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viernes, 1 de mayo de 2009

IV Domingo de Pascua (Juan 10,11-18): Danos, Señor, pastores, que nos apacienten según tu corazón

Por Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

Este IV domingo de Pascua se conoce como Domingo del Buen Pastor porque en este domingo se lee cada año una parte del capítulo X del Evangelio de San Juan, donde Jesús desarrolla el famoso discurso del Buen Pastor. El IV domingo de Pascua se caracteriza, además, porque cada año se celebra en este día la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Este año es la jornada número 34. En efecto, el año 1964, el Papa Pablo VI, considerando las inmensas multitudes de hombres y mujeres de todos los Continentes agobiados por el vacío de una existencia sin sentido, tuvo la misma impresión que sintió Jesús en su tiempo: "Viendo a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas sin pastor. Entonces dice a sus discípulos: 'La cosecha es mucha, pero los obreros son pocos; rogad, pues, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su cosecha'" (Mt 9,36-38). El Papa quiso acoger esta recomendación de orar para que el Señor llame a más jóvenes y niñas a consagrar sus vidas al anuncio de Cristo, que es el único Salvador del ser humano, e instituyó una Jornada de Oración por las vocaciones.

Si no conocieramos el Evangelio de Juan y este escrito estuviera cayendo en nuestras manos por primera vez, al leer este capítulo X, ciertamente no lo entenderíamos. Al leer que Jesús dice: "Yo soy el buen pastor", entenderíamos que él tiene como profesión el ser pastor y que él apacienta sus ovejas con mucha dedicación, que las proteje y las cuida incluso con riesgo de su vida. Comprenderíamos fácilmente el contraste que él señala entre el pastor, a quien las ovejas pertenecen, y el asalariado, a quien las ovejas no interesan y las apacienta sólo por un salario. Pero nos resultaría más difícil entender estas otras expresiones de Jesús, o al menos, nos parecerían excesivas: "El buen pastor da su vida por las ovejas... Yo soy el buen pastor... y doy mi vida por las ovejas". En realidad, Jesús está usando una metáfora, y para captar el sentido exacto de sus palabras tendríamos que conocer su trasfondo del Antiguo Testamento. Jesús podía hablar así porque su auditorio eran hombres que se habían criado en la mentalidad y en las tradiciones de Israel y por eso eran capaces de entender perfectamente lo que quería decir con esas expresiones. Procuraremos exponer el trasfondo que da sentido a las expresiones de Jesús.

Israel, que era un pueblo de tradición nómade, especialmente dedicado al pastoreo de ovejas, había desarrollado desde antiguo la metáfora del pastor que guía su rebaño para expresar la relación del gobernante con su pueblo. Pe-ro, siendo Israel el pueblo de Dios, era claro que el rebaño era de Dios y los pastores eran los gobernantes que Dios les había dado. Por eso, cuando el pueblo fue llevado al exilio, a causa de la incapacidad de sus jefes, Dios les reprocha, a través del profeta Ezequiel: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ... Mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca..." (Ez 34,2.6). Y entonces Dios promete: "Yo suscitaré, para ponerselo al frente, un solo pastor que los apacentará, mi siervo David, él los apacentará y será su pastor" (Ez 34,23). Ahora podemos entender que cuando Jesús declara: "Yo soy el buen pastor... yo conozco mis ovejas y ellas me conocen; yo doy mi vida por las ovejas", está diciendo: "Yo soy aquel que Dios había prometido a su pueblo".

Hemos visto que Dios llama al pueblo: "mi rebaño". Es que también a El se había aplicado esta metáfora en su relación al pueblo. Es así que en el culto se cantaba: "El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por valle tenebroso, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan" (Sal 23,1.4). O se invocaba a Dios así: "Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño; tú que estás sentado sobre querubines, resplandece... despierta tu poder y ven a salvarnos" (Sal 80,2-3). El pastor de Israel era Dios. Por eso, la declaración de Jesús adquiere una profundidad aún mayor. Sus oyentes debieron entender que él reivindicaba para sí esta prerrogativa de Dios. ¡Y así es! El rebaño es suyo. Por eso, una vez muerto y resucitado por el rebaño, es él quien lo confía a Pedro diciendole por tres veces: "Apacienta mis ovejas" (Jn 20,15-17).

Cristo no es sólo el "Pastor de Israel". Por eso él dice: "Tengo otras ovejas que no son de este rebaño; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor". El rebaño de Cristo es uno solo y universal y reconoce un solo pastor supremo en el Sucesor de Pedro. Esta condición se da hoy día únicamente en la Iglesia católica. Pero ella se ha extendido solamente al 17% de toda la humanidad. Quedan aún muchas ovejas que tienen que escuchar la voz de Cristo y ser agregadas al único rebaño de Cristo. Para esta inmensa tarea, que Cristo resucitado confió a sus apóstoles y a sus sucesores, hacen falta muchos operarios, muchos pastores; hacen falta muchos sacerdotes, que ejerzan la triple función del pastor: instruir, santificar y regir a la porción del pueblo de Dios que les sea confiada. Por eso oramos con insistencia: "Danos, Señor, pastores, que nos apacienten según tu corazón".

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