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martes, 19 de mayo de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía (Marcos 16,15-20): Ascensión del Señor

"LA ASCENSIÓN DE JESÚS"
Publicado por Agustinos España

En esta fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, que festejamos cuarenta días después de la Pascua, recordemos las palabras de San Agustín:
¨Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que dice el Apóstol: si habéis sido resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.¨

San Agustín nos muestra en este texto el sentido general de la fiesta de la Ascensión del Señor.

El Señor se fue, pero sigue estando.

Nosotros estamos, pero de alguna manera estamos también en él.

Por eso, nuestra vida está en la tierra pero nuestro corazón está en el cielo y desde que el Señor subió al cielo hay una sana tensión por procurar ver las cosas de la tierra desde la perspectiva de Dios, desde el cielo.

Teniendo nuestro corazón en el cielo, buscando las cosas de arriba, las cosas de la tierra se relativizan y adquieren su verdadera dimensión.

Dice San Agustín, que Él, Jesús, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo.

La razón de todo esto es que Cristo es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia, y si la cabeza ya está glorificada, de alguna manera también lo estamos nosotros con él.

Por eso nuestra oración en este día, los sentimientos de nuestra oración están resumidos en la oración principal de la liturgia:

¨Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa ascensión de tu Hijo y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria, ya que él es la cabeza de la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una irresistible esperanza hacia donde él nos precedió.

Nuestros sentimientos hoy son de acción de gracias, pero la acción de gracias por la victoria de Cristo y de su Pueblo nos lleva naturalmente a una irresistible esperanza, ya que la cabeza atrae naturalmente al cuerpo.

Por eso la fiesta de hoy es la fiesta de la esperanza, que vence toda tristeza del corazón.

Nuestra naturaleza caída, nos lleva a veces a la tristeza. El remedio contra la tristeza es la esperanza de estar junto al Señor, no sólo al final de los tiempos sino ya, hoy, con la elevación de nuestro corazón.

Para fomentar nuestra esperanza, hoy se lee el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles donde se contempla la escena de la Ascensión. A pesar de haber estado con Jesús durante tres años, de haberlo escuchado, no habían aprendido nada, y quieren de alguna manera, adelantar los tiempos que son absolutamente de Dios.

Pero el Señor les hace ver que no les corresponde a ellos saber el tiempo y el momento de la restauración de Israel y sí les confirma la promesa del Espíritu Santo y el testimonio que tendrá que dar hasta los confines de la tierra.

Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos.

Podemos contemplar los ojos de Cristo,... llenos de misericordia, que se despiden, y los ojos de sus discípulos..., llenos de asombro.

Se quedaron atónitos hasta que unos hombres vestidos de blando, les dijeron ¿qué hacen mirando al cielo? Este que ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así como le habéis visto subir al cielo..

Las palabras de los ángeles, son una invitación implícita a no mirar al cielo sino a la tierra, a la misión de testimoniar al Señor Jesús.

Jesús no está, estamos nosotros, su Pueblo, y es su Pueblo en su conjunto el que tiene la misión dada por el mismo Señor.

Nuestro corazón está en el cielo, pero nuestros pies en la tierra y tenemos que caminar para anunciar el Evangelio.

Jesús dice en el Evangelio de Hoy: Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.

Los ángeles les revelan a los apóstoles que es hora de comenzar la inmensa tarea que les espera, que no deben perder el tiempo. Con la Ascensión termina la misión de Cristo en la tierra.

Los apóstoles se vuelven solos a Jerusalén pero tienen a su maestro más cerca que nunca, y su vida tiene ya su objetivo primordial: dar a conocer a Cristo entre la gente de toda tierra.

Pidamos a María que por su intersección seamos verdaderos testigos de Cristo en el mundo, teniendo siempre nuestro corazón en el cielo. Que puedan los demás referirse a cada uno de nosotros con las palabras del profeta Isaías: ¨Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz¨




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

La ascensión del Señor marca una etapa nueva y definitiva para los apóstoles. El Señor resucitado ya no aparecerá más, sino que sube al cielo para interceder por los hombres ante el Padre. Este hecho es narrado por los hechos de los apóstoles en la primera lectura subrayando el estupor y asombro de aquellos hombres (1L). El evangelio insiste, de modo particular, en la misión que Jesús confía a sus apóstoles. Se trata de un verdadero mandato apostólico: Id y predicad (Ev). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Efesios, Pablo subraya la necesidad de comportarse adecuadamente conforme a la vocación, pues a cada uno se le ha dado la gracia en la medida del don de Cristo (2L). Así pues, los apóstoles se encuentran ante una nueva situación. Por una parte, según las palabras de Cristo, deben esperar para ser revestidos del Espíritu Santo, pero por otra parte, deben meditar que ya ha empezado la hora de dar continuidad a la obra de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia.


Mensaje doctrinal

1. Subió a los cielos. El evangelio de Marcos, que leemos en nuestro ciclo B, nos dice claramente: "Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16,19). Desde el instante de la resurrección el cuerpo de Jesús fue inmediatamente glorificado. Sin embargo, durante los cuarenta días en los que se aparece a sus discípulos, su gloria aún permanece velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, no obstante los milagros que realiza. La última aparición de Jesús termina con el ingreso irreversible de su humanidad en la gloria divina. Esto es lo que propiamente celebramos en la Ascensión del Señor.

Jesús resucitado se había aparecido en diversas ocasiones a sus discípulos y esto tenía un gran significado, porque confirmaba en ellos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Se dan cuenta de que no han corrido en vano al creer en el evangelio y de que ahora reciben una misión que compromete toda su vida futura. En esta última aparición, advierten que Jesús se despide definitivamente de ellos, pero al mismo tiempo comprenden que se queda a su lado con su asistencia hasta el fin de los tiempos. Comprenden que Cristo ha alcanzado su fin y vive y reina con Dios Padre. “Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7,14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Catecismo de la Iglesia Católica 664). Y se dan cuenta de que el Señor se ha ido para prepararles un lugar (cf. Jn 14,2) El fin de Cristo, es también el fin de ellos y de todos los que crean en él. Si es verdad que su vida, como la de cualquier otro hombre, se acerca a la muerte, ellos se dan cuenta que no todo termina en la muerte, sino en la comunión eterna con Dios. Por una parte, podrían estar tristes, por la separación de Jesús; pero por otro lado se sienten felices por el triunfo del Señor.

2. La misión de los discípulos. Jesucristo comunica a sus discípulos el deber de anunciar a todos los hombres el evangelio. De ahora en adelante él obrará a través de ellos y de sus sucesores. Ellos tienen la increíble misión de dar continuidad a la obra de Cristo. Esta misión sigue hoy vigente y la Iglesia tiene el deber siempre de evangelizar y anunciar la salvación por Jesucristo. La esencia de este evangelio es que “Jesús de Nazaret es Cristo el Hijo de Dios” (Cf Rm 10,9) y que en él tenemos la salvación y la plena revelación de Dios. “El que ve a Cristo, ve al Padre”. Dios se ha manifestado, se ha revelado al hombre y todo por amor.

Los hombres estaban necesitados de salvación y Dios envió a su Hijo para salvarlos. En Cristo tenemos el acceso al Padre. A partir de la Ascensión del Señor, los discípulos tuvieron que meditar profundamente sobre este encargo apostólico. Ciertamente sólo con la venida del Espíritu Santo, ellos recibirán la fortaleza para ser verdaderos testigos, pero ya desde el primer día de su llamado sabían que Jesús los convocaba para “que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. La fiesta de la Ascensión subraya el mandato misionero.


Sugerencias pastorales

1. El cultivo de la virtud de la esperanza. La fiesta de la Ascensión del Señor es una cordial invitación a levantar nuestra mirada a las cosas del cielo, sabiendo que allá donde ha entrado Cristo cabeza, entrará también el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La exhortación del apóstol Pablo resulta siempre actual: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. (Col 3, 1-3). La vida del cristiano está siempre escondida con Cristo en Dios. En un mundo como el nuestro en el que el avance tecnológico es formidable y en el que las posibilidades de manipulación se han extendido casi sin límites a todos los sectores de la existencia humana, se hace presente un cierto temor. El temor de que todo este avance se vuelva de algún modo contra el mismo hombre. “El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo”. Estas palabras de la encíclica de Juan Pablo II (Redemptor Hominis n.15) nos invitan a estudiar el problema en toda su profundidad.

Para superar este miedo y, más aún, para evitar que las creaciones del hombre se vuelvan contra él mismo, es menester que, a la par con el avance tecnológico, exista un verdadero desarrollo de la ética y de la moral. Sólo respetando las leyes de su creador, el hombre podrá llevar a cabo realizaciones dignas de su vocación y misión. Cuando el hombre se separa de la ley divina y de los dictámenes de la recta razón se precipita en la falta de sentido.

Podemos decir que la fiesta de la Anunciación nos invita a tener nuestra mirada fija en el cielo, donde reside Cristo a la derecha del Padre, pero las manos y el esfuerzo en esta tierra que sigue teniendo necesidad de la manifestación de los hijos de Dios. Es una invitación a seguir trabajando por construir la “civilización del amor” y “dar razón de nuestra esperanza a todo aquel que nos la pidiere”(1 Pt 3,15). El cristiano debe ser un hombre de esperanza y de luz en medio de un mundo de tanta tiniebla. “La evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la predicación del amor fraterno para con todos los hombres —capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano— que por descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio; la predicación del misterio del mal y de la búsqueda activa del bien” (Evangelium nuntiandi n.28).

2. El incansable esfuerzo de la evangelización. Deseamos hacer sólo dos anotaciones tomadas de la Evangelium nuntiandi de Pablo VI. La primera se refiere a la importancia del propio testimonio en la acción evangelizadora. Son conmovedoras las imágenes de los evangelizadores del nuevo mundo, hombres de la altura de Fray Toribio de Benavente (o Motolinia), evangelizador de la nueva España, o Toribio de Mogrovejo, o Fray Sebastián de Aparicio y otros muchos que no podemos aquí mencionar... Su primer y más grande obra evangelizadora era su propio testimonio. Su ejemplo de vida santa arrastraba a sus fieles a un mejor conocimiento

En segundo lugar conviene insistir en la necesidad de un anuncio explícito del mensaje de la evangelización. Esto hoy se puede hacer de muchas maneras, pero lo importante es que todos sientan la responsabilidad de ser misioneros, es decir, enviados por Cristo a anunciar el evangelio. No es fácil superar la fuerte tendencia al individualismo en la vivencia de la fe de muchos cristianos. Debemos, por ello, predicar con oportunidad o sin ella, sobre la necesidad de ser apóstoles allí donde la providencia nos ha colocado.

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