Transcribo, literalmente, un artículo, concebido para presentar la Encíclica en una Revista Local (“El Olivo”) de la ciudad donde ejerzo el sacerdocio: Daimiel (Ciudad Real), por si os puede servir.
Termino este ciclo de artículos sobre los objetivos del Plan Diocesano de Pastoral presentado, como el océano en un vaso de agua, la III Encíclica de Benedicto XVI «Caritas in Veritate» (La Caridad en la Verdad), que se hizo pública el pasado 7 de julio, aunque firmada el 29 de junio, día de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Lo hago así porque el objetivo que me falta de comentar habla de la caridad: «Responder a las necesidades de los pobres y colaborar para que el Reino de Dios sea acogido y crezca entre los hombres, porque la caridad de Cristo nos apremia (2Cor 5, 14)». Este Objetivo, centrado en nuestra diócesis, queda abierto, con la Encíclica, al “desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”, como dice su subtítulo.
Una Encíclica que sale a los 42 años de la “Populorum Progressio” (Pablo VI, 1.967) –publicación quizá retrasada dos años al aparecer la crisis económica global–, encíclica que ya “celebró”, a los 20 años de su publicación, Juan Pablo II con “Sollicitudo Rei Socialis” (1.989). La Doctrina Social de la Iglesia, basada en la Biblia, en la Tradición (En el capítulo II se explica la coherencia de la DSI), con aportaciones de diversas ciencias, y desde las situaciones históricas, tiene principios que permanecen en el tiempo –Subsidiariedad (57-58) [El nº de cada paréntesis indica el nº de la Encíclica a la que se cita, que divide los contenidos de la misma], Solidaridad, Bien Común (7)…–, aunque haya circunstancias históricas cambiantes y proposición de estrategias, que pasan con los contextos en los que fueron propuestas: la crisis terminará, pero el contenido de la Encíclica permanecerá.
Cuando habla del “desarrollo humano integral” quiere decir, con palabras de Pablo VI, que “los pueblos salgan del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo” (21). Y se refiere a todos los hombres y a todo el hombre –a todas las dimensiones del ser humano, incluida la espiritual, por ejemplo– (11). Al hablar de cuestiones sociales, hace que algunos medios de comunicación, quizá por la precipitación de hablar sin leer y sin entender, presenten la encíclica diciendo “El Papa es de izquierdas” o, como algún político del pasado: “EL Papa ha copiado a Marx”… Suele ser habitual que los pre-juicios nos impidan ser objetivos y ver, en este caso, la aportación más propia de esta Encíclica, que no es su toma de partido por los pobres (es un tema más antiguo en la Iglesia que las posiciones de las izquierdas políticas), sino la unión de todos los temas sociales con el concepto cristiano de persona, que más adelante explico. La Iglesia no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados” (9).
El estilo de la introducción es lo más parecido a “Deus caritas est” y a “Spe Salvi”, lleno de ideas y sugerencias, destiladas de una sabiduría similar. Contrasta con otros capítulos –el cambio de estilo en el capítulo I es total–, en los que habrán intervenido, según “Alfa y Omega” [Nº 649 (9-VII-2.00). En portada. “Amar en la verdad”] el Presidente y Secretario del Consejo Pontifico de Justicia y Paz, así como otros cardenales, teólogos y prestigiosos economistas.
Juan XXIII en “Pacem in Terris” (1.963) decía que la paz ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Valores muy sugerentes, que me hacen ver la introducción e ideas que aparecen en diferentes capítulos desde esta óptica; y que aquí se aplican no a la paz, sinoal desarrollo.
El Amor (La Caridad) y la Verdad han de ir de la mano. El amor de una madre, a veces, se salta la verdad. Las verdades que nos dicen a la cara, a veces, están carentes de caridad. No es caridad dar trabajo a gente en un país pobre para obtener un capital de cualquier forma sin emplearlo en el lugar en el que se ha generado (40). Así se enumeran en la encíclica muchos atentados contra la verdad en la forma de colaborar el desarrollo.
La Justicia y la Libertad han de ir de la mano. Los regímenes que buscaron la Justicia por encima de todo, lo hicieron en detrimento de la libertad; esa fue una de las piedras de su tropiezo. En los sistemas que se fomenta la libertad por encima de todo, se generan graves injusticias. La Encíclica quiere buscar la justicia y el bien común (6 y 7), pero también la libertad. El libre mercado y su sistema económico podrían ser válidos con criterios éticos, que aparecen en la Encíclica (Capítulo III 34-42).
En la Encíclica también se unen Caridad y Justicia. “No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde” (6); por ejemplo, los bienes de la tierra los destinó Dios para todos (Otro principio válido para siempre de la DSI). La Caridad exige la Justicia, el respeto de los legítimos derechos; la caridad supera la justicia desde el perdón, la gratuidad, la misericordia, la comunión.
Pero hay una última pareja de valores que para mí es clave: La Libertad y la Verdad. “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él… encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esa verdad, se hace libre” (1). Se habla del ser humano y del desarrollo (16 y 17) como vocación, que es aceptar lo que eres, el proyecto de Dios sobre ti, ¡la verdad! Un ejemplo muy sencillo: si uno tiene una lavadora, sabe sus funciones y la utiliza de modo adecuado, podrá sacarle sus máximas potencialidades. Si la utiliza de lavavajillas, lo estropea todo: vajillas y lavadora. Es la antropología cristiana, el humanismo cristiano que apunto enseguida. Por eso, para mí es fundamental esta idea: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad y la posibilidad de un desarrollo humano integral” (9).
La Caridad sin la Verdad se queda reducida a sentimentalismo, sensaciones subjetivas, opiniones contingentes, sin conciencia ni responsabilidad social, a merced de intereses privados y a la lógica del poder,excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal (3, 4 y 5).
Desde este planteamiento, los temas –seguro que me dejo alguno–, que afectan al desarrollo humano integral, que se abordan en la Encíclica de un modo conciso, pero que supone un gran análisis de la realidad y un juicio profético de consideración, son muy variados: La crisis económica (21), las causas del subdesarrollo – “El escándalo de las disparidades hirientes” – (22), las diferentes culturas y su interacción (26), el hambre (27), el respeto al vida (28) –aborto, contracepción, mentalidad antinatalista como falsa causa del subdesarrollo por el crecimiento demográfico (44), la familia (44) –, el derecho a libertad religiosa así como el discernimiento de realidades negativas de algunas religiones –V.G.: terrorismo fundamentalista…– (29), el acceso al trabajo (32, 63), la globalización (33), la necesidad de criterios morales en la economía (que se enumeran en el capítulo III y 45-46), la cooperación internacional (47, 59 y 60), el medio ambiente (48) y los problemas energéticos y los recursos energéticos no renovables (49) –tema que en el nº 51 tiene un párrafo revelador de la “capacidad global moral de la sociedad”: no se puede exigir unos derechos en el tema del ambiente y conculcar otros en el tema de la vida–, la subsidiariedad fiscal (60), el acceso a la educación (61), el fenómeno del turismo internacional y sus faltas al desarrollo (61), las migraciones (62), los sindicatos (64), las asociaciones de consumidores (66), la reforma de la ONU y la arquitectura económica mundial (67), el progreso tecnológico –sobre todo en la Biología, que confunde la verdad con lo factible: no es lo mismo poder hacer que deber hacerlo– (69 y 74), la paz (72), los medios de comunicación (73), y la reducción de la vida a psicología sin tener en cuenta la dimensión espiritual (76).
Es decisivo el esfuerzo del Papa por ser concreto y claro en estos abundantes temas, para quien quiera escuchar. Pero he querido resaltar todo el planteamiento para destacar lo “diferente” de esta encíclica social: la cuestión de fondo no es técnica (aunque tiene sus problemas), o que intervenga una autoridad mundial (a lo que invita el Papa), sino la verdad del hombre sobre el que se construye el desarrollo: abierto a Dios y a la Vida Eterna, hecho a su imagen y semejanza, miembro de una sola Familia (Capítulo V 53-67)… por eso, se propone un humanismo cristiano, desde el que entender qué es la persona humana como base decisiva para el desarrollo de todos (18, 75, 78).
Así, el desarrollo tiene su base más sólida en hombres rectos, dispuestos al Bien Común (71), con los brazos levantados hacia Dios en oración… conscientes de que el auténtico desarrollo es un don(79), del que se habla misteriosamente en el capítulo III –al principio y al final– y se convierte en la calve: el ser humano esta hecho para el don y la gratuidad.
Los que lean la Encíclica con prejuicios, encontrarán lo que iban buscando, aunque no sea eso lo que se diga. Los que lean sólo las noticias publicadas se quedarán con ideas generales o tópicos poco formativos. Los que leáis este artículo espero no haberos liado y desanimado a leer la encíclica. Los que no lean nada, que permanezcan en la oscuridad de sus cadenas, menos esclavizantes que la de los juicios previos, que no nos permiten ser objetivos; juicios y cadenas que hay que superar para llegar a un desarrollo humano integral.
Termino este ciclo de artículos sobre los objetivos del Plan Diocesano de Pastoral presentado, como el océano en un vaso de agua, la III Encíclica de Benedicto XVI «Caritas in Veritate» (La Caridad en la Verdad), que se hizo pública el pasado 7 de julio, aunque firmada el 29 de junio, día de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Lo hago así porque el objetivo que me falta de comentar habla de la caridad: «Responder a las necesidades de los pobres y colaborar para que el Reino de Dios sea acogido y crezca entre los hombres, porque la caridad de Cristo nos apremia (2Cor 5, 14)». Este Objetivo, centrado en nuestra diócesis, queda abierto, con la Encíclica, al “desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”, como dice su subtítulo.
Una Encíclica que sale a los 42 años de la “Populorum Progressio” (Pablo VI, 1.967) –publicación quizá retrasada dos años al aparecer la crisis económica global–, encíclica que ya “celebró”, a los 20 años de su publicación, Juan Pablo II con “Sollicitudo Rei Socialis” (1.989). La Doctrina Social de la Iglesia, basada en la Biblia, en la Tradición (En el capítulo II se explica la coherencia de la DSI), con aportaciones de diversas ciencias, y desde las situaciones históricas, tiene principios que permanecen en el tiempo –Subsidiariedad (57-58) [El nº de cada paréntesis indica el nº de la Encíclica a la que se cita, que divide los contenidos de la misma], Solidaridad, Bien Común (7)…–, aunque haya circunstancias históricas cambiantes y proposición de estrategias, que pasan con los contextos en los que fueron propuestas: la crisis terminará, pero el contenido de la Encíclica permanecerá.
Cuando habla del “desarrollo humano integral” quiere decir, con palabras de Pablo VI, que “los pueblos salgan del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo” (21). Y se refiere a todos los hombres y a todo el hombre –a todas las dimensiones del ser humano, incluida la espiritual, por ejemplo– (11). Al hablar de cuestiones sociales, hace que algunos medios de comunicación, quizá por la precipitación de hablar sin leer y sin entender, presenten la encíclica diciendo “El Papa es de izquierdas” o, como algún político del pasado: “EL Papa ha copiado a Marx”… Suele ser habitual que los pre-juicios nos impidan ser objetivos y ver, en este caso, la aportación más propia de esta Encíclica, que no es su toma de partido por los pobres (es un tema más antiguo en la Iglesia que las posiciones de las izquierdas políticas), sino la unión de todos los temas sociales con el concepto cristiano de persona, que más adelante explico. La Iglesia no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados” (9).
El estilo de la introducción es lo más parecido a “Deus caritas est” y a “Spe Salvi”, lleno de ideas y sugerencias, destiladas de una sabiduría similar. Contrasta con otros capítulos –el cambio de estilo en el capítulo I es total–, en los que habrán intervenido, según “Alfa y Omega” [Nº 649 (9-VII-2.00). En portada. “Amar en la verdad”] el Presidente y Secretario del Consejo Pontifico de Justicia y Paz, así como otros cardenales, teólogos y prestigiosos economistas.
Juan XXIII en “Pacem in Terris” (1.963) decía que la paz ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Valores muy sugerentes, que me hacen ver la introducción e ideas que aparecen en diferentes capítulos desde esta óptica; y que aquí se aplican no a la paz, sinoal desarrollo.
El Amor (La Caridad) y la Verdad han de ir de la mano. El amor de una madre, a veces, se salta la verdad. Las verdades que nos dicen a la cara, a veces, están carentes de caridad. No es caridad dar trabajo a gente en un país pobre para obtener un capital de cualquier forma sin emplearlo en el lugar en el que se ha generado (40). Así se enumeran en la encíclica muchos atentados contra la verdad en la forma de colaborar el desarrollo.
La Justicia y la Libertad han de ir de la mano. Los regímenes que buscaron la Justicia por encima de todo, lo hicieron en detrimento de la libertad; esa fue una de las piedras de su tropiezo. En los sistemas que se fomenta la libertad por encima de todo, se generan graves injusticias. La Encíclica quiere buscar la justicia y el bien común (6 y 7), pero también la libertad. El libre mercado y su sistema económico podrían ser válidos con criterios éticos, que aparecen en la Encíclica (Capítulo III 34-42).
En la Encíclica también se unen Caridad y Justicia. “No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde” (6); por ejemplo, los bienes de la tierra los destinó Dios para todos (Otro principio válido para siempre de la DSI). La Caridad exige la Justicia, el respeto de los legítimos derechos; la caridad supera la justicia desde el perdón, la gratuidad, la misericordia, la comunión.
Pero hay una última pareja de valores que para mí es clave: La Libertad y la Verdad. “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él… encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esa verdad, se hace libre” (1). Se habla del ser humano y del desarrollo (16 y 17) como vocación, que es aceptar lo que eres, el proyecto de Dios sobre ti, ¡la verdad! Un ejemplo muy sencillo: si uno tiene una lavadora, sabe sus funciones y la utiliza de modo adecuado, podrá sacarle sus máximas potencialidades. Si la utiliza de lavavajillas, lo estropea todo: vajillas y lavadora. Es la antropología cristiana, el humanismo cristiano que apunto enseguida. Por eso, para mí es fundamental esta idea: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad y la posibilidad de un desarrollo humano integral” (9).
La Caridad sin la Verdad se queda reducida a sentimentalismo, sensaciones subjetivas, opiniones contingentes, sin conciencia ni responsabilidad social, a merced de intereses privados y a la lógica del poder,excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal (3, 4 y 5).
Desde este planteamiento, los temas –seguro que me dejo alguno–, que afectan al desarrollo humano integral, que se abordan en la Encíclica de un modo conciso, pero que supone un gran análisis de la realidad y un juicio profético de consideración, son muy variados: La crisis económica (21), las causas del subdesarrollo – “El escándalo de las disparidades hirientes” – (22), las diferentes culturas y su interacción (26), el hambre (27), el respeto al vida (28) –aborto, contracepción, mentalidad antinatalista como falsa causa del subdesarrollo por el crecimiento demográfico (44), la familia (44) –, el derecho a libertad religiosa así como el discernimiento de realidades negativas de algunas religiones –V.G.: terrorismo fundamentalista…– (29), el acceso al trabajo (32, 63), la globalización (33), la necesidad de criterios morales en la economía (que se enumeran en el capítulo III y 45-46), la cooperación internacional (47, 59 y 60), el medio ambiente (48) y los problemas energéticos y los recursos energéticos no renovables (49) –tema que en el nº 51 tiene un párrafo revelador de la “capacidad global moral de la sociedad”: no se puede exigir unos derechos en el tema del ambiente y conculcar otros en el tema de la vida–, la subsidiariedad fiscal (60), el acceso a la educación (61), el fenómeno del turismo internacional y sus faltas al desarrollo (61), las migraciones (62), los sindicatos (64), las asociaciones de consumidores (66), la reforma de la ONU y la arquitectura económica mundial (67), el progreso tecnológico –sobre todo en la Biología, que confunde la verdad con lo factible: no es lo mismo poder hacer que deber hacerlo– (69 y 74), la paz (72), los medios de comunicación (73), y la reducción de la vida a psicología sin tener en cuenta la dimensión espiritual (76).
Es decisivo el esfuerzo del Papa por ser concreto y claro en estos abundantes temas, para quien quiera escuchar. Pero he querido resaltar todo el planteamiento para destacar lo “diferente” de esta encíclica social: la cuestión de fondo no es técnica (aunque tiene sus problemas), o que intervenga una autoridad mundial (a lo que invita el Papa), sino la verdad del hombre sobre el que se construye el desarrollo: abierto a Dios y a la Vida Eterna, hecho a su imagen y semejanza, miembro de una sola Familia (Capítulo V 53-67)… por eso, se propone un humanismo cristiano, desde el que entender qué es la persona humana como base decisiva para el desarrollo de todos (18, 75, 78).
Así, el desarrollo tiene su base más sólida en hombres rectos, dispuestos al Bien Común (71), con los brazos levantados hacia Dios en oración… conscientes de que el auténtico desarrollo es un don(79), del que se habla misteriosamente en el capítulo III –al principio y al final– y se convierte en la calve: el ser humano esta hecho para el don y la gratuidad.
Los que lean la Encíclica con prejuicios, encontrarán lo que iban buscando, aunque no sea eso lo que se diga. Los que lean sólo las noticias publicadas se quedarán con ideas generales o tópicos poco formativos. Los que leáis este artículo espero no haberos liado y desanimado a leer la encíclica. Los que no lean nada, que permanezcan en la oscuridad de sus cadenas, menos esclavizantes que la de los juicios previos, que no nos permiten ser objetivos; juicios y cadenas que hay que superar para llegar a un desarrollo humano integral.
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