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viernes, 8 de mayo de 2009

V Domingo de Pascua (Juan 15,1-8): LA NO-DUALIDAD

Por Enrique Martínez Lozano
Publicado por Fe Adulta

Juan nos regala una alegoría –la de la vid y los sarmientos-, cargada de simbolismo, hondura y belleza. Una alegoría que nos introduce directamente en la sabiduría de la no-dualidad.

Ciertamente, la vid y los sarmientos son no-dos. La mente dualista no puede sino verlos separados –lo característico de la mente es separar la realidad-, pero no hay separación alguna. Es cierto que el sarmiento puede percibirse como sarmiento, pero no por ello deja de ser vid. Una rama es árbol, del mismo modo que mi dedo es cuerpo.

La trampa radica en el hecho de que la mente, al separar –la característica primera de la mente es la separatividad, ya que es el único modo en el que ella puede funcionar-, se queda mirando únicamente el sarmiento, la rama o el dedo. Da origen, de ese modo, al dualismo que fractura incesantemente toda la realidad.

Cuando somos capaces de aquietar la mente, alcanzamos a ver “más allá” de esas aparentes separaciones, percibiendo la unidad de lo que es. Con otro ejemplo: ante un conjunto de joyas de oro, la mente ve la especificidad de cada una de ellas, con su propio nombre y su forma peculiar. Pero, si no nos quedáramos en las formas, lo que percibiríamos sería el oro que es, de hecho, la única realidad que se halla presente en todas ellas.

Esto no es monismo o panteísmo, que reduciría a la nada la asombrosa y maravillosa diferencia y variedad de lo real. Es algo que la mente no puede pensar –porque la mente es dualista en sí misma: sólo puede pensar el uno o el dos-; es la no-dualidad de todo lo que es.

No-dualidad que reconoce la variedad y la diferencia, pero descubre el engaño de la separatividad. Todo es diferente, pero nada es separado. La joya se distingue del oro, pero es oro; el dedo se distingue del cuerpo, pero es cuerpo; el sarmiento se distingue de la vid, pero es vid; la ola se distingue del mar, pero es mar.

La afirmación de que todo está interrelacionado, como formando una inmensa red en la que todo repercute en todo, constituye una de las más revolucionarias aportaciones de la postmodernidad. Se trata, además, de una percepción avalada por accesos tan diversos a lo real como la mística, la física cuántica y la teoría transpersonal. En todos esos campos, se ha experimentado la verdad de la no-dualidad. Por el contrario, tanto el dualismo como en monismo (o panteísmo) se ven abocados a un callejón sin salida.

Parece claro que la lectura moralizante del texto –“tienes que estar unido a Jesús para dar fruto”- está fuera de lugar; o, al menos, es pobre y reductora. Porque no se trata de una enseñanza moral (o parenética), sino de un mensaje de sabiduría.

Lo que nos transforma eficazmente no son los propósitos, ni siquiera los “esfuerzos voluntaristas” –que suelen ir acompañados de “efectos secundarios” no tan positivos, como la represión, la culpabilidad o el orgullo neurótico-, sino la comprensión de lo que realmente somos. Es decir, sólo en la medida en que se produce una transformación de la conciencia, tendrá lugar el cambio en nuestro modo de percibir y de actuar.

Pues bien, la alegoría de la vid y los sarmientos es una invitación a ir más allá de la simple percepción mental –siempre dual-, para descubrir –y vivir-nuestra no-separación con Jesús, con Dios y con absolutamente todo lo real. Así como en el caso de las joyas, todo es, en último término, oro; de la misma manera, todo es “vid”.

La mente nos hace pensar en un Dios separado, con el que podríamos entrar en relación desde nuestra propia conciencia (errónea) de separación. Eso da lugar a lo que podríamos llamar la “religión del yo” que, en sus peores momentos, se ha entendido de un modo absolutamente individualista: se era religioso… para “salvar mi alma”.

Pero no nos habíamos dado cuenta –venimos de donde venimos- que pensar a Dios no sólo hace que se perciba como “separado”, sino que se le convierte automáticamente en un “objeto” (delimitado) de nuestro pensamiento. Por eso, la creencia en un dios pensado tiene que desembocar forzosamente, antes o después, en el ateísmo.

La alegoría de la vid constituye, pues, una invitación a ir más allá de la separación aparente, para poder experimentar la no-diferencia de todo lo que es, accediendo a nuestra identidad más profunda, que trasciende infinitamente el “yo” separado que nuestra mente cree que somos.

Todo es la vid. Todo lo real es expresión, manifestación, despliegue de Dios, sin ningún dualismo. No es que un Dios separado se manifieste en nosotros, separados de él. No; somos Dios manifestándose, viviéndose, en nuestra realidad, de un modo no panteísta, sino no-dual, como –es una manera todavía pobre de expresarlo- las “dos caras” de una misma realidad.

La dificultad radica en que nunca podremos llegar a la percepción de la no-dualidad a través del pensamiento: la mente no puede ir más allá de la mente. Lo no-dual no es algo que se pueda pensar; sólo se puede ser. ¿El camino? Acallar o aquietar la mente dual y divisora. Acallada, cesa la sensación de separación y descubrimos nuestra identidad profunda, una identidad compartida por todo lo que es, puro Ser o Yo soy, ilimitado y atemporal.

Se trata, pues, de aprender a acallar la mente, de empezar a gustar y saborear el Silencio contemplativo, de aprender a vivir en presente, de cuidar la práctica meditativa, como camino privilegiado para que, quitado el velo opaco que interpone la mente, pueda emerger lo que es y siempre ha sido: la belleza plena y radiante del Misterio que Es y Somos, del Dios que todo lo constituye.


NOTA DEL AUTOR
A quienes deseen profundizar en toda esta cuestión, que considero decisiva en el pensamiento contemporáneo, puedo sugerirles la lectura de algunas aportaciones que he colgado en la web (La perspectiva transpersonal; La sabiduría de la no-dualidad…).

También los libros de W. Jäger, y dos obras sabias de la filósofa Mónica CAVALLÉ: una más densa, Sabiduría de la no-dualidad. Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger, editada por Kairós; y otra de lectura más asequible para cualquier lector, pero igualmente lúcida y transformadora: La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, editada por Martínez Roca, de la que, en breve, espero ofrecer un amplio resumen.

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