
“Y desconfiaban de él”, o según otra traducción que parece más fidedigna, “se escandalizaban de él”. En realidad, si estaba María por allí, seguro que se acordó de los “piropos” del anciano Simeón sobre aquel niño entonces, hoy adulto, y, al recordarlo, empezaría a entender algo de lo que guardaba en su corazón.
Y, como les faltaba fe, ”no pudo hacer allí ningún milagro”. No es que la fe haga los milagros, pero es la condición para que Dios, con su poder, los realice. Porque, cuando tenemos fe, nos fiamos de Dios, confiamos en él, al mismo tiempo que reconocemos nuestra condición humana.
Comentario bíblico
El espíritu del verdadero profeta
El espíritu del verdadero profeta
* Iª Lectura: Ezequiel (2,2-5): El profeta, el hombre sin miedo
I.1. La primera lectura de este domingo la tomamos de Ezequiel, y viene a ser como una especie de relato de llamada profética; así es el caso de otros profetas de gran talante (Isaías 6 en el templo; Jeremías 1), porque se debe marcar una distinción bien marcada entre los verdaderos y falsos profetas. En la Biblia, el verdadero profeta es el que recibe el Espíritu del Señor. De esa manera, pues, el profeta no se vende a nadie, ni a los reyes ni a los poderosos, sino que su corazón, su alma y su palabra pertenecen el Señor que les ha llamado para esta misión. Por ello sabemos que los verdaderos profetas fueron todos perseguidos. Es probable que padezcan una “patología espiritual” que no es otra que vivir la verdad y de la verdad a la que están abiertos.
I.2. El pueblo «rebelde» se acostumbra a los falsos profetas y vive engañado porque la verdad brilla por su ausencia. Por eso es tan dura la misión del verdadero profeta. Quizás, para entender todo lo que significa una llamada profética, que es una experiencia que parte en mil pedazos la vida de un hombre fiel a Dios, debemos poner atención en que a ellos se les exige más que a nadie. No hablan por hablar, ni a causa de sus ideas, sino que es la fuerza misteriosa del Espíritu que les impulsa más allá de lo que es la tradición y la costumbre de lo que debe hacerse. Por eso, pues, el profeta es el que aviva la Palabra del Señor.
* IIª Lectura: 2ª Corintios (12,7-10): La fuerza de la debilidad
II.1. La segunda lectura es probablemente una de las confesiones más humanas del gran Pablo de Tarso. Forma parte de lo que se conoce como la carta de las lágrimas (según lo que podemos inferir de 2Cor 2,1-4;7,8-12). Es una descripción retórica, pero real. Se habla del «aguijón (skolops, algo afilado y punzante) de su carne» es toda una expresión que ha confundido a unos y a otros; muchos piensan en una enfermedad. Es la tesis más común, de una enfermedad crónica que ya arrastraba desde lo primeros tiempos de la misión (cf Gal 4,13-15). Pero no habría que descartar un sentido simbólico, lo que apuntaría probablemente a los adversarios que ponen en entredicho su misión apostólica, ya que habla de un «agente de Satanás». Aunque bien es verdad que en la antigüedad el diablo escudaba los tópicos de todos los males, reales o imaginarios. ¿Es algo biológico o psicológico? En todo caso Pablo quiere decir que aparece “débil” ante los adversarios, que están cargados de razones. Quiere combatir, por el evangelio que anuncia y por él mismo, desde su experiencia de debilidad; las que los otros ven en él y la que él mismo siente.
II.2. Para ello, el apóstol recurre, como medicina, a la gracia de Dios: “te es suficiente mi gracia (charis), porque la potencia (dynamis) se lleva a cabo en la debilidad (astheneia)” (v. 9); una de las expresiones más logradas y definitivas de las teología de Pablo. Esa gracia le hace fuerte en la debilidad; le hace autoafirmarse, no en la destrucción, ni en la vanagloria, sino en aceptarse como lo que es, quién es, y lo que Dios le pide. Pablo construye, en síntesis, una pequeña y hermosa teología de la cruz; es como si dijera que nuestro Dios es más Dios cuanto menos arrogantemente se revela. El Dios de la cruz, que es el Dios de la debilidad frente a los poderosos, es el único Dios al que merece la pena confiarse. Esa es la mística apostólica y cristiana que Pablo confiesa en este bello pasaje. Es como cuando Jesús dice: «quien guarda su vida para sí, la perderá» (cf Mc 8,35) . Es un desafía al poderío del mundo y de los que actúan de esa manera en el seno mismo de la comunidad.
* Evangelio: Marcos (6,1-6): Nazaret… nadie es profeta en su tierra
III.1. El texto del evangelio de Marcos es la versión primitiva de la presencia de Jesús en su pueblo, Nazaret, después de haber recorrido la Galilea predicando el evangelio. Allí es el hijo del carpintero, de María, se conocen a sus familiares más cercanos: ¿de dónde le viene lo que dice y lo que hace? Lucas, por su parte, ha hecho de esta escena en Nazaret el comienzo más determinante de la actividad de Jesús (cf Lc 4,14ss). Ya sabemos que el proverbio del profeta rechazado entre los suyos es propio de todas las culturas. Jesús, desde luego, no ha estudiado para rabino, no tiene autoridad (exousía) para ello, como ya se pone de manifiesto en Mc 2,21ss. Pero precisamente la autoridad de un profeta no se explica institucionalmente, sino que se reconoce en que tiene el Espíritu de Dios.
III.2. El texto habla de «sabiduría», porque precisamente la sabiduría es una de las cosas más apreciadas en el mundo bíblico. La sabiduría no se aprende, no se enseña, se vive y se trasmite como experiencia de vida. A su vez, esta misma sabiduría le lleva a decir y a hacer lo que los poderosos no pueden prohibir. En el evangelio de San Marcos este es un momento que causa una crisis en la vida de Jesús con su pueblo, porque se pone de manifiesto «la falta de fe» (apistía). No hace milagros, dice el texto de Marcos, porque aunque los hiciera no lo creerían. Sin la fe, el reino que él predicaba no puede experimentarse. En la narrativa del evangelio este es uno de los momentos de crisis de Galilea. Por ello el evangelio de hoy no es simplemente un texto que narra el paso de Jesús por su pueblo, donde se había criado. Nazaret, como en Lucas también, no representa solamente el pueblo de su niñez: es todo el pueblo de Israel que hacía mucho tiempo, siglos, que no había escuchado a un profeta. Y ahora que esto sucede, su mensaje queda en el vacío.
III.3. Sigue siendo el hijo del carpintero y de María, pero tiene el espíritu de los profetas. Efectivamente los profetas son llamados de entre el pueblo sencillo, están arrancados de sus casas, de sus oficios normales y de pronto ven que su vida debe llevar otro camino. Los suyos, los más cercanos, ni siquiera a veces los reconocen. Todo ha cambiado para ellos hasta el punto de que la misión para la que son elegidos es la más difícil que uno se pueda imaginar. Es verdad que el Jesús taumaturgo popular y exorcista es y seguirá siendo uno de los temas más debatidos sobre el Jesús histórico; probablemente ha habido excesos a la hora de presentar este aspecto de los evangelios, siendo como es una cuestión que exige atención. Pero en el caso que no ocupa del texto de Marcos no podemos negar que se quiere hacer una “crítica” (ya en aquél tiempo de las comunidades primitivas) a la corriente que considera a Jesús como un simple taumaturgo y exorcista. Es el profeta del reino de Dios que llega a la gente que lo anhelaba. En esto Jesús, como profeta, se estaba jugando su vida como los profetas del Antiguo Testamento.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Pautas para la homilía
En Nazaret, los paisanos de Jesús creían conocerle porque conocían a su familia y sabían que era el hijo del carpintero. Pero no le conocían. Habían oído hablar de sus poderes especiales, de sus milagros, de su magisterio, pero, porque conocían a su familia y la pobreza y no importancia de sus “progenitores”, no podían creerle. Curiosamente y por una excepción, esta vez no son los fariseos, saduceos y sacerdotes los que se oponen a Jesús.
Jesús extiende esta conducta de sus paisanos y la aplica a lo que ha sucedido y sucede con todos los profetas en su propia tierra, entre sus parientes y en su misma familia.
* “Y se extrañó de su falta de fe”
Jesús se extrañaba de su falta de fe. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”, a los milagros, a los signos inequívocos que hablan de mi identidad. “Jesús se admiraba de su incredulidad”. Le creían y le seguían mujeres sencillas, pescadores sin otra formación por encima de la de su profesión, muchos hombres y mujeres enfermos y otros muchos que, en medio de su vida bastante inhumana, encontraron signos liberadores, gestos de curación y palabras con la mejor de las noticias. Pero, quienes tenían obligación –por cercanía y paisanaje- de conocerle, admirarle y seguirle, no lo hicieron. Y a Jesús “le parecía imposible que no le creyeran”. Porque no podía hacer más de lo que estaba haciendo.
A mí me impresiona algo previo pero conectado con lo que está pasando en ese momento. Jesús, María y José vivieron codo con codo con los que hoy rechazan al Maestro. ¿Y nadie se dio cuenta de nada? Es bastante probable que Jesús fuera a sus casas a trabajar en quehaceres propios de su oficio, y ¿no notaron nada especial? María que, por lo que sabemos, era, humanamente hablando, una mujer normal, tuvo que tratar con sus vecinas y no tan vecinas, y ¿nadie notó algo que les hiciera pensar que no era una más, que no era exactamente como las demás? Hoy se suele comentar, que a un cura, fraile o monja, por más “de seglares” que se vistan, se les conoce normalmente a distancia. ¿Y qué pasaba con Jesús, con María y con José, aunque vistieran también “de seglares”? En nuestra mentalidad nos cuesta entender que no se distinguieran en nada al hablar, al trabajar, al rezar. ¿Los que entraron en su casa, tampoco notaron nada en absoluto que los distinguiera de los demás?
Son sólo preguntas, pero no me extraña que Jesús se admirara de su incredulidad.
Aunque bien pensadas las cosas y guardando las distancias debidas, ¿no nos podrían hacer hoy preguntas similares a los seguidores de Jesús? Con el agravante de que, en nuestro caso, y a diferencia del de Jesús, pudiéramos ser nosotros los que no mostrásemos gestos para que nos distinguieran. Quede ahí el verbo en condicional para que, sin herir susceptibilidades, nos sirva de reflexión.
* “No pudo hacer allí ningún milagro”
“Sólo curó a algunos enfermos”, como saldos o rebajas, no auténticas obras de Jesús como las que estaba llevando a cabo en Cafarnaún y por los caminos de Galilea. No podían creer, ¿qué títulos ostentaba para que lo hicieran o en qué escuela de rabinos se había formado?
Da la impresión de que los nazaretanos conocían demasiado bien la doctrina de los fariseos y escribas de su tiempo, y, en el caso de Jesús, la siguieron a pies juntillas. Un judío que se preciara de serlo no podía esperar sorprenderse de Dios. Creían conocerle demasiado bien para llegar a ese extremo. En todo caso, creían poder sorprender a Dios por el inequívoco y escrupuloso cumplimiento de la Ley en todos sus detalles. Y ahí estuvo la raíz de su equivocación.
Dios nos sorprende continuamente y, al mismo tiempo, respeta nuestra libertad. Si cerramos la puerta de nuestra persona por dentro, no esperemos que él la abra desde fuera. Quizá nos parezca excesivo, pero así es de respetuoso. “Mis caminos no son vuestros caminos y mis planes no son vuestros planes”. Nosotros haríamos las cosas, mejorando, pensamos, lo que Dios hace. Y ese no es el camino, como en el caso de los paisanos de Jesús. Los esquemas y los métodos sólo funcionan entre nosotros, los humanos. Dios no está encasillado en esquema alguno, nos sorprende siempre y con esa sorpresa tenemos que contar.
Y, como no tenían fe y no se dejaron sorprender, no pudo hacer ningún milagro, sólo unas curaciones.
* “Y desconfiaban de él"”
Como Jesús no respondía a sus expectativas “desconfiaban de él”. Fue uno de sus sinos. Su nacimiento provocó desconfianza y hasta miedo y prevención. Al final, su muerte en una cruz, fue para otros la señal de la veracidad de aquella desconfianza. Entre su nacimiento y su muerte, muchos desconfiaron de él, le tendieron trampas y no pararon hasta que acabaron con él.
Pero, hubo también gestos auténticos y de la mayor confianza con Jesús. Al lado de éstos, la actitud de las gentes de Nazaret significa poco. Y es la confianza, la lealtad y la amistad con Jesús lo que debemos resaltar. Y no sólo resaltar sino imitar, de forma distinta a la amistad de Lázaro, Marta y María; distinta también de la de Nicodemo, María Magdalena y los discípulos. Ellos estaban con él; su presencia ahora es real, pero distinta. Nuestra confianza se basa en nuestra condición de hijos de Dios. Y ser hijos de Dios no consiste en vivir asustados y atemorizados por el Omnipotente Dios, sino obsesionados más bien por su benevolencia y misericordia, que nos permite confiar, siempre moderadamente, en nosotros, y extender esta misma confianza a los demás.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
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