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miércoles, 17 de junio de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: XII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

¡Maestro, no te importa que nos hundamos!
Publicado por Dominicos.org

Introducción

El cristiano, como cualquier persona, está inmerso en la lucha que es la vida. Lo que nos diferencia es que nosotros luchamos por vivir la vida como la vivió Cristo Jesús, queremos ser sus seguidores. En este nuestro intento, no todo es un camino de rosas. Nos acechan tormentas que amenazan con hundir nuestra barca, como les sucedió a los apóstoles en el evangelio de hoy, en su travestía por el lago. Cristo no nos promete mandar callar siempre al viento impetuoso de nuestras tormentas. Pero como alguien que nos quiere, y tiene poder para ello, nos promete estar siempre con nosotros en todas nuestras circunstancias. Con él acompañándonos, todo es diferente.


Comentario bíblico

La fe en medio de la lucha por el Reino

* Iª Lectura: Job (38,1-11): En las manos de Dios

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a veces, parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo. Job es ese tipo de persona que el autor del libro ha escogido para que se asombre; porque, a pesar de que no podemos explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo, nuestro Dios pone sus propios límites a la naturaleza de las cosas y a la misma naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrados de dónde estamos y de cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos abiertas.



* IIª Lectura: 2ª Corintios (5,14-15): La muerte por amor

II.1. Este capítulo quinto de la carta (este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y persuasivos porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo habla (v. 14) del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos. Se usa la fórmula tradicional del “uno por todos”, que es una metáfora de calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la redención. Quizás lo más sorprente es la afirmación de que, como uno murió, “to­dos murieron”, cuando lo que podíamos esperar es algo así como “por eso todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal como se expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos hace morir al pecado, a la enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que encontramos en Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en fórmulas de fe tradicionales, es una cristología de solidaridad con la humanidad.

II.2. El Apóstol, pues, presenta la muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico. En esta carta, pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su amor. Por ello debemos ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos o aniquilados.



* Evangelio: Marcos (4,35-41): La fuerza del Reino nos libera

III.1. El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

III.2. ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su "conminación" a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* La vida es lucha

No hace falta acudir a un texto clásico, a un pensador famoso, para afirmar que la vida es lucha. No hay más que abrir los ojos y contemplar la vida humana. Nadie se lo encuentra todo hecho. Toda persona humana tiene que luchar para lograr un puesto en la vida, para conseguir aquello que quiere alcanzar. Supone esfuerzo personal, superar pruebas, superar obstáculos. En la vida de cada uno, hay momentos de calma y hay tormentas que amenazan con destruir, derribar, arrasar…

La vida de un cristiano sigue esta regla general. También para él la vida es lucha. El cristiano es el que acepta gustoso el regalo de la nueva vida, de la que nos habla San Pablo en la segunda lectura. La nueva vida del reinado de Dios, de dejar a Dios, y únicamente a Él, que sea el Rey y guía de nuestra vida. Un Rey no déspota, ni tirano, sino un Rey al que Jesús nos pide que llamemos Padre y, por tanto, hermano a todo hombre. Esta nueva vida de hijo de Dios y de hermano de todo hombre, no es un una vida fácil. Está envuelta también en la lucha. En ella hay momentos de calma y hay tormentas, como la que vivieron los apóstoles al atravesar el lago de Galilea, según nos relata el evangelio de hoy.

* La tormenta del lago de la vida

En su intento de seguir a Cristo, el cristiano vive tormentas personales, procedentes de su interior, en el que afloran, de vez en cuando, tendencias contrarias a Cristo, y sentimientos de perplejidad ante ciertos acontecimientos inexplicables y aciagos de la historia humana, en los que parece que Jesús se calla, no hace nada y sigue durmiendo. Vive tormentas ambientales que le gritan de mil maneras que eso de ser hijo y hermano es una locura, un escándalo, algo desfasado y pasado de moda. Sufre tormentas dentro de la comunidad eclesial, donde unos grupos y otros, buscando ser fieles al evangelio, manifiestan sus posturas encontradas. Sobrevienen también tormentas dentro de la comunidad eclesial, donde algunos de sus miembros causan fuerte escándalo y una gran herida a todos, viviendo lo contrario del evangelio.

A lo largo de la historia del cristianismo, todos los cristianos han experimentado la dificultad, en su propia carne, de seguir a Cristo muerto en la cruz y resucitado al tercer día. Recordemos la experiencia de San Pablo, que sufrió diversas tormentas y “peligros de muerte, de ríos, de ladrones, de los de mi linaje, de los gentiles, en el mar, entre falsos hermanos, en trabajos y fatigas, en hambre y sed, en ayunos frecuentes, en frío y desnudez…”. También tuvo momentos de calma, de fortaleza y gran alegría: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Cada cristiano, podemos traducir la experiencia de lucha, de tormentas, de fortaleza, de San Pablo a nuestra experiencia personal a la hora de vivir y predicar el evangelio.

* Jesús y nuestras tormentas

¿Cómo reacciona Jesús ante nuestras tormentas? En el evangelio de hoy, ante la súplica de sus atemorizados apóstoles que temen hundirse, Jesús realiza el milagro de increpar al viento y mandarlo callar. Pero no siempre Dios y Jesús realizan milagros ante las tormentas que padecemos. El mismo Dios Padre, cuando Jesús vivió la tormenta de su muerte injusta, no realizó el milagro de librarle de sus condenadores.

Nos cuesta entender que Dios ha dotado al hombre de libertad, con todas sus consecuencias. Por lo que en el transcurrir de la historia de la humanidad, hay dos grandes libertades en juego: la de Dios y la de los hombres y mujeres. Dios nunca va a ir directamente en contra de la libertad humana. Sería desdecirse de su apuesta. En este primer tiempo de nuestra vida, no va a hacer milagros y prodigios cada dos por tres para anular la libertad humana, siempre que elija el camino del mal. Sólo al final nos examinará del uso que hayamos hecho de nuestra libertad.

Pero podemos decir que Dios y su Hijo Jesús están dispuestos a realizar otro milagro, todavía mayor. El milagro de acompañarnos siempre, de nos dejarnos nunca solos a lo largo de nuestros días y de nuestras noches. “Yo estaré siempre con vosotros… no os dejaré huérfanos”… aquí tenéis, “mi cuerpo entregado, mi sangre derramada”. De manera misteriosa, pero real, nos acompaña siempre, con su amor, su fuerza, su consuelo, su luz, su palabra, sus promesas. Al final de nuestra existencia terrena, en el segundo tiempo de nuestra vida, Dios tomará de nuevo cartas en el asunto, y destruirá para siempre el mal y a todos sus hijos. Ya no se podrá elegir el mal, ya no se podrá hacer el mal, ya no habrá tormentas que amenacen nuestra felicidad de vivir en plenitud la amorosa y plenificante realidad de ser hijos y hermanos. El cristiano que ha entendido el milagro de la presencia continua de Jesús en nuestra vida, se dirige a Él para suplicarle, con esta conocida plegaria: “Pase lo que pase, que me pase contigo, Señor”.

Fray Manuel Santos Sánchez

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