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martes, 16 de junio de 2009

Cuerpo de Cristo, hombre/mujer

Publicado por El Blog de X. Pikaza

El día anterior he tratado del Cuerpo de Cristo como Eucaristía. Hoy quiero ampliar el tema, hablando del cuerpo en un sentido extenso, cuerpo de hombre, cuerpo de mujer, para amar y para cuidar, cuerpo que somos, presencia de Dios. Amplío así lo otro día, hace un año, dije sobre los sentidos del cuerpo humano, que es "carne" enamorada y débil, fuerte y solidaria, humana y divina. Sigue pues el tema de la Eucaristía.

Biblia. Antiguo Testamento

Conforme a la visión bíblica, el hombre no “tiene” un cuerpo, sino que es “cuerpo” (basar) y de esa forma comparte su realidad con los restantes animales, que también son cuerpo. Pero hay una diferencia: el hombre no es sólo basar/cuerpo, sino también rephesh (alma), leb (corazón) y ruah (espíritu). Más aún, el hombre en cuanto corporalidad recibe en Israel dos rasgos principales: es cuerpo para el amor y cuerpo para el cuidado. En esas dos líneas de la corporalidad se expresa y despliega el camino de la vida humana.

1. Cuerpo para ser amado.

Conforme a la visión israelita, en el amor verdadero, el más profundo (de madre/hijo, de dos enamorados) todo es cuerpo (siendo alma, si se puede expresar de esa manera), de tal forma que dar y compartir el cuerpo es lo mismo que “dar y compartir el alma”. Según eso, el cuerpo del hombre no es pura corporalidad, como podría ser en los animales, ni de pura espiritualidad, como podría ser en los ángeles (valga la comparación), sino que el hombre es corporalidad espiritual y viceversa (espiritualidad corporal) en el amor. Nadie ha cantado mejor esa corporalidad que el Cantar de los Cantares, cuando da la palabra a dos enamorados:

Él dice.

«Qué bella eres, amada mía, qué bella eres. Palomas son tus ojos a través de tu velo; tu melena, cual rebaño de cabras, que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo que salen de bañarse: todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril. Tus labios, una cinta de escarlata, tu hablar, encantador. Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo. Tu cuello, la torre de David, erigida para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios» (Cant 4, 1-5). «Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela. Tu cuello, como torre de marfil. Tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; ¡un rey está preso en esas trenzas! ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias! Tu talle se parece a la palmera, tus pechos, a los racimos» (Cant 7, 3-8).

Ela dice:

«Mi amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil. Su cabeza es oro, oro puro; sus guedejas, racimos de palmera, negras como el cuervo. Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque. Sus mejillas, eras de balsameras, macizos de perfumes. Sus labios son lirios que destilan mirra fluida. Sus manos, aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros. Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro puro. Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros. Su paladar, dulcísimo, y todo él, un encanto. Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén» (Cant 5, 10-16). «Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis pechos. Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engaddí» (Cant 1, 12-14). «¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen!¡Levántate, cierzo, ábrego, ven! ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! ¡Entre mi amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos» (Cant 4, 11-16).
Todo es cuerpo en estos cantos, todo es alma. Aquí se expresa la belleza y atracción de los cuerpos que son amor en sí, el hombre y la mujer en su totalidad. Aquí no se puede hablar de un “alma espiritual” más allá del cuerpo, ni tampoco de un Dios que esté fuera, sino que en el amor de los cuerpos se expresa la totalidad de la vida humana, la misma realidad de Dios, como han puesto de relieve los mayores pensadores judíos del siglo XX (F. Rosenzweig y M. Buber). De esa forma, en el estudio del amor, tal como se despliega en el Cantar de los Cantares, ellos han elaborado la mejor antropología del judaísmo, que es una antropología del cuerpo de amor.

2. Cuerpo para ser cuidado.

Pero, al mismo tiempo, hay en la Biblia otra experiencia de corporalidad amorosa, en la que el cuerpo atrae e impulsa (pone en marcha el movimiento religioso) precisamente por su desamparo. Ésta es la corporalidad de los → pobres (huérfanos, viudas, extranjeros) y en ella el amor aparece como cuidado del cuerpo, es decir, de la vida de los otros, tal como ha destacado de un modo radical E. LÉVINAS (Totalidad e infinito, Sígueme, Salamaca 2001), cuando condensa la novedad de la experiencia israelita en el descubrimiento del valor absoluto del “cuerpo que grita (o que mira) desde su desamparo y sufrimiento. Ese mismo cuerpo herido es la llamada de Dios, la expresión suprema del valor de la realidad.

En este contexto se puede hablar del ayuno como experiencia de descubrimiento del otro. «¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahvé? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá.

Entonces clamarás, y Yahvé te responderá, pedirás socorro, y dirá: Aquí estoy. Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía» (Is 58, 6-10). A la corporalidad del amor enamorado (hecha de belleza y atracción) corresponde aquí la corporalidad del hombre necesitado (desnudo, hambriento, expulsado, oprimido, afligido), a quien su prójimo debe ayudar, pues éste es el ayuno verdadero, ésta la religión más alta (religión corporal).

2. Nuevo Testamento

El cristianismo ha seguido en la línea de Israel, tanto en el plano del amor como del cuidado corporal. En el plano del “amor de carne”, Jesús avala la experiencia del Cantar de los Cantares, reflejada de forma ejemplar en Gen 2, 21-24 y recogida en los textos sobre la radicalidad de la unión esponsal, pues “marido y mujer constituyen, por voluntad de Dios, una sólo carne” (sarx), de manera que los hombres no pueden romper esa unión (cf. Mc 10, 8 par). En el plano del “amor de cuidado” nos sitúa, por ejemplo, Mt 25, 32-46, cuando identifica el servicio a Cristo (la confesión mesiánica) con la ayuda corporal a los necesitados (dar de comer, dar de beber…). En ese fondo destacan dos textos (y temas) que marcan la novedad del cristianismo en este campo.

1. El primero relaciona encarnación y cuerpo, en sentido de “carne”, de manera que la grandeza de Dios se expresa en la debilidad humana, que es debilidad para el amor. El mismo Logos o Palabra de Dios se ha hecho “sarx”, es decir, carne en debilidad, carne para el amor y el cuidado (Jn 1, 14). Al decir que la “palabra de Dios se ha hecho carne” se está situando la experiencia mesiánica en el campo de la debilidad y de la unión de amor. No hay una “religión” de pura gnosis, de simple conocimiento interior, sino de cuerpo en el sentido extenso: cuerpo animado, cuerpo en relación. No se puede afirmar, en terminología espiritualista (platónica), que Dios se ha hecho “cuerpo sin alma”, sino cuerpo animado, carne de amor y de servicio mutuo.

Aquí, en el plano de la carne, se define el cristianismo, como religión de la corporalidad “divina”. Ésta es una experiencia que tiene raíces israelitas (como he puesto de relieve), pero que sólo el cristianismo ha llevado hasta el límite, al afirmar que el mismo Dios (Hijo de Dios) se ha hecho “sarx”, manifestándose así en el mundo de la carne. Una iglesia cristiana posterior, influida por el espiritualismo platónico, ha olvidado a veces esta raíz corporal del cristianismo, que fue puesta de relieve, por ejemplo, por TERTULIANO, al afirmar, en contra de la gnosis espiritualizante: “caro cardo salutis” (Res 8, 2).

2. El segundo relaciona mesianismo y cuerpo. En esa línea, la novedad del cristianismo (también en la línea de Israel) está en la afirmación del “cuerpo de Cristo” (sôma tou Kristou) La unión de los cristianos no es una unidad espiritualista, hecha sólo de pensamientos y oraciones, sino de tipo corporal. Ella se expresa ante todo en la variedad de los dones compartidos de los miembros de la Iglesia, que forman el cuerpo de Cristo, como dice Pablo, de manera programática, en. 1 Cor 12, 12 (Sois el Cuerpo del Cristo, y cada uno un miembro) y Rom 12, 5 (somos un solo cuerpo en Cristo, pero todos somos miembros los unos de los otros.).

El judaísmo había sido y era un cuerpo social y nacional, con ley propia, bien determinada. También el imperio romano se creía cuerpo militar y administrativo, fundado en la divinidad. Pues bien, Pablo presenta a la iglesia como cuerpo mesiánico, al servicio de la vida y gozo del Espíritu. Las comunidades cristianas empezaron integradas en el judaísmo, pero luego cobraron entidad y aparecieron como grupos autónomos. Éste es el "milagro": van surgiendo iglesias mesiánicas, que forman cuerpo (unidad) en servicio mutuo y amor personal, con vocación universal, desde el mismo Cristo.

Según eso, la verdad del mesianismo cristiano se expresa en la “unidad corporal” de los creyentes, una forma de unidad que se expresa y realiza, de un modo especial, a través de la comida compartida, por medio del pan que así aparece como auténtico “sôma” de Cristo, en todas las tradiciones eucarísticas (cf. Mc 14, 22; Mt 26, 26; 1 Cor 1, 24 y Lc 22, 19). El signo de Jesús es el pan compartido, no el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, que el mismo Jesús comía con los pecadores. Jesús no vino a crear una sociedad abstracta. Al contrario, él viene a presentarse como cuerpo, esto es, como vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro (cf. Mc 14, 3-9) había expresado en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.

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