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domingo, 31 de mayo de 2009

¡Venga tu Espíritu Santo!


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Cristiano es quien descubre gozoso, agradecido, la presencia de Dios de Jesús, dejándose transformar por su Espíritu, convirtiéndose así en portador el Espíritu de Dios, que es amor y esperanza, que es "comunión, perdón y vida perdurable" (Credo). Por eso, cuando quiere hablar de Dios, el Cristiano ha de contar la historia de Jesús, viendo en ella el principio y fuente del Espíritu: lógicamente, en diálogo con Dios y con los otros hombres y mujeres, el cristiano se descubre enriquecido (fundado e impulsado) por la misma presencia de Dios, a quien descubre como Espíritu. Pues bien, para los cristianos, el Espíritu Santo es el gran don (el regalo más grande) de Jesús. Por eso, allí donde el texto oficial del Padrenuestro dice: Venga tu Reino, muchos manuscritos antiguos interpretan y dice: ¡Venga tu Espíritu!, un Espíritu vinculado al pan nuestro de cada día, al perdón de las deudas y a la vida perdurable. La vida de Dios en nosotros, eso es su Espíritu. Mostrar la presencia del Espíritu de Dios es dejarnos transformar por ella, en libertad y gozo.A todos quiero desear un gran día de Espíritu, es decir, de libertad, de amor y de paz, pues es Dios quien actúa en y vive en nosotros

La pregunta no es saber si Dios existe, sino: ¿está o no está Dios entre nosotros? (Éx 17, 7). Ciertamente, él sabe que Dios se encuentra con nosotros, como amor y fuerza que procede de Jesús y que nos lleva (por Jesús) hasta la nueva realidad de la vida ya reconciliada, a la Ciudad-Esposa de Ap 21-22. Pero él debe actualizar y cultivar esa presencia, dentro de la iglesia, en un camino de transformación histórica.

Por eso, hablar de Dios no es ya ejercicio de teoría; no es tampoco una manera de sentirnos vinculados al gran todo sagrado, sino mostrar (testimoniar) lo que el Espíritu divino suscita y despliega en nosotros, en diálogo e historia, diciendo desde el fondo de ella ¡ven Jesús! (Ap 22, 17), en decir, ¡Ven Espíritu Santo!

Un problema de fondo. El ocultamiento del Espíritu

Dios no es para los hombres una obligación o norma abstracta que se impone por fuerza, no es ley o norma externa, sino gracia: es milagro que funda y culmina la vida, amor hecho principio de todo lo que existe. En ese campo nos sitúa la experiencia y pregunta teológica cristiana: el Espíritu de Dios es la hondura y comunión, la fuerza y poderío, el gozo y la ternura de Dios en su creación.
Pues bien, el pe
nsamiento de Occidente ha dado primacía al Dios de los filósofos, Dios del poderío y voluntad, de la razón y la conquista de la tierra. Ciertamente, ella ha meditado en la paradoja de la encarnación de Dios en Cristo, pero ha dejado en segundo plano el relato, la narración humilde y gozosa de su experiencia histórica y de su acción liberadora, para centrar su argumento discursivo en la naturaleza divina y humana de Jesús. Ella ha confesado que el Espíritu es también divino, pero ha situado su divinidad en un plano de transcendencia pura o de sacralidad ritual, sin destacar su acción en la historia de liberación y salvación humana, por medio de la iglesia concreta. Así podemos condensar esta visión:

– Jesús vendría a presentarse como "realidad humana" (naturaleza) a la que de una forma un poco extrínseca se uniría, por obra del Dios entero (Padre, Hijo y Espíritu), el Hijo eterno, que es ahora quien importa. Por eso, la teología deja de contar la historia concreta de Jesús o la deja para edificación particular de los fieles, en plano de espiritualidad intimista. Pues bien, ese Jesús de la teología sin historia (desligado de su mensaje, separado de sus obras y su muerte) ha podido convertirse en principio de sacralización de cualquier sistema social, cultural, político.

– El Espíritu queda sin historia, a merced del pietismo particular o de ritualismo y jerarquicismo oficial. Por un lado aparece como realidad divina, elemento interno de las relaciones trinitarias a quien, por coherencia exegética, se le aplican (sin que sean suyas) las obras que Dios realiza para santificación de los hombres. Por otro tiende a convertirse en proyección de los deseos e ilusiones de la propia persona o del grupo.

Esta situación se expresa en una ruptura de niveles. Por un lado queda el discurso sobre Dios como absoluto; por otro el camino de la vida. Es como si se hubieran separado los planos: como si hubiera una esquizofrenia entre el pensamiento general y la existencia concreta.

– Plano de racionalidad teológica. Dios Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu ) queda como sujeto de pura especulación. La edad moderna y contemporánea no ha combatido al Dios cristiano (en Jesús y el Espíritu) sino a la superestructura intelectual que de ese Dios habían hecho teólogos y hombres de cultura.

– El campo de la vida. La Biblia cuenta la experiencia de hombres y mujeres que han ido descubriéndose a sí mismos desde Dios, haciendo un camino de búsqueda y felicidad (fidelidad) humana. Es libro narrativo, relato de aquello que Dios va realizando por su Espíritu (como Espíritu) en el camino humano, por el Cristo.

Espíritu Santo, diálogo y vida en la historia

Vuelvo al principio preguntando ¿estamos solos sobre el mundo o camina Dios con nosotros, por medio de Jesús, con la fuerza de su Espíritu? Ésta es la pregunta de la Biblia. Desde ella queremos elaborar nuestro trabajo, descubriendo a Dios como aquel que, habiéndose revelado en Jesús, sigue caminando con nosotros por su Espíritu. Centramos el trabajo en dos experiencias principales: diálogo e historia. Diálogo implica personalidad, encuentro mutuo, en clave de creación compartida. Historia es camino, proceso de realización. Estos serán los "nombres" básicos del Espíritu Santo:

– Diálogo. Concebimos al Espíritu como principio y contenido del diálogo de Dios con los humanos. En perspectiva de inmanencia trinitaria, el Espíritu se identifica con el mismo diálogo intradivino: encuentro de amor del Padre con el Hijo. En perspectiva de economía de la salvación, se identifica con el diálogo humano dentro de la historia El Espíritu es amor: abrir caminos de comunicación afectiva en clave dialogal.

– Historia. El Espíritu es diálogo en el tiempo, hecho historia. Del diálogo nacemos, en diálogo existimos; de esa forma somos historia, camino de realización personal. Para la Biblia, el ser humano se define desde el nacer, darse y morir, desde el diálogo en la historia. Los momentos de la historia humana, que es proceso de creación, búsqueda azarosa y culminación escatológica (en el Cristo), forman eso que pudiéramos el entramado y contextura bíblica del Espíritu Santo.

Sabemos que el humano es diálogo: vive en la medida en que recibe su ser y lo comparte, en comunicación donde se incluye muerte. Pero añadimos que es historia comunicativa, que se cierra y abre por la muerte (y la resurrección). Así lo mostraré empezando por el mensaje de Jesús y pasando al estudio de su pascua; desde ese fondo estudiaré su divinidad (personalidad), para fijar después los elementos de su historia (perdón, comunión, vida eterna).

El evangelio del Espíritu Santo

El Espíritu se encuentra vinculado a la creación; por eso dice el Génesis que "aleteaba (se cernía) sobre la superficie de las agua" (Gen 1, 2). Pues bien, el Espíritu del principio (protológico) ha venido desvelarse en la esperanza de Israel como fuerza final de Dios que hará culminar todas las cosas. El mundo no ha surgido por capricho de Dios, como realidad separable de su amor, alejada de su vida, sino que Dios lo ha fundado y lo mantiene cerca de sí, en la entraña de su entraña, pues su mismo Espíritu lo crea, sustenta y culmina.
Por eso hay que hablar del Espíritu en clave de acción creadora y esperanza escatológica, tranzando desde Jesús un camino de realización abierto hacia la vida eterna. En el centro, entre creación y culminación, está la historia. Para situar mejor el tema vinculamos y distinguimos, de manera general la perspectiva judía y cristiana:

* Judaísmo normativo. A la espera del Espíritu Santo. Asumiendo y recorriendo el camino de historia del AT, un judaísmo más normativo (no todo el judaísmo) ha buscado la efusión futura, escatológica, del Espíritu Santo: creer en Dios significa aguardar la obra de su Espíritu, mantenerse en el camino que conduce a la culminación de todas las cosas.
En el momento actual, los justos se encuentran perdidos, dominados por la injusticia, sufrimiento y muerte. Pero saben que Dios ha de actuar: aguardan la manifestación del Espíritu a través del rey mesías (cf. Is 11,1-9); esperan que el Espíritu transforme a todo el pueblo, de manera que ellos ( y todos los justos de la humanidad) puedan un día alcanzar la existencia liberada (cf. Ez 36-37; Joel 3,1-5). No hay Espíritu (cf. Jn 7, 39): lo habrá en el futuro. Mientras enfermos y pobres sigan sufriendo no puede hablarse de Espíritu en la tierra.

* Evangelio de Jesús. Anuncio del reino, presencia del Espíritu. Allí donde ese judaísmo esperaba la llegada del Espíritu de Dios, de una manera sistemática y significativa, Jesús ha proclamado el mensaje del reino, realizando sus signos sobre el mundo, ofreciendo ya el Espíritu, el despliegue salvador de Dios, su gracia.
El Espíritu pertenece, según eso, a la intimidad del misterio de Dios, en su apertura hacia los humanos. Pues bien, Jesús confiesa que ese Espíritu del reino ha venido a manifestarse ya, transformando desde ahora a los humanos: curando a los enfermos, ofreciendo bienaventuranza a los pobres. No ha cambiado externamente el mundo, pero el Espíritu actúa y lo va transformando por dentro con su gracia.

Jesús, la obra del Espíritu Santo

El Espíritu de Dios recibe por tanto una función e identidad cristiana (=mesiánica, actual) por Jesús. Ya no sólo es fuente de futuro, principio de transformación para el final de los tiempos, sino experiencia actual de liberación de los humanos. Por un lado, está relacionado con el anuncio de gracia de Jesús. Por otro se halla unido a sus gestos de liberación:

* Jesús anuncia el reino como gracia. Superando el juicio de Dios que, conforme a Juan Bautista, amenazaba a todos (cf. Mt 3, 7-11), ha presentado a Dios como principio de nueva creación. Por eso, llevando a su meta la búsqueda israelita, nos conduce hasta el origen y meta de Dios a quien concibe presente ya en el mundo por el Espíritu (como Espíritu).

* Jesús ha realizado los signos del reino: ofrece perdón y camino de Dios a pecadores y expulsados de la alianza de su pueblo; llama a publicanos y perdidos al banquete de la vida; cura a posesos y expulsados, acoge a pobres y perdidos. De ese modo realiza la obra del Espíritu santo (=puro) en un mundo de impuros.

Precisamente aquí donde el anuncio del reino se convierte, por Jesús, en fuerza creadora, principio de transformación y libertad humana (perdón, curaciones), se revela el Espíritu de Dios, volviéndose cristiano. Este es el centro de la cristología práctica y pneumatológica. Los escribas de Jerusalén le acusan de estar "unido al Diablo". Él responde en forma programática:

Si expulso a los demonios con el Espíritu de Dios
eso significa que el Reino de Dios está llegando a vosotros (Mt 12, 28).

Reino y Espíritu se unen, oponiéndose al poder demoníaco que oprime y perturba al ser humano, haciéndole esclavo de sí mismo y de la muerte. El Espíritu es poder de nueva creación, Vida de Dios que se vuelve por Jesús principio de existencia (curación, acogida, salud, esperanza) para los humanos, iniciando un camino que culminará en la pascua de Jesús:

*Los demonios destruyen al humano. El judaísmo normal de aquel tiempo pensaba que debían expulsarse (curando a los humanos), pero había que hacerlo conforme a la ley, guardando el orden marcado por la estructura social israelita. Esa ley ayuda al pueblo en su conjunto (como sistema sacral), pero oprime a los más indefensos del sistema.
Con audacia y novedad insospechada, Jesús ha descubierto que el mismo Satán se esconde y actúa en el sistema sacral que oprime a los pobres. Por eso les cura, rompiendo (o poniendo en riesgo) el orden del sistema. Lógicamente, su gesto crea polémica: Jesús está acusando de diabólico al sistema legal del judaísmo; lógicamente, el sistema responde declarándole poseso.

* Jesús defiende su actuación extra- o supra-legal en favor de los proscritos de Israel (de los posesos e impuros), declarando que el Espíritu de Dios le sostiene precisamente en su labor de mensajero del reino y exorcista: no acepta el control de los escribas de Israel, sino que actúa como portador del Espíritu de Dios que desborda (rompe) el control del judaísmo.
Demoníaco es todo lo que oprime al ser humano. Propio del Espíritu es aquello que libera. De esas forma, frente a la nación-ley de Israel eleva Jesús el don poderoso del Espíritu: el reino de Dios.

Esta temática nos sitúa en el centro del mensaje y obra de Jesús que se presenta como portador de la libertad de Dios para todos los humanos, iniciando desde el centro de Israel la obra escatológica anunciada por los profetas:

El Espíritu del Señor está sobre mí;
– por eso me ha ungido para ofrecer la buena nueva a los pobres,
– me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos
(Lc 4, 18; cf. Is 61, 1-2; 58, 6).

Lógicamente, los judíos que entienden al Espíritu en clave nacional, como poder divino al servicio de sus intereses religiosos y sociales, acusan a Jesús y quieren ajusticiarle, conforme al método tradicional del talión unánime, despeñándole de la roca de su pueblo. Pero Jesús escapa (cf. Lc 4, 28-30). El Espíritu que acoge a los marginados y cura a los enfermos se ha vuelto duro y conflictivo para aquellos que quieren mantener sus ventajas nacionales:

* Sabe y proclama Jesús que todos los pecados se perdonan, porque Dios es gracia y porque acoge a los pequeños y perdidos de la tierra: el Espíritu es perdón universal, comunión para todos los humanos, reino que rompe las fronteras legales y sacrales de un pueblo particular. Pues bien, ese Espíritu suscita el rechazo de los israelitas que quieren conservar su identidad sacral, su ley de santidad divina.

* Los que rechazan el perdón (no acogen y perdonan a los expulsados del sistema) quedan sin perdón. Así excluyen toda posibilidad de salvación, pues pecan contra el Espíritu Santo, es decir, contra el perdón y comunión de Dios, contra su reino (Mt 12, 31-32; cf. Mc 3, 28-30). Este no es pecado de los malos, sino de los piadosos que no aceptan el perdón social y religioso que Jesús ofrece a los "malos".

Padre nuestro pneumatológico: ¡Venga tu Espíritu!

Llegando al final en esta línea, podemos afirmar que el Espíritu no es sólo el poder de libertad y perdón que lleva al Reino, sino el mismo reino de Dios, como ha sabido interpretar una variante textual de Lc 11, 2 que, en lugar de venga el reino, dice venga a nosotros tu Espíritu Santo. El mismo Espíritu es Reino: Dios hecho camino y culminación para los humanos.

El texto normativo del Padrenuestro dice: Venga tu Reino

Muchos manuscritos antiguos interpretan: Venga tu Espíritu Santo

El Espíritu primero, de Gen 1, 2 (poder de creación) se vuelve así Espíritu último, plenitud escatológica. Este es el escándalo más fuerte, la novedad que han detectado bien los adversarios de Jesús cuando le acusan: Dios recrea el mundo de una forma que muchos no querían, ni esperaban. Allí donde los humanos parecían ya fijados en el mundo (judaísmo), Jesús ofrece la presencia universal, transformadora, de su Espíritu de Reino.

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