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domingo, 31 de mayo de 2009

Comentario a los testimonios del Cuaderno “Por qué volví a la fe” Papeles de Cristianismo y Justicia (Nº 199)

La elección de los testimonios del Cuaderno ( “Por qué volví a la fe” Nº 159 de Cristianismo y Justicia : http://www.fespinal.com/espinal/llib/es159.pdf) no fue efecto de una planificación sino que debe bastante al azar: vinieron dados por encuentros personales o por la sugerencia del amigo que te dice que él conoce a alguien que podría ser un testigo en este tema. Son pocos y necesitarían un trabajo de campo mucho más amplio.
Pero tienen al menos la ventaja de su espontaneidad y su diversidad.
De manera provisional, creemos no obstante que permiten vislumbrar unas reflexiones comparativas y apuntar algunas conclusiones modestas. Dividiremos esta reflexión en tres campos.
En alguno de los casos narrados, quedó dentro un “gusanillo” de que «a lo mejor Dios será otra cosa»… Pero era una sospecha estéril.

2. Crisis

2.1. Todas las vueltas a la fe han pasado por una crisis que, a veces, ha sido muy dolorosa y, en algunos casos, ha sido doble: crisis de “destrucción” del esquema mental (del “chip”) en el que se vivía, y crisis por la busca de una nueva orientación (la cual nunca viene dada de inmediato).

2.2. Este rasgo es común; pero las historias de esa crisis son muy diversas. En un caso se trató sólo de un malestar que se sospechaba podría ser «una sed de Dios, sin saber aún si existe en realidad». En otro caso la crisis es mucho más fuerte: es la sensación de «no ser feliz y tenerlo todo » (y “todo” no sólo en un sentido material, sino incluso en la orientación afectiva y axiológica de la propia vida).

Esa sensación provocaba angustia: porque, «sin esperanza, se acaba siendo sólo un corazón acorazado» para no ser herido, pero al que su misma coraza protectora acaba «volviéndole incapaz de dar todo el amor que llevaba dentro».

En la tradición cristiana son conocidos muchos otros casos más de ese nivel en la crisis, y podemos asegurar que es una noche muy oscura, y que mucha gente prefiere eludirla agarrándose al clavo ardiente de una postmodernidad que sólo sabe decirte: «esto es todo lo que hay y te harás
más daño si te empeñas en buscar más…». Quizás en el testimonio que narra nuestro Cuaderno, la orientación de la propia vida hacia la lucha por la justicia y por los oprimidos actuó secretamente
como aquello que los antiguos llamaban «preparación evangélica», y evitó que la crisis llevara a la desesperación.

En los casos restantes la crisis de la increencia fue distinta: el propio esquema mental se derrumbó en cinco minutos ante el mausoleo de Lenin que, junto a la constatación de que también el ateísmo
tiene “opios del pueblo” (ídolos), evocó la experiencia ya lejana del propio rechazo de la fe precisamente porque era opio del pueblo. Y la autora comenta muy bien, no sólo que esa experiencia fue como «un cóctel Molotov en manos de Dios» (que no construyó nada positivo, pero lo dejó todo cuarteado), sino que en ella descubrió que la religión no es opio del pueblo pero «¡tampoco es la dueña de Dios!».

Finalmente la crisis de la autodestrucción por la heroína. Aquel «vuelo de la libertad » que se intuía con tanta evidencia al entrar en la juventud acabó siendo el mito griego de Ícaro al que el acercamiento al sol de la libertad, conforme subía volando, acabó por derretirle las alas.

Fue esa experiencia del «¡hasta dónde he llegado!» tan frecuente en muchos casos de drogadicción entre nosotros. En este caso, la protagonista tuvo la suerte de un buen tratamiento físico y psicológico que primero reconstruyó su carácter («me volví más tolerante, más compasiva») y
que fue otra “preparación evangélica” al despertarle la «necesidad de ser purificada, sanada, perdonada».

2.3. En cualquier caso, y pese a la variedad de las historias, parece que el deseo y la necesidad de sentido son factores que han desatado muchos procesos de busca o de retorno. Este podría ser un
factor común en todos los testimonios analizados, junto al otro dato de que la vuelta a la fe no es, por lo general, un camino fácil.

3. Retorno
3.1. Pero, constatada la crisis y activados el deseo y la búsqueda de sentido, es posible encontrarse como el pueblo judío: fuera de Egipto pero en el desierto. Y el desierto puede ser largo. Este suele ser
otro dato fundamental en este tipo de procesos.

Y conviene saberlo.
Siguiendo la imagen bíblica del desierto, hay que añadir que en él se encuentran obstáculos (por ejemplo: la sensación de muchos creyentes a los que un testimonio califica como «viejos, carcas,
beatos e impositivos»). Precisamente por eso suele ser común a todos los testimonios (e imprescindible seguramente) el encuentro con algún suceso o testigo que actúa de mistagogo o de eso que los evangelios llaman “signo”.

En las historias que comentamos esos signos suelen ser diversos según las situaciones
particulares de cada cual, en analogía con lo que cuentan los evangelios en las apariciones del Resucitado: en un caso fue la sugerencia de que «quizá no buscas tú a Dios, sino que Dios te está
buscando a ti» con el asombro increíble de «¡ser tenida en cuenta por Dios!».

Un llanto prolongado pero no compulsivo sino «desde dentro». En otro caso, fueron la estancia en un lugar de paz y de silencio junto a la acogida incondicional, los que dieron esa lección tan necesaria
de que «encontrar al amor es algo que nunca llegará por la razón»; de donde se sigue que «volví porque quise querer».

O la comprensión de que hay que dar un salto que, por razonable que parezca, no deja de ser un salto: «decir que no soy producto del azar sino de un proyecto de Dios», nunca será conclusión de una demostración lógica o matemática. Aunque pueda considerarse razonable aceptar «que Dios haya creado criaturas abiertas a Su Misterio».

O el perdón y acogida de la propia familia como “sacramento” (señal) de que Dios puede ser así de misericordioso y gratuito…
3.2. Una vez resuelto el proceso, a través de signos muy diversos, volvemos a encontrar una coincidencia llamativa en la descripción de la nueva situación: «sensación de vuelta de calcetín». Giro de 180 grados. Un cambio que quizá uno mismo no percibe pero los otros sí («hasta mi mujer me lo comenta»). Yapaciguamiento de lo que ahora es leído como «sed de infinito» (lo que los discípulos de Emaús descubrían tras el encuentro con el Resucitado como «ardor del corazón»), y que merece ser calificado como «una de las experiencias más bellas de mi vida».

3.3. También hay cierta coincidencia en que esa nueva situación no es sin más un puerto de llegada sino una tarea o un camino nuevo: «encontrar a Jesucristo es encontrarse a sí misma; y capacita para
amar».
Sensación de “compañía” (aunque siga habiendo noches y dudas) y descubrimiento de la importancia de la comunidad para la fe. O necesidad de formación y estudio junto a la tarea de cómo relacionarse
mejor con todos… Todo eso no son metas sino caminos. Como el camino de la
vida contemplativa que nos es descrito por su autora con esta doble característica:
que ahora es vivida como describía el mismo san Agustín: «por fin le respondí» (de ahí el título: «Historia de una seducción »).

Y que no es concebida como una retirada o huida, sino como algo que «cuando se ha experimentado no se puede callar».

3.4. Notemos con tristeza, para concluir, que todos los testimonios reconocen su dolor por la imagen de la iglesia actual y por lo que uno de ellos llama su «pecado estructural». Aunque también se le reconoce por su papel positivo de haber sido depositaria y transmisora del inapreciable legado de la Buena Noticia de Jesucristo sobre Dios.

Para reflexionar
Este balance de los textos, sugiere todavía otros puntos de carácter más teológico que pedirían una reflexión más lenta, y que aquí nos limitamos a enumerar:
1. Tuvo mucha razón Karl Rahner, cuando, en un texto ya famoso, habló de la importancia de la experiencia espiritual hoy, en una sociedad plural y no sociológicamente cristiana. Sin ella se pierde la
fe al entrar en otro ambiente. Con ella puede recuperarse firme, aunque a la hora de formularse siempre se quede corta.

2. También tuvo mucha razón el mártir de Hitler, Dietrich Bonhoeffer, cuando hablo de la fe «en un mundo no religioso », propugnando distinguir entre fe y religión; y preguntándose como podría ser
Cristo «Señor también de los no religiosos ».

3. Debe ser reflexionado también el obstáculo de la institución eclesial: no sabe transmitir sino sólo imponer. Y parece que no le interesa comunicar la experiencia de Dios sino salvaguardar poder institucional e imponer a la sociedad su modo de ver. Lo que hoy algunos han comenzado
a llamar «el talibanismo católico ».

Pero el mal viene de tantos siglos que no hay que pensar en una solución rápida (más aún tras el rechazo tácito al Vaticano II en la hora presente)1. Hay aprender a creer dentro de esa Iglesia, luchando por cambiarla, pero comprendiendo que la fe implica que Dios es más grande que ella.

4. También, como un obstáculo paralelo, convendrá destacar la vinculación de la fe con la crueldad del mundo, en lugar de concebirla como una huida de él: si Dios es amor en un mundo como éste ha
de ser un amor “asimétrico”. Y sólo se puede serle fiel con una opción clara por las víctimas de esta historia y una lucha por la justicia para ellas.

5. Finalmente queda, como tema de una reflexión más lenta, la importancia de los encuentros: que si alguien se acerca sepa ser como el desconocido de Emaús que hizo que ardiera otra vez el corazón de aquellos discípulos sin esperanza.

Quizás por ahí andarían algunas pistas para eso que se llamó una «nueva evangelización» y parece haber quedado en agua de borrajas.

Cristianisme i Justícia
Febrero 2009
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Imprime: Edicions Rondas S.L. - ISSN 1135-7584 - D. L. B-45397-95

1. Vale la pena reproducir estas palabras del teólogo francés J. P: Jossua OP, convertido él también: [Desde hace siglos] «la Iglesia católica está inevitablemente mal construida… Se puede luchar en el interior para hacerla evolucionar lo más posible, gestionar espacios de libertad, dar responsabilidad, pero es una ilusión creer que se puede verdaderamente cambiar la estructura de la Iglesia…Hemos tenido un papa evangélico, hemos tenido un concilio extraordinario… y luego vemos cómo todo vuelve a lo mismo…

Todos esos estadios antiguos creo que son estructurales. Pero hay que vivir ahí dentro, porque
está el evangelio, porque está el Espíritu, e intentar ayudar a encontrar su libertad. Pero eso no
significa que podamos reformar por mucho tiempo un sistema tan cimentado, aunque tenga fisuras…»
(El Ciervo, julio-agosto 2008, pág. 28).

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