa de una autentica felicidad que se percibe y se comunica con la sola presencia y se expresa en una alegría serena, natural y cotidiana. El amor “como” el de Jesús no puede ser menos. El mandamiento nuevo, lejos de ser para el cristiano una carga, una exigencia impuesta desde fuera, es el fundamento de una vida plena y gozosa: “Os he dicho esto, para mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn 15, 11).

En el evangelio de este domingo encontramos muchos motivos para la alegría: el amor de Jesús a sus discípulos –y a cada uno de nosotros o de nosotras- que es la comunicación del mismo amor que él ha recibido del Padre; el “mayor amor” de la entrega de su vida; el hacernos sus amigos y confiarnos lo que ha recibido del Padre, el habernos elegido gratuitamente, sin tener que presentar ningún mérito…El Tiempo Pascual es propicio a la alegría porque somos los destinatarios de la Buena Noticia de la Resurrección de Cristo, prenda de la nuestra. ¿El canto del aleluya será signo de nuestro gozo en el Señor o un adorno más de nuestras celebraciones litúrgicas? ¿Sabemos ver y observar lo que el Espíritu transforma y vivifica hoy en nuestra vida, en las otras confesiones religiosas, en la Iglesia y en el mundo? ¿Somos capaces de vibrar con las pequeñas alegrías humanas, signos de la gran alegría del Reino?


* Os he llamado amigos

Otra característica del amor, que Jesús nos muestra en el fragmento del evangelio de Juan, es la de llamarnos y hacernos sus amigos. El tema de la amistad tiene una honda raigambre bíblica. Dios hablaba con Moisés “como un amigo habla con su amigo” (Ex 33,11). No sólo somos hijos de un mismo Padre, y por lo tanto, hermanos, como Jesús nos ha revelado a lo largo de su vida, sino que al final, cuando la muerte se cierne ya sobre él, nos hace amigos suyos y nos comunica todo lo que ha recibido de Dios.

Penetrar en esta amistad que ya nos ha sido ofrecida pero que ha de desplegarse en la trayectoria de nuestras vidas, de la vida de la comunidad eclesial y de nuestras comunidades cristianas, es una tarea que no concluye nunca. La amistad, como el amor, son realidades dinámicas, llamadas a crecer para que sigan siendo verdad.

Pero la amistad en la que Jesús nos introduce no afecta únicamente a la relación personal con él. Produce un cambio en las relaciones horizontales de unos con otros: los amigos y amigas de mi Amigo son mis amigos. No caben en la comunidad de los discípulos de Jesús la lucha por los primeros puestos, las rencillas, las descalificaciones; las envidias…Juntos hemos de ser testigos de esa amistad y juntos somos convocados a transmitir el mensaje evangélico del amor de Dios a todos los seres humanos y del amor al prójimo, los dos pies con los que hemos de caminar, como decía Santa Catalina de Siena.

* El asombro de la novedad del amor.

Dios que es Amor no se cansa de amarnos y nos descubre cada día nuevas potencialidades del amor con que nos ha amado. Ese descubrimiento que escapa a nuestros cálculos y programaciones, tiene lugar, muchas veces, donde menos lo esperamos.

Si experimentamos que el amor de Dios nos renueva por dentro, viviremos en actitud de agradecimiento hacia él por todos los regalos que nos hace a través de la escucha de su Palabra, la belleza de la creación, los hermanos y hermanas, los grandes acontecimientos y los pequeños de cada día… Creer en la novedad del amor de Dios en nuestra vida suscitará además en nosotros una actitud de confianza en la acción del Espíritu en los otros. Así, se podrán escribir otros relatos que, como el del encuentro de Pedro y Cornelio, nos hablarán de que el amor no es una palabra vacía o una emoción pasajera, sino una realidad palpable y actuante que mueve a las personas y que es capaz de transformar el mundo y la historia.

Hna. Carmina Pardo

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