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lunes, 8 de junio de 2009

Solemnidad del Corpus Cristi - Ciclo B (Marcos 14,12-16. 22-26): EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Publicado por Agustinos España

En este 2º domingo después de Pentecostés, celebramos la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Y este día, nos invita a la meditación, para que descubramos la necesidad que tenemos en nuestras vidas de alimentarnos.
De recibir el Pan de Vida, en que es el propio Jesús que nos alimenta en cada Eucaristía.

El sentido de esta fiesta, que se instituyó en el año 1264, es la consideración y el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Se cuenta en una vieja leyenda oriental que había un rey que entregaba a su hijo los víveres necesarios para vivir cómodamente los doce meses del año. En esta oportunidad, que coincidía con la primera luna del año, el hijo le veía el rostro a su padre, el rey. Pero un día, el rey cambió de parecer y decidió entregar al príncipe, todos los días, los alimentos que debía consumir en esa jornada. ... De esta forma podía saludar todos los días a su hijo, y el príncipe podía ver todos los días la cara del rey.

Algo parecido ha querido hacer nuestro Padre Dios con nosotros. Jesús nos enseñó a pedir: Danos hoy nuestro pan de cada día. Pedir solamente para hoy significa tener la certeza de que tendremos un nuevo encuentro con Dios, mañana.

Y cuando pedimos este pan, no solo estamos pidiendo al Señor por nuestras necesidades básicas,... por el alimento material,... por lo que necesitamos todos los días para nuestra vida como hombres.
También estamos pidiendo por nuestras necesidades espirituales. Por el alimento de nuestra alma. Ningún Padre se contenta con haber dado la vida a sus hijos, sino que les da también loa alimentos y los medios para que puedan llegar a la madurez.

Por eso también pedimos a nuestro Padre el Pan de Vida, la Sagrada Eucaristía, de que nos habla Jesús en el pasaje del Evangelio que acabamos de leer.
Jesús nos dice: “Yo soy el Pan de Vida. Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo para que si alguien come de él, no muera.”
Las palabras de Jesús son su promesa de la Institución de la Eucaristía.

El realismo de las palabras de Jesús es tan fuerte que excluye cualquier interpretación que se pretenda hacer en sentido figurado. El maná del Exodo, del que nos habla la primera lectura, era la figura de este Pan, que es el mismo Jesucristo, y que se constituye en el alimento de los cristianos en la tierra. La Comunión es el banquete en el que Cristo se dá a sí mismo.

Los discípulos que escuchaban al Señor durante este pasaje, entendieron correctamente el sentido literal de las palabras de Jesús, y por eso es que les costaba aceptar que lo que El les revelaba pudiera ser verdad. Si hubiesen tomado el mensaje en sentido figurado, o como una metáfora, no se hubiera producido ninguna discusión.
Pero, San Juan nos dice que Los judíos discutían entre sí, diciendo «¿Cómo puede éste darnos a comer carne?».
Porque Jesús afirma claramente que su Cuerpo y su Sangre son verdadero alimento del alma, prenda de la vida eterna y garantía de la resurrección corporal.

Incluso, al decir el Señor: “El que come mi carne” en su lengua natal, emplea una expresión más fuerte que el mero “comer”, ya que el verbo original podría traducirse por masticar, expresando así el realismo de la Comunión: se trata de una verdadera comida, en la que el mismo Jesús se nos de como alimento. No cabe una interpretación simbólica, como si participar de la Eucaristía fuera tan solo una comparación, y no el comer y beber realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El efecto más importante de la Sagrada Eucaristía es la íntima unión con Jesucristo. El mismo nombre de Comunión indica esta participación unitiva en la vida del Señor. Si en todos los sacramentos, por medio de la gracia que nos confieren, se consolida nuestra unión con Jesús, esta es más intensa en al Eucaristía, puesto que no sólo nos da la gracia, sino al mismo Autor de la gracia: “Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una comunión con El y entre nosotros”.
Porque, como dice S. Pablo en la carta a los conrintios, “el pan es uno, nosotros somos muchos que formamos un solo cuerpo, y todos participamos de un único pan”. Precisamente, por ser la Eucaristía el sacramento que mejor significa y realiza nuestra unión con Cristo, es a la vez donde toda la Iglesia muestra y lleva a cabo su unidad.

En esta fiesta de Corpus Christi, tratemos de aprender a valorar el alimento que se nos ofrece en cada misa, y hagamos el propósito de recibir con más frecuencia y mejor preparados, a Jesús que se nos ofrece en la Comunión.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

El tema central que nos ocupa en esta solemnidad del Corpus Christi es la alianza de Dios con los hombres. Esta alianza nace del amor siempre fiel de Dios, atraviesa toda la historia de la salvación y encuentra en los hechos del Sinaí,(1L), un momento de particular importancia. En efecto, en el Sinaí se estipula de modo solemne una alianza que ya existía, pero que no había sido aún formalizada. Moisés, el mediador, lee las leyes (el decálogo), el pueblo acepta, se erige un altar, se ofrecen sacrificios y se rocía la sangre sobre el altar y el pueblo. Así, la alianza queda sellada. Sin embargo, esto no era sino figura de la nueva alianza que encuentra en Cristo su culminación como sacerdote de los bienes futuros (2L) quien ya no ofrece sacrificios y sangre de animales, sino su propia sangre. En la última cena Cristo anticipa sacramentalmente su oblación, y establece, por medio de su cuerpo y de su sangre, la Nueva Alianza, la definitiva, aquella que nos da la plena revelación del rostro misericordioso de Dios y la salvación del género humano (EV).


Mensaje doctrinal

La conclusión de la alianza y la nueva alianza.

El texto del Éxodo es de particular importancia porque formaliza de modo solemne la alianza (Berit) entre Dios y su pueblo. En realidad, la historia de la alianza se confunde con la historia de la salvación. Esta alianza ya existía antes de que fuera consagrada en el Sinaí. Había sido prometida a Noé después del diluvio (Gen 6,18; 9,9-17) y había sido concertada con Abraham (Gen 15,18; 17,2-21) de modo solemne. Dios ya había obrado maravillas en favor de Israel y lo había liberado de la esclavitud de Egipto con brazo extendido. Esta expresión:“brazo extendido” quiere significar la intervención poderosa de Iahveh en favor de los israelitas. Sin embargo, es en el Sinaí donde el pueblo acepta la alianza y se compromete a obedecerla de modo solemne. El Señor lo conduce al desierto y lo lleva a la montaña para concluir su pacto. La iniciativa siempre es de Dios. Moisés, el mediador, hace lectura ante el pueblo de la ley (los mandamientos) que son el contenido de la alianza que el Señor establece con su pueblo. El pueblo, por su parte, se compromete a observar todo aquello que le manda el Señor.

Moisés se levanta temprano erige un altar con las doce piedras que simbolizan las doce tribus de Israel. Se ofrecen los sacrificios y se vierte la sangre de las víctimas sobre el altar y se rocía al pueblo. Conviene comprender bien el alcance de este rito. La inmolación de una víctima podía ser de dos formas: el holocausto, es decir, la víctima era totalmente consumida por el fuego; y el sacrificio pacífico o de comunión en el que la víctima sacrificada se dividía en dos, una se ofrecía a Iahveh y la otra la consumía el oferente. En el Sinaí tienen lugar los dos sacrificios. Con el holocausto se establecía, por una parte, la primacía de Dios sobre todo lo creado; con el sacrificio pacífico, por otra, se establecía la comunión que el hombre tenía con Dios por medio de la participación de la ofrenda. Conviene indicar que el rito de la sangre, que nos puede parecer extraño y causar repulsa, tiene un significado muy positivo. Los antiguos pensaban que en la sangre estaba la vida. Dar la sangre equivalía a dar la vida. Así, cuando la víctima es sacrificada -se ofrece la víctima a Dios-, Dios responde dando la vida. El sacrificio, implica ciertamente una oblación, una muerte, pero su contenido más profundo es dar la vida. El rito de la aspersión de la sangre significa, por tanto, la respuesta de Dios al sacrificio que se ha ofrecido y al compromiso del pueblo de observar los mandamientos: Dios responde comunicando la vida.

La alianza sinaítica encuentra su culminación y perfección en la nueva alianza que Dios establece con los hombres por medio de su Hijo. La carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio perfecto. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. La alianza ha llegado a su máxima expresión. Ya no es la sangre de animales la que ofrece el sacerdote en el “santo de los santos” (al cual el sumo sacerdote entraba una sola vez al año), ahora es la sangre misma de Cristo, sumo sacerdote, la que se ofrece. El salvador ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo, está junto al Padre para interceder por nosotros.

En la última cena se anticipa sacramentalmente el sacrificio de Cristo en la cruz, será el ofrecimiento definitivo y fundará la alianza definitiva. La sangre que Cristo ofrece en el cáliz es la sangre de la alianza que será derramada por muchos, es decir, en lenguaje semítico, por todos. En esta cena se evoca la liberación de Egipto y la estipulación de la alianza sinaítica. Esta alianza no era entre dos “partners” iguales. Dios mismo se comprometía en favor de su pueblo. El pueblo, por su parte, se comprometía a observar los mandamientos. Con la sangre de Cristo se establece la nueva y definitiva alianza. En su sangre, en el don de su vida, se manifiesta el amor del Padre por el mundo ( Cf. Jn 3,16), por medio de esta sangre los hombres son liberados de la esclavitud del pecado y absueltos de sus culpas. Dios se compromete a manifestar siempre su amor, su “hesed” (misericordia). Ahora el hombre tiene abierto el camino de la conversión y de la vida eterna. En el sacramento de la Eucaristía Jesús no solamente se queda con sus discípulos, sino que funda con ellos su comunión con Dios.

“Jesús ofrece a los discípulos su cuerpo y su sangre... El hecho que Jesús ofrezca su cuerpo y su sangre debe siempre hacernos recordar el don de su vida, su muerte en cruz. En la cruz él ha derramado su sangre; con su muerte ha fundado una nueva alianza, la comunión definitiva de Dios con los hombres. Jesús permanecerá para siempre con ellos y será “el crucificado”, que ha donado su vida por ellos” (Klemens Stock, S.I. Edizioni ADP, Roma 2002 p. 184-85).


Sugerencias pastorales

1. Catequesis eucarística. El Cura de Ars se había propuesto que los hombres de su parroquia recibieran, al menos, cuatro veces al año la Eucaristía. Empresa no fácil para los tiempos que corrían. En algún momento el santo llegó a confesar: “he promovido siempre la confesión cuatro veces al año de los hombres. Los que me escuchen alcanzarán la vida eterna”. Es sorprendente que el santo cura, siendo tan exigente con sus feligreses, pensara que los hombres que recibieran cuatro veces al año la comunión estaban en camino de salvación. En verdad, la comunión es el alimento de nuestra vida espiritual y cristiana. Nos dice el Kempis:

“La comunión aparta del mal y reafirma en el bien;
si ahora que comulgo o celebro tus misterios
con tanta frecuencia soy negligente y desanimado
¿qué pasaría si no recibiera este tónico
y no acudiera a tan gran ayuda?

¡Qué maravillosa es tu piadosa decisión
con respecto a nosotros
que Tú Señor Dios, Creador y Vivificador
de todos los espíritus
condesciendas en venir a estos pobrecitos
y satisfacer nuestra hambre
con toda tu Divinidad y Humanidad!

Propongamos nuevamente a nuestros fieles en esta santa solemnidad la comunión frecuente como medio insustituible de vida cristiana y amistad con Cristo. No nos cansemos de acercar más y más personas por medio de la meditación y de la conversión del corazón a la comunión eucarística. Allí, ellos encontrarán al incomparable amigo de sus almas que los ayudará a vivir y a sufrir en esta vida, sin jamás perder la esperanza.

2. La comunión frecuente en los jóvenes. Pero una palabra especial va dirigida a los jóvenes. Ellos por la riqueza de su vida, por el grande abanico de sus posibilidades, por las energías tan intensas que surcan su existencia están especialmente necesitados de encontrar a Cristo. Recomendar a un joven la comunión frecuente, diaria si es posible, es ayudarlo a vivir en gracia, es darle fuerzas espirituales para resistir al enemigo; es ayudarlo a jamás perder el ánimo ante un mundo muy agresivo. No nos cansemos de inculcar en nuestra juventud un amor muy personal a Cristo eucaristía.

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